Así viví las elecciones del 23J desde una mesa electoral: a 40 ºC durante más de 16 horas
Las botellas frías se quedaban calientes pasados unos minutos y los ventiladores tan solo movían un calor que no paraba de crecer en el interior del colegio electoral.
24 julio, 2023 04:35Entre las paredes del colegio del Vicente Aleixandre, en Alcorcón, estaban preparadas las mesas electorales donde iban a acudir los electores para votar en la jornada de este 23 de julio. Las mismas a las que acudido desde que cumplí la mayoría de edad, justo hace 10 años. Solo que no iba a ser solo como votante. Esta vez debía ejercer como presidenta.
Desde las ocho de la mañana ya había un protagonista indiscutible: el calor. Los ventiladores comenzaron a funcionar antes incluso de que los votantes más madrugadores hicieran acto de presencia. Conforme pasaban las horas, la temperatura que alcanzaba el colegio electoral crecía.
El momento culmen de la jornada comenzó a las 11:30 horas de la mañana. Los vecinos de mi distrito censal comenzaron a hacer una cola interminable que salía del propio edificio del colegio y serpenteaba por sus alrededores a pleno sol. Desde la mesa electoral, veía cómo la gente llegaba cansada. Sobre todo la gente mayor, que en ocasiones hacían uso de las sillas habilitadas para los interventores porque les costaba mantenerse mucho tiempo en pie.
Los abanicos, cada vez más, copaban las manos de los asistentes, que apenas tenían facilidad para sujetar además el documento de identidad y las papeletas. Y, mientras tanto, los ventiladores, lejos de aliviar, movían un calor que estaba empezando a ser agobiante. En las horas centrales del día, el interior del colegio electoral era un auténtico horno a más de 40 grados.
"¿Qué pasa en vuestra mesa? ¿Regaláis algo?", preguntaban con sorna algunos de los votantes al llegar a la urna. Las botellas que teníamos -tanto los dos vocales que me acompañaban como yo- nos las ofrecía el personal de administración presente, pero en seguida se quedaban calientes. Y, entre trago y trago, sonreíamos y buscábamos explicaciones como ellos.
Teníamos 944 censados, la mayor cifra de todo el colegio y el doble de lo que suele ser habitual en este distrito."No han podido dividirla en dos porque no llegáis a 1.000", comentaba uno de los funcionarios. "Hemos trasladado una queja a la Junta Electoral local", decía para calmarnos. Pero el calor apretaba y la cola de votantes, de nuevo, se hacía interminable. Y, de nuevo, más botellas frías. Apenas tardaban unos minutos en quedarse calientes.
No faltaban las palabras de ánimo. La empatía de quienes habían pasado por la misma situación, pero con la comprensión de que la fecha de la jornada electoral subía de nivel el agotamiento. Muchos se iban de vacaciones nada más votar, con la alegría de quien se visualiza sosteniendo un mojito a la orilla del mar. "Muchas gracias, ¡y ánimo! Ya os queda menos", decían.
La tarde fue más tranquila. Los apoderados de los partidos se acercaban de vez en cuando para conocer la cifra de participación y apenas se formaban colas en el colegio electoral, aunque el goteo de rezagados era constante. Las urnas se llenaban hasta tal punto que a unos minutos del cierre de la votación costaba deslizarlas por la ranura. La participación estaba siendo alta. De los más de 940 electores de mi mesa, votaron más de 650 tanto al Congreso de los Diputados como al Senado.
Una vez cerrada la votación, a las 20:00 horas, tocaba revisar el voto por correo. Otros 120 más que añadir a las urnas. Los funcionarios llegaban con más agua fría a nuestra mesa y, mientras las botellas se acumulaban a un lado, los ventiladores comenzaban a hacer amagos de volar algunas de las hojas que teníamos. Quedaba trabajo por delante.
Una vez revisado el voto por correo y depositado nuestro propio voto, llegaba el momento de abrir las urnas. "Deberíais apagar los ventiladores, porque ahora hay que tener cuidado con las papeletas. Se pueden volar", comentó uno de los funcionarios presentes en el colegio.
Lo apagamos, pero en seguida el calor empezó a hacerse insoportable. Volvían las botellas de agua fría. Y volvíamos a acumular más vacías sobre la mesa.
Mientras el resto avanzaba con el recuento de votos, eran pasadas las 12:00 horas y aún faltaba conocer tres cuartas partes de los del Senado. A medida que pasaba el tiempo, el cansancio se acumulaba y el calor lo exacerbaba aún más. Hacía mejor temperatura fuera que en el propio colegio electoral. "No puedo más, voy a encender el ventilador", comentó una de las vocales de mi mesa. Pero, de nuevo, solo movía el calor.
Pasadas 17 horas, mi mesa era la última del colegio electoral. Seguíamos contando votos. Solo quedaban los apoderados de los partidos que se repartían por las sillas de alrededor esperando a que acabásemos. Después, se dirigían a la sede de sus partidos para trasladarles una copia de las actas de sesión y escrutinio.
Preparados los sobres con toda la documentación electoral y los resultados, solo quedaba acercarlos a los juzgados. A pesar de lo que indica el manual de las elecciones, la Policía Nacional no nos escoltó hasta los juzgados. Una vez allí, entramos en un edificio de aires ochentero y, al final de un pasillo gris, en una habitación con las puertas abiertas, nos esperaba la jueza acompañada de varias personas más. Tomaron nota, sellaron la entrega y se despidieron.
"No sois los últimos", me comentó la magistrada. Ella acababa a las cinco de la mañana. Salimos y el calor que habíamos pasado en el Vicente Aleixandre se había disipado. O, al menos, no era tan agobiante. La jornada, la electoral y la veraniega, se había acabado.