David G. Maciejewski Cristina Villarino

El padre Juan Mínguez (Humanes de Guadalajara, 1974) aguarda de brazos cruzados bajo el dintel del pórtico de madera que une la plaza de Gutiérrez Luna con la parroquia de San Juan Bautista de Jadraque (Guadalajara). Viste una camiseta gris de Domyos a juego con el color de su larga barba canosa y sus gruesas rastas y un pantalón negro con zapatillas deportivas. A primera vista, parece un cura ortodoxo o un sacerdote griego; una aparición atípica en un pequeño pueblo rural de Castilla-La Mancha. Él, con la pequeña ayuda de un religioso mozambiqueño, gestiona las parroquias de 17 municipios de la zona, entre las que se encuentran las de Bujalaro, Matillas, Castilblanco, Negredo, Pálmaces y Torremocha.

A diferencia de los sacerdotes tradicionalistas, el padre Juan es un religioso apegado a lo terrenal; encajaría más en el reparto de La última tentación de Cristo que en la apología del dolor de Mel Gibson. Imparte misa con los ritos católicos tradicionales, pero siempre que puede se empapa de pueblo, acude a sus fiestas, bebe cerveza, forma parte del mágico tornasol de experiencias que emanan de la vida porque sabe que para comprender los problemas del vulgo hay que conectar con lo humano.

"Para mí la misa es secundaria", confiesa el cura mientras camina frente al ambón de la parroquia y sube el escalón que separa la nave central del presbiterio para estirar el pliegue del blanco mantel del altar. "Eso sí, mis feligreses tienen todas las misas que quieren. Sólo en La Toba hemos dado seis en dos semanas. Pero, por ejemplo, el otro día fuimos a darla a otro pueblo y, en vez de eso, acabamos tomándonos una cerveza al fresco con la gente. Yo entiendo que ser cura rural implica estar metido en la vida del pueblo. Si hay fiesta, estar en la fiesta; si hay una comida o eventos culturales, participar de ellos. Y, sobre todo, seguir a la gente en su sufrimiento y en su dolor".

El padre Juan, párroco de Jadraque y otras 16 parroquias de Guadalajara. Cristina Villarino E. E.

El padre Juan se viste con la casulla verde propia de la liturgia en tiempo ordinario. Cristina Villarino E. E.

El padre Juan se dirige a la sacristía y deja atrás el retablo dorado que preside esta iglesia románica de tintes barrocos, erigida en 1759 y consagrada en 1871. Allí, el sacerdote se viste con la casulla verde que corresponde a las liturgias celebradas en tiempo ordinario. La habitación está presidida por una gigantesca cruz con un Cristo crucificado y enfrente reposa, con privilegios, un viejo Zurbarán original que parece custodiar el ajuar sagrado. 

Preguntado por su peculiar aspecto físico, confiesa que al principio a la gente le chocaba toparse con ese estilo tan desenfadado y característico que tantas entrevistas le han valido: poblada barba desaliñada, rastas métricaspendientes, en su foto de perfil de WhatsApp viste una casulla con calaveras. Sin embargo, lleva 25 años vistiendo los hábitos, 11 ya al frente de la parroquia de Jadraque, la más grande de la región. "A pesar de lo que uno se puede pensar, yo hago misas normales", sonríe. "Pero si viviera en otro sitio, con gente diferente, las haría más alternativas, como una misa en el campo. Cuando estuve en Tierra Santa las hicimos al lado del lago, cerca del agua, con un altar como piedra. Te saltabas alguna cosa y dejabas que la gente hablara".

En el pueblo el padre Juan también es bien conocido su gusto por el rock y el heavy metal. No en vano entre las calles jadraqueñas lo llaman el cura metalerorockero. Entre su repertorio musical habitual no faltan discos de Lamb of God o de Los Afónicos, "aunque ahora en mi coche suena Enrique Morente con Lagartija NickOmega, que me lo regaló el exalcalde de La Toba, de Izquierda Unida. También me dio uno de Metallica, pero ese ya lo escucho menos porque me los sé de memoria. He ido siete veces a sus conciertos. A mí me encantaría meter Slayer en las misas, que son muy católicos. El metal se asocia a lo satánico, pero eso no tiene ningún sentido. Al menos, no todos los grupos tienen letras así. El vocalista de Slayer, por ejemplo, es muy católico".

Al principio, ese espíritu transgresor del padre Juan chocó con el hermetismo rural. "Hay gente a la que le gustan los curillas más tradicionales, pero yo no rompo nada", bromea. "El mundo ha cambiado mucho y la iglesia debe adaptarse a los tiempos para no perder peso. Antes la religión pintaba mucho en nuestras vidas. Que tu hijo fuese cura era un orgullo. Hoy no hace gracia. La visión que tenemos del cura es demasiado tradicionalista. Uno actualizado se ve poco". El padre Juan no lo explicita, pero cada movimiento que hace, cada palabra, cada mirada, busca romper con esa visión cada vez más obsoleta sin perder la esencia de lo que supone tener una fe arraigada en el corazón. 25 años con la sotana dan cuenta de su devoción.

El padre Juan, párroco de Jadraque, durante la entrevista con EL ESPAÑOL en la sacristía de la iglesia local. Cristina Villarino E. E.

El padre Juan, párroco de Jadraque, durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.

PREGUNTA.– ¿A qué se habría dedicado si jamás hubiese ingresado en el seminario menor? ¿Dónde se encontraría hoy?

RESPUESTA.– Si no hubiera estudiado teología, que me encanta, me hubiera dedicado al estudio de la simbología y de la mitología religiosa. La religión es fascinante. No sólo el cristianismo, sino el islam y el judaísmo. Una de mis asignaturas favoritas en el seminario era Historia de las religiones. Era una maría. Me enganchó. 

P.– Usted es un cura moderno, adaptado a los tiempos. ¿Se encuentra mucha reticencia dentro de la propia iglesia por ser como es? ¿Hay más como usted pero callan por miedo al qué dirán?

R.– En estos tiempos cambiantes podemos hacer dos cosas: o nos adaptamos o ponemos una muralla y decimos 'nosotros tenemos la verdad y el resto se equivoca', es decir, volvemos a la sotana, a lo ancestral, al rosario. A nuevos tiempos habrá que dar respuestas nuevas, ¿no? Al final, los interrogantes siguen siendo los mismos. Hay quien dice que abrirse demasiado puede hacer que se pierda lo esencial, pero si tú analizas el cristianismo a lo largo de la historia, siempre ha mutado. No fue lo mismo en la Edad Media que en el Renacimiento, como no lo es ahora. Hoy es muy complicado que los chavales vengan a la Iglesia. Lo que vendemos no les atrae.

P.– ¿Cuál es la respuesta? ¿Una revolución?

R.– El Concilio Vaticano Segundo fue un gran avance y una forma de adaptarse a los tiempos; abrir las ventanas para que entrara aire. Necesitamos algo nuevo. Conforme ha avanzado la modernidad, Dios se ha quedado sin espacio porque le come terreno la ciencia, la mente, el racionalismo. Pero Dios no cumple esa función. Hemos hecho un Dios exterior, no uno interno. La trascendencia, la inteligencia espiritual, lo inmanente, sigue estando ahí. Es lo que tenemos que trabajar: el silencio, la contemplación, la meditación y la oración. Yo no sigo mucho a Pablo D'Ors, pero un amigo mío, cura, habla mucho de él y de sus 'amigos del desierto' de la meditaciión. Ahí va gente creyente y no creyente, y en el zen y en el yoga, uno también se encuentra con Dios.

P.– Es lo que busca esta nueva etapa de la iglesia, ¿no? Apostar por el ecumenismo, lanzarse a los nuevos tiempos, abrir las puertas del Vaticano para los creyentes del siglo XXI.

R.– Yo he sido crítico con el papa Francisco porque tendría que haber hecho mucho más. Pero... ¿acaso podía? Ha llevado a cabo guiños positivos, como las bendiciones a las parejas homosexuales, y medio clero se le ha echado encima y hasta los ortodoxos han roto relaciones. Una cosa es lo que él querría hacer y otra lo que realmente puede. Ocurre igual con los políticos. Cuando no están en el poder, dicen todo lo que quieren, pero cuando lo alcanzan, empiezan a matizar.

El padre Juan en el cruce de la nave central de la parroquia de Jadraque. Cristina Villarino E. E.

P.– ¿Está aún demasiado politizada la iglesia?

R.– Totalmente. Mucha iglesia es muy católica, apostólica, romana... y de derechas. Yo trato de no meterme en política. Con mis alcaldes socialistas me llevo tan bien como con los del resto de signos. Y tengo tantas parroquias que me relaciono con todos los colores. Al final, esto va de personas. En España, cuando han mandado los socialistas, a pesar de que hayamos tenido nuestros rifirrafes, no nos ha ido tan mal. El 0,7% [la asignación tributaria que hizo que el porcentaje del IRPF que los contribuyentes podían destinar voluntariamente a la iglesia subiera del 0,52%] lo sacamos con Zapatero y María Teresa. Cuando ha gobernado el PP, ha acabado siendo más tibio con la iglesia. 

P.– ¿Existen el pecado y el infierno, padre Juan? ¿Qué opina usted?

R.– El pecado es todo lo que te hace daño, lo que te machaca a ti o a los demás o a esta obra [señala su cuerpo], que es la obra de Dios. Y, sobre el infierno, tengo mis dudas. Lo prediqué hace poco. Si existe, debe ser algo correctivo, porque los castigos deben tener un significado. Lo contrario es tortura. El concepto de eternidad es incompatible con el amor. Los ortodoxos ya hablan de la apocatástasis, de que al final habrá una renovación perfecta y todo volverá a Dios. Lo contrario no me entra en la cabeza. ¿Cómo va a perderse todo? La misma Biblia dice que Dios quiere que todo el mundo se salve y tenga conocimiento de la verdad.

El padre Juan señala hacia el retablo de la iglesia durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Cristina Villarino E. E.