Le dieron poco tiempo. Las posibilidades de curarse, según los cálculos del equipo médico, no eran superiores al 5%. Sin embargo, rompió todas las estadísticas: Lee Troutman no sólo se recuperó, sino que, meses después, se siente "más fuerte que nunca". Y eso, en su caso, es mucho decir: este joven de 20 años es entrenador personal y su forma física siempre ha sido más que óptima.
Pero este currículo tuvo un paréntesis. A Troutman se le detuvo su oficio y el resto de circunstancias tras una visita al médico. Este estadounidense de Georgia, definido como "fanático del fitness", llevaba noches de sudores, fatiga y dolor en el hígado. Pasando de consulta en consulta y de prueba en prueba, le diagnosticaron linfohistiocitosis hemofagocítica, un tipo de inmunodeficiencia también conocida como HLH. Consiste, resumiendo, en una inflamación interna maligna que desactiva los órganos.
Meses después recibió otro diagnóstico asociado: tenía linfoma no Hodgkin y el cáncer se había extendido a los cuatro lóbulos del cerebro, al tronco encefálico, a la columna, al hígado, a las costillas y a las caderas. El pronóstico, por tanto, era muy negativo. Él, sin embargo, quiso ser consciente de lo que le ocurría y tratar de seguir adelante.
[Golpe al cáncer más letal: la nueva terapia que aumenta la supervivencia al tumor de páncreas]
"En el momento de mi diagnóstico, trabajaba 12 horas al día. Abría el gimnasio a las cinco y entrenaba sin parar a los clientes. Luego incluso hacía mi propio entrenamiento personal. Así que asumí que mis síntomas inusuales eran simplemente el resultado de trabajar demasiado", comentaba el joven.
Cuando le llegó el veredicto clínico, esa rutina cambió. A la fuerza. "Una vez que me diagnosticaron, las cosas empeoraron rápidamente: mis ojos y mi piel se pusieron amarillos debido a la falla del hígado. No podía caminar, hablar, comer, nada. Tampoco era realmente consciente de lo que estaba pasando. No estaba en coma, pero mi mente estaba constantemente confusa", declaraba al diario inglés The Mirror.
Todo esto le golpeó paulatinamente: Troutman fue al médico en octubre de 2021 y le diagnosticaron mononucleosis, luego el HLH en diciembre y linfoma no Hodgkins en enero de 2022. En lo que dura un invierno, su vida se sentó en el abismo: el horizonte se nubló y perdió la mitad de su peso corporal. En la báscula, una cifra alarmante: 46 kilos.
"Los médicos no creían que sobreviviría. Mi madre y yo encontramos uno que aceptó atender mi caso. Me dio esperanza con un 5% de posibilidades de supervivencia. Dijo que, si quería sobrevivir al linfoma y a los tratamientos agresivos contra el cáncer, necesitaría un trasplante de médula ósea. Y después de eso, tendría un 70% de posibilidades de superarlo", comentaba en el rotativo británico.
[Algo más del 50% de enfermos de cáncer sigue vivo cinco años después del diagnóstico]
El joven iba a someterse al trasplante de médula ósea cuando sus pulmones colapsaron. Lo hicieron dos veces. Y tuvieron que conectarlo a un respirador. Le colocaron una sonda de alimentación. Finalmente, le retiraron el oxígeno, pero tuvo que pasar meses en rehabilitación para recuperar peso y masa muscular. Mientras, seguía recibiendo quimioterapia para someterse a la cirugía.
"Querían fortalecerme lo suficiente para soportar el trasplante de médula ósea. Durante ese tiempo, volví a aprender a hacer prácticamente de todo, desde caminar hasta comer. También recibí más de 50 plaquetas y transfusiones de sangre", indicaba Troutman.
Según relataba Troutman, recibió "demasiadas sesiones de quimioterapia para contarlos" y "múltiples tratamientos de radiación en mi cerebro". "En ese momento no los recordaba, y ahora mirar hacia atrás es abrumador. Definitivamente tengo algo de trastorno de estrés postraumático del que hablo a menudo con un consejero", expresaba.
Fue poco después, el 24 de mayo de 2022, cuando recibió el trasplante de médula ósea de un donante anónimo. A partir de ahí, en unas semanas, llegó el alta, aunque tuvo que pasar 200 días en cuarentena para evitar infecciones y debía tomar 63 medicamentos diarios. Así se prevenía el rechazo del trasplante y la recurrencia de HLH.
[El drama del cáncer de origen desconocido: el tumor incurable del que nadie habla]
"Era demasiado, pero sabía que las pastillas eran necesarias. La cuarentena puso a prueba mi cordura. Fue duro no poder ver gente durante 200 días. Me sentía solo y eso me hizo extrañar estar en el hospital, donde estaba con médicos, enfermeras y terapeutas con regularidad", rememoraba el protagonista.
Mereció la pena: ahora, la enfermedad está en remisión. Aunque el viaje ha sido "desgarrador", tal y como lo narra. Y no ha terminado: todavía tiene que ir al centro una vez al mes para hacerse controles y aún se hace pruebas con regularidad. Algo que Troutman lleva con resignación: "El hospital me salvó la vida, pero espero no tener que volver nunca más".
"Hace unas semanas llevé a mi perro al veterinario porque está enfermo y me desencadenó todo tipo de sentimientos y emociones. Tuve flashbacks. Espero con ansia el día en que estos recuerdos desaparezcan", añadía quien ha regresado a su templo, el gimnasio, tal y como muestra con asiduidad en su perfil de Instagram. Allí muestra sus avances sin escatimar aquellos instantes repleto de vías y agujas o los abdominales actuales.
Cuando estaba ingresado, ha confesado Troutman, pasó "mucho tiempo escribiendo mis objetivos". "A veces eran simplemente levantarme de la cama y cepillarme los dientes. Ahora me siento bien. Me siento feliz. Me siento normal", enumeraba quien se ha tatuado una frase lapidaria: "Por aquellos a quien amo me sacrificaré".
Lee Troutman está viviendo su "mejor vida", según ha señalado. "He vuelto a hacer ejercicio en el gimnasio, tengo un trabajo y espero con ganas mi futuro. Si hay alguien por ahí pasando por algo similar, manténganse fuertes, sigan luchando y no se rindan. Si los médicos se han rendido, busquen un nuevo médico. Sean su propia defensa", esgrimía como la filosofía a ultranza que defiende desde hace tiempo, cuando las estadísticas se pusieron en su contra.