Genoveva de Brabante, ¿era feliz? Esta leyenda trata la huida de la esposa de Siegfried de Tréveris, falsamente acusada por el mayordomo Golo de infidelidad, el perdón de sus verdugos y los siguientes 6 años aislada, escondida en los bosques de las Ardenas, alimentándose de la leche de una corza. Una de las principales eremitas de la cultura occidental, pero no la única y tampoco la última.

El ascetismo por necesidad no es ascetismo (que se lo digan al más que pudiente Simeón Estilita el Joven). Lo escaso se codicia y, a pesar de que tradicionalmente se le confiera un aspecto negativo, la soledad es cada día más rara y difícil de alcanzar. Por ello, hay personas que la buscan, a cualquier precio, y que se aíslan en los montes españoles. Cambiar comodidad urbana por incertidumbre rural no es un paso pequeño, hace falta mucha valentía, y de eso da fe Ana Francis Sánchez Sevilla.

En el parque Natural de Los Calares del Mundo y de la Sima, en la provincia de Albacete, entre fresnos, arces y pinos carrasco, donde en invierno se llega a los 10 bajo cero y en verano a los 42 ºC, donde los jabalíes pasan como camiones a izquierda y derecha (o los corzos, lo que es mucho más tranquilizador) encontramos un minúsculo terreno llano donde alguien ha aparcado una caravana (sin quedar muy claro cómo ha sido posible llevarla hasta ahí). En ella encontramos (aunque ese capítulo de su vida ha llegado muy recientemente a su fin) a Ana, que nos tranquiliza diciéndonos que no nos preocupemos, que los jabalíes no se acercan, y menos con perro.

Ana en una imagen de archivo.

Esta asceta moderna pasó de ser uno de los 'peces gordos' de ventas en Renault a vivir durante 5 años en el Parque Natural de Los Calares del Mundo y de la Sima, en la provincia de Albacete, completamente aislada (tanto que no se enteró del COVID-19 hasta que ya había vacunas para todos) junto a sus perros. Eso duró hasta que el último de los grandes murió el año pasado.

PREGUNTA.– ¿Dejó la caravana tras la muerte de su perro?

RESPUESTA.– Sí, pasaron varias cosas en realidad. Estaba muy aislada y ese perro no dejaba que se acercase nadie que no quería que se acercase. Era un mastín mezclado con dogo argentino que ha vivido 12 años conmigo en el monte. Ese can era la razón de que estuviera ahí.

P.– ¿Qué lleva a alguien a dejarlo todo para ir a vivir en soledad al monte?

R.– Es una respuesta complicada. Han pasado muchas cosas en mi vida. Trabajé muchos años en la Renault y me empezó a interesar el teatro. Tuve la oportunidad de hacer un curso en Madrid con Leo Bassi, y acabé trabajando con él en París. Después, me quedé embarazada y volví a Albacete.

P.– ¿Y cómo pasa uno de eso a acabar sola?

R.– Espera, espera. Queda mucho para eso. Trabajé en diferentes proyectos infantiles en Castilla La-Mancha, pero mi socio acabó jugándomela y me compré una caravana. Me fui con mis hijos a Las Negras, en Almería, donde me compré una casa. Pero al final, por unas situaciones de abuso por parte de unos niños, salimos pitando de ahí. En plena crisis inmobiliaria de 2018 el alquiler de la casa no daba ni para pagar la hipoteca, así que volvimos a casa de mis padres en Chinchilla.

P.– ¿Volviste a un pueblo?

R.– Sí, pero empecé a interesarme mucho por el entorno natural. En realidad, siempre me había interesado. Ya en Las Negras monté un festival internacional (sin permiso, que no le gustó lo más mínimo al Ayuntamiento ni a las autoridades del Cabo de Gata, pero al que se tuvieron que subir porque se iba a celebrar sí o sí), donde vinieron los de Sunseed Desert Technology [una iniciativa ecologista montada hace 40 años en el desierto de tabernas por un grupo de científicos británicos, que se puede considerar una 'ecoaldea']. Llegó gente que tenía estilos de vida alternativos y esa semilla quedó plantada.

Ana junto a sus animales.

P.– ¿Decidiste en Chinchilla dejarlo todo?

R.– Empecé a ir con mis hijos al monte los fines de semana. Allí había gente que vivía en comunas, en 'tipis', y que les enseñaban a mis hijos a cultivar su propia comida; a desplumar un pollo o un pato; a guiar a un burro para cruzar el Segura.

P.– ¿Y te compraste la caravana?

R.– No. Negocié con el padre de mis hijos para que se quedase con ellos y me fui de okupa a un bungalow de un camping abandonado en la sierra de Albacete. Los dueños me dejaban estar allí porque les mantenía los terrenos limpios y cuidados. Pero después alguien compró el camping y me pidió 200 euros de alquiler, y yo funcionaba por trueque. Supongo que no les convencía un pago en zanahorias y huevos. Fue ahí donde me compré una caravana inglesa (que, tras el Brexit, necesitaban un permiso especial para circular, y las que estaba aquí las vendían muy muy baratas) y me fui con mis perros al monte.

P.– ¿Eras completamente autosuficiente?

R.– Durante un tiempo. Pero luego (y mira que habían pasado años) me ofrecieron un puesto de oficinista que acepté, aunque no duró demasiado. Me pasé un total de 5 años en el Parque Natural de Los Calares del Mundo y de la Sima cuidando de todo lo que me rodeaba, sobre todo del agua, que es lo más importante del mundo. Era un sitio al que no venía nunca nadie.

P.– ¿Tan aislado estaba?

R.– Sí. Lo conocí por un fotógrafo de naturaleza que había hecho un evento con Nikon y Renault hacía muchos años. Para que te hagas una idea, si caían unas gotas, el barro impedía completamente el acceso. Así de apartado estaba.

P.– ¿Y nunca tuviste miedo?

R.– En ese trabajo del que te he hablado, los dueños… bueno, no eran de fiar.– Una vez me siguieron hasta mi caravana, sin bajarse del coche. Ahí pasé un poco de miedo. Con cualquier otra cosa podía mi perra.

P.– ¿Y cuál es el plan ahora?

R.– Pues voy a vender la caravana y a comprarme una cueva en Chinchilla. Me lo han puesto a huevo, amueblada y sin humedades, fresca en verano y cálida en invierno. Me la voy a comprar por nada y menos.

Un grupo de personas frente a unos tipis. Imagen cedida

Aunque Ana encontró la forma de vivir como quería, no fueron sino sus circunstancias personales las que la llevaron a esa situación. Si no se la hubiesen jugado con los proyectos infantiles; si el padre de sus hijos hubiese querido criarlos en París en vez de en Albacete; si dos hermanos de Las Negras no hubiesen abusado del resto de niños del pueblo… tal vez esos cinco años de soledad no habrían tenido lugar jamás.

Pero a más de 600 kilómetros al noroeste, en pleno monte orensano encontramos una historia de pura vocación, la de Lucía (@solaenelmonte), que tiene más de 71.400 seguidores en Instagram y que cambió la frenética vida madrileña por la soledad rural, que era lo que siempre había buscado. "Todos conocemos a una persona que vive en una ciudad y siempre se está quejando de lo que odia y que quiere irse al campo. Esa soy yo". La diferencia entre Lucía y el resto de los mortales es clara: "Simplemente me cansé de decir que quería hacerlo y… lo hice. Ya está".

Dos perros, pollos, patos y hasta cabras (y lo que está por llegar) han ido llegando en los últimos dos años al pleno centro de Galicia, donde Lucía se ha ruralizado como deseaba y, a través de sus redes sociales, enseña a la gente cómo es posible con muy poco dinero (su inversión en la compra de su casa fue de tan solo 6.000 euros) dar ese paso que muchos desean, pero al que muy pocos se atreven. Aunque tiene un consejo: "Siempre tienes tiempo de volver, de arrepentirte. No tienes por qué comprarte una casa de golpe". Puedes probar esa vida.

A pesar de eso, nos comenta que la decisión, en su caso, no tenía mucho misterio: "El campo siempre ha sido mi placer culpable. De pequeña siempre quería estar en el pueblo. Hubo una temporada de adolescente y preadolescente que me creía muy de ciudad, pero luego me volvió la pasión por el monte. Mis primeros recuerdos son en el campo y espero que los últimos también lo sean".

Pero ¿cómo afronta uno la soledad? El camino que siguió Lucía no fue fácil: "Siempre he sido una persona muy independiente y tengo vida social, la que quiero y cuando quiero. Las redes sociales facilitan bastante el tema de la soledad. El primer año sí fue algo más duro, pero ahora mismo tengo bastante vida social. A pesar de eso, se echan de menos las dinámicas antiguas, sobre todo a mis amigas. Pero nos mantenemos en contacto".

Ni a Ana ni a Lucía les hace falta que el equivalente Siegfried de Tréveris descubra su error y, cazando corzos, descubra a su esposa escondida en el bosque y restituya su honor. Ellas no necesitan salvación de sus deseos. El campo es a lo que aspiran y, aunque dé vértigo, es un sentimiento compartido por miles de españoles. Una de las soluciones a la España vaciada se basa, solamente, en que algunos sigan sus sueños.