Una librería que esconde tesoros empolvados. Una luz tenue y anaranjada. Las paredes son de madera oscura y crujen como si susurraran recuerdos. El ambiente es fresco, como en una bodega. De los tableros cuelgan retratos de hombres y mujeres que llevaron los apellidos Raventós, Negra, Doménech. Tras un gigantesco ventanal, un viñedo. Miles de parras muestras sus finos racimos como si fueran collares de luces en la fértil tierra del Penedès, enclave histórico de producción de vinos espumosos de Cataluña. En el centro de la estancia, sentado con las piernas cruzadas en un sillón de madera tapizado en colores crema y motivos florales, observa sus cultivos Pepe Raventós i Vidal. Él, gerifalte de estas tierras, es uno de los herederos de la histórica familia que, desde 1497, produce algunos de los vinos espumosos más importantes de España.
Su linaje lleva más de 500 años produciendo vino. Bromea con que la suya es "la familia más aburrida de la historia, porque siempre se ha dedicado a lo mismo"; también es una de las más longevas del país. Él es la generación número 21 de los Raventós dedicada a la producción de vino. Sus antepasados labraron durante cinco siglos estas mismas tierras, que hoy se enmarcan en Sant Sadurní d’Anoia. Además, los suyos fundaron en 1551 una de las empresas más antiguas de España: Codorníu, que consiguió poner en el mapa internacional el cava español.
Pero Codorníu hoy es historia para los Raventós. Al menos desde 2018, cuando la parte de la familia que aún poseía la empresa vendió por 390 millones de euros el 80% de su participación al fondo de inversión estadounidense Carlyle. Pepe no lo sufrió como una pérdida personal, ya que en 1982, su abuelo, Josep María Raventós i Blanc, quien entonces era técnico de calidad en Codorníu, decidió desligarse de las tensiones familiares y fundar su propia bodega, Raventós i Blanc, con la que luchó por sacar adelante un espumoso capaz de rivalizar con los de la Champaña... y con la propia Codorníu. El 4 de marzo de 1986 hizo su primer cupaje. Ocho días después, aún sin ver su proyecto en marcha, falleció de un ataque al corazón.
El proyecto recayó entonces en manos de Manuel Raventós, el padre de Pepe. "Fue un shock, pero al mismo tiempo le dio al proyecto un cariz de homenaje. Raventós i Blanc nació con una fuerza enorme. Años después, sin embargo, llegó una etapa muy difícil, porque nos pasamos de frenada", evoca el heredero. "Perdimos la atención al detalle en el campo, en la vinificación, en la distribución. Mi padre se arruinó en 1993. Tuvo que vender 30 hectáreas de las 130 que tenía en esta finca histórica". Hoy explotan 50 hectáreas de viñedos y 10 de cereales; tienen olivos, almendros y pequeños bosques que generan un microclima, además de una granja de animales con ovejas y cabras que pasean por los viñedos y ayudan a regenerar el territorio. El arado aún lo hacen montados a caballo.
Cuando Pepe entró en el negocio él era aún un joven veinteañero que soñaba con dedicarse al Trabajo Social, pero por petición de uno de sus tíos, decidió involucrarse por completo en la tradición familiar. Estudió Enología y Sumillería, hizo varios intercambios de vendimia en Francia para nutrirse del expertise de los sabios vitivinícolas de la Champaña y volvió a Penedès para tomar las riendas de la finca junto a su progenitor.
Pronto, la tormenta financiera quedó atrás. Los Raventós comenzaron a expandir su mercado en España y en Estados Unidos. Hoy, dos de cada tres botellas de Raventós i Blanc se venden allí. La producción creció exponencialmente, hasta ponerse en 10 millones de euros de beneficio con 500.000 botellas (700.000 si la meteorología es favorable). Son pocas si se comparan con los 114 millones de ejemplares de Freixenet y muchas si se toman como referencia las 100.000 botellas de Pingus o las 200.000 de Vega Sicilia. Lo que sí han conseguido Pepe Raventós y su padre es que su marca de vino espumoso sea una de las mejor valoradas del Penedès, y hasta pugna por conseguir que sea calificada con la Denominación de Origen 'Conca del Riu Anoia'.
"Si yo pudiera soñar en un Panadès ideal, sería uno en el que sólo hubiese charelo y sumoll tinta", asegura Pepe Raventós. Se refiere a las dos variedades de vid más típicas de la región. Las otras, con las que se suele hacer el cava, son la macabeo y la parellada. "Los valles, los pueblos, los viñedos: esos deben ser los verdaderos protagonistas, y no las marcas. Yo quiero trascender el concepto de 'competir' en la zona. Veo este territorio como una suma de valores colectiva. Debemos aspirar a arañar cuota de mercado del champán a nivel mundial ofreciendo un producto de la misma calidad pero con unas bases técnicas muy superiores. A nivel de viticultura estamos en la mejor zona para lograr los mejores vinos espumosos".
PREGUNTA.– Más allá de que la región del Penedès sea históricamente fértil en la producción de un buen producto, ¿qué distingue a Raventós i Blanc de otros caldos? ¿Cuál es su filosofía de trabajo?
RESPUESTA.– Nuestra filosofía es elaborar grandes vinos. ¿Pero qué quiere decir elaborar? Desde nuestro punto de vista, implica que estos estén estrechamente vinculados a su origen. Es decir, al suelo, a la climatología, a la planta, a las tradiciones históricas del territorio. Cuanto más protagonismo tengan esos elementos, más va a hablar el vino del lugar en el que se produce. El vino es naturaleza. ¿Cuál es el secreto? Primero, el viñedo. Segundo, el viñedo. Y, tercero, el viñedo. No va de recetas ni de tecnologías ni de tipos de maderas o cementos. Es sólo el viñedo. Cuanto más enfocado estés en el proceso productivo, más puro será el vino.
P.– ¿Cuáles son las líneas de producción que tienen?
R.– Tenemos tres proyectos. Raventós i Blanc no sólo es un vino espumoso de la Conca del Riu Anoia. También tenemos Can Sumoi, que es un proyecto de vinos naturales que comencé en la provincia de Tarragona pero con Denominación de Origen Penedès; concretamente lo hacemos en La Juncosa del Montmell, cerca de La Bisbal del Panadès, una finca a 600 metros de altitud. Y, luego tengo un pequeño proyecto que se llama Vins Pepe Raventós, cien por cien charelo, que hago desde el garaje de mi casa, y que viene de parcelas emblemáticas en las que hemos recuperado la tracción animal. Luego, dentro de Raventós i Blanc tenemos cinco botellas. Blanc de Blancs y De Nit provienen de las parcelas más bajas de la finca, con suelos más profundos, y usamos uvas de proveedores. Salen al mercado con dos años de crianza. Luego están La Finca y Textures de Pedra y el Coupage, que viene de las mejores añadas, y la última la fabrica mi padre.
P.– ¿Cómo se traduce al paladar? ¿Qué tiene de especial el Penedès y, concretamente, Raventós i Blanc?
R.– Nuestros vinos más jóvenes llegan a más paladares, son fáciles de entender y se apoyan en el equilibrio; los que tienen más crianza se apoyan en el concepto de suelo, de crianza y de complejidad; son vinos destinados a gente que sabe diferenciar sus matices. Nuestros espumosos de charelo salen de los suelos calcáreos que estuvieron cubiertos por el Mediterráneo tres millones de años atrás, en el Mioceno. Eso hace que tengan un componente salino que los diferencia de cualquier otro espumoso del mundo. Si te gustan los vinos afrutados, el Penedès no es buen sitio; pero si quieres algo más mineral, esa combinación de charelo y suelo calcáreo fosilizado te da un sabor estupendo. Para mí es un espumoso de referencia en gastronomía.
P.– ¿Cuál es el proceso de fabricación de un espumoso de estas características? ¿Qué lo diferencia de una producción convencional?
R.– Una vez el producto está cultivado, el proceso de vinificación consiste en el prensado de uva, el sangrado y la fermentación por parcelas. Este proceso dura entre dos y tres meses. En diciembre, empezamos a catar los mostos y los vinos más o menos estables. En enero hacemos los cupajes y dilatamos los tirajes, que es provocar una segunda fermentación en botella para conseguir que [de ser un vino blanco convencional] pase a ser un espumoso. Esto se hace hacia el mes de mayo. Las botellas se guardan abajo en la cava y tienen una crianza media de tres años. Después se les hace el removido y el degüelle para sacar los residuos de la segunda fermentación, se procede a su etiquetado y su expedición. Pero esto es lo más fácil. Luego viene lo complejo: la comercialización.
P.– Parte del proceso productivo aún lo hacen de forma tradicional. Por ejemplo, los cultivos de las vides a veces los hacen tirando de caballos. No quieren tener una producción demasiado grande aunque tienen potencial para ello. ¿Se siente a contracorriente de los tiempos?
R.– Me siento a contracorriente de la gran masa, de esta inercia de consumo, de capitalismo y de estrés en la que estamos sumergidos. Pero es la tendencia hacia el futuro, ¿Eh? Ya estamos viendo cómo estamos dejando el planeta y la cantidad de antidepresivos, por no decir otras cosas, que consumimos. Son señales. La tendencia, en mi opinión, es ir hacia la desmecanización, la destecnologización, controlar los tiempos de pantalla, volver a vidas más equilibradas que van más allá del comer sano y escapar de la obsesión antiaging, las cuales son absurdas; no, lo moderno es volver a lo antiguo, el futuro es pasado.
P.– ¿Siente el peso de 500 años de tradición a sus espaldas?
R.– A piori siempre he pensado que muy poco, porque toda la vida quise ayudar al proyecto familiar. Con los años me doy cuenta de que hay una energía especial en este espacio que seguramente esté vinculada a una tradición ancestral. Y hace que, de alguna forma, el espacio, esta misma sala... Ahí hay documentos de catalán antiguo del 1.400, copias originales, todos esos árboles de enfrente. Es como que todo cobra vida y te fuerza hacia una dirección. Es algo que siento por dentro.
P.– Habla como un místico.
R.– Me siento responsable, pero más allá de la presión, siento una responsabilidad canalizada en ilusión; es como una sensación compartida y correspondida por el ecosistema, empezando por mis compañeros de trabajo [tiene alrededor de 50 trabajadores] y seguida por la vida natural que nos envuelve.
P.– Cuénteme sobre usted. Comenzó queriendo dedicarse al trabajo social y ha acabado facturando 10 millones vendiendo espumosos al margen de Codorníu.
R.– Por petición de mi tío, que me pidió que ayudara a mi padre con el negocio familiar. Ha sido una transformación muy bonita, porque todo lo que me ha revertido después... es espectacular. Nosotros, por ejemplo, siempre hemos pagado el precio de kilo de uva al viticultor más que nadie, generamos muy buenas condiciones de trabajo y hasta colaboramos con la prisión de Brians, que nos ha dejado varios internos de tercer grado que trabajan en el campo y en la bodega y les facilita la reinserción. Tratamos de estar muy vinculados al territorio y no ver en los demás competidores, sino aliados.
P.– ¿Cuál es su mayor sueño?
R.– Hacer un gran vino que pueda inspirar a cambiar esa visión de territorio. Separarnos de la idea de volumen y apostar por el concepto de prestigio, que es lo que creemos que estamos llamados a ser. Por baratos no podremos competir en un mundo global [su botella más barata son 20 €, la más cara 160 €], pero sí por calidad, porque estamos en una zona privilegiada. Sobre todo, anhelo que este territorio coja fuerza y se convierta en un referente en la vitivinicultura de calidad.
P.– ¿Acaso no lo es ya?
R.– Sí, pero este es un territorio terriblemente castigado por la inercia de volumen de los grandes productores de cava, empezando por Freixenet, que ha sido el gran artífice, y por tanto se ha cargado la imagen de prestigio del territorio. Piensa que de 220 millones de botellas de la región ellos producen 130. La proximidad de Barcelona también es una presión industrial, demográfica, muy fuerte. La política cortoplacista de nuestros gobernantes no ha ayudado. Siempre es más importante un polígono industrial que tener una visión a largo plazo; se mira más el precio de kilo de uva (y eso que nosotros pagamos al agricultor más que nadie) que proteger el territorio; preferimos el crecimiento de la gran empresa que financia proyectos del gobierno que salvar el paisaje. Ese modelo debe cambiar.