Existe todavía una generación entera de españolas que entregaron su vida a cuidar de su familia. Mujeres, ya mayores, que no tuvieron la opción de elegir. Decimos una, pero en realidad fueron muchas, todas, a quienes se les encomendó que atendieran primero a sus hijos y luego a sus padres cuando no se pudieran valer por sí mismos. Es algo que sigue ocurriendo y, por supuesto, hay quien lo elige libremente. Pero toda esa era de señoras que vivieron únicamente al servicio del clan representa la última conexión con lo que siempre fue.
A Celia Blanco (Viana do Bolo, Ourense, 1962) la vida también le tenía reservada esa tarea. Sólo que a ella las cosas se le fueron presentando antes de tiempo. Se casó joven, como antes en los pueblos, con 20 años, y a los 22 ya tenía su primera hija. Hasta ahí, todo normal. Después se fue a la capital, donde fue abuela con 37 y bisabuela a los 59. Hija y nieta madrileñas fueron aún más precoces que ella. En casa sólo hubo niñas y Celia se encargó de sacarlas adelante.
No deja de ser paradójico para una hija única que nació cuando, quizás, ya algunos en su familia ni la esperaban. “Mis padres tuvieron un noviazgo largo, de esos de antes, y se casaron muy tarde. Cuando yo nací, mi madre tenía 44 años y mi padre, 50”, cuenta Celia. El padre, Lisardo, era caminero, “se dedicaba a limpiar las carreteras y los arcenes de las autovías”, y su madre, también Celia, trabajaba en una casa cuidando a los niños de otra familia.
[Las españolas tienen la mitad de los hijos que desean y son madres después de los 30 años]
Se trata de un pedazo más de la España de entonces. Pero como las historias hay que ubicarlas en algún sitio, ésta ocurrió en Viana do Bolo, un pueblo verde de Ourense a orillas del río Bibey, donde la despoblación ha hecho mella en las últimas décadas. De los 9.000 habitantes de los sesenta se ha pasado a menos de 3.000 en la actualidad. Cuando Celia vivía allí Viana era todavía “un pueblo grande”, aunque eso no impedía que las vecinas murmuraran cuando la veían llegar tarde a casa con su novio.
Ricardo era panadero y aunque a ella le gustara mucho leer y sus padres querían que estudiara, Celia empezó pronto a trabajar. “Para la boda pusimos una carpa y unos cocineros, que eran amigos de los jefes de mi marido, se encargaron del banquete”, recuerda. Ricardo tenía 25 años y ella, 20. Sus padres nunca se metieron, pero a Ricardo le gustaban mucho los niños y poco después llegó Patricia y, a continuación, Beatriz.
Con 24 años Celia vivía con sus dos hijas, su marido y sus padres en la casa de estos en el pueblo. “Con Beatriz tuve un parto horrible, de 24 horas, parecía que la niña no salía”. Ricardo se había quedado sin trabajo y el matrimonio decidió que su descendencia ya era suficiente. “Entonces uno del pueblo que vivía en Madrid llamó a mi marido porque estaban buscando portero en un edificio y nos vinimos para acá”, explica.
Emigrantes en Madrid
Celia, Ricardo, Patricia y Beatriz se instalaron en una portería del madrileño Paseo de las Delicias. Las niñas comenzaron a ir al colegio y ella se puso a trabajar limpiando en un despacho de abogados y en algunas casas. “Yo entraba, salía, iba a la iglesia, porque tenía claro que no iba a estar mantenida. Mi madre, que era una mujer de las antiguas, siempre trabajó. Y como no tenía Seguridad Social, se pagó un sello de la agraria [una especie de cuota de autónomos para trabajadores del campo] y gracias a ello pudo tener su paga al final de su vida”.
En todos estos años "jamás" le hizo la cena a su marido. “Yo no tolero que los hombres manden ni que dispongan lo que hay que hacer. En ese sentido, soy feminista, sí. Aunque a mi hija mayor no la veo tanto en ese plan”, sentencia.
Patricia, la primera en nacer, se fue haciendo mayor. Empezó a salir, a probar, y con 16 ella y una amiga “conocieron a unos chicos ecuatorianos de los que se enamoraron”. De ahí, poco después nació Arancha. Y seis años más tarde, ya con otra pareja, tuvo a Paula. Las primeras nietas de Celia.
- ¿Cómo te lo tomaste cuando tu hija te contó que estaba embarazada tan joven?
- ¿Cómo quieres que me lo tomara? Pues nos llevamos un buen disgusto, yo y su padre; creo que él incluso peor. Patricia tuvo una adolescencia difícil, porque no encontraba su sitio, y a mí me afectó bastante. Y luego para decírselo a mis padres… Ellos venían en mayo a Madrid y mi nieta nacía en junio, así que no se lo conté hasta el último momento.
Madre, abuela y... bisabuela
Arancha y Paula se quedaron a vivir en la portería, y Celia empezó a ejercer de abuela y madre a la vez. Su otra hija, Beatriz, sí que había estudiado. Se licenció en Magisterio y cursó un módulo de Educación Infantil para niños de 0 a 3 años. “Beatriz estuvo en casa hasta los 22. En ese momento conoció a un chico argentino, que hoy es su marido, y se fue a vivir con él”.
Tuvieron a su primera hija, Mía, en Argentina; y a Ada y a Lúa en Mallorca, donde vive actualmente la pareja. A ellas Celia no las ha cuidado, aunque acude a visitarlas varias veces al año y las ve a diario a través de videollamada.
Su nieta Lúa tiene un año, pero no es la menor de la familia. Porque con Arancha, la nieta mayor, la historia se repitió. “Tenía 20 años, le habían quedado tres asignaturas para terminar el Bachiller, y también conoció a un chico ecuatoriano con el que se quedó embarazada”. Así nació Isabela, que tiene ahora dos años. Es decir, que la bisnieta de Celia es mayor que una de sus nietas.
“Mira, el yayo, mi marido, no se lo podía creer. Pero es que en este caso, ella quería. Con mi hija me costó muchísimo el tema de los anticonceptivos, pero Arancha yo sé que llevaba cuidado y aún así ella quería tener a la niña”.
Según la última encuesta de la Sociedad Española de la Contracepción, un 76% de los jóvenes españoles usan métodos anticonceptivos siempre que tienen relaciones sexuales. Aunque en los últimos años el número de infecciones de transmisión sexual no ha parado de crecer, por lo que es probable que el porcentaje de quienes no utilizan protección sea mayor.
También el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) reveló este año que un elevado porcentaje de la generación Z -el 44% de los chicos y el 32% de las chicas- piensan que “se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”.
- ¿Te ves más moderna que tus hijas?
- Sí, sí. Más que mis hijas e incluso que mi nieta Arancha. Los que les han tocado han salido un poco machistas, pero ellas, desde luego, han elegido fatal.
Al frente del matriarcado
La madre de Celia, esa mujer rural que trabajó para ganarse su pensión, salió del pueblo cuando le diagnosticaron Alzheimer. Su hija se trajo a sus padres a Madrid para cuidarlos y mientras que el hombre tuvo que ser ingresado en una residencia, la mujer apuró sus días en la portería junto al resto del matriarcado. También ella fue bisabuela, aunque murió antes de llegar a conocer a la que hubiera sido su tarananieta.
- A este paso, tú lo consigues.
- Deja, deja. No hubiera cambiado nada de mi vida, pero antes prefiero hacerme el harakiri. Yo lo que les digo es que se preparen, que lean, que estudien, que salgan, viajen, que se muevan y sean independientes. A mi nieta Paula le digo que un fin de semana nos vamos a ir juntas a Ámsterdam.
- ¿Y ellas qué te responden?
- Que soy muy pesada.