Corrosivo, irreverente, deslenguado. Willy Toledo (Madrid, 1970), siempre en el ojo del huracán, a la contra de casi todo y todos, recibe a EL ESPAÑOL con una chapa de Fidel Castro adornando la solapa de su chaqueta. Y es que, el que fuera protagonista de éxitos cinematográficos como Los dos lados de la cama o Crimen ferpecto defiende con vehemencia y sin titubeos su activismo y, por ello, la revolución cubana y la Cuba actual, a pesar de los constantes cuestionamientos sobre los derechos humanos y la libertad real del país. Eso sí, admite que "se cometieron excesos en la represión cubana", aunque prefiere no criticarla. Si lo hace, "será sólo con los cubanos" y no con este diario.
En la última semana, el actor ha sido demandado judicialmente por catalogar al cantante cubano Yotuel —marido de la actriz Beatriz Luengo y muy crítico con la situación de su país— de "basura fascista" e "impedido intelectual". "Yotuel sólo busca sacar rédito económico a base de contar mentiras. Y por eso se fue de Cuba, porque en Cuba nadie se puede hacer millonario, lo cual está muy bien", explica.
Sus férreas ideas políticas lo han llevado a defender, en fondo y forma, a las clases más vulnerables. Para ello, arroja insultos como forma de luchar contra las injusticias, aunque reconoce que, aunque no se arrepienta, alguna vez se ha sobrepasado con el lenguaje. "Viendo lo que está pasando, lo que menos puedes hacer es insultar. Debería haber mucha más crispación de la que hay", comenta.
De las injusticias que vemos a diario y del auge del fascismo también culpabiliza a los líderes de los partidos de izquierdas en el poder. "Esos no han sido nunca de izquierdas. Decían que eran comunistas porque pensaban que iban a estar siempre abajo", asegura. "En Badalona, donde vivo ahora, el único político que pisa los barrios es Albiol, del PP, y eso no se lo he visto a los políticos de izquierdas".
Su beligerancia fue inculcada por su padre —"cuando veía un partido en la tele en el que no jugaba nuestro equipo, le preguntaba: '¿con quién vamos?'. Y él siempre me contestaba: 'Con el más débil'"—. Sin embargo, fue su madre la que lo sacó de una depresión profunda después de que en España fuese condenado al ostracismo por sus constantes declaraciones polémicas.
Pasó de recibir 30 ofertas de trabajo al año a no recibir ninguna. "Mi madre me sacó del pozo. Vino muchas veces a mi casa a aporrear la puerta y yo no le abría, hasta que, un día, me advirtió de que iba a llamar a la Policía", revela.
Ahora, Willy Toledo vuelve al teatro y se disfraza de franquista y de monarca para dar vida al general Yagüe y a Alfonso XIII sobre las tablas del Teatro Valle Inclán. Lo hace con 1936, una obra que nos devuelve a aquel 18 de julio de 1936 en España. El día en que se desata la Guerra Civil y el país entra en un shock que durará 40 años y que todavía tiene una gran influencia en la sociedad española.
PREGUNTA.– 1936 reflexiona sobre aquella España negra de la Guerra Civil y su eco en la actualidad. ¿Hemos aprendido algo de aquella etapa o la hemos olvidado?
RESPUESTA.– Es imposible aprender de algo que desconoces. Y el Estado español se ha encargado de ocultar las razones del golpe de Estado fallido del 36, lo que sucedió durante la Guerra Civil y lo que sucedió durante la dictadura en la cual, 50.000 seres humanos fueron fusilados por la represión franquista. A día de hoy tenemos 120.000 cuerpos sin identificar enterrados en fosas comunes o tirados en cualquier cuneta. Somos el segundo país del mundo con el mayor número de desaparecidos, sólo después de Camboya. Esto es una vergüenza a nivel internacional.
P.– ¿Por qué se ha querido ocultar esa otra parte de la historia?
R.– Porque los vencedores son los que siempre cuentan la historia. Y la ocultan porque sienten una profunda vergüenza sobre lo que hicieron durante los 37 años de dictadura. En los libros de texto no se le enseña a los chavales, al igual que no me la enseñaron a mí en la escuela, lo que fue la dictadura franquista. Es una asignatura pendiente. Ha sido la cultura la que ha contado esa historia.
P.– ¿De qué sirvió la Transición entonces?
R.– Pues sirvió para que los presuntos demócratas que llegaron al poder en el 78 ocultasen todo lo que ellos han querido ocultar. Y no hablo del Partido Popular, el Partido Socialista también ha sido conformado por hijos e hijas del franquismo. Y todos ellos han formado parte del bando vencedor, cuyo objetivo ha sido ocultar la historia.
P.– En esta obra, usted se mete en la piel de los vencedores interpretando al general Yagüe, más conocido como el 'carnicero de Badajoz', uno de los altos mandos del ejército de Franco. ¿Puede llegar a empatizar con personajes tan antagónicos?
R.– Una de las reglas de la interpretación consiste en no juzgar jamás a los personajes que interpretas. Hay que tratar de entenderlos. Por qué hicieron lo que hicieron. El general Yagüe me ha costado mucho, pero hay que entender las razones del asesino, como en este caso. Y no debes juzgarlo porque si no estaríamos haciendo un panfleto. Para juzgarlo, ya lo hago cuando me bajo del escenario.
P.– También interpreta a un monarca exiliado, Alfonso XIII, ¿ha sido más sencillo el ejercicio de empatía con él?
R.– Bueno, Alfonso XIII fue un hombre todopoderoso del Estado español que, de la noche a la mañana, a través de unas elecciones democráticas que resultan completamente contrarias a sus intereses y a la propia monarquía, ya que el pueblo vota por la República, se tiene que marchar. Entonces, hay que ponerse en la piel de ese ser humano que pasó de tenerlo todo a no tener nada y tener que exiliarse. Y yo, como actor, tengo que entenderle.
P.– Quizá, ese entendimiento se echa en falta en la sociedad española actual, cada vez más aferrada a sus inamovibles ideas. Hay más polarización, más confrontación y más crispación política que nunca en democracia. De alguna manera, sigue presente ese discurso guerracivilista, ¿no?
R.– Pero es que se habla de la polarización y la crispación como si fuera algo intrínsecamente negativo. Obviamente que hay polarización, porque hay unos explotadores y unos explotados. Hay unos represores y unos reprimidos. Y hay polarización entre la clase obrera, la clase trabajadora, que está sufriendo las consecuencias de las políticas neoliberales cada vez más salvajes, y enfrente hay unos empresarios que están implementando esas políticas porque así lo quiere el Estado español, formado en un 80% por gente de derecha o extrema derecha. Y claro que hay crispación, cómo no va a haber crispación cuando no aparece la Policía durante varios días en Paiporta y en otras zonas inundadas y, sin embargo, cada vez que hay un desahucio de una familia trabajadora o de una pareja de ancianos con tres hijos dependientes, se presenta la Policía a los dos minutos con tres furgones y 200 antidisturbios. ¿Cómo no va a haber polarización y crispación? Nos están atacando desde todos los flancos posibles.
Ahora, a la gente, no se la persigue por sus ideas políticas, sino por su condición económica. Este sistema criminal persigue la pobreza, persigue al inmigrante, persigue a las clases bajas. Y eso es una condición común de todos los fascismos: atacar siempre al más débil para que el resto de los débiles ataquen a los más débiles que ellos, en vez de mirar hacia arriba y ver quién de verdad nos explota, o quién nos impide tener una vivienda o una educación gratuita o una sanidad pública, la cual se encargan de privatizar cada día. Yo, por suerte, me considero un privilegiado, pero creo que hay demasiada poca crispación para la que debería haber.
P.– En su caso, no duda en mostrar su crispación de una forma muy clara utilizando constantemente descalificativos e insultos hacia otras personas. ¿Es necesario perder las formas para conseguir la razón?
R.– Uno tiene que combatir desde todos los ámbitos posibles que estén a su alcance. La Asamblea General de las Naciones Unidas reconoce a todos los pueblos bajo ocupación u opresión el derecho a la autodefensa utilizando, y cito textualmente, todos los medios posibles, incluida la lucha armada. Y en este país, si a una familia con dos hijos dependientes la echan de su casa y la dejan en la calle, lo mínimo que haces es insultar. Ahí el que pierde la razón y las formas no es el que insulta, es el que desahucia. Y el lenguaje es el que es, y está a nuestra disposición para utilizarlo como lo consideremos. Y hay personas a las que no me sale otra cosa que llamarlas "fascista", "nazi" o "trozo de mierda", porque es lo que considero que son.
P.– ¿Nunca se ha arrepentido de algo que ha dicho, o de atacar a alguien que no lo merecía?
R.– Sí, sí, claro. Arrepentirme, no. Yo no me arrepiento de nada de lo que he hecho, y pretendo aprender y que sea una lección todo lo que hago. Pero sí que alguna vez he pensado: "joder, no era necesario meterse ahí o utilizar este lenguaje".
P.– ¿Algún ejemplo en concreto? Quizá sea el momento de rectificar.
R.– No, no sabría decirte. No recuerdo ninguno especialmente, es más una sensación que alguna vez he tenido.
P.– Sin embargo, ha seguido utilizando esas formas, ¿es la ira la que entierra a ese lenguaje más correcto y elegante?
R.– Sí, totalmente. Cuando estás iracundo y algo te toca mucho y te afecta a tus emociones, viene la rabia. Sé que me he dejado llevar por la rabia muchas veces. Pero también pienso que la rabia es necesaria para que un proceso de emancipación y transformación social y política sea posible. Podría utilizar otro lenguaje, por suerte, cuento con un lenguaje amplio, así que podría expresarme de otra manera, pero yo no soy un intelectual ni un académico, yo vengo de la calle.
P.– Aunque tengo entendido que proviene de una familia de clase media, acomodada. ¿De dónde nace su conciencia de clase?
R.– Pues mi padre, que era cirujano de tórax en el Hospital 12 de Octubre, venía de una familia muy pobre. Pero muy pobre. Mi padre llegó a pasar hambre durante su adolescencia. Mi abuelo era camionero. Eran de clase obrera en aquella Tenerife de los años cincuenta donde se sufría la miseria más absoluta. Mi madre, sin embargo, venía de la burguesía intelectual y profesional madrileña. Entonces, mi conciencia de clase y mi hipersensibilidad hacia las injusticias me viene, en primer lugar, de nacimiento, porque cada uno es como es, y después por la forma en la que me han educado en casa. Mi padre tuvo mucha culpa de ello. Recuerdo que cuando veía un partido en la tele en el que no jugaba nuestro equipo yo le preguntaba: "¿con quién vamos?". Y él siempre me contestaba: "con este, porque es el más débil".
P.– ¿Le hablaron de política en casa?
R.– Sí, nunca olvidaré cómo mis padres me contaron, entre lágrimas, cuando yo era niño, el golpe de Estado de 1973 contra Salvador Allende en Chile. Mis padres participaron en la Revolución de los Claveles en Portugal, cogieron un coche y se fueron a luchar por el pueblo portugués. En cuanto a música, mis padres me ponían a Violeta Parra, Víctor Jara, Silvio Rodríguez, Paco Ibáñez... música revolucionaria.
R.– Y esa influencia se ha mantenido a lo largo de los años a pesar de, como ha dicho antes, ser un privilegiado.
R.– Sí, porque he estado en constante contacto con los movimientos sociales y con la gente que sufre. Si tú vives en tu burbujita de privilegio ajena completamente al sufrimiento de la gente que te rodea, te conviertes en un psicópata que ni siente ni padece. En mi caso, siempre he pretendido luchar por la gente que sufre.
P.– Sin embargo, también hay ciertos personajes que abanderan los ideales de izquierdas, que parecen postularse del lado de los más vulnerables, pero luego han demostrado que tenían una doble moral y una profunda hipocresía. Hablo del caso de Iñigo Errejón. ¿Siente decepción?
R.– Me importa bien poco lo que sea de Iñigo Errejón, un señor que la teoría feminista se la sabía de puta madre, que no paraba de dar discursos feministas en el Congreso por la mañana sobre el consentimiento; y luego, por la noche, presuntamente, agredía y abusaba de mujeres. Lo que sea de él me da igual, pero sí me jode el daño gigantesco que ha hecho al movimiento feminista. Nos echamos las manos a la cabeza diciendo que viene el fascismo y muchas veces somos incapaces de mirarnos a nosotros mismos y pensar qué es lo que hemos hecho mal desde la izquierda para que el fascismo esté creciendo de una manera tan espeluznante.
P.– ¿Y qué está haciendo mal la izquierda en este sentido?
R.– Pues mi respuesta es clara, y es que en este país se hacen políticas de derechas desde una presunta izquierda. Vemos en un Consejo de Ministros a ultraderechistas como Fernando Grande-Marlaska o Margarita Robles que permiten que suceda la masacre de Melilla sin que haya ninguna consecuencia, y sale el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, diciendo que fue un trabajo muy bien hecho, cuando murieron decenas de seres humanos, muchos de ellos asesinados en territorio español con la colaboración de la Guardia Civil y de la Policía Nacional.
P.– ¿Considera ultraderechista a este Gobierno y a Pedro Sánchez?
R.– Por supuesto. Este Gobierno no para de reprimir a los movimientos sociales y manda a la Policía a desahuciar a familias que no tienen ningún tipo de alternativa habitacional. Obviamente que eso es ultraderechismo y fascismo. Y la gente de izquierdas los ha votado para que hicieran otras cosa que no están haciendo.
P.– ¿En qué lugar quedan entonces Sumar y Podemos? Dos partidos que también forman o han formado parte de este Gobierno.
R.– Pues ya se ha visto. Cuando ellos han estado en el Gobierno, el Estado español no ha parado de venderle armas a Israel. Así que, gran parte de la responsabilidad del fascismo es, sin duda, de las organizaciones de izquierdas que no han hecho el trabajo que tenían que hacer y se han dedicado a conseguir votos de la burguesía intelectual de clase media. Yo vivo en Badalona y el único político que pisa los barrios allí es Albiol, evidentemente, por puro populismo. Pero este señor, que ha ganado las elecciones catalanas con más votos que el resto de partidos juntos, va a ver a la gente de clases bajas y se tira todo el día en la puñetera calle. Y eso no se lo he visto a los dirigentes catalanes de izquierdas del PSOE, IU ni a los Comunes.
P.– García Albiol se lo tomará como un elogio por parte de usted.
R.– No, porque realmente no tiene ningún interés en mejorar la calidad de vida de la clase trabajadora, sino todo lo contrario. Pero claro, yo me pongo en la piel de un trabajador que en Cataluña vota a los Comunes y ve que desde que gobierna la izquierda su calidad de vida no sólo no ha mejorado sino que ha empeorado, y además tampoco ve a los políticos de izquierdas en las calles al lado de la gente. Entonces, es normal que voten a los otros. De ahí que salgan estos monstruos como Alvise y toda esta gente que se lleva casi un millón de votos. ¿Por qué? Porque la gente se lanza a la desesperada a votar a alguien que cree que puede llegar a ayudarles.
P.– ¿Y por qué piensa que esa ideología de izquierdas llega al poder y se corrompe?
R.– Bueno, la erótica del poder, dicen. La posición. El dinero. [reflexiona] También ocurre que hay muchos políticos que entran en política porque no quieren trabajar, a veces incluso es que no han tenido edad para poder trabajar porque entraron muy jóvenes. Y entran en política con unos sueldazos espectaculares. Así que, para qué me voy a buscar un trabajo si puedo estar aquí cuatro años más, u ocho años más, o treinta años más, como llevan el 80% de los que están hoy en el Parlamento, que llevan toda la puta vida cobrando de lo público sin hacer ninguna intervención. Entonces, esos supuestos valores eran un mero vehículo para llegar al poder. Todos estos líderes de los partidos de izquierdas han dicho siempre que son de izquierdas, incluso comunistas, pero no lo han sido nunca. Decían que eran comunistas porque pensaban que iban a estar siempre abajo y no iban a tener la posibilidad de escalar.
P.– ¿Cree que no existe político honrado y fiel a sus principios?
R.– Sí que existen, por supuesto. No todos los políticos son iguales, ni mucho menos. Ese es el discurso reaccionario que está triunfando ahora y es muy peligroso.
P.– Entonces, ¿a quién salvaría?
R.– Salvaría a Julio Anguita, a Diego Cañamero, a todos aquellos que hacen política social fuera de las instituciones.
P.– ¿Y José Mújica?
R.– No, no mucho, la verdad.
P.– ¿Por qué?
R.– Simplemente, no es de mis políticos favoritos.
P.– Es un líder arropado y admirado por el progresismo internacional. Alguna razón tendrá para no gustarle.
R.– No, lo que pasa es que es un socialdemócrata, y la socialdemocracia es una pata más del sistema capitalista. A mí me gusta la gente que piensa en cómo transformar una sociedad radicalmente injusta en una sociedad justa. Y eso no se consigue con la socialdemocracia; hay que derribar el sistema capitalista para empezar a construir algo nuevo. Desde el capitalismo es imposible hacer nada transformador. La concepción del sistema capitalista se basa en priorizar al capital y a aquellos que disponen de capital, lo cual es injusto. Y la injusticia nunca traerá paz.
P.– ¿A quién admira usted?
R.– A la gente que está en la calle, que está en los movimientos sociales, que se planta delante de un portal a parar un desahucio, que se va con las jornaleras de la fresa a Huelva a explicarles sus derechos, que apoya a los migrantes que llegan a España para buscar un vida mejor...
P.– ¿Quién le gustaría que gobernara en España?
R.– De los de arriba no te puedo decir ninguno porque no confío en ninguno de ellos.
P.– ¿Se ha sentido perseguido o cuestionado por la izquierda española?
R.– Perseguido no. Pero me han criticado, insultado, vilipendiado... Basta con escribir algo en Twitter en contra de partidos como Sumar, Podemos, Izquierda Unida o cualquier partido supuestamente progresista para que parezcan hordas de personas insultándome.
P.– ¿Se considera ultraizquierdista?
R.– Me considero comunista. Luego cada uno que eso lo catalogue como quiera.
P.– Sus polémicas declaraciones arremetiendo contra todos los frentes le ha costado una condena al ostracismo durante diez años. De la noche a la mañana, según ha contado, pasó de recibir 30 ofertas de trabajo al año a no recibir absolutamente ninguna. ¿Merece la pena el activismo y la beligerancia, a pesar de todo?
R.– Por supuesto que merece la pena. Y el hecho de que yo no pudiera trabajar en mi país durante diez años, excepto cuatro cosas puntuales, provocó que yo me tuviera que ir y ahí pude abrir los ojos ante otras realidades completamente distintas a las que vivimos aquí. El haber perdido lo que tenía aquí me dio la oportunidad de ir a Argentina, a Colombia, a Chile y a Cuba. Y eso también me ha permitido conocer a algunos de los líderes políticos latinoamericanos que más admiro. Y tengo que agradecer que también he podido trabajar allí, porque mi pan me lo gano siendo actor… Se me cerraron muchas puertas aquí, incluso, como ya conté, pasé por un duro período de depresión.
P.– ¿Qué le salvó de la depresión? ¿Cuál fue su refugio?
R.– Bueno, yo sufrí una depresión diagnosticada. El motivo no fue sólo este hecho de quedarme sin trabajo aquí y tener que largarme sino que fue una conjunción de hechos. Y me sacó de ahí mi madre. Ella vino muchas veces a mi casa a aporrear la puerta y yo no le abría, hasta que, un día, me advirtió que iba a llamar a la Policía, a los bomberos o a quien hiciera falta, y entonces ya le abrí. Ella me sacó de ese pozo, me apoyó como sólo hacen las madres y eso me dio fuerzas.
P.– Hablando de líderes políticos latinoamericanos a los que admira, veo que lleva una chapa de Fidel Castro en la chaqueta. Usted siempre ha sido un defensor a ultranza de Cuba, uno de los países del mundo con menos libertad de prensa, según Reporteros sin Fronteras. Además, es el segundo país menos democrático electoralmente de América Latina, según los índices de democracia V-DEM, y donde se calcula que hay más de mil presos políticos y se cuestionan los derechos humanos. ¿Por qué defiende a Cuba?
R.– La defiendo porque Cuba es un espacio territorial minúsculo, con 11 millones de habitantes, que vivió durante cuarenta años bajo una dictadura brutal y sangrienta en la que sí que se perseguía a todo el mundo, excepto a la pequeña élite, y eso obtuvo como respuesta un proceso revolucionario, popular, emancipatorio, en la que se quitaron de en medio a esa dictadura salvaje, recuperando su soberanía nacional al expulsar a todas las compañías norteamericanas, que eran en realidad los dueños de la isla. Y eso dio lugar a un gran movimiento en el que se apostó por la salud, la educación y la cultura. Este proceso fue único en la historia de la humanidad a través de la figura de un líder, Fidel Castro, que es admirado y amado en todos los países del tercer mundo que luchan por la emancipación. La participación de Cuba fue fundamental, por ejemplo, para acabar con el apartheid surafricano. Pero no se soporta que se diga la verdad sobre Cuba.
P.– ¿No tiene nada que criticar sobre Cuba?
R.– Sí, pero no lo voy a hacer aquí. Eso lo hago con los cubanos.
P.– Eso hace pensar que quiere ocultar la verdad de lo que ocurre allí.
R.– No. Mira, imagínate que tú estás todos los días recibiendo hostias, pues al final vas a salir a la calle con un cuchillo y con un casco para protegerte de las hostias. Entonces, es cierto que la sobreprotección del proceso para sacar adelante la revolución cubana ha llevado, algunas veces, a cometer excesos en la represión. Pero el proceso es único en la historia de la humanidad. Incluso Nelson Mandela, de quien nadie puede dudar su integridad, fue a visitar a Fidel Castro para agradecerle la ayuda en el apartheid. Y defiendo a Cuba porque defiendo el derecho de las clases populares, el acceso a la salud, a la educación y a la cultura. Y también la defiendo porque Cuba ha sufrido un bloqueo salvaje durante 65 años que ha pretendido matar de hambre a la población y aún así han conseguido salir adelante.
P.– Yotuel, marido de la actriz Beatriz Luengo, es cubano y autor de Patria y vida, una canción que ha sido censurada en su país por ser crítica con el gobierno cubano. Hace unos días, usted dijo a través de un tuit que este señor "vendería a su hijo por tres monedas", y lo llamó "basura fascista" e "impedido intelectual". Por ello, tanto él como Beatriz Luengo le han puesto una demanda. ¿Le gustaría decir algo sobre este tema?
R.– Este señor no tiene ningún interés en la emancipación ni en la libertad del pueblo cubano, el único interés que tiene es el de engordar su cuenta bancaria, que ya es bastante gruesa, viviendo en una pedazo de mansión en Miami, cuando su talento es cero, o incluso menos de cero. Y se dedica a mentir, porque lo que dice de que te meten diez años de cárcel por escuchar su canción es mentira. Tanto es así, que al día siguiente de esas declaraciones se puso su canción en varias emisoras de Cuba para demostrar que es mentira lo que dice. Y miente y lanza toda esa basura porque sabe que eso le va a traer unos réditos económicos espectaculares. Y hace años, en un programa de Jordi Évole, aparecía él emocionado porque Fidel Castro lo había recibido y le había dado la enhorabuena. Y él no está exiliado, como dice, él se fue de Cuba porque en Cuba nadie se puede hacer millonario, lo cual está muy bien.