Madrid

"¡Hola, hola! ¿Masaje? ¿No quieres un masaje?", apela sonríente y con grandos gestos una joven de pelo moreno con rasgos asiáticos a todo varón que camina solitario por la calle Leganitos, del centro de Madrid. Su método le funciona. Segundos después sitúa su brazo alrededor de un señor de aproximadamente 70 años y le invita a entrar en su local, un salón de belleza

Entre la Gran Vía y la Plaza de España caminan miles de personas a diario. Para muchos de ellos, lo que sucede en estos comercios a escasos metros del barullo madrileño es un secreto. Para otros no. En la que es considerada "la verdadera chinatown de la ciudad", por la gran cantidad de establecimientos de productos asiáticos que alberga, se halla el epicentro de la prostitución clandestina de Madrid.

En sus 350 metros, EL ESPAÑOL localiza cinco locales de temática similar: centros de belleza que se venden y actúan como tal pero que no ofrecen simples masajes, cortes de pelo o arreglos de uñas. En la puerta de todos éstos siempre hay una mujer captando clientes: "El masaje con final feliz son 40 euros", dice una de ellas, de pelo rubio teñido. Su vestimenta roza la formalidad: lleva un abrigo largo, pantalón de vestir, botas de invierno. Y ante la posible duda del consumidor, enseguida se deshace en halagos: "Eres muy atractivo. Podemos ir dentro", propone. 

Hace dos años, el local comercial donde ahora se levanta uno de los salones de belleza estaba rentado por una cadena de productos de cuidado personal. En la pared que servía como expositor de cremas solares ahora sólo hay muchos pequeños botes de pintura de uñas. Frente a él, cinco empleadas asiáticas trabajan alineadas. Hablan entre ellas en su lengua materna, escuchan música china y, de vez en cuando, cantan.

El comercio está completo, a pesar de ser una hora cualquiera de un día entre semana: cuatro mujeres y una niña acaparan las sillas de oficina mientras sostienen sus manos sobre la mesa. Otras tres señoras esperan. Mientras, varios hombres no dejan de entrar y salir del local, de la mano de la captadora que en la puerta continúa sonriente.

El interior de uno de los locales. Al fondo, las cabinas de masaje. J.C.R.A

Ellos no se paran al lado de las mujeres, que sí se hacen las uñas. Prosiguen hasta el fondo, a unas cápsulas de masaje que se hallan al final del pasillo y en las que ya nadie puede saber qué se hace y qué no. Ahí es donde radica la clandestinidad y la alegalidad. Las empleadas del local, sin embargo, aseguran fácilmente que realizan prácticas sexuales: "Sí, hacemos todo, uñas y también masajes especiales, vamos por turnos", dice una de ellas mientras hace una manicura.

Hasta ahí, todo parece normal. Conversaciones sobre qué color escoger o no: "Ese es muy claro, no me gusta", se escucha. Y a continuación, un "tengo este otro, pero son quince euros más" como respuesta. Un hombre cuarentón, vestido completamente de negro, irrumpe en la sala. Acaba de salir de una de las cabinas del fondo. Paga en efectivo y se retira sin interactuar con nadie pero ante la mirada de las cuatro mujeres y la niña que termina de arreglar sus cutículas.

La captadora de la puerta, que además parece actuar como la jefa del local, explica que cada hora se hacen mínimo cuatro o cinco masajes. Según estos datos, el comercio, que abre durante doce horas al día, estaría facturando de media más de dos mil euros diarios en masajes sexuales. "La manicura son ocho euros", explica, también.

Los vecinos de la zona dicen que éstas prácticas son desde hace años un constante: "Antes, la mayoría de locales eran otros negocios más tradicionales que han tenido que vender y es hace unos años que esto es así. Todos lo sabemos, todos lo vemos, pero nadie hace nada. Yo no sé si esas chicas de ahí están obligadas o qué", dice Martín M. mientras entra en el portal de su edificio. Su balcón da justamente a uno de los centros de estética.

Vista de uno de los centros de estética. Al fondo, la Plaza de España. J.C.R.A

[Así era el imperio de José Moreno, el rey de los clubs en España: del Eclipse a su paraíso en la Costa Brava]

La Policía Nacional, a metros

A escasos metros de estos locales, precisamente en el número 19 de la calle Leganitos, se encuentra la Comisaría de Policía Nacional distrito Madrid-Centro. Desde ella se puede ver cómo hay mujeres en las puertas intentando captar clientes, así como que de la trastienda de los locales no dejan de entrar y salir hombres. "Nosotros no tenemos ningún indicio de delito alguno por lo que obviamente no podemos actuar", explica uno de los agentes de la Policía Nacional que hace guardia en la puerta.

Otros dos agentes que realizan su descanso van un poco más allá: "Es verdad que te ofrecen todo el rato, a nosotros ya nos conocen y se cortan un poco, pero al principio cuando terminábamos turno era siempre", dice uno. "No podemos hacer nada, es una situación alegal, al final no dejan de ofrecer masajes", manifiesta el otro. 

Hace diez años, miembros de la Policía Nacional desarticulaba una organización asiática dedicada a la trata y prostitución de mujeres en Madrid. La banda se dedicaba a captar a las mujeres en China y ofrecerles promesas de trabajo falsas en España. Tras el traslado, a las mujeres se les informaba de la deduda que habían contraído y, aprovechando el desamparo por estar en un país extranjero sin conocer a nadie ni hablar el idioma, retenían sus pasaportes y cualquier tipo de indentidad.

Las víctimas, que tenían entre 20 y 30 años, eran retenidas en diversos pisos o chalés, en Getafe, Móstoles y la capital, y desde ahí se trasladaban a diversos centros donde eran obligadas a prestar servicios sexuales. Desde la Comisión para la investigación de malos tratos a las mujeres sostienen que en el "Programa alternativa", que busca la detección de víctimas de trata con fines de explotación sexual, un 20% de las mujeres atendidas son de origen chino

En ocasiones anteriores, ante las preguntas de otros medios de comunicación, la Asociación contra la trata de personas (Apramp) ha denunciado sus sospechas de que las mujeres de estos salones de la Calle de Leganitos podrían ser víctimas de trata

En Madrid cae la noche y la mujer de pelo moreno sigue apelando sonríentemente a los varones que caminan solos. Habla con el que parece que será el último cliente del día, quien finalmente entra al local. La captadora dice algo a una de las que hasta hace pocos minutos era manicurista, que asiente con gestos felices y pasa con el hombre a una de las cabinas de masaje. Media hora después, se cuelga el cartel de cerrado. La prostitución clandestina también tiene horarios.