"A ver, ¿cómo te encuentras tú ahora mismo de ansiedad, en qué momento estás en tu vida?". La sesión comienza como en una terapia con el psicólogo. Sólo que aquí faltan los colores neutros, el tópico del diván y una presencia amable tomando notas. En la casa de Madrid de Enrique Martínez (Alcantarilla, Murcia, 1961) huele a incienso, hay varios budas, símbolos de distintas religiones, un teclado y un gran libro sagrado abierto por la página de Sarasvati, la diosa del conocimiento del hinduismo a la que se llega recitando sus mantras. "Pues mira, como siempre, con mucho lío con el trabajo, con estrés como todo el mundo, pero bien, sin grandes novedades". La respuesta, ya ven, no es demasiado original.
Lo que viene ahora, sí. Tanto que resulta casi imposible transcribirlo: "Uooooooooeeeeee, mmmmmmm, eeeehhhh, aaaaaaaaaaammmmma, aaaaaaaaaaammmmma". Son 15 minutos de sonidos guturales y voces salidas de las profundidades del sistema digestivo, acompañados por el soniquete que desprende una caja shruti, un instrumento musical de viento también procedente de la India. El paciente, por así llamarlo, no ve nada, pues debe mantener los ojos cerrados. Pero sabemos que el maestro se dedica a proyectar todas estas vibraciones por la cara, el pecho, la espalda y el cogote del individuo que se sienta frente a él. De verdad que es complicado explicarlo con palabras. Si quieren verlo, pueden hacerse una idea en la escena de la playa de la película ‘Las leyes de la frontera’ de Daniel Monzón. La tienen en Netflix.
Quien interpreta esa secuencia es Enrique Martínez, actor que saltó a la fama con Los hombres de Paco y al que ahora vuelven a "parar por la calle" por la serie de Movistar Poquita fe. Lo conocerán como ese secundario pelirrojo que ha aparecido en mil sitios, tal vez lo recuerden de películas -y series-, como La caja 507, 800 balas, Águila roja o 30 monedas. Muchas de ellas con directores amigos: Álex de la Iglesia, Enrique Urbizu o Pepón Montero, por citar algunos. "Para Las leyes de la frontera, me llamó Daniel Monzón, que lo conozco de hace muchos años, gran director y persona, y lleva tu mismo apellido [nota del autor: no tenemos nada que ver], y como sabía que hacía estas cosas, me pidió que lo interpretara en su película".
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Aunque para entender algo de estas cosas, primero hay que remontarse a los orígenes. Ahora quien hace de psicólogo es el periodista. "Empecé con el teatro experimental y logré vivir de ello desde muy joven. Pero hasta los 38 años no conseguí salir de las faldas de mi madre, seguía viviendo en Murcia, hasta que decidí que quería hacer cine y me vine a Madrid. La tele en ese momento era como muy populachera, si querías ser alguien, salir del anonimato, tenías que hacer cine. Y yo, que siempre he rechazado los tópicos, encontré la India en Madrid".
Cuenta que esas voces chamánicas surgieron de forma espontánea, sin un atisbo de espiritualidad. "Un día el director de teatro que tenía me empujó contra la pared y se puso a apretar. Me presionó en el abdomen y yo comencé a emitir unos sonidos animales que nunca había oído de mí. Llegué a llorar, incluso". Al dramaturgo sólo le interesaba el aspecto técnico de esa voz tan diferente, casi ancestral. Pero Enrique se puso a estudiar las peculiaridades de los sonidos y dice que descubrió que "era algo que los monjes tibetanos practicaban a lo largo de su vida".
Un murciano había entrado en contacto, casi sin darse cuenta, con lo más profundo de las religiones primitivas. Sólo le faltaba, como suele ocurrir con estas cosas, una revelación. "Empecé a tener sueños extraños, que después resultaron ser premonitorios. En uno de ellos, por ejemplo, mi compañera de entonces se despertaba y emitía un gruñido que era como el de los lamas. Y luego, ya durante la vigilia, comencé a observar la presencia de los armónicos en cada uno de los sonidos que escuchaba".
Mientras salían papeles en el cine, a Enrique ya lo habían llamado para dar clases de voz en distintas escuelas y universidades. "Pensé que me estaba volviendo loco. Los armónicos son, digamos, como una especie de partículas del sonido. Son las vibraciones que desprende cualquier ruido, incluso el silencio. Entonces, lo que yo hago es proyectar esos sonidos teniendo en cuenta las funciones de cada uno de los órganos. El cerebro, por ejemplo, a nivel fisiológico es como la matemática: hay un hemisferio, el izquierdo, que es el cognitivo, el racional; y otro, el derecho, que es el intuitivo, el perceptual. Y, al igual que se tratan diferentes dolencias a través de ultrasonidos, con la voz también se puede actuar".
—¿Quieres decir que se puede curar con la voz?
—Sí, es muy útil con una depresión. Y puede ayudar con otro tipo de dolores físicos, pero es un proceso, no es un milagro de un día. Es decir, si lo que quieres es quitarte el dolor de cabeza, mejor tómate un ibuprofeno.
Por supuesto, no hay ningún tipo de evidencia médica al respecto. Pero esa es otra cuestión, en lo que estábamos era en recorrer ese "proceso" para explicar cómo hemos llegado hasta aquí.
Los sufíes turcochipriotas
Decía el actor que no había viajado a la India para "evitar los topicazos". Así que, en su búsqueda interior también siguió su propio camino. Primero se fue a Colorado, Estados Unidos, a sendos congresos con psicoterapeutas en 2006 y 2009, donde se encontró con el "experto en armónicos" Jonathan Goldman. Y poco después empezó lo bueno. El verdadero viaje psicotrópico comenzó en 2010 en Lefka, una ciudad situada en la zona turcochipriota de esta isla del Mediterráneo.
"Había ido a un taller a las Alpujarras granadinas, donde me encontré con un maestro sufí, Ibrahim Pérez, que me dijo que estaba perdido, que yo había escuchado la llamada espiritual, pero que el mundo banal me había convencido. Decía que tenía un problema con el alcohol, con las mujeres… Y yo no tenía nada de eso, pero como soy muy niño y muy curioso, pues acepté ir a Chipre para estar 40 días con los turcos, como él me proponía".
Enrique pasó seis meses en España aprendiendo los cinco rezos diarios de los musulmanes, a seguir sus ritos y a cumplir con las abluciones: "Tenía que limpiarme las orejas, el ojete del culo, las narices y todo eso". "Pero cuando llegué allí, aquello era un desastre. Estábamos hacinados 100 tíos en un espacio en el que, como mucho, podían caber 20 ó 30. Yo dormía tirado en los pasillos y nos despertaban a las 3 de la mañana, a base de patadas en las costillas, para el primer rezo".
Los sufíes son los místicos del islam. Y en muchas ocasiones han sido perseguidos por otras corrientes de esta religión que ven una herejía en su carácter asceta y su búsqueda interior del conocimiento con elementos como la música, con la que algunos logran entrar en trance. "Yo fui allí para aprender el canto como forma de oración, y es verdad que cuando el sheikh cantaba transmitía una calma impresionante, tenía un carisma muy fuerte. Sin embargo, también había allí un maulana, que es como el califa, ante el que todo el mundo se arrodilla y pide sus oraciones. Y éste se pasaba el día metiéndose con otros musulmanes que no les respetaban. Tenía ochenta y tantos años y, de repente, se levantaba exaltado gritando: hala, hala, hala. Y la gente se levantaba con él, con los brazos en alto, totalmente enfervorecidos".
La cosa no estaba yendo ya cómo Enrique había planeado, cuando apareció por allí "un checheno vestido de militar, que una noche no sacó la metralleta de milagro". "Lo habían acogido como buenos musulmanes, pero en medio de ese ambiente, se enzarzó con otro y se querían matar". Los 40 días terminaron de forma abrupta a las dos semanas, cuando un chico de Uzbekistán comenzó a difundir el rumor de que el tipo pelirrojo era realmente un "espía cristiano". "Iban a por mí, estaba amenazado, así que hice el petate, cogí un taxi al aeropuerto y me gasté un pastizal en volver a España", cuenta.
—¿Sacaste algo en claro, al menos?
—Que hay integrismo en todas partes. Y que principios anteriores a cualquier religión se pueden convertir en algo fanático. Volví muy enajenado, tuve que medicarme durante un tiempo.
Comiendo peyote con los huicholes
Había dos opciones: desistir o buscar una nueva terapia reparadora con la que olvidar la mala experiencia. Adivinen la que escogió el actor. Poco después entró en contacto con un profesor de Filosofía de la Universidad de Cuernavaca, en México, y tras ir allí a impartir varios talleres de voz le dijo que quería conocer a los indios huicholes, conocidos por sus prácticas chamánicas. Estaba a punto de alcanzar la consagración.
"Me fui para allá en 2013 durante la Semana Santa de San Andrés, a seguir unos ritos privados que no dejan grabar y en los que las únicas personas ajenas que entran son los policías, por si aparecen narcotraficantes. Ellos celebran una Semana Santa sincrética, en la que, por ejemplo, le ponen un manto a un venado como si fuera el san José de la Biblia. Se pasan todas las noches en un zócalo, rodeados de hogueras, llorando y entonando cantos místicos mientras comen peyote, que viene a ser como su hostia consagrada".
El peyote se mastica durante un buen rato hasta que provoca sus conocidos efectos alucinógenos: "ellos te dan un poco, porque tú eres un blanco, muy güerito, mientras que para ellos es un sacramento". El maestro espiritual en este caso se llama marakame, que además de la energía del canto, se sirve de otras técnicas supuestamente sanadoras. "Utilizan la saliva como algo sagrado, te escupen y todo", recuerda Enrique.
El viaje iniciático podía acabar como el de los sufíes. Pero esta vez el invitado estuvo más cerca de "conectar con la naturaleza, de esa búsqueda sutil a través de las vibraciones del sonido de las águilas y el chisporroteo del fuego". "Tuve una experiencia muy fuerte de mi lucha contra el miedo, de mi miedo interno a la vida, a la pérdida, a la muerte", asegura. El chamán huichol le dijo a Enrique que lo que él hacía se parecía mucho a los rituales de su tribu y para sellar esa entente interreligiosa lo sacó a bailar. "Fue un forma de decirme: eres uno de los míos".
Ahora Enrique en su currículum, además de actor, se presenta como "maestro de voz". "¿Chamán? Sí, lo soy, pero es que esa palabra está muy mal vista y muy mal utilizada. Hablar de chamanismo es como ver al brujo, se relaciona con la superstición o la superchería. Pero yo no hago nada que no haya experimentado y es lo que trato de compartir".
Aquí termina, por tanto, la sesión. La sala debe estar de armónicos a rebosar, imagino. No sólo han sido las voces procedentes de las vísceras, también unas dos horas de conversación acerca de los misterios de la vida. Debe ser parte de la terapia. Mientras lo ven en televisión, también se dedica a dar clases como ésta. Por este mismo asiento pasan, afirma Enrique, otros compañeros de profesión: "¿Los actores? Esos son lo más narciso que hay, necesitan constantemente sacar sus miedos". Por más que le pinchemos, no da nombres, como el psicólogo acogiéndose a su cláusula de privacidad.
El caso es que ciertamente me he olvidado por un rato del estrés del trabajo y de que este artículo, que será largo, todavía hay que escribirlo. Serán las vibraciones o la obsesión por imaginarme cómo verían los místicos de otras religiones a un extraño pelirrojo llegado de un lugar desconocido.