–Discúlpame, compañero. ¿Estás grabando? (Echa un vistazo a la grabadora y mira hacia el cielo) Nos hemos ido de madre...

Estas no son palabras del entrevistado, que no opone resistencia a hablar frente al micrófono del móvil del reportero. Al fin y al cabo, ¿cómo iba a hacerlo, si él mismo se dedica a consignar la historia oral callejera mediante un método similar?

La frase está extractada del último libro de Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981), antropólogo y filósofo que, por su condición de entrevistador, mantiene también relaciones promiscuas con el periodismo. Si había venido reciclando algunas de las conversaciones mantenidas con sus fuentes en reportajes dominicales para El Mundo, ahora las ha dramatizado para su debut en el teatro. Con algunas dosis de ficción, San Vicente Ferrer 34 reproduce conversaciones reales mantenidas con algunos de sus informantes y está basada en el trabajo etnográfico en un narcopiso de Malasaña el 16 de marzo de 2019.

En esa misma dirección de la capital se cita EL ESPAÑOL con Domínguez que, mientras llega andando parsimoniosamente desde la madrileña Plaza del Dos de Mayo, señala los rescoldos del paisaje urbano casi extinto que ha reconstruido en sus libros. "Ahí había un garito de punkis", "eso era una discoteca de rockers".

Aclara que tampoco el narcopiso de San Vicente Ferrer 34 existe ya. Poco tiene que ver la actual Malasaña con el barrio que evocan los protagonistas de esta obra de teatro. Hoy son todo expendedurías de cannabis CBD, tiendas de moda vintage y librerías de temática feminista.

Fachada del número 34 de la calle de San Vicente Ferrer, en el barrio madrileño de Malasaña, donde existió un narcopiso en el que se ambienta la obra teatral de Iñaki Domínguez.

Fachada del número 34 de la calle de San Vicente Ferrer, en el barrio madrileño de Malasaña, donde existió un narcopiso en el que se ambienta la obra teatral de Iñaki Domínguez. Víctor Núñez.

En una de las conversaciones que mantienen los yonquis de su obra, se plantea lo que podría llamarse la paradoja de la gentrificación. Y es que las denuncias del encarecimiento de los barrios, la defensa de su habitabilidad, sólo se enuncian una vez que esos barrios se han revalorizado (porque, como se dice en el libro, antes "eran una mierda"), y es precisamente esa revalorización lo que las gentrifica. Dice uno de los personajes:

A los que más se les llena la boca con eso de "mi barrio" ni son del barrio ni han pisado un barrio en su puta vida. Los que dicen "mi barrio" son los que luego se quejan de la "gentilicación" o "gentificación", o como se llame. ¡Si son ellos los que vienen de fuera y encarecen el barrio! ¡La "gentificación" eres tú, payaso! Que si no vives en Malasaña te va a dar un parraque. Ahora Malasaña se ha vuelto el barrio de todos.

Ya no hay oficinas, sino espacios de coworking. Ya no hay pensiones, sino Airbnb. Ya no hay tiendas, sino boutiques. Ya no hay tascas, sino gastrobares. Ya no hay cafeterías, sino locales de brewing.

Este proceso de impersonalización que sufren las ciudades, cuyas víctimas son el sentido de la vecindad y las redes de solidaridad barrial, atraviesa algunos diálogos de la obra:

–Nos quieren echar de nuestras casas. Y el barrio se está llenando de modernos.

–Sí, pero antes los modernos éramos nosotros. Ahora los modernos son guiris o niñatos de pueblo.

Y en este marco de lugares que han perdido su identidad comunitaria para convertirse en espacios de afirmación consumista de identidades fragmentarias, Iñaki Domínguez se refugia allende la M-30. Rastreador de la autenticidad en tiempos de homogeneidad, se ha dedicado a cartografiar las experiencias vecinales, a preservar la geografía sentimental de varias generaciones de madrileños. San Vicente Ferrer 34, que el autor califica de "hiperrealista", sigue esa misma senda inmersiva para retratar al lumpen desde dentro.

Domínguez vivió primero el moderneo y luego lo teorizó. Antes de cogerle el gusto a la cháchara con fuentes, se dedicó al ensayismo, que daba menos trabajo (de campo), en libros como Sociolo­gía del moderneo (2017). Luego se metió a sociólogo stricto sensu, y alumbró la trilogía por la que se ha granjeado el favor del público: Macarras interseculares. Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros (2020), Macarrismo (2021) y Macarras Ibéricos (2022).

Cuenta Iñaki que tiene a la vez alma de monje y de fiestero. Ha combinado ambos temperamentos, el de amanuense y el de tunante nocturno, en su obra literaria, que concede dignidad académica a lo popular y se distancia de la onfalitis de la torre de marfil universitaria, preñada de empollones. En la taberna en la que se realiza la entrevista, pregunta Iñaki al mesonero:

¿Cuánto lleva abierto Casa Camacho?

–Desde las doce y media.

–¿E históricamente?

El tabernero habla de que el local está próximo a cumplir el centenario. Iñaki se ofrece a hacerle una entrevista para El Mundo.

Dice uno de los personajes del libro que "El mundo es un gran narcopiso": "Si no te pones de pastillas, te pones cocaína, si no de speed, si no de vino, y si no, de cerveza. ¡Yo no conozco a nadie que no vaya de nada!". ¿Son los drogadictos los chivos expiatorios de la sociedad?

Hay mucha hipocresía social con el tema de las drogas. Por ejemplo, con el alcohol, que es la droga que a mí más me gusta, es de las peores, pero es legal, por eso es la mejor, y por eso es la legal [risas].

El hecho de que el hachís o la marihuana no sean legales en 2024 es una aberración para mí. Manda huevos que en EEEU sea legal, que es un país con muy pocas libertades. Que se enteren, porque se creen que es el único país con libertad y probablemente sea el país occidental con menos libertad que existe.

Tú mismo eres un personaje en la obra. ¿Te ha pasado, como a él, que tus informantes recelen de ti? ¿Has llegado a temer por tu seguridad?

En ese narcopiso éramos un agente externo. Había allí uno muy paranoico que me quitó la grabadora, que eso no aparece en la obra de teatro, y no me la quería devolver. En ese momento me sentí un poco agobiado, estar encerrado en una casa me dio un poco de yuyu.

Los yonquis de San Vicente Ferrer 34 añoran los "antiguos garitos del barrio, los buenos". Evocan que "en esa época no había tantos malos rollos como ahora". Incluso sienten melancolía de la droga de antaño, que era "más pura". ¿Tú también eres nostálgico? ¿El tipo de literatura que haces engarza con la actual corriente neonostálgica?

No soy particularmente nostálgico. Simplemente me interesa la calle e investigo este tipo de fenómenos. Naturalmente, me hago mayor, veo tonterías. En general había más libertad antes, en los noventa por lo menos, yo no te hablo de franquismo o cosas raras. Aunque también había más acomplejados antes, lo cual implica menos libertad.

Había más o menos libertad dependiendo de qué aspectos tomes. Los modernos tenían un gran complejo de inferioridad en los ochenta. Se idealiza la Movida madrileña, pero yo no querría saber absolutamente nada de eso, porque los modernillos paletillos son lo peor. Son como ese grupo de Facebook, "Modernos que odian a otros modernos más modernos que ellos". Es algo de lo que que nunca se habla, me gustaría hacer un libro sobre eso algún día.

Mucho provincianismo.

Mucho provinciano que venía de una dictadura y se disfrazaba para creerse guay. Modernos de pueblo.

Portada de la obra de teatro 'San Vicente Ferrer 34', el último libro de Iñaki Domínguez.

Portada de la obra de teatro 'San Vicente Ferrer 34', el último libro de Iñaki Domínguez. Amazon

Los macarras de tu libro, a quienes en su juventud miraban mal por excéntricos, tienen ahora el discurso de "ya no hay respeto", lamentan que "todo se ha vuelto una mierda". Puede pasar que los que eran modernos se conviertan luego, aunque sólo sea correlativamente, en figuras tradicionalistas.

Eso pasa con el feminismo ahora. Tú te lees ahora La dialéctica del sexo, de Shulamith Firestone, y era la feminista radical que te caía fatal antes, y la piba todo lo que dice te lo diría hoy El Fary. Hoy decir cosas de sentido común que todo el mundo cree, porque todo el mundo las cree aunque no lo dice, parece algo de derecha radical.

Aún así, ¿no cabe decir que el consumismo que has criticado y la uniformidad que acarrea han supuesto una pérdida de tradiciones y costumbres valiosas que caen víctimas de la estandarización?

Por supuesto, pero se pierden y se ganan otras. Que tu profesor te parta la cara tampoco mola. Aunque está igualmente mal que ahora sea el alumno el que chulea al profesor. Lo deseable sería encontrar un término medio, una síntesis hegeliana.

Te interesas por sujetos que mantienen el atractivo en un panorama de artificialidad. Pero tampoco los idealizas: muchos de los que has entrevistado no podrían ser categorizados como ejemplos de virtud.

Pero también hay virtud ahí. De los primeros tíos que me han dicho te quiero era un tío de Vox y delincuente profesional. Estas tonterías de los cuidados… los primeros que dicen te quiero son los delincuentes, los heterosexuales machos me han dicho cosas que no me había dicho nunca un estudiante universitario, que son los pagafantas de este tipo de discursos como los de Podemos.

No han inventado ellos lo de los cuidados. "Te quiero" lo decía César Augusto, lo decía Napoleón y lo decían todos los heteros de la tradición. Conocer a gente que tiene otros códigos te hace abrirte los ojos a tener una perspectiva histórica. Si no, te crees que las mujeres gordas han podido ir a la playa gracias a Irene Montero. Es el "anacroactivismo" que dicen los de Homo Velamine.

Había honor entre delincuentes.

Lo hay. Cada vez menos, y hay quejas entre ellos en ese sentido. El mercado neoliberal ha afectado a la sociedad en total, en todos sus ámbitos, y los delincuentes son un ámbito de la sociedad, igual que la cárcel. Ahora son todos chivatos, no tienen valores, pero antiguamente no podían serlo. Había unos códigos, y de hecho más rígidos y más sólidos que los que rigen para nosotros.

Se crean unos lazos de solidaridad muy fuertes. Que etimológicamente solidaridad viene de solidez, no de que le das dinero a un negro de África, eso no es solidaridad en absoluto, porque ahí no hay ninguna identificación. Solidaridad es cuando te vas a la guerra y estás jugándote la vida junto a otro soldado; los policías son muy solidarios entre sí; los delincuentes son muy solidarios porque viven peligrosamente. Eso se manifiesta incluso en la conducta sexual. Entre los delincuentes es muy común que hagan intercambio de parejas, que tengan sexo con otras pibas en la misma habitación. Lazos y hermanamiento. Pedimos otra o qué.

[Pedimos otra]

La hipocresía de la que hablabas también afecta a la visión que la sociedad higiénica y moralista tiene sobre los delincuentes. Tratándose de gente indeseable, ¿aún así observan más códigos de conductas que ellos?

Totalmente. Si los delincuentes cometiesen esos pequeños pecados legales y cotidianos con ciertas personas, serían asesinados [risas]. La gente hace putaditas inmorales. Te puedo poner los casos que quieras de mi propia vida, de cosas que he estudiado en mi tesis, de conductas en la universidad del profesorado absolutamente miserables… Lo que pasa es que unas son legales y otras no.

Iñaki Domínguez

Iñaki Domínguez Cedida

Sobre el tema de la universidad: no tienes un perfil de académico estándar. ¿Para ti investigar estas cosas sirvió para conciliar dos facetas de tu vida?

No soy el típico intelectual. Encontré ese nicho para mi trabajo. No todo el mundo tiene esas dos visiones, e intento aprovechar esa ventaja al máximo.

Da la sensación de que la gente de la universidad vive en una cima de academicismo desde la que no se ve la calle, pero estudiando cosas que pasan en ella.

Para no proyectar una mirada ajena sobre la gente que investigo, yo me gano a la gente, soy un tío honesto, me llevo bien con ella. Luego tengo calle, no soy un malote, pero he sido muy marchoso y juerguista desde que era adolescente. No soy un empollón y eso me ayuda. Los empollones son los académicos, que no tienen legitimidad para hablar de lo callejero. También soy un bicho raro para muchos. Siempre me han dicho que soy peculiar: me lo dicen los delincuentes y los no delincuentes.

La Comunidad de Madrid debería darme un premio o algo [risas], porque sinceramente te lees un libro académico sobre estos temas y te descojonas. Me río yo de, cómo se llama este… Stanley Cohen, que está muy bien porque es el primero que toca el tema de las tribus urbanas, pero que a nivel de informaciones es mínimo, no aporta nada. El tío hace un libro sobre los mods y los rockers y entrevista a un camarero y a una pareja de viejos. El tío dice que va por ahí escuchando las conversaciones de los mods y los rockers mientras están en la plaza. ¿Qué dices, tío? Como te vea un mod de estos te arranca los dientes.

Estos son pijoprogres. He trabajado mucho traduciendo, y esos trabajos académicos son todos iguales, parecían escritos por la misma persona. No hay entrevistas apenas, porque es un coñazo, porque tienen miedo… Yo me he acostumbrado y para mí es un placer, he hecho también muchos amigos. Y recomiendo a todo el mundo que se aventure en esto que lo hagan, porque va a sacar una ventaja comparativa con los demás muy grande.

¿Madrid se está volviendo inhabitable?

Madrid no es una ciudad hostil, sino acogedora. Yo el centro lo piso poco, intento venir lo mínimo, voy a los barrios que me gustan, El Pilar, Colombia, sin que tenga que darme de bruces con turistas o con gente con maletas. Pero se está haciendo complicado de habitar cualquier ciudad. Pero más que porque todo es muy caro, por todo el tema de la vigilancia. Esto es un panóptico, si dices alguna tontería borracho te lo pueden grabar y sacártelo en prensa.

[Este periódico no sacará nada de lo que pudiera decirse cuando entrevistador y entrevistado pasaron de las pepsis a las cervezas al acabar la entrevista]