Carlos Areces y su insólita pasión por coleccionar fotos de muertos: la 'culpa' la tiene Amenábar
El polifacético actor le ha contado a EL ESPAÑOL sus inicios como intérprete y como cantante, donde triunfa con su grupo Ojete Calor.
4 junio, 2023 02:38Carlos Areces ha demostrado a lo largo de su carrera saber adaptarse a todos los papeles que le han propuesto, pero pocos saben que el madrileño comenzó estudiando Bellas Artes para terminar siendo uno de los actores más importantes de este país.
Sus inicios fueron rodeados de una de las mejores generaciones de cómicos españoles: Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Pablo Chiapella, Raúl Cimas y Julián López. Ellos fueron los protagonistas de los sketches de La hora Chanante primero y, luego, de Muchada Nui.
Sin embargo, no sólo se ha centrado en el cine o la televisión, desde hace 18 años comparte escenarios con Aníbal Gómez con su grupo Ojete Calor, consiguiendo hace unos meses actuar antes 12.000 personas en Madrid.
EL ESPAÑOL ha contactado Areces para hacer un repaso de su trayectoria profesional, pero también para que desvele todas las curiosidades de su casa, donde guarda sus colecciones de muñecos y fotos antiguas.
Fan de las colecciones
Cualquiera que vaya a casa de Carlos Areces no sabría dónde mirar de todas las colecciones y los miles de artículos que guarda el actor en su hogar. Muñecos, cómics, fotografías, CD, DVD, vinilos… hay de todo. Un museo de todo lo que le gusta al madrileño.
“Soy un coleccionista enfermizo de muchas cosas relacionadas con papel porque me encanta la fotografía, me encantan los cómics antiguos, los afiches y los pósters de películas, los muñecos vintage y de colección. Soy un gran acumulador de cosas”, admite
P.– ¿Cómo comenzó a coleccionar?
R.– Como me gusta mucho la fotografía antigua, mi mayor colección es de fotografías de comunión, que es más asequible y fácil de encontrar que la fotografía post mortem, por ejemplo, de la que también tengo bastantes imágenes.
La fotografía post mortem me empezó a interesar tras ver una entrevista a Amenábar con motivo del estreno de Los Otros. Él contó que había descubierto la fotografía post mortem por un libro que se llama Sleeping Beauty: Memorial Photography in America, un recopilatorio de un coleccionista neoyorquino, el doctor Stanley Burns, que incluso le cedió algunas de las fotos para utilizarlas en la película.
Gracias a esta entrevista descubrí que la post mortem es una categoría concreta de fotografía que se utilizaba sobre todo en el siglo XIX y primeros del XX. Eso me llamó muchísimo la atención allá por 2001 y, como en aquella época Internet estaba en los albores, no había tiendas de coleccionismo como hay ahora, pero había una a la que yo solía acudir de vez en cuando a comprar postales y fotos, Casa postal, que está en Chueca. Un día pregunté si tenían fotografía post mortem y, de repente, el dependiente abrió un cajoncito de donde sacó un sobre con tres fotos. Ese día me llevé una, no recuerdo ahora mismo cuál fue, pero a partir de ahí comenzó mi pequeña colección de fotografía post mortem, que poco a poco fui aumentando gracias a Internet, que ha hecho que el coleccionismo se haya hecho mucho más fácil.
Tengo fotografías de todo el mundo, de Estados Unidos, de Francia, de Alemania, de algún sitio de Latinoamérica… A un editor que había visto un reportaje que se hizo en El País sobre mi colección de fotos le interesó el tema, hicimos un libro y, después de tres años de mucho trabajo, desencuentros y duro esfuerzo, tuvo un resultado desastroso. El tipo me debe dinero y no contesta a los mensajes. Es, francamente, mi peor experiencia profesional, la verdad. La vez que más estafado y más engañado me he sentido. Sé que su editorial, Titilante Ediciones, le debe dinero a más autores.
P.– ¿Cuántas fotos post mortem puede tener?
R.– Unas 150, pero de comunión tengo en torno a 6.000, tendría para hacer unos cuantos libros (risas). Aunque desde luego ya te digo que se me han quitado las ganas después de lo que me ha pasado. Por supuesto, sé que no todos los editores son tan incompetentes y estafadores, pero claro, mi experiencia ha sido muy negativa.
P.– ¿Y qué más colecciones alberga en su casa?
R.– Colecciono muñecos, cómics antiguos, afiches de películas, una gran colección musical cuyo valor actual es relativo por las plataformas de música en streaming, pero mi colección de CD es muy extensa, como unos 5.000, más los vinilos… Eso sí, yo no tengo las cosas distribuidas por toda la casa, tengo una habitación con los libros, por ejemplo, aunque no tengo una para los muñecos porque no me caben. Los muñecos que están sin abrir los tengo en docenas de cajas distribuidas por toda la casa, y también en un trastero. De ese tipo de muñecos de diez centímetros y cinco puntos de articulación que vienen en su blíster puedo tener en torno a 2.000.
P.– ¿De qué temática?
R.– Principalmente relacionados con cine, con series o con cultura pop como los muñecos de Pesadilla antes de Navidad, por ejemplo, todos los de diseños relacionados con Tim Burton me gustan mucho. Tengo en una esquina de casa un Playmobil de unos 60 centímetros de alto vestido de Papá Noel que sujeta con una mano un carrito de bebé en el que hay un Reborn (muñeco hiperrealista de recién nacido) que me regaló una fan que los hacía. En realidad me dio dos, ese y otro que está sentado en el sofá. Luego tengo los muñecos de las Spice Girls de venta en los chinos pintados a mano fatal. De hecho, cada ejemplar que puedas conseguir probablemente sea diferente, de un color diferente y es maravilloso.
Luego tengo un muñeco inspirado en El Grito de Munch que es un juguete para perros; unos Zipi y Zape; uno de Macario, uno de los muñecos de José Luis Moreno; en la gran vitrina tengo desde un muñeco de Terminator 2 de Arnold Schwarzenegger hasta una colección de Batman de colores; pasando por unos muñecos de dinosaurios eh hechos por la casa que mejor los fabrica, una francesa llamada Papo, y que algunos de ellos tienen la mandíbula abatible; una colección de unos 25 muñecos de Freddy Krueger con sus diferentes accesorios; los de Los Simpson; los de Futurama; de Ren y Stimpy; de superhéroes de Marvel; de los Gremlins; de Spitting Image, una serie satírica hecha con muñecos en Inglaterra que eran como los guiñoles de Canal +. Incluso dentro de esta gran colección tengo una figura del Papa Francisco que me regaló una amiga.
Tengo también caramelos Pez, muñecos de Elvis, de Kiss… Un busto del Grinch que me regaló un amigo; un funko de Jessica Fletcher que, aunque no me gustan como coleccionista porque no me atraen, lo tengo porque de Se ha escrito un crimen no hay merchandising y era mi única oportunidad de comprar algo relacionado con esa serie.
Sus estudios de bellas artes
Pese a que Areces es un gran aficionado a los cómics, los cuales también colecciona, reconoce que siempre ha tenido mucha facilidad para dibujar, así que, cuando llegó el momento, no dudó en elegir la carrera de Bellas Artes para labrarse un futuro.
Lo que no se podía imaginar era que esas habilidades no le servirían para entrar en la facultad en Madrid: “Leía cómics de pequeño y ya sabes que todos los que leemos cómics de niños, lo primero que hacemos según terminamos un tebeo es sentarnos a la mesa a copiarlo. Con lo cual, yo había desarrollado unas cualidades que pensé que me serían de utilidad en Bellas Artes”, recuerda el actor.
“Se me pasó por la cabeza hacer Imagen y Sonido, pero era demasiado técnica y a mí lo que me gustaba era la mamarrachada. También fantaseé con hacer Arte Dramático porque a mí me gustaba mucho el cine, pero me habían dicho que esa carrera, como su propio nombre indicaba, estaba centrada casi expresamente en textos dramáticos y yo no me veía con la suficiente carga como para estar cuatro años volcado en la intensidad de los relatos de Shakespeare”, añade.
Pregunta.– ¿Por qué decidió estudiar Bellas Artes en Cuenca?
Respuesta.– Porque pensé que como dibujar no se me daba mal, me iba a meter a Bellas Artes. Craso error, porque dos años me presenté al examen en Madrid, que era donde yo vivía, los dos años me tiraron. El segundo estaba ya muy deprimido por suspender ya que incluso me había apuntado a una escuela para perfeccionar el dibujo para aprobar el examen y no me sirvió de nada. Total, que me dijo una compañera que se había presentado a Cuenca y que era mucho más sencillo. Y lo hice yo también.
En la mayoría de las universidades con esa carrera, lo que pretenden es que ganes calidad como dibujante, que conozcas una serie de nociones básicas de geometría, de perspectiva, una serie de estudios muy clásicos. Pero, precisamente para combatir el academicismo de todas las Facultades de Bellas Artes de España nació la Facultad de Cuenca. Una cosa es Bellas Artes y otra cosa es Bellas Artes en esa ciudad. Son dos mundos antagónicos casi diría.
Cuando le dije a mi padre que me iba a Cuenca puso el grito en el cielo porque le parecía que tenerme estudiando cuatro años fuera iba a ser un derroche económico, pero al final mi madre le convenció y, efectivamente, el examen de ingreso no tenía nada que ver. En Cuenca todos los dibujos que te servían para entrar en el resto de facultades, los dibujos académicos, los de estatuas bien sombreados, perfectamente encajados y tal, era justo lo que no querían allí.
Y yo, como llevaba toda mi vida dibujando, les llevé una pila de dibujos para enseñar lo que yo hacía en mis tiempos muertos. Además, en Cuenca, aparte del examen de dibujo, había una entrevista con un tribunal de profesores, que creo que importaba más que la prueba. Lo cierto es que me encontré muy cómodo y muy a gusto en la charla, tuve la sensación instantánea de que me iban a coger, como así fue. ¡Qué equivocado estaba! Bellas Artes en Cuenca no iba de dibujar bien, iba de tratar de engañar a los demás.
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P.– ¿Por qué?
R.– Porque ser artista es una pose, no tienes que adquirir una serie de conocimientos objetivos. No es más artista el que mejor dibuja, sino el que mejor se vende, el más charlatán en el sentido antiguo, el de vendedor de crece pelos.
Fueron cuatro años maravillosos porque descubrí una ciudad lo suficientemente pequeña como para que todo estuviera a mano, con un montón de gente con las mismas aspiraciones a no hacer nada que yo y, sobre todo, con muchísimo tiempo libre. Eso fue un caldo de cultivo para que antes o después surgiera algo interesante.
También te digo que, al contrario de lo que cree todo el mundo, yo no conocí al resto de integrantes de La Hora Chanante en Bellas Artes en Cuenca, aunque es verdad que la mayoría estudiamos allí. Pero Joaquín Reyes me sacaba dos años por encima, Raúl Cimas iba dos por debajo… Y al único que sí que recuerdo que me presentaron en una ocasión fue a Ernesto Sevilla.
P.– ¿Cómo fue?
R.– La noche que me presentaron a Ernesto yo había estado en casa de una amiga que había celebrado una fiesta Raffaella Carrà y, evidentemente, toda la gente iba disfrazada de la italiana. Cuando la casa se nos quedó pequeña salimos a recorrer las calles de Cuenca para buscar un local en el que meternos. En un momento de la noche nos cruzamos con otro grupo en el cual estaba Ernesto y alguien me dijo mira, este es Ernesto Sevilla, le gusta mucho también hacer cortos. Ese fue todo el contacto que yo tuve con él.
P.– ¿Cómo se juntaron entonces?
R.– Fue en Paramount Comedy porque un compañero nuestro de la carrera entró como montador y, a través de él, supimos de la existencia de un canal que acababa de instalarse en España y que, para nuestra sorpresa, daba más valor a tener contenido propio que audiencia.
La audiencia la mantenía con los monologuistas y con un puñado de series antiguas americanas o algunas de reposición y eso les daba un mínimo de espectadores con el que justificar sus números, pero aparte querían tener producción propia. Y he aquí que, de repente, un grupo de inadaptados sin ganas de trabajar nos juntamos allí. El primero en entrar creo que fue Joaquín, luego Ernesto que llevó a Raúl Cimas y a Pablo Chiapella que era amigo suyo. Luego se nos unió Julián, que les había conocido en un colegio mayor ya que él no estudió Bellas Artes, sino un Magisterio de música.
Le dieron a Joaquín la posibilidad de hacer un programa, La Hora Chanante, que durante dos años no tuvo audiencia ninguna, pero que como el canal estaba empezando y tampoco tenía la presión de un número determinado de espectadores, pues nos mantuvieron sin que nos viera prácticamente nadie. ¿Qué te parece? ¿Te imaginas eso en Telecinco o Antena 3? Porque así estuvimos nosotros. No hay mejor escuela que ir trabajando, sobre todo sin la presión de tener de los datos. Entonces, poco a poco, a nivel técnico y artístico nos fuimos perfeccionando.
Sus logros profesionales
El madrileño cuenta con multitud de proyectos profesionales en cine y televisión, se ha codeado con grandes intérpretes nacionales e internacionales, pero Areces destaca tres momentos importantes en todos estos años: La Hora Chanante, Balada triste de trompeta y La que se avecina.
Formar parte del círculo de confianza de Álex de la Iglesia o de los hermanos Caballero, Alberto y Laura, le ha dado la oportunidad de participar en series y películas que le han hecho conocido a nivel nacional e internacional.
P.– ¿Qué momentos de su amplia carrera destacaría más?
R.– Mi carrera como actor tiene varios hitos. El primero, sin duda es La Hora Chanante porque es lo que nos deja meter un pie en la industria sin estar en absoluto capacitados para ello (risas). Esto es lo que nos permitió empezar a jugar.
Otro hito claramente importante en mi carrera fue conocer a Álex de la Iglesia, por supuesto. En el año 2007 o 2008 yo colaboraba en un programa de radio de la SER donde comentaba películas de estreno. Un día me dijeron que habían llevado a Álex de la Iglesia a una entrevista en otro programa, que me había visto a través de la pecera y que quería hablar contigo.
Pensé que alguno de mis comentarios sobre sus películas no le había gustado, pero no, lo cierto es que lo que quería era ofrecerme un papel para una serie que estaba preparando, Plutón BRB Nero. Esa fue mi primera colaboración con él. Después de esa han venido muchas más, entre ellas la que ha sido la película más importante de mi carrera, Balada triste de trompeta, que me situó en el mapa para la industria y, en segundo lugar, porque me permitió conocer a Tarantino, que es también es un gran puntal dentro de mi trayectoria.
P.– ¿Cómo fue conocer a Quentin Tarantino?
R.– Fuimos al Festival de Venecia con Balada triste de trompeta y ese año el presidente del jurado era él. Durante el pase de la película en el festival, cuando terminó la proyección, toda la gente que estaba allí se levantó a aplaudir. Pero el que lo hacía más enfebrecido de todos era Tarantino. Ahí estaba yo, recibiendo aplausos del actor y director estadounidense, eso no se paga con dinero. Me imagino que, en circunstancias normales, el presidente del jurado tiene que disimular y hasta que no ha visto todas las películas tiene que guardar un cierto decoro, pero estoy muy agradecido de que Tarantino no se lo guardara y que demostrara de una manera tan efusiva y pública lo mucho que le había emocionado la película. De hecho, nos llevamos dos premios, Mejor Dirección y Mejor Guion. Y creo que se debe, en parte, a él.
P.– ¿Cuál sería el siguiente hito de su carrera?
R.– Quizá sea mi entrada en La que se avecina. Yo venía de trabajar para un público que veía programas de culto, pero mi salto al mainstream más generalista vino de la mano de los hermanos Alberto y Laura Caballero (creadores de la serie de Telecinco, de El Pueblo, de Machos Alfa…). Y, por suerte, han tenido a bien contar conmigo en todas las producciones que han hecho hasta el momento.
P.– ¿En la calle, cuando alguien le reconoce y le pide una foto, en qué proyecto le ubican más?
R.– Lo normal es que sea por La que se avecina o por El Pueblo. Hay algún nostálgico que te habla de La Hora Chanante y también, muy a menudo, por Ojete Calor. Digamos que esas son en las que más me reconoce la gente.
Generalmente, cuando alguien se acerca, según por las pintas que lleve ya puedo saber de cuál ellas es fan. Si es un público mainstream tengo clarísimo que me va a hablar de La que se avecina. Si es algún joven intersexual o fluido, es muy probable que me hable de Ojete Calor. Y si es un tío ya entrado largamente en los 40, pero con aspecto de no haber querido dejar todavía atrás su juventud, generalmente viene a hablarte de La Hora Chanante o de Muchachada Nui (risas).
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La nueva temporada de 'El Pueblo'
Areces ha encontrado en su personaje de El Pueblo (serie que emite Telecinco los miércoles a las 23:00 horas) Juan José Soler, el constructor fracasado y salpicado por el Caso Gürtel que termina en un pueblo perdido de Soria, uno de los papeles que más reconocimiento le han dado y, también, uno de sus favoritos.
El actor se encuentra en la actualidad en la grabación de la nueva temporada de La que se avecina dando vida a Agustín, pero todavía tiene frescos en la memoria los recuerdos de la grabación y las novedades de la tercera temporada de El Pueblo.
P.– ¿Qué le sucede a Juanjo en esta nueva temporada?
R.– Mi personaje, una vez más, tiene un plan maravilloso para conseguir el estatus que perdió en la primera temporada de constructor con dinero, y buscará desesperadamente la posición económica que cree que merece. Vive unas divertidas aventuras y veremos cómo acaba.
P.– ¿Cómo es trabajar con María Hervás?
R.– Estoy con ella en todas las tramas de El Pueblo y, la verdad, es que no hay mayor placer profesional que poder trabajar con María Hervás, que da vida a Amaya. Es una suerte porque, cuando coincides con alguien con el que te llevas bien es genial, sobre todo en un trabajo en el que al final compartes tanta intimidad como es ser pareja en la ficción.
P.– ¿Por qué su personaje es tan dependiente de Amaya?
R.– Las relaciones de pareja crean dependencia y, a veces, esa dependencia no es sana. ¿En qué momento hemos llegado a considerar que estamos mejor mal acompañados que solos? Yo creo que, en el fondo, parece que en muchos aspectos, Amaya y Juanjo solo se tienen el uno al otro.
P.– Pero Juanjo ignora a Pelayo (Nicolás Mota), su hijo.
R.– Juanjo no es el padre del año (risas), para eso están las películas familiares. ¿Qué hay más divertido que ver a un padre desnaturalizado que no siente ningún interés por su vástago?
P.– ¿Qué es lo que más le gusta de Juanjo? ¿Y lo que menos?
R.– Como si a los actores nos tuviera que gustar algo de los personajes que hacemos... Hay algunos de los que no te gusta nada, pero incluso en los más dañinos y en los más mezquinos, sí que considero que es útil para tu trabajo conectar de alguna manera con él, incluso aunque estemos hablando de un asesino. Hay que tener en cuenta que, al final, en el momento en el que tú los interpretas, se convierten en un personaje de ficción. Tienes que entender la motivación del personaje porque desde la interpretación no se debería juzgar los valores éticos del mismo, lo que tienes que hacer es resultar creíble.
Dicho esto, Juanjo, evidentemente, es un personaje muy negativo, por eso a mí me resulta tan divertido interpretarlo. Pero con eso y con todo su egoísmo, con toda su mezquindad, con todos sus intereses desalmados y creados para trepar sobre los demás... Pero aparte de todo eso que es lo negativo, Juanjo tiene una virtud que me parece admirable, y es su capacidad para levantarse después de cada golpe. Si hubiera karma sólo por el esfuerzo invertido, debería recuperar algo. No conoce el desánimo porque se ha visto involucrado en un montón de problemas, pero el tío siempre tiene una idea para intentar resurgir de sus cenizas. Reconozco que me provoca envidia.
P.– También es Agustín en La que se avecina…
R.– Me lo paso muy bien haciendo a ambos personajes. Con Agustín tengo muchas posibilidades al ser el doctor García Baquero, don Simón, Margaret Astor, Massimo Dutti... aunque es un ser más castrado socialmente que Juanjo. Me gusta más mi personaje en El Pueblo porque es más taimado, más mezquino, pero también más astuto que el de La que se avecina. Además, Juanjo tiene mucho más protagonismo que Agustín.
La formación de Ojete Calor
Entre rodaje y rodaje, Areces también tiene tiempo para viajar por toda España junto a Aníbal Gómez para dar conciertos de su grupo, Ojete Calor. Llevan casi 20 años en la carretera actuando en los lugares más insospechados, con algún amago de disolución, pero sus últimos éxitos les han llevado a congregar en el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid a más de 12.000 personas.
“Para nosotros el proceso ha sido tan paulatino que prácticamente no nos hemos dado cuenta. Yo sé que para mucha gente hemos entrado en su vida porque un grupo que se llama Ojete Calor ha llenado el WiZink Center, pero es que nosotros empezamos hace 18 años”, comenta el actor.
P.– ¿Cómo surgió su alianza con Aníbal Gómez para formar Ojete Calor?
R.– El nombre se nos ocurrió en un local en Madrid que se llamaba Doña Pepita, donde tomabas un mini de cerveza o calimocho y te ponían unas croquetas muy baratitas. Era un sitio enorme, laberíntico, maravilloso, que yo echo mucho de menos, por cierto. Un día allí sentado con Aníbal y más gente pensamos en el mejor nombre que un grupo podría tener. Y cuando por fin surgió Ojete Calor, nos meamos de risa y pensamos en montar uno con ese nombre. Aquel mismo día diseñamos cómo sería la portada del CD, la lista de canciones que traería que, por supuesto, luego no tuvo nada que ver con el real cuando hicimos el primer álbum.
P.– ¿Cuándo fue su primera actuación?
R.– Aquel día nos divertimos mucho y para mí la cosa se quedó ahí. Pero una semana más tarde, Aníbal apareció con un CD, me contó que había hecho una maqueta para Ojete Calor y pensé: “¡Ah! Que va en serio esto, pero que vamos a cantar…”. Me dijo que tenía una base hecha y que íbamos a hacer un concierto en las fiestas de su pueblo. Llegamos allí sin nada, sin ensayar y sin ninguno de los referentes que ahora tiene el grupo como las gafas o el bigote. De hecho, íbamos con pelucas.
Es verdad que Aníbal había tenido infinidad de grupos a lo largo de su vida que montaba con sus amigos y que, por supuesto, luego no llegaban a ningún lado porque en el momento en que se cruzaban unos estudios o un cierto sentido del pudor, la gente iba abandonando los grupos. El que más se empeñó y más ganas tenía era él. Aníbal tiene cierto nivel musical al tener conocimientos de guitarra y piano. Yo no sé tocar ni un solo instrumento.
Pero bueno, como Aníbal tenía esa base montada con su ordenador con una canción homónima que se llamaba Ojete Calor, fuimos a cantarla a las fiestas de su pueblo, Villanueva de la Jara. A mitad de la canción saltó el CD y no pudimos continuar. Así terminó nuestra primera actuación, que duró un minuto y medio, pero nos aplaudieron porque era el pueblo de Aníbal y lo hicieron por pura educación. Te aseguro que lo que nosotros hicimos allí era bochornoso (risas), no se sostiene ni desde el underground ni desde el punk.
El caso es que allí también estaba invitado Joaquín Reyes porque iba a hacer un monólogo, y como tiene ese perturbado sentido del humor, encontró aquello muy divertido. Un tiempo después se hizo una fiesta y un encuentro con los fans con actuaciones para celebrar los 50 programas de La Hora Chanante, Joaquín nos pidió que actuáramos como Ojete Calor porque él tenía en el recuerdo esa actuación bochornosa y absolutamente dantesca e incómoda.
Nosotros dijimos que sí, pero ya habíamos desarrollado un poquito de sentido del ridículo y decidimos no presentarnos de la misma manera, con las mismas pintas que en la anterior ocasión. Preparamos una maqueta de cinco canciones y tocamos con unos trajes que nos habíamos comprado en una tienda de segunda mano en Nueva York: Aníbal con una chaqueta de lentejuelas roja y yo, con un traje blanco de niña de la época victoriana en el que, por supuesto, como te puedes imaginar, no cabía. Me lo pude poner gracias a un amigo costurero que pudo ensanchar el vestido para que yo, sobre todo en los últimos años, cupiera dentro.
P.– ¿Y de ese concierto salieron más?
R.– En ese nos vio el director del programa Noche sin Tregua, de Paramount Comedy, y que presentaba un jovencísimo Dani Mateo. Nos contrataron, fuimos cinco veces y nos quedamos sin canciones, por lo que tuvimos que crear más solo para poder seguir yendo allí y seguir cobrando.
Después nos surgió un festival que se llamaba Espontani, para entonces ya habíamos generado un número de canciones como para llenar un tiempo prudente de concierto. Poco a poco nos fueron llamando de más sitios, aunque el camino no fue de color de rosa, los comienzos fueron duros porque actuamos en sitios del submundo del panorama de tecnopop absurdo y completamente marginal. Y claro, cobrábamos poco, pero no solo eso, sino que había veces que el público no estaba a favor de obra.
P.– También tuvieron un momento de crisis…
R.– Hubo una situación clave que hizo que estuviera a punto de disolverse el grupo. Fue una actuación en Valencia, donde yo temí por mi vida, nos tiraron de todo al escenario. Fue tan violento que en ese momento le dije a Aníbal que no me compensaba en absoluto. Me parecía divertido, a veces, pero los viajes, el trayecto, el tener que quedarte a dormir en casa de colegas en el suelo para luego encima temer por mi vida, yo eso no lo quería.
Ahí hubo una crisis fuerte de Ojete Calor. Además, a mí me empezaban a salir ya algunos trabajitos, tampoco grandes cosas, pero lo suficiente para poder mantenerme. Para mí, en ese momento, el grupo era más una molestia que otra cosa. Aníbal estuvo un tiempo insistiendo para que siguiéramos con los conciertos y yo anulaba todos los que podía porque me iba aumentando el trabajo como actor, que me gustaba más que tener que estar viajando y haciendo bolos.
P.– ¿Y cómo les llegó el reconocimiento nacional?
R.– De repente, a lo tonto sacamos un disco. No tuvo una gran repercusión, aunque dentro de cierto ambiente sí se nos empezaba a conocer- Teníamos tres canciones que eran un poco más conocidas, las favoritas para el público y las que mejor funcionaban… Sin embargo, con Viejoven lo petamos a otro nivel. De repente nos llamaban más de sitios más grandes, la gente nos conocía más… Desde ese en Doña Pepita hasta cantar para 12.000 personas en el WiZink Center han pasado 18 años. De minuto y medio en el pueblo de Aníbal a más de dos horas en Madrid.
Es más, María Hervás hace un guiño en la cuarta temporada de El Pueblo a la canción Mocatriz (modelo, cantante y actriz), pero ella dice que Amaya, su personaje, es guiditriz: guionista, directora y actriz. También había una mención al grupo en un capítulo de La que se avecina, porque, en un momento dado, hay alguien buscando contratar a unos músicos para una fiesta de cumpleaños y alguien sugiere Ojete Calor. Es el personaje de Agustín (el suyo) el que dice no, que esos son muy caros y no los conoce nadie (risas). Georgina también lo dice en su el reality de Netflix, se autodenomina Mocatriz e, incluso, suena nuestro tema en el programa.