El reportero se dirige hacia el restaurante del encuentro en la zona de Retiro.

El reportero se dirige hacia el restaurante del encuentro en la zona de Retiro.

Reportajes

Así fue mi experiencia usando Timeleft, la aplicación para cenar con desconocidos: "¿Aquí todos comemos carne?"

A través del algoritmo, provoca un encuentro con desconocidos cada miércoles. Tiene un precio inicial por el uso, luego hay que pagar la cena. 

D. D.
Publicada
Actualizada

Una compañera del periódico no se podía creer mi último plan de miércoles noche: cenar con otros cinco desconocidos que me había asignado una aplicación llamada Timeleft. El lugar del encuentro también me lo daba la aplicación. "¿Oye pero porque yo no estoy invitada a ese planazo? Además, es mi bar de confianza", expuso en un primer momento. Luego, insistió en que debía dejar aquí mi experiencia.

La primera vez que conocí esta nueva app, presente en España en las ciudades de Sevilla, Málaga, Madrid, Barcelona, Valencia, Murcia, Palma de Mallorca, Zaragoza y Bilbao, fue a través de las redes sociales. Luego, indagué, me registré y ya estaba, una vez más, haciendo un plan en la calle cuando debería quedarme en casa.

El test de personalidad es lo primero que te ofrece la app nada más entrar: "Complétalo y deja que nuestro algoritmo haga el resto". Las preguntas tienen que ver con tus gustos, tanto con la comida como con otros aspectos de tu vida. Además, también se cuestiona sobre qué se busca acudiendo a la cena.

Según las respuestas se te emparejará con 5 personas compatibles. La duda de todos aquellos a los que le comenté que acudiría a esto era la misma: "¿Pero eso es para ligar?". La respuesta desde un principio era negativa. En teoría, es para conocer gente. En la práctica, también. Lo que usted haga luego ya es asunto suyo.

Diversos estudios han señalado que son los jóvenes los que más sufren la soledad. No en vano, esta aplicación triunfa cada miércoles en todo el mundo. Da igual que en la ciudad haya millones de personas o tan solo miles: la soledad acecha en casi cualquier rincón y a veces con la misma fuerza en ciudades grandes y pequeñas.

De hecho, en la propia web se puede ver un contador con un mapa y cuánta gente se ha apuntado a este tipo de cenas y cuántas han organizado desde Timeleft. Cada mes, según la organización, se unes 60.000 desconocidos de todo el mundo en 10.000 cenas organizadas en 60 países distintos y 275 ciudades diferentes.

Las preguntas son múltiples. La primera y la más lógica es: "¿Por qué los miércoles a las 21 horas?". La web explica que es por "motivos de organización". Por el resto no se preocupe, tras hacer el test de personalidad podrá comprobar que ni las alergias alimentarias ni el idioma podrán detenerle.

La cena

Lo primero que uno debe saber al utilizar la aplicación es que para registrarse hay que pagar. Puede hacerlo por un ticket para una cena, que cuesta algo más de 12 euros, o una suscripción mensual (alrededor de los 19), que puede ser incluso anual. Todo depende de lo que uno quiera gastarse, o de lo que pueda permitirse, claro está, que luego hay que pagar la cena y los miércoles no son el mejor día para estar en la calle hasta altas horas de la madrugada. La edad cada día pesa más.

A lo que íbamos. El uso de la aplicación es bastante sencillo. Una vez que se ha rellenado el test de personalidad comienza el juego. Uno puede apuntarse a la cena que prefiera de los tres miércoles siguientes, el que mejor le venga. En este caso, como me registré un martes, las cenas del día siguiente ya estaban completas y me tuve que apuntar al siguiente (no diremos aquí cuál fue por respetar la intimidad de mis compañeros de mesa).

Lo siguiente que supe fue el lugar donde se daría el encuentro. Aquello fue el martes por la noche y me tranquilizó: además de la ciudad puedes elegir la zona de la 'cita'. Elegí una tranquila: Retiro.

Cada poco tiempo la aplicación va desbloqueando algunas claves sobre las personas que vas a conocer. La primera es el signo del zodiaco, la segunda la nacionalidad y la tercera el trabajo. Al llegar a este último punto me di cuenta de que había un fallo: siete trabajos sobre la mesa para seis personas.

Por último, llegaron las preguntas típicas del que acude a un sitio nuevo: ¿Cómo me visto? Me acordé de mi señora madre, que siempre insiste en que mejor pasarse de ir arreglado que ir hecho un guiñapo. Y de mi abuela, a la que no le gusta en exceso que vaya con camisetas para conocer a gente nueva. "Jato, como te vea te trato", avisa sobre el clasismo reinante en la sociedad.

Finalmente, nos decantamso por un clásico: vaquero, camiseta y sobrecamisa. Arreglado pero informal, que diría aquel. El resto de varones de la mesa iban incluso sin sobrecamisa. Ellas, mucho más arregladas, pero tampoco en exceso.

Llegué al punto de encuentro antes de la hora prevista y miré dentro del restaurante: una mesa al fondo con dos integrantes esperaba. Esperé fuera mandando algunos audios y vi entrar a otra de las personas que acudiría. Poco antes de la hora concertada, un juego de preguntas se desbloqueó en mi teléfono. Al final, la mesa no era esa, sino una redonda colocada en la entrada. Solo hizo falta ver a tres personas con los móviles y sin demasiada interacción para darse cuenta.

Entré al restaurante y lo primero que me llamó la atención fue que había siete platos. Un poco extraño si tenemos en cuenta que la cena estaba prevista para seis comensales. En las nacionalidades expuestas estaban Colombia, Alemania, Honduras, Brasil, Puerto Rico y España. El último comensal llegó justo a tiempo para descubrir que éramos dos españoles y siete en la mesa. ¿Por qué? Ni idea, pero cuantos más mejor si se trata de conocer gente.

La cena comenzó y los temas fluyeron con toda la naturalidad de los que no se conocen pero están dispuestos a hacerse amigos. Los españoles tomamos la voz cantante hablando de motos y cada uno fue exponiendo por qué estaba ahí. Unos porque nos hacíamos mayores y queríamos abrir el campo de amistades, otros recién llegados a la ciudad apenas dos semanas antes, otros en busca de gente nueva con la que compartir...

Desbloqueamos el juego de la aplicación y empezaron las preguntas. Ahí que íbamos los españoles a responder a todo sin coraza. "Oye, si algún día escribes sobre esto, di que todo muy bien, pero que las preguntas...", dijeron con sorna los comensales. Por azares del destino, se cumplió el deseo. Y dicho queda.

El hecho de pedir la comida se nos había olvidado con tanta charla. Ahí supe que el algoritmo lo había hecho bien: "¿Aquí todos comemos carne?", preguntó una de las comensales antes de zanjar: "A mí es que cocinar no me gusta...". A todo el mundo en la mesa le gustaba la carne porque el algoritmo nos había emparejado. En otro restaurante estarían los veganos o los intolerantes.

Las charlas continuaron hasta que cerraron el restaurante. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que había posibilidad de ir a tomar una última copa a un karaoke para reunirnos con el resto de cenas que había esa noche por Madrid. Pero era miércoles y los comensales, responsables con sus quehaceres del día siguiente.

Todos para casa. Al finalizar el encuentro, la aplicación te pregunta para saber con quién has conectado. Eso sí, hubo quien se saltó la aplicación e hizo un grupo de Whatsapp, a pesar de que había quien prefería pasar antes por Instagram. Poco más. Fue buena la experiencia. Ya nos llamamos si eso.