Murcia

En la carta del restaurante de Pascual no hay sitio para el término bocadillo, bocata o montadito porque el rey es el bocadillón: un 'ejemplar' de 55 centímetros de longitud, relleno de manjares como el jamón ibérico, y que sería capaz de saciar el apetito del cinematográfico megalodón. "Lo de hacer bocadillos grandes surgió en plan broma", tal y como confiesa Pascual Andrés Navarro Parra, propietario del Restaurante Bocadillón en Puerto Lumbreras. Aunque las cifras de su negocio no son ninguna broma: cada semana vende 2.558 de sus famosos bocadillones que cotizan a entre 5 y 10 euros, lo que se traduce en más de 12.000 euros semanales.

"El buque insignia es el bocadillón de jamón serrano y tomate", subraya Pascual, echando la vista atrás a una carta que comenzó con 4 referencias de bocadillones y que ahora va por las 38. "Cada uno de los nombres de los bocadillones refleja una etapa de mi vida", remarca este hostelero que en su juventud aspiraba a ser arquitecto, pero que terminó montando un restaurante, sacándose el Grado de Gastronomía en la UCAM y dirigiendo la Escuela de Hostelería 'Eh!' que Cáritas tiene en Murcia.

"No me arrepiento de no haber estudiado arquitectura porque esta vida me ha aportado mucho más de lo que podía esperar", reflexiona Pascual Andrés Navarro Parra (Lorca, 1975), cuyo negocio va camino de cumplir tres décadas, gracias a unos bocadillones que en más de una ocasión se han viralizado en las redes sociales y cuya imagen todavía ocupa algún cartel de la Autovía del Mediterráneo, anunciando que solo en la salida 649 de la A-7, en la localidad murciana de Puerto Lumbreras, se pueden encontrar unos bocatas de más de medio metro de longitud.

El bocadillón 'Sones' de jamón serrano y tomate es el buque insignia de la carta del restaurante que regenta Pascual Navarro en Puerto Lumbreras. Restaurante Bocadillón

- ¿Cómo surgió la idea de montar el Restaurante Bocadillón?

- Pascual: Yo trabajaba todos los veranos como camarero y cuando terminé el instituto, mi padre, Andrés, me dijo que había visto el local de un taller que estaba al lado de la parada de las líneas de autobús y allí se podían vender bocadillos. Mi padre me preguntó: '¿Qué te parecería trabajar para ti este verano en vez de hacerlo para otra persona?' Le contesté que me gustaba la idea y alquiló el local para cuatro meses.

En plan broma surgió lo de hacer bocadillos grandes y ponerle el nombre de Bocadillón. Siempre digo que este negocio es como mi 'chiringuito': lo abrí para un verano y con la broma ya llevo aquí metido treinta años (risas).

El negocio subió la persiana en 1994 como El Bocadillón de Jamón: "Yo tenía 18 años recién cumplidos". Aquel taller de la avenida Juan Carlos I se convirtió en una venta, regentada por un joven Pascual, donde se podían comer bocadillos gigantes. Además, contaba con una tienda para vender embutido típico murciano y productos diversos, como los de higiene personal para los camioneros y los pasajeros de los autobuses que transitaban esa avenida: una arteria clave en las comunicaciones por carretera, entre la costa de Andalucía, la Región de Murcia, la Comunidad Valenciana y Cataluña.

"Puerto Lumbreras era una parada técnica para los autobuses", recuerda el hosteleroEl Bocadillón de Jamón era una venta atípica en los años noventa porque el modelo de negocio imitaba a los drugstore que Pascual conoció en Estados Unidos: abría 24 horas, tenía grifos de Coca-Cola, la tienda tenía más peso que el comedor… "En Miami conocí los drugstore porque mi padre, Andrés Navarro, era economista y cambiamos varias veces de residencia por su trabajo: Andalucía, Valencia, Barcelona...".

Tal bagaje vital, viajando "desde los dos años", le animó a dar un toque distinto a su negocio, pero la idea no cuajaba entre los clientes y este joven hostelero decidió pasar a la acción: "Mi inicio fue duro, así que en julio de 1994 se me ocurrió salir a la calle a repartir degustaciones gratuitas entre los pasajeros que llegaban en autobús y a raíz de eso hubo un boom". 

Pascual Andrés Navarro Parra haciéndose un selfie con su local completamente lleno. Restaurante Bocadillón

Entre los viajeros y los camioneros se corrió la voz de que en la parada de Puerto Lumbreras, al lado de la gasolinera, se levantaba la venta de El Bocadillón de Jamón donde vendían por solo 290 pesetas una 'flauta' de 55 centímetros. "El gancho fue servir un bocadillo de jamón, cortado a cuchillo, con tomate, y pan recién horneado, gracias a un acuerdo con la Panadería La Fuente para que me suministrase barras cada hora", según resume el hostelero -sobre la fórmula que le permitió ganar clientela-.

Ese bocadillón con sabor ibérico, bautizado como 'Sones', en honor al apodo de la familia de Pascual, sigue ocupando un puesto top de la carta desde hace 29 años y ahora cuesta 6 euros. "Es la niña bonita". A partir de aquel verano de los noventa, la carta comenzó a crecer con bocadillones no solo fríos, sino también calientes, además de introducir platos combinados. A los viajeros de la Autovía del Mediterráneo, se sumaron clientes jóvenes que ponían la guinda a sus noches de farra en El Bocadillón de Jamón, para saciar el apetito y que la resaca fuese más benévola al día siguiente.

"Como habría las 24 horas, todas las despedidas de soltero y las fiestas que se hacían por la zona siempre terminaban aquí", recuerda risueño. "A mi esposa, Elena Tomás, la conocí así. Ella suele decir que empezó comiendo en mi casa y se acabó casando conmigo".

- ¿Por qué motivo el bocadillón mide exactamente 55 centímetros?

- Pascual: En aquella época nos pusimos a buscar un bocadillo que fuese más grande de lo habitual y hablando con los panaderos nos dijeron que la llanda de la panadería medía 60 centímetros de largo, de modo que el pan no podía llegar a esa medida. Por una cuestión de logística debía medir 55 centímetros para entrar en la llanda.

Uno de los bocadillones ideados por Pascual Navarro. Restaurante Bocadillón

Tal medida se mantiene décadas después y fue el germen del primer eslogan publicitario de su negocio'55 centímetros de puro placer'. Y también de éxito, ya que Pascual Navarro avanza que el restaurante este año "ha superado el ritmo de ventas previo a la pandemia", con este hostelero siempre al pie del cañón: unas veces en la oficina, otras en la cocina, atendiendo a los clientes o dándole vueltas al coco para idear nuevos bocadillones. El último que se ha incorporado a la carta es el 'Hispano Suiza', a base de secreto ibérico, cocinado a baja temperatura y marcado en plancha, con salsa satay y cacahuete crujiente con grasa de jamón y pepinillo alemán.

- ¿Cómo decide los ingredientes de cada nuevo bocadillón?

- Pascual: Toda la carta la he diseñado yo, sentándome en la punta de la barra, a base de ensayo y error. El primer filtro lo paso yo y cuando veo que alguno tiene posibilidades, junto a la familia y a los trabajadores para dárselo a probar para conocer su opinión.

Cada comanda tarda en ser elaborada unos 45 segundos: "No puede llegar al minuto". En la cocina todos los ingredientes de los bocadillones están preparados, no para de hornearse pan y los 24 empleados del restaurante trabajan coordinados como la maquinaria de un reloj suizo, para garantizar la rotación de las mesas por la rapidez que llevan algunos clientes que son viajeros de la Autovía del Mediterráneo. "Casi el 80% de mi clientela es gente de paso: catalanes, andaluces y valencianos".

Prueba de ello es el 'Chivito': un bocadillón de 55 centímetros que Pascual le ha dedicado "como guiño" a la clientela de la Comunidad Valenciana y cuyos ingredientes son pollo macerado, cocinado a baja temperatura y marcado en josper, con lechuga, tomate murciano, beicon asado al josper, mayonesa de ensalada mediterránea y huevo frito con queso chédar. "Algunos clientes son la tercera generación y me cuentan que ellos paraban aquí con su abuelo. Hay muchos nostálgicos que siguen viniendo desde hace veinte años".

Pascual Navarro reunido con algunos miembros de su plantilla. Restaurante Bocadillón

Para lograr esa fidelidad, Pascual no ha dudado en someter al Restaurante Bocadillón a una profunda remodelación, introduciendo nuevas técnicas de cocina y ampliando la carta con carnes, pescados o aperitivos elaborados con productos de la tierra, como la croqueta de pulpo picante y manitas de cerdo. "Me fui por Europa para coger ideas y darle un punto más moderno al local: viajé por Suiza, Hungría y Noruega para hacerlo todo de una forma más elaborada y visualmente más atractiva". También ha introducido el concepto de decoración vintage industrial para potenciar la sobremesa, entre los clientes, tomándose alguna copa.

Una de las pocas cosas que no ha cambiado ha sido la mascota del restaurante: 'El Boqui'. Un bocadillón, a modo de estatua, que da la bienvenida al cliente y donde más de uno se hace una foto de recuerdo de su paso por este local hostelero que para algunos adolescentes de Puerto Lumbreras es su punto de encuentro.

"Para mí, mi negocio es como un hijo más: yo tengo un hijo que es el Restaurante Bocadillón y que tiene casi 30 años", apunta sobre el especial vínculo que ha tejido con un negocio que abrió con la ayuda de su difunto padre, el economista Andrés Navarro. "Miro las paredes de este restaurante y veo toda mi historia".

- ¿Cuál es el bocadillón más vendido entre la clientela?

- Es llamativo porque va por épocas. En verano, se vende uno más ligero que se llama 'Volvo XC' por el primer coche que tuve y que lleva salmón ahumado, salsa rosa y lechuga. En otoño, como son las fiestas patronales de Lorca y Puerto Lumbreras, se tira mucho del ‘Mar y Huertas’, porque hay muchas mujeres que se llaman Mari Huertas. Este bocadillón lleva salmón ahumado, jamón serrano y queso San Millán.

En invierno, el que más se vende es el 'Barreiros', bautizado como un camión de los años noventa: es un bocadillón que calienta bastante porque lleva pierna de cordero a la murciana, cocinado a baja temperatura, salsa de pimientos asados con un toque picante y patatas fritas. En primavera, el preferido es el 'Frontera': bacon ahumado, queso y tortilla francesa.

A buen seguro que en breve, otro bocadillón se colará en la lista de preferencias de los clientes porque Pascual, cada vez que se sienta en una esquina de la barra, comienza a idear alguna nueva propuesta para que los viajeros acaben en su restaurante.