Luis y Gabriel Fonseca son hermanos y los dos tienen altas capacidades intelectuales. Así lo acreditan los informes de evaluación, tanto privados como públicos, practicados a estos dos niños aragoneses que tan sólo acumulan 11 y ocho años. Su vida, no obstante, no ha sido nada fácil, pues los menores han tenido “algunas dificultades de socialización con otros niños”. Sus gustos o aficiones a veces no concuerdan con las demás personas de su edad, lo que le puede generar sensación de “soledad”. Su avance mental provoca muchas veces “incomprensión”.
“Como padres, hemos vivido esta situación con frustración e incomprensión, porque nuestros hijos tienen unas necesidades educativas especiales y muchas veces las instituciones o el colegio no nos han puesto las cosas fáciles”, cuenta a EL ESPAÑOL Lorena Pereyra (Zaragoza, 1977), la madre de los dos pequeños. Ella nunca se evaluó, pero siempre ha sido una estudiante de “alto rendimiento”, lo que le hace sospechar que a lo mejor tiene altas capacidades. Pero para esta psiquiatra eso es ya lo de menos. Ahora lucha, junto a su marido, para que sus dos niños reciban una educación adecuada a sus altas capacidades, acorde con los “retos” que deberían tener sus hijos. Los dos se sinceran. A continuación, habla él.
Respuesta.– Cuando nos dijeron que mis niños tenían altas capacidades intelectuales me dio tristeza.
Pregunta.– ¿Por qué?
R.– Porque en esta vida la inteligencia es inversamente proporcional a la felicidad y me dio miedo que mis hijos pudieran sentirse solos e incomprendidos.
Estas palabras las firma Cherpentier Fonseca (Bucaramanga, Colombia, 1977), el padre de esta familia de Teruel con dos niños con altas capacidades intelectuales reconocidas por las instituciones. Sabe de lo que habla, pues él mismo ha sentido esa sensación de “soledad” pese a que nunca le evaluaron. “Ten en cuenta que en los 70 y 80 no evaluaban a los niños, pero viendo esto con retrospectiva puedo decir que no tuve una niñez del todo feliz. Estaba solo, porque no me gustaba jugar al fútbol, por ejemplo, así que me dedicaba a leer y me llevaba con niños tres o cuatro años mayores que yo”, recuerda este médico internista a quien adelantaron cursos en el colegio, pues siempre ha estado por encima de la media.
Y ahí radica su miedo. A que sus hijos puedan sentirse igual que él se sintió. Eso sí, tanto Lorena como Cherpentier dicen que sus hijos son “maravillosos” y que se sienten “muy orgullosos de ellos”. Eso no quita, sin embargo, que se sientan preocupados porque “nunca les han dado la oportunidad de una flexibilización –adelantamiento de curso– o una aceleración de contenidos” a pesar de que los dos niños han sido evaluados a nivel público como personas con altas capacidades. El resultado de no atenderlos debidamente: aburrimiento y frustración de Luis y Gabriel en clase y nerviosismo al volver a casa. “Ellos necesitan retos”, resume Lorena.
Este drama, sin embargo, no sólo les afecta a estos niños turolenses, sino también a casi 41.000 menores con altas capacidades –anteriormente conocidos como superdotados– identificados en toda España, según los últimos datos recogidos por el Ministerio de Educación y Formación Profesional. “Pero hay más, porque el propio Ministerio dice que el 10 % de la población española tiene altas capacidades, lo que significa que hay 4,8 millones de personas que las tienen. En el caso de los menores, hay unos 820.000 niños, pues la población escolarizada es de 8,2 millones”, explica a este diario Beatriz Urriés, vicepresidenta de la Asociación Sin Límites Aragón.
El desfase entre las cifras oficiales y lo que sostienen los especialistas en altas capacidades, de esta forma, es muy importante. Se debe, en buena parte, a que muchos orientadores escolares, bien por exceso de trabajo; bien por falta de profesionalidad, evitan evaluar a los menores con altas capacidades “porque no son su prioridad”, explica Urriés. En el caso de la familia Fonseca se ha traducido en que, por ejemplo, Lorena y Cherpentier estuvieron batallando tres años para que evaluaran a su hijo Luis. Fue un proceso largo y complejo y, ni con él resuelto, el niño ha podido flexibilizar o acelerar sus estudios.
[La "dura" vida de la familia Gimeno con altas capacidades: "La gente no acepta la diversidad"]
El caso de Luis Fonseca
Pero volvamos al principio, cuando el mayor de los hermanos Fonseca acababa de nacer. “Mi hijo Luis fue prematuro. Nació con 31 semanas, por lo que al principio estábamos muy pendientes de su desarrollo. Es más, le costó aprender a hablar. Pero cuando aprendió, podías mantener una conversación con él muy elaborada. Además, cuando estaba en la escuela infantil tenía mucho apoyo de atención temprana y al empezar el colegio con tres años sabía incluso leer y escribir”, recuerda Lorena, la madre de familia.
Pese a todo, a estos padres siempre les interesó que sus hijos pudieran “enriquecerse” más allá de las fronteras del colegio. Por ello, Cherpentier y Lorena apuntaron a Luis a una academia. El motivo: “en la escuela infantil Luis recibía apoyo, pero en el colegio no lo vieron necesario”. Fue en ese contexto, en el de la academia, cuando una psicóloga le dijo a Lorena: “¿Tú hijo no tiene altas capacidades?”. Luis no llegaba a los cinco años.
“A mí me sonó un poco a chino. Desconocía bastante ese mundo. Lo que sí ocurría es que Luis tenía dificultades para relacionarse en el colegio, sobre todo con los chicos. Con las chicas menos. Ellas eran más afines a él, porque, por ejemplo, a mi hijo nunca le gustó jugar al fútbol”, ejemplifica esta madre de familia. En ese momento, los padres de Luis conocieron la asociación de Sin Límites Aragón, especializada en personas con altas capacidades intelectuales.
“Al principio me daba mucho pudor, porque yo veía a mi hijo normal”, cuenta Lorena, “Pero Carmen, de la asociación, fue muy agradable conmigo y me dijo: ‘¿Y si supieras que tu hijo tiene problemas, qué harías? Imagino que ayudarlo y no mantenerlo oculto’. Eso me hizo pensar, pero el paso definitivo para que evaluásemos a mi hijo fue tras una Feria del Libro. A él le gustaba mucho leer y leyó un libro llamado El Monstruo Rosa, que va de un mundo en el que un monstruo rosa estaba solo y rodeado de otros seres diferentes. Luis me dijo que se sentía así y yo me acongojé”, recuerda Lorena.
[La complicada vida de los Fernández, la familia de 4 miembros con altas capacidades intelectuales]
La evaluación de Luis
Había llegado el momento. Luis tenía que ser evaluado, según la opinión de sus padres. “Mi marido era más escéptico y fui yo la que pensé que tenía que hacer algo. Fui a hablar con la tutora y ella me dijo que no, que Luis era un niño normal, impulsivo, más de la cuenta. Y que yo era una madre perfeccionista y exigente. Que lo apuntase a deportes de equipo”, continúa esta madre. La incomprensión nacía en el alma de los Fonseca, pero ellos no cejaron en su empeño de luchar por Luis.
Fue evaluado con seis años y, efectivamente, el informe privado dictaminó que Luis tenía altas capacidades intelectuales con talento complejo. Quizá fue un golpe para su padre, Cherpentier, porque rememoró la “soledad” de su infancia. “Cuando eres un pequeño, con gustos como la lectura, eso puede alejarte del resto. Yo con siete años ya leía los clásicos de Homero: La Ilíada, La Odisea o los libros de Gabriel García Márquez. Quería comentarlos con gente de mi edad, pero no le interesaba a nadie. Además, cuando uno lee tanto aumenta el léxico de manera abismal y eso provocaba que le cayese mal a mis compañeros y que para los adultos fuera un presumido. Al final te sientes solo”, recuerda el padre de los Fonseca.
Por eso le dio tristeza enterarse de que su primogénito tuviera altas capacidades. Pero, por suerte, Luis y Gabriel tienen a sus padres. “Hablamos mucho con ellos y yo procuro estimularlos. Siempre les digo que lo bueno de vivir en el presente es que existe Internet y uno puede ser autodidacta. Cuando les interesa un tema les digo ‘bueno, pues investiguemos sobre ello’. Y lo hacemos. Eso sí, siempre acudiendo a fuentes de información fiables como estudios científicos, etc.”, continúa Cherpentier.
Volviendo al caso de Luis, los padres del menor llevaron el informe privado al colegio, al CEIP La Fuenfresca de Teruel. “Y lo que hicieron fue darnos largas a la hora de practicarle a Luis una evaluación pública, que es la única que vale a su juicio”, dice Lorena. Entretanto, Luis seguía con problemas para socializar, se aburría en clase por los contenidos poco estimulantes que le enseñaban y, sobre todo, por su incesante repetición. Así transcurrieron los años hasta que llegó tercero de Primaria. Con nueve años y tras tres años de lucha, Luis fue evaluado a nivel público. Quedaron acreditadas sus altas capacidades intelectuales.
Lorena y Cherpentier pensaban que eso sería lo que motivase al centro para adaptarse a las necesidades educativas de Luis. No ha sido así. El pequeño acaba de terminar sexto, y nunca le han dado la posibilidad de “flexibilizar” o “acelerarlo académicamente”. “Lo único que han hecho ha sido incluirlo en un grupo que salía del colegio dos horas y media a la semana a estudiar otras cosas, pero tras la pandemia el tiempo se ha ido reduciendo y perdiendo la calidad de los contenidos que estudias en dicho grupo. Además, los orientadores del colegio han estado sin hablar con nosotros al menos tres años, así que ni siquiera sabemos a ciencia cierta qué estudian en el grupo”, sentencia la madre.
[La 'difícil' vida de la familia con niños con altas capacidades: "No es fácil educarlos en España"]
Gabriel, el pequeño
Con Gabriel, el menor de los Fonseca que tiene ocho años, las cosas han sido distintas. ¿Por qué? Porque Lorena y Cherpentier tenían ya algo de experiencia. Por ello, decidieron no demorar en exceso evaluarlo a nivel privado. Y es que “es frecuente que en una familia haya varios hermanos con altas capacidades. Hay un factor genético”, explica Beatriz Urriés de Sin Límites Aragón. De ahí que Gabriel, cuando estaba en tercero de infantil –y teniendo en cuenta que superaba la media–, fue evaluado. “Los resultados salieron inconclusos, por lo que los psicólogos nos recomendaron esperar unos años para volver a evaluarle”, dice Lorena.
Los repitieron cuando el pequeño estaba en segundo de Primaria y el resultado fue que Gabriel tenía altas capacidades intelectuales. También lo dictaminaba el informe público. “Gabriel también ha sido incluido en el grupo, pero no le han dado posibilidad ni de flexibilizar ni de acelerar académicamente”.
P.– ¿Qué piensa como madre sobre cómo aborda el sistema la educación de los niños con altas capacidades intelectuales?
R.– Creo que el problema es que los centros no lo abordan de la forma más adecuada. Y a veces no barajan la opción de flexibilizar o de acelerar académicamente a un alumno. Esto supone una barrera y límites para el talento. Tanto para el talento individual como social. Como madre, me preocupa que no se atienda bien a estos niños, generándoles sensación de desconexión con los demás, baja autoestima, frustración... Lo que más me preocupa es que a nivel emocional pueden generar daños a estos niños que no son capaces de entender, comprender y valorarse porque son muy niños. Por ello, veo la necesidad de que haya más recursos, más orientadores…