Tiene 47 años, nació en Madrid pero desde su infancia ha vivido en Galicia y, desde la pandemia, su hogar está en una furgoneta. Este fotógrafo y productor audiovisual ha encontrado en el vehículo todo lo que quiere para su vida. La furgoneta camperizada de Daniel Almeida es su casa y, a la par, lo que le lleva a seguir viviendo cerca de la naturaleza que tanta ilusión le aporta en su día a día. No para quieto, eso sí. Vive en muchos sitios a la vez, pero siempre sobre cuatro ruedas. Esta experiencia le ha granjeado desde dormir a los pies de la Torre Eiffel hasta sufrir varios intentos de robo mientras él estaba dentro del vehículo.
"Yo tengo furgoneta desde hace muchos años porque soy surfista y siempre me ha gustado mucho la naturaleza", explica. Lo que no se imaginaba es que la llegada de la crisis sanitaria del coronavirus le hiciera dar ese salto al vacío, como él mismo lo llama, para emprender esta nueva andadura en su vida que ya tiene un recorrido de tres años. "Decidí dejar atrás una casa y terminar de equipar mi furgoneta para poder vivir en ella", continúa.
Tampoco tuvo que hacer nada demasiado complicado, pero sí instaló una ducha de agua caliente porque el invierno gallego es demasiado duro. Con dos únicos asientos en la parte de delante, el vehículo deja un espacioso habitáculo detrás para la cama, un espacio en el que poder sentarse, y un mueble cocina. "Además tengo enchufes de 220 voltios para poder trabajar con el ordenador", una herramienta imprescindible para el desempeño profesional de Almeida. Lo único que echa en falta, es cierto, es una lavadora propia, pero tampoco es algo imprescindible. "Hoy en día hay muchas lavanderías de autoservicio, así que no es ningún problema", en sus propios términos.
Decidió seguir empadronado en la última casa en la que estuvo. "Si voy al Ayuntamiento y les digo que vivo en una plaza de parking en la playa se echarían las manos a la cabeza", dice irónicamente. Tiene todo controlado. Sabe bien que acampar sí está prohibido, pero no pernoctar. Es decir, puede dormir dentro de la furgoneta sin sacar sillas, mesas o toldos al espacio público.
Respecto a las notificaciones que suelen llegar por correo postal, Almeida tiene un gestor que se encarga de ello. “Y por culpa de la Covid se ha vuelto todo telemático, si lo piensas, y la Administración no ha sido menos, así que eso tampoco me preocupa”, afirma con tranquilidad.
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Los servicios básicos, suplidos
Diferente es cuando decide irse a las montañas, donde dice no molestar a nadie como para no cocinar fuera de la furgoneta o descansar en una silla. "Vivo en Galicia y aquí hay tomas de agua y fuentes por todas partes. Además, los ayuntamientos siempre tienen una zona habilitada de caravanas donde puedes llenarla de aguas limpias y vaciar las aguas sucias", remarca el protagonista de esta historia que suele renovar el agua cada cuatro o cinco días.
La electricidad tampoco es óbice para Almeida, cuyo ordenador es el aparato que más consume. "Puse un sistema de doble batería, así que simplemente a través del alternador del motor se produce la electricidad suficiente para recargarlas y poder trabajar, iluminarme y para la ducha. La cocina es de gas y el agua caliente la consigo mediante una caldera de gas butano, que no consume prácticamente energía", se explaya comentando la instalación de la furgoneta.
Su mayor gasto es el combustible como parte de sus gastos fijos, a los que se suman la línea telefónica móvil y un prorrateo anual que él mismo realiza de gastos en reparaciones. "Es un modo de vida que ocasiona pocos gastos. Me puedo dejar en torno a unos 300 euros al mes".
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Un salto al vacío tras el coronavirus
Todo esto tuvo su génesis con la llegada de la pandemia, cuando las empresas grandes y pequeñas para las que solía trabajar como autónomo paralizaron su actividad. Por eso, como medio de ingreso y sustento Almeida se volcó en la misma actividad que le vio nacer como fotógrafo y autodidacta, el mundo del surf.
Tal y como él mismo cuenta, recorrió todas las playas que ya frecuentaba y empecé a hacer fotografías a los surfistas y venderlas a través de una página web. La paulatina apertura de las empresas hizo que, meses más tarde, ya pudiera compaginar las dos actividades.
A nivel social tampoco ha encontrado demasiados problemas: "Todos los que decidimos vivir así estamos un poco conectados y mi entorno más cercano lo conoce y sabe que me gustaba llevar este modo de vida", dice al respecto. Aunque no tiene demasiadas anécdotas ligadas a esta cuestión, a Almeida no se le olvida lo que le pasó una noche en la que el termómetro marcaba 0 grados centígrados. "Volvía de hacer una ruta y me pegué una ducha, cerca de la playa, al aire libre. Un vecino de un edificio de en frente me vio y de la empatía y la cosa que le dio me ofreció subir a su casa a ducharme", relata. Le dijo que era con agua caliente y ahí se quedó la cosa.
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De dormir en la Torre Eiffel a intentos de robo
Almeida encuentra muchas más ventajas que impedimentos a la hora de llevar esta vida. Su furgoneta, de tamaño medio, le permite entrar en todos los sitios y dormir en cualquier lugar pasando desapercibido. "Yo he estado durmiendo al lado de la Torre Eiffel, en los alrededores de Venecia, en la Toscana, cerca de castillos alemanes… Me encanta", enfatiza.
En estos tres años en los que su vida gira en torno a la furgoneta, convertida en casa, también han sucedido algunos incidentes desagradables, aunque no fueron a mayores. "Una vez me intentaron robar pero yo apenas me enteré, vieron que había alguien dentro y se fueron", describe la experiencia.
Algo diferente fue la que siguió a esta. Tal y como él mismo relata, estaba durmiendo en la furgoneta cuando su perro escuchó acercarse a varias personas. Se preparó. “En cuanto echaron mano de la cerradura, abrí la puerta y les di un pequeño susto. Se podría decir que yo no soy un tipo precisamente pequeño”, en sus palabras.
Sin frenos para su trabajo
Al principio, Almeida también estaba acompañado de este perro, una suerte de guardián. Lamentablemente, el animal falleció en enero. “Tenía que tener cuidado con que no se quedara solo mucho tiempo o aparcar siempre a la sombra para que no pasara calor, y dedicaba mucho tiempo libre a él, pero mi modo de vida es muy compatible con ello, así que tampoco suponía ningún problema”, aduce un Almeida que ahora afirma tener más tiempo para hacer más cosas diferentes.
Vivir en una furgoneta le permite dormir a escasos metros de la localización en la que tiene que desarrollar su actividad laboral. En otros casos, si tuviera que coger un avión, la aparca en el propio aeropuerto. No hay barreras ni frenos para él.
Si tuviera que elegir algún sitio preferido, Almeida se decanta por las Rías Altas gallegas, la zona de la Costa da Morte y Ferrol. También es de montaña, así que se decanta por Los Ancares y los Picos de Europa. “Yo no te puedo decir si voy a estar así toda mi vida, pero estoy súper contento de la forma en la que vivo y tengo planes para cambiar a un vehículo más grande. Animo a todo aquel que tenga miedo a cambiar su estilo de vida, porque son dos días y este tipo de saltos al vacío son enriquecedores en muchos sentidos”, concluye el fotógrafo.