Silvia Hervás (Valencia, 1989) mide el pulso de la vida a golpe de novela. En ellas, recoge los intereses vitales y sensibilidades que emocionan a toda una legión de jóvenes lectores -más de dos millones y medio desde que en 2013 publicase su primera novela, ‘Llévame a cualquier lugar’-. No obstante, esta escritora siempre se ha ocultado bajo las palabras que escribe. Lo ha hecho bajo el seudónimo de Alice Kellen, una forma de protegerse del pudor de contar historias juveniles que hablan de amor universal pero que, inevitablemente, contienen retazos de sus propias experiencias.
Y es que, detrás de su talento y habilidad para contar historias también se esconde una joven insegura de sí misma que, a diferencia de cuándo escribía para guardar sus notas en un cajón, sufre durante el proceso creativo. Por eso, duda de la aparente seguridad del que se cree que supera la genialidad. “Escribir está repleto de pequeñas alegrías y de penas, muchas penas”, asegura en la entrevista con EL ESPAÑOL.
Penas que, paradójicamente, combate con el arte de escribir, el cual le ha servido de refugio en aquellos momentos difíciles en los que la escritura se vuelve una terapia. Esa escritura dotada de cualidades sanadoras para el que escribe y también para el que lee esas novelas que hablan de amor como forma de combatir la soledad que habita en el mundo. “Al final, el amor trata de querer ver a una persona y que esa persona te vea a ti”, comenta.
De la misma forma, su historia de amor con los libros comenzó con su padre, quien le descubrió que detrás de esas páginas se hallaba la vida. “Con mi padre, que murió hace dos meses, hablaba más de libros que de la vida, pero como los libros también hablan de la vida, pude hablar mucho con él sobre muchos temas”, dice, recordando con nostalgia su niñez.
Ahora, a sus 35 años, dispuesta a traspasar los límites generacionales con su nueva obra: ‘Quedará el amor’ (Planeta), su decimosexta, esta vez más madura, con tintes históricos, poco habitual hasta ahora en la obra de la autora, que narra episodios clave del siglo XX como el cerco de Dunkerque, pero sin dejar de lado los elementos que la han consagrado como una de las escritoras más relevantes de su generación.
Una transición hacia la literatura más adulta que nace de su miedo de llegar a la vejez y comprobar todo lo que hizo mal en su vida. “Eso me da más miedo que la muerte”, dice. “Todos los días de mi vida me planteo cómo me veré cuando tenga ochenta años: si me alegraré de lo que he vivido. Crecer es ver las cosas con perspectiva. Ahora, por ejemplo, me arrepiento de haber sido mala estudiante. Así que siempre vivo con la presión de tomar buenas decisiones para que mi yo del futuro esté orgullosa de mí”, expresa.
P.- ‘Quedará el amor’ marca un cierto cambio en su literatura ya que pasa de escribir novelas juveniles a una novela más adulta, con tintes históricos. ¿Por qué ese cambio?
R.- La primera versión la escribí hace cinco años, y ya entonces pensé en enfocarme en escribir novelas más adultas, y ese pensamiento llegó porque yo iba creciendo y madurando y me interesaba hablar desde otras perspectiva de los temas que siempre había tratado.
Así llegaron novelas un poco más adultas como ‘La teoría de los archipiélagos’ o ‘Tú y yo, invencibles’ que han servido para acolchar el camino para la llegada de esta nueva novela, la más madura de todas. Los temas no cambian demasiado porque yo siempre me muevo en lugares comunes, pero sí que es verdad que según las edades y las experiencias vitales de los protagonistas, las trabajas de forma diferente.
P.- Eso le abrirá la puerta a otros lectores, imagino.
R.- Sí, la verdad que cuento con un público muy transversal, aunque mayoritariamente son mujeres las que me leen. Y quizá, hasta ahora, las historias que he contado no han llegado a otros públicos. Pero más allá de atraer a otros públicos, que tampoco me importa mucho, el cuerpo me pide hacer otras cosas. Algo que me suponga un reto, sentir que me motiva... No quiero que mi trabajo, que es creativo, se vuelva rutinario. Perdería toda la magia.
P.- Y, como dice, su propia experiencia vital y aprendizaje sobre la vida también se ve reflejado en las historias que cuenta. ¿Hasta qué punto?
R.- Siempre digo que los libros son inmutables; pero las personas, no. Tus vivencias, al final, se ven reflejadas en lo que haces y en lo que piensas. Yo no hablo desde el "yo" directamente en mis novelas, pero todas son "yo". Cuando empecé hace 15 años escribía novelas de una chica de 20 años. Ahora tengo 35 y ha habido una evolución. Y me gusta que la gente que me sigue desde entonces se haya dado cuenta de esa madurez.
P.- ¿Qué siente cuando revisa sus primeras novelas?
R.- No me gusta mucho leerme. Escribo mejor ahora que antes, afortunadamente (ríe). Empecé muy joven y cuando empiezas tan joven es muy fácil ver las costuras. Ahora leo algo de mis inicios y veo que quizá no lo haría igual y que casi que me avergüenza. A los 20 años eres otra persona. Pero bueno, también es bonito ver cómo evolucionas.
P.- Aunque la madurez también trae consigo la autoexigencia de superarse cada vez.
R.- Sí, además soy muy autoexigente y lo paso mal. Yo empecé a escribir porque me gustaba y me lo pasaba muy bien. Era mi pasión. Y ahí eres completamente libre y también muy egoísta, porque escribes para ti, no para el que te lea. Y eso es puro disfrute, pero en el momento en el que se convierte en un trabajo y entran en juego otras piezas como son el mundo editorial, la promoción, los lectores... algo tienes que ajustar.
P.- ¿No disfruta tanto como cuando empezó?
R.- Pues la verdad que el proceso de escritura de una novela es un poco una montaña rusa. Hay días maravillosos, otros son una tortura. A veces odias lo que has escrito, al día siguiente te encanta... Tiene mucho de desgaste mental. Es un proceso repleto de pequeñas alegrías y de penas, muchas penas (ríe).
P.- Bueno, quizá las inseguridades y la autocrítica forman parte de la genialidad.
R.- Hay autores que te hablan de sus propias novelas y dicen de ellas que son maravillosas y son lo mejor que se ha escrito en el mundo. Y siempre pienso que tiene que ser muy duro escribir algo y pensar que es la leche porque, a partir de ahí, ya no queda nada, no hay crecimiento, no hay superación, no hay vértigo... A mí me generaría un vacío, así que me quedo con mis dudas.
P.- Además, imagino que parte de ese aprendizaje y crecimiento pasa por leer a otros autores.
R.- Totalmente. Yo siempre me he considerado más lectora que escritora. Y dejaría antes de escribir que de leer. Llevo meses sin escribir, esta novela la terminé en abril y todavía no he empezado la siguiente... Pero no me imagino seis meses de mi vida sin leer. No podría. Y además, es cierto lo que dices: escribes lo que lees, o por lo menos una pequeña parte de lo que puedes absorber. Entonces, no me imagino cómo alguien puede ser un gran escritor sin ser antes un gran lector. A mí la lectura me ha acompañado desde siempre.
P.- ¿De dónde nace ese amor por la literatura?
R.- Pues mi padre tiene mucha culpa de ello. Él me influyó mucho desde pequeña, transmitiéndome su pasión por la literatura o la música... Y años más tarde creo que también lo he podido influenciar yo a él descubriéndole libros más actuales a los que se acercaba menos. Él era muy de clásicos... Falleció hace dos meses y una de las últimas cosas que hicimos fue una lectura conjunta de 'Las uvas de la ira', que era uno de los libros favoritos de los dos.
P.- Qué bonito legado.
R.- Sí. Además, hablábamos más de libros que de la vida, pero como los libros también hablan de la vida, pudimos hablar sobre muchos temas.
P.- Sus novelas también hablan mucho de la vida; y del amor. ¿Hace falta haber conocido el amor muy profundamente para escribir novelas así?
R.- No te creas (ríe). A ver, es evidente que tienes que experimentar cosas para poder escribir sobre ellas. Pero lo que no hace falta es que estés enamorándote todo el rato para plasmar ese sentimiento. El amor es un tema universal que siempre, en mayor o menor medida, has experimentado. Es como cuando escribes un personaje de un niño, tienes que recordar un poco ese sentimiento de cuando eras niño, cómo te sentías en el colegio, cómo era ver el mundo cuando todo es más grande que tú. Estás muy lejos de ese momento, pero tienes que llegar ahí a través del recuerdo. La literatura es memoria mezclada con más cosas como la imaginación, la creatividad… y también es aquello que te perturba, aquello que no te atreves a expresar en la vida real, y te refugias en las palabras para contarlo... Y con el amor pasa eso, yo no he vivido todas las historias de amor que cuento en mi novelas, pero sí que tienes experiencias, recuerdos y nociones, y desde ahí imaginas y creas.
P.- Aunque, más allá de la imaginación, ¿sus relaciones de pareja también han tenido espacio en sus páginas, o ha preferido no hacerles hueco?
R.- Bueno, supongo que todo influye y todo te aporta. Dicen que los autores lo usamos todo, lo bueno y lo malo. Y de alguna manera vas colando pequeñas cositas de tu vida, y las disfrazas y las encajas en otras historias. Pero esto nos pasa a todos. Cuando damos una opinión siempre partimos de la base del aprendizaje que hemos tenido y de nuestras vivencias. Y en nuestro discurso disfrazamos un poco esas vivencias personales.
P.- En esta nueva novela hablas sobre el amor inacabado, siempre mucho más intenso y dramático. "Los interrogantes abiertos siempre tienen mucho más brillo que las cosas a las que le ha dado tiempo a desgastarse", escribe. Y le pregunto, ¿existe el amor para toda la vida?
R.- Pues creo que cada persona te aporta cosas distintas. Pero es verdad que las relaciones largas van mutando, y tienen distintas pieles en cada etapa. Y es inevitable. Y el hecho de que una relación dure mucho tiempo quizá tenga que ver más con la capacidad que tengan las personas que viven esa relación para ajustarse a los cambios. Pero no creo que haya una fórmula para que todo funcione, creo que estamos en constante ensayo y error. A cada cual nos hace felices cosas distintas.
P.- Lo que sí está claro es que a nadie le gusta convivir con la soledad no deseada. Nos avergüenza admitir que estamos solos. Y hablar de amor es una forma de combatir esa soledad.
R.- Sí, creo que cuando uno escribe sobre amor existe esa aspiración. Y da igual si es el amor romántico o es el amor de la amistad. Al final, el amor trata de querer ver a una persona y que esa persona te vea a ti. Y eso tiene mucho que ver con la soledad. Y más en un momento donde, a pesar de estar hiperconectados con todo el mundo, estamos más solos que nunca.
P.- Tengo una amiga a la que tus novelas le han servido de refugio cuando ha atravesado períodos de depresión. Y, para ella, tus libros tienen cualidades sanadoras y curativas. Y ahora que se habla tanto de cuidar la salud mental, no sé si es consciente de la capacidad que adquieren sus novelas para sanar.
R.- Hay dos cosas que me hacen mucha ilusión cuando la gente viene a las firmas. Una es cuando me dicen que alguien se ha animado a empezar a leer gracias a mis libros. Y otra es cuando me dicen esto que comentas. Los libros, sin duda, son un abrazo y te remueven por dentro, te empujan a reflexionar sobre ciertos temas. Y a mí me pasa con otros autores. Un libro tiene que despertarte algo, ya sea algo positivo o también miedo, incertidumbre... Y muchos libros también son un espejo en el que vernos.
P.- Y, en su caso, ¿se ha refugiado en la escritura para poder afrontar un período de depresión? ¿Le ha servido como terapia?
R.- No tanto en un período de depresión, ya que tengo la suerte de no haber pasado por ahí, pero es verdad que he pasado por momentos malos en los que la escritura me ha servido mucho para desahogarme. En las palabras que escribes siempre dejas rastro. Y aparte de las novelas, siempre he escrito blogs para mí a modo de terapia. Volcar esos sentimientos es una forma de hablar contigo misma. Escribir te ayuda a sentarte, y cuando te sientas y estás pensando en qué sientes y en cómo trasladar esas dudas o eso que te está mordiendo por dentro, ahí estás haciendo un ejercicio de introspección. Y eso creo que lo hemos perdido en cierta manera con las nuevas tecnologías. Mantenemos la mente demasiado ocupada todo el rato y no hay esos momentos para reflexionar sobre lo que sentimos. Creo que es necesario mirar más hacia dentro y un poco menos hacia fuera.
P.- Además, parece que las nuevas generaciones leen cada vez menos.
R.- No sé si menos, pero sí que con menos calidad. Y con eso me refiero a que, al haber tantos estímulos, cuesta mantener la concentración. Y eso no sólo pasa con la lectura sino también con las series o las películas. ¿Podemos estar durante dos horas viendo una película sin mirar el móvil? Hoy en día es complicado.
P.- Volviendo a esa exposición del escritor a mostrar su mundo interior. ¿Le ha costado luchar contra el pudor de que la lean personas que la conocen?
R.- Sí, nunca me ha gustado y sigue sin gustarme. Al final consiste en convivir con ello. Me cuesta porque, como hablábamos, tienes esa sensación de que te están viendo. No es fácil desnudarte a nivel emocional. Siempre tienes la impresión de que te encuentran entre las páginas.
P.- ¿Por eso se ocultó bajo el seudónimo de Alice Kellen?
R.- Sí, me resulta incómodo que me lea alguien que me conoce. Si es un desconocido no me importa. Tiendo a ser una persona reservada.
P.- Sin embargo, esa desnudez se exhibe a millones de personas. ¿Lo imaginó alguna vez?
R.- Nunca aspiré a eso. Yo empecé a escribir al llegar del instituto. Me ponía a escribir sin ningún tipo de pretensión. Cuando cerraba el ordenador, lo que había escrito quedaba ahí oculto para mí. Y nunca me planteé que pudiera llegar a vivir de esto, porque no es sencillo. Y creo que, para lograrlo, tiene mucho que ver con la constancia y con hacer las cosas lo mejor posible y, por supuesto, conectar con el público.
P.- Margot, la joven protagonista de esta novela, tiene grandes dificultades para llegar a final de mes. No sé si hay algo de usted en esa Margot y si ha vivido esas situaciones de precariedad antes de dedicarse a la escritura.
R.- Pues antes de dedicarme profesionalmente a esto, trabajaba en una empresa de marketing, y la verdad que mi situación era muy distinta, como la de la mayoría de la gente joven cuando se va de casa e intenta salir adelante. Y sí que viví esa precariedad que traslado en este personaje. Creo que muchos hemos vivido esa sensación de no llegar a final de mes.
P.- Esa sensación siempre sirve para medir dónde estamos, ¿no?
R.- Sí, exacto. Siempre lo recuerdas, nunca se te olvida. Y te lo llevas también a las historias.
P.- Y hablando de recuerdos, 'Quedará el amor' también ahonda en la memoria de los personajes: "Margot era joven, pero algún día ya no lo sería y se preguntó de qué se alegraría o arrepentiría entonces, qué balance haría de su vida cuando se acercase el final". Y, en su caso, ¿de qué se alegra y de qué se arrepiente en su vida?
R.- Me arrepiento mucho de mi adolescencia, lo cambiaría todo. Podría haber hecho cosas más interesantes… Desde los 14 a los 20 años corro un tupido velo. Lo enfocaría de otra manera distinta.
P.- ¿Por qué?
R.- No fui buena estudiante, repetí dos veces.
P.- Sin embargo, ya escribía.
R.- Sí, aunque no escribía bien con 16 años. Me gustaba escribir, pero también hubiera estudiado mucho más.
P.- Pero bueno, lo recondujo, sin duda.
R.- Sí, de hecho, eso es de lo que más me alegro en la vida. De haber podido encontrar el camino y de haber llegado hasta aquí. Y te juro que todos los días de mi vida me planteo cómo me veré cuando tenga ochenta años: si me alegraré de lo que he vivido, qué balance haré de mi vida.
P.- De momento, ¿se siente satisfecha o hay algo que cambiaría?
R.- Sí, estoy satisfecha, pero esas preguntas me generan muchísimas dudas. Me gustaría dejar de preguntármelas. Es algo que me obsesiona bastante.
P.- Quizá al crecer somos demasiado conscientes de que la vida pasa.
R.- Totalmente. Crecer es ver las cosas con perspectiva. Y hacerse preguntas es sinónimo de eso. Y encima vivo siempre con la presión de tomar buenas decisiones para que mi yo del futuro esté orgulloso de mí. Me da pavor llegar a esa edad y arrepentirme, porque entonces ya será tarde. Me da más miedo eso que la muerte.
P.- Aunque siempre nos quedará la nostalgia para adornar todo aquello que hemos vivido y así estar satisfechos cuando llegue la hora. La nostalgia como mecanismo para que cualquier momento nimio se recuerde como trascendental.
R.- Eso es verdad. Yo siempre miro atrás y veo mi infancia con un filtro amarillo. Eso es bonito, y también será refugio para cuando haga balance dentro de muchos años.
P.- Siempre "quedará el amor", como reza tu novela, y también siempre nos quedará la nostalgia.
R.- Sí, y espero que siempre nos acompañe, aunque sea para autoengañarnos.