"Me quedan meses de vida y tengo un mensaje para ti": la lección de vida de José Carlos Pastor, enfermo terminal
Profesor emérito de la Universidad de Valladolid, oftalmólogo e investigador, atiende a EL ESPAÑOL para conversar sobre la enfermedad y la vida.
En la puerta de entrada de su casa, José Carlos Pastor sacude con entusiasmo una pequeña campana que hace años le regaló su padre. La hace sonar cada vez que supera un nuevo obstáculo de su enfermedad. Sin embargo, cada vez resuena con menos frecuencia. En los últimos tiempos, el cáncer de próstata con metástasis que padece desde hace cuatro años no le ha dado tregua: la metástasis le ha comprimido la médula dejándolo paralítico. Según los médicos, le quedan meses de vida. Por eso, afronta cada día como si fuera el último.
Desde que su vida firmó sentencia y su cuerpo quedó postrado en una silla de ruedas hace ya tres meses, José Carlos ha tenido que asimilar que nunca más volverá a salir a montar en bicicleta, una de sus grandes pasiones. "Un domingo salí con la bici y el miércoles siguiente no podía ni andar. Fue un golpe muy duro, y ahí supe que tenía que demostrar que estaba preparado de verdad para mirar a la muerte a los ojos", revela en una entrevista con EL ESPAÑOL.
Ahora, ha cambiado la bici por una silla motorizada, con la que asegura pasárselo como un niño comprobando la potencia de su motor. El otro día, casi se la pega al bajar una acera. Su amigo Carlos, enfermo de ELA, le ha dicho que tiene un máster en trompazos, que tenga cuidado. Pero José Carlos no se deja vencer por el dolor. Su vitalidad ya dejó de sorprender a su mujer y a sus cuatro hijos, los cuales encuentran en las constantes bromas de su padre un motivo por el que cancelar cualquier otro tipo de plan.
A sus 73 años, asegura haber vivido una vida feliz y plena. Se siente orgulloso por todo lo que ha logrado. Y es que, José Carlos Pastor es profesor emérito de la Universidad de Valladolid, oftalmólogo e investigador, además de fundador del prestigioso IOBA —Instituto Universitario de Oftalmobiología Aplicada—. Su padre era médico y su madre abogada. Así que él no dudó en seguir los pasos de su progenitor. "Me gustaba mucho la medicina por mi padre, fue una inspiración para mí".
Su destacada trayectoria profesional en el mundo de la oftalmología lo llevó a viajar a Estados Unidos en el año 1976. Allí se dio cuenta de la importancia de la investigación. A su vuelta a España, y tras fundar el IOBA, se marcó el objetivo de situar la oftalmología patria en el mapa mundial. "Para mí es un orgullo haber contribuido a que la investigación en oftalmología española sea algo de uso corriente y no una excepción como era hace 50 años", comenta.
Y es que, el profesor de la Universidad de Valladolid siempre ha destacado por dejarse la vida en todo lo que se ha propuesto. "En España siempre ha existido cierta resistencia a los cambios", dice. "Se esperaba que como oftalmólogo sólo operase cataratas, pero no que me dedicara a la investigación. Eso ha costado entenderlo y esa ha sido mi batalla. He sido una persona luchadora que disfruta haciendo frente a los elementos. Y eso me ha reportado una satisfacción personal muy grande", continúa.
Por ello, este año, la Sociedad Española de Oftalmología, que acaba de cumplir 100 años, ha decidido poner su nombre a la sección de investigación del congreso anual. "Se me saltaron las lágrimas. Creo que no merezco que mi nombre quede entre los grandes de la oftalmología, pero es una sensación de orgullo increíble", dice.
Sin embargo, su gran satisfacción nace de sus conquistas personales. Como la de conocer al amor de su vida, Margarita, también oftalmóloga. "La mejor compañera de viaje que jamás hubiera podido imaginar", señala. Una compañía que, en esta recta final, logra tejer una red de protección emocional que le ayuda a sacar fuerzas para ser optimista. Por ello, siempre mantiene una sonrisa "para que ellos no sufran, eso es fundamental", explica.
Desde que fue diagnosticado de cáncer, es consciente de que su vida profesional tan intensa, repleta de viajes, no le ha permitido valorar las pequeñas cosas de la vida, como disfrutar de una fría cerveza al sol y de hacer el gamberro con su perro Gos en el jardín de su casa. "Por estas cosas, cada vez tengo menos interés en morirme", bromea.
Según los médicos, el tratamiento que está recibiendo le prolonga la vida entre cuatro y seis meses. Aunque es imposible saber cuánto le queda con exactitud. "Me puedo morir de cualquier cosa, la última broma que he tenido es una septicemia, que es una infección urinaria y que te puede matar en el momento sin ninguna duda. Me han hecho muchos tratamientos y no han podido pararlo", cuenta. "Todos los seres humanos pensamos que eso no nos va a pasar. Nunca me lo imaginé, y eso que yo soy médico", añade.
Su afilado sentido del humor —del que pide disculpas si alguien se ha ofendido en alguna ocasión—, optimismo y resiliencia se han erigido como sus pilares para hacer frente a la crueldad que le ha tocado vivir. Atributos que sirven como legado de una vida repleta de éxitos que ahora toca a su fin. Y cuando llegue el momento, se irá con dignidad, como lo hizo su madre, su gran referente. Para él, el más allá es el amor de los suyos cuando ya no esté. Sólo pide poder despedirse bien de ellos.
Un legado que sirve de fuente de inspiración para muchas personas que le envían palabras de agradecimiento a través de sus redes sociales, donde ha ido publicando, siempre con asombrosa positividad, el proceso de su cáncer. "Me di cuenta de que podría ayudar a mucha gente que estaba pasando por mi misma situación. Soy médico y además tengo cáncer, eso es mucha experiencia que compartir", cuenta entre risas.
Pregunta.- ¿Se llegó a plantear la clásica pregunta de "por qué a mí" cuando recibió la noticia?
Respuesta.- Pues creo que, como soy médico, nunca me he planteado eso. A la gente le toca. El cáncer es algo biológico. Los seres humanos vivimos muchos años y tenemos mutaciones permanentemente. Desde que naces, mutas. Tus células están cambiando constantemente. Luego la contaminación, la radiación o la alimentación influyen también. Tu sistema inmune se rompe cuando una de esas células muta. Es así. Y cuando llegas a cierta edad tienes muchas más mutaciones que antes y el sistema inmune es más débil. Así que por eso aumentan el número de cánceres. Yo tengo 73 años, soy varón y uno de cada tres varones blancos tiene o va a tener un cáncer de próstata.
P.– Afronta el final con mucha positividad y fuerza. ¿Cómo se consigue eso? ¿Cómo puede estar uno firme ante una situación así?
R.– A lo largo de una vida, uno nunca se imagina que se va a morir de cáncer. Pero sí que es cierto que parece que te vas preparando para el momento. Soy tercer Dan de kárate. Y este es un deporte que más que un deporte es una filosofía de vida. Es una manera de prepararte para muchas cosas. Me entusiasma la filosofía japonesa. Y eso me ha influido. Eso te hace ser resiliente, al igual que los maratones, que también me ha gustado mucho correr. Eso te ayuda y te prepara, de alguna manera.
P.– También se aferra al sentido del humor.
R.– Siempre he tenido un sentido del humor muy ácido que mucha gente no ha entendido. Y pido disculpas ahora si alguien se ha sentido ofendido por mi sentido del humor. Quizá a veces no me doy cuenta, pero si me lo dicen, lo detecto. Y creo que a veces no he sido entendido. Pero el humor ha sido una forma de tirar siempre para adelante.
P.– Incluso en estos momentos.
R.– Es que el humor emerge de los rescoldos finales de tu alma. Si pierdes el sentido del humor, si no eres capaz de reírte, de entrada de ti mismo y luego de otras cosas, mal rollo. Eso no es bueno. Y procuro que no me pase.
P.– A pesar del dolor; el físico y el emocional.
R.– A mí no me preocupa morirme, y ya no es que me preocupe, sino que lo considero un hecho natural. Pero sí que me preocupa el dolor. Y el dolor no tiene ningún sentido. Y he pasado por momentos de mucho dolor que me tenían que controlar con opiáceos. Y ahora mismo estoy razonablemente bien. Y también me preocupa morir sin dignidad.
P.– ¿Cómo se muere con dignidad?
R.– Pues eso lo vi en mi madre, que falleció en 2021 de covid. Ella bailaba con 92 años. Era una mujer muy activa. Y cuando ingresó en el hospital tomamos una decisión mis hermanos y yo y fue evitar el ensañamiento terapéutico. Es decir, evitar que le hicieran cosas que no hacen falta. Estábamos en contra de todo eso. Así que, ante lo inevitable, mi hermana le dio el teléfono a mi madre y fue despidiéndose de todos nosotros. Eso es morir con dignidad.
P.– Una referente hasta para decir adiós.
R.– Mi madre ha sido para mí una referente en todo. Hizo criminología y se puso a trabajar en una época en la que las mujeres tenían que estar en casa. Una heroína, sin duda.
P.– ¿Ha pensado alguna vez que es muy injusto lo que le está pasando?
R.– Qué va. Las enfermedades llegan. Es algo que me toca a mí y le toca a muchos más.
P.– Llama la atención su fortaleza.
R.– Bueno, es que la sociedad en la que vivimos ve la muerte como algo terrorífico. Es un tema tabú. A mi abuela le hablabas de la muerte y se descomponía, te sacaba el agua bendita e invocaba a Cristo (bromea). Y esa es la cultura que hemos mamado. Y luego, la realidad es que aquí no queda nadie. ¡Coño, y si aquí no queda nadie será porque se mueren! Pues habrá que prepararse entonces, ¿no? ¿Nos preparamos para tantas cosas y para esto que sabemos que va a pasar sí o sí no nos preparamos?
P.– ¿Y en esa preparación también se contempla lo que uno quiere hacer antes de morir? Sobre todo cuando la cuenta atrás va llegando a su fin.
R.– Sí, y en mi caso, quiero dar las gracias a toda la gente que a lo largo de mi vida ha estado a mi lado; a mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo con los que tanto he luchado para lograr que la oftalmología sea cada vez más efectiva. Y también quiero pedir disculpas. He intentado ser siempre justo, y hacer las cosas de la mejor manera, pero la justicia es relativa, así que seguro que he metido la pata y he hecho daño innecesario a gente. Conscientemente te puedo jurar que no, pero igual sin mala fe.
P.– Parece un examen de conciencia.
R.– Bueno, es una forma de pedir perdón. De irme tranquilo. De que nadie piense que alguna vez le hice algo con mala fe. Así que creo que es buen momento para decir que lo siento, con total sinceridad.
P.– ¿Se arrepiente de algo?
R.– Siempre he hecho lo que quería hacer. No tengo un sentimiento de frustración. Siempre he sido libre y coherente con mis actos. Mi trabajo me ha permitido vivir bien, y estoy muy agradecido por todo.
P.– ¿Y cómo le gustaría que le recuerden?
R.– No lo he pensado. Pero sí que tuve un maestro que me dejó una foto dedicada en la que escribía: "Para José Carlos Pastor, mi querido discípulo y eficaz colaborador, de quien espero mucho para el progreso de la oftalmología española". Y eso, durante cincuenta años, lo he estado mirando todos los días. Así que hemos logrado, junto a un grupo de profesionales, que la oftalmología española tuviera un hueco a nivel mundial. Y me gustaría que mi paso en la enseñanza en la universidad se me recordara por lo que pude o supe transmitir.
P.– ¿Cree en la posteridad?
R.– Yo tengo un fuerte sentimiento de trascendencia. Me gustaría dejar poso, me gustaría que mi vida no hubiera sido una vida anodina. Una de las estrofas del Gaudeamus igitur dice: "¿Dónde están los que antes que nosotros estuvieron? Subid a los cielos a buscarlos, bajad a los infiernos a buscarlos". Los que estuvieron antes que nosotros no están ni en el cielo ni en el infierno, están en nosotros mismos.
P.– El amor es el verdadero más allá, ¿no?
R.– Decía uno que cómo no iba a creer en el más allá si vivía en Alcobendas (risas). Supongo que sí. Mi sentimiento de trascendencia pasa por eso. Mientras mis hijos vivan, me recordarán.
P.– ¿Piensa en la vida que deja?
R.– Muchas noches, justo antes de caer rendido al sueño, pasa por mi cabeza una especie de película de lo que ha sido el día. Y en ese momento reflexiono sobre si me avergüenzo de algo que he hecho ese día o no. Y la muerte será algo parecido. Así que me gustaría sentir algo parecido. Tener esa visión reconfortante de no haber malgastado mi vida.
P.– ¿Le gustaría mandar algún mensaje a esa gente joven que aún tiene toda la vida por delante?
R.– Yo no soy quien para dar lecciones de vida. Yo heredé valores de mis padres que he intentado inculcar a mis hijos. La responsabilidad, el ser honesto, honrado, el espíritu de superación, todo eso al final es lo que queda en la vida. La gente joven sufre muchas dificultades, al igual que las sufrimos nosotros, y cada generación supera esas dificultades como puede.
P.– ¿Tiene miedo a la despedida?
R.– No tengo miedo. Lo que me ha jodido durante toda la vida es la incertidumbre. Cuando hay un problema me gusta coger el toro por los cuernos, y me genera desasosiego el no poder despedirme bien de la gente que me quiere. Por eso quiero tener esos momentos finales. Me gustaría despedirme bien.
P.– ¿Un último deseo?
R.– Pues que la gente que padece cáncer viva siempre con esperanzas. Que aunque no sea mi caso, hay mucha gente que se cura. Y también pido que mi familia viva lo mejor posible. De momento, están luchando mucho conmigo. No controlo ya los esfínteres y tienen que estar cambiándome todo el rato. Es duro... Espero no darles la vara mucho tiempo. Lo que tenga que pasar que pase cuanto antes. No me gustaría que me vieran muy mal, y si me ven pues que dure poco...
Se produce un largo silencio. Se recompone. Su tono de voz abandona la solemnidad.
R.– ¡Pero yo no tengo ningún interés en morirme, eh! De hecho, me voy ahora a tomar unas cervezas y a emborracharme. ¿Te vienes?