En el año 1084, bajo la protección de San Juan Bautista, mercaderes de la República de Amalfi fundaron un hospital de peregrinos junto a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. La proximidad de este templo hizo que la nueva orden recibiera el nombre de Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén.
Tras participar en las grandes cruzadas en Oriente Medio, los hospitalarios fueron expulsados por los otomanos y encontraron una nueva sede en Rodas, en 1310. Desde su nueva sede lanzaban ataques contra los intereses turcos y contra barcos cristianos dedicados a la trata de esclavos, lo que provocó que Solimán El Magnífico, al frente de un ejército de 200.000 hombres, también los expulsara de allí, llegando a la isla de Malta, cedida por el emperador Carlos I de España en 1530.
Los hospitalarios comenzaron a llamarse, desde entonces, la Orden de Malta, en honor a su nueva ubicación, donde jamás fueron vencidos por los otomanos. En 1565 se enfrentaron a uno de los asedios más importantes de todos los tiempos, una hazaña lograda, en gran medida, gracias a unos españoles olvidados.
Malta
La isla de Malta, situada al sur de Sicilia, controlaba las rutas comerciales entre el mar Mediterráneo Occidental y el Oriental y las que unían la península Itálica y el norte de África. En 1282, pasó a la Corona de Aragón junto a Sicilia, con la que tenía vínculos muy estrechos, y continuó bajo control de los aragoneses durante dos siglos y medio, hasta que Carlos I la arrendó permanentemente a los hospitalarios por el pago de una renta anual de un halcón.
La situación privilegiada de Malta y que sus eternos enemigos habían dispuesto allí su sede, suscitó el interés otomano, que se disputaba el control de la zona con el Imperio español, provocando que atacaran la isla en 1551 y 1560 sin conseguir arrebatar su posesión a los cristianos.
En 1565, el gran maestre de la orden, el francés Jean Parisot de La Valette, sabía que un gran ataque turco era inminente, ya que la expedición musulmana había sido informada por los espías del rey Felipe II, por lo que había ordenado el adiestramiento militar obligatorio de todos los vecinos de Malta, el acopio de maíz, agua y provisiones y la preparación para una larga resistencia hasta la llegada de una flota de ayuda.
Tercios al rescate
Iniciada la primavera, dos compañías de soldados del Tercio de Sicilia (las tropas de élite españolas) habían sido enviadas a Malta para reforzar las defensas, unas unidades que serían vitales para el desenlace del asedio.
Frente a las escasas fuerzas que pudieron reunir los cristianos, en torno a 7.000 combatientes, las huestes otomanas habían congregado a una de las mayores flotas de guerra de la historia moderna con 131 galeras y medio centenar de barcos más junto a 40.000 soldados, con un objetivo claro: borrar del mapa a la orden de Malta y acabar con el último bastión cristiano del Mediterráneo.
La gran flota invasora apareció el 18 de mayo de 1565, desembarcando las tropas en la zona oeste, lugar al que La Valette envió una expedición de caballeros castellanos para comprobar las fuerzas enemigas y que aprovechó para exterminar a 100 de los atacantes, dando cuenta de su valía.
El mayor error: enfrentarse a los españoles
Durante días, los otomanos realizaron diferentes escaramuzas para comprobar las defensas de los cristianos, mientras los mandos discutían cómo comenzar el ataque en una decisión que selló su derrota: enfrentarse a los españoles en el fuerte de San Telmo.
Esta fortaleza estaba construida en piedra maciza y se encontraba situada frente a la capital. Los otomanos creían que si tomaban el control de este castillo podrían destrozar desde allí el resto de defensas cristianas permitiéndoles también resguardar su flota en la ensenada. Su conquista no era necesaria, pero los turcos cayeron en la trampa. Creían que en menos de tres días podrían hacerse con su control, pero necesitarían un mes y miles de bajas.
Cuando La Valette entendió que el primer objetivo sería San Telmo envió allí a sus mejores hombres, las dos compañías de españoles del Tercio, ordenó aprovisionar fuertemente la posición y sustituir a los soldados muertos cada noche, dando la impresión de que aquella pequeña fortaleza era una fuente ilimitada de hombres armados.
Las compañías estaban al mando de los capitanes Juan de la Cerda y Andrés Miranda, quien estaba ejerciendo de correo entre el virrey de Sicilia y el gran maestre, por lo que sus hombres fueron puestos bajo el mando de su alférez, Gonzalo Medrano, tras ser ascendido a capitán.
Como su compañía era ahora la de Medrano, Miranda se ofreció a luchar en San Telmo sin graduación, pero La Valette le dio el mando de todas las unidades del fuerte, unos 500 soldados del Tercio, españoles e italianos, y alrededor de 100 caballeros.
Comienza el asedio
El 24 de mayo comenzó el bombardeo que, poco a poco, fue devorando los muros de San Telmo, pero en su interior nadie se rendía. Los españoles incluso llegaron a salir de su refugio en varias ocasiones para realizar incursiones nocturnas en los campamentos otomanos.
Cuando fue evidente que solo un asalto directo podría terminar con la resistencia, los turcos decidieron lanzarse al ataque cuerpo a cuerpo, pero el mejor equipamiento de los cristianos y la férrea disciplina del Tercio, evitaba que la plaza cayese, a pesar de luchar en una proporción de cien a uno.
La guarnición pudo mantener la fortaleza hasta que se cerró completamente el cerco a mediados de junio, haciendo que cada baja en la fortaleza fuese insustituible y provocando que los defensores fueran cayendo uno a uno.
El 23 de junio, tras un mes de asedio, los otomanos consiguieron tomar lo que quedaba del fuerte de San Telmo matando a todos los defensores excepto a nueve caballeros que fueron capturados y un pequeño puñado que logró escapar nadando. Tras 18.000 tiros de cañón y 6.000 hombres para hacerse con una posición irrelevante, los asaltantes ya habían perdido la esperanza por poder hacerse con Malta, aunque Solimán ofreció a los caballeros la rendición a costa de dejar que se marcharan vivos a Sicilia.
Llega el Gran Socorro
La Valette colgó al emisario, rechazó el acuerdo y exhortó a todos sus hombres a resistir hasta la llegada de los refuerzos. Y así fue. Aunque tarde, el socorro de Malta, preparado por Felipe II, llegó el 8 de septiembre, con unos 8.000 hombres, la mayoría españoles, la mayoría soldados de los Tercios, la flor y nata de la guerra, que arrasaron a los jenízaros, las tropas de élite otomanas, poniendo en fuga al resto de las tropas hacia sus barcos, que dejaron atrás la isla.
Malta había resistido un asedio imposible de casi cuatro meses provocando en torno a 30.000 bajas enemigas en la primera gran derrota que los otomanos sufrían a manos de los cristianos en siglos.
Olvidados por la historia
Lo sorprendente de esta historia es que su legado español fue olvidado a conciencia y vilipendiado por las fuentes francesas de las que se documentaron todas las obras posteriores. Estas fuentes llamaban durante todo el relato “caballeros” a los españoles para evitar nombrar su nacionalidad, convertían apellidos en otros que no pareciesen españoles y cuando nombraban a alguno, lo hacían para dejarlos como cobardes.
A pesar de la importancia, no solo de este asedio para la historia de nuestra civilización, sino también de la vital participación de las tropas españolas en el mismo y que toda esta proeza está documentada en el Archivo General de Simancas, jamás se ha hecho sobre ella una gran película, no se estudia en la mayoría de los libros de historia y no figura entre las gestas militares más mediáticas de todos los tiempos. Está en nuestra mano que no quede en el olvido.