Todas las cabezas se giran cuando Miguel Ángel Revilla (Polaciones, 1943) camina por la Plaza del Ayuntamiento de Santander. "¡Presi, una foto, por favor!" El secretario general del Partido Regionalista de Cantabria dribla personas por el centro de la ciudad con la misma energía que un joven jugador del Racing, pero está a un mes de cumplir 82 años.
A pesar de ello, dice sentirse muy bien con un ritmo de vida frenético, que compagina entre el Parlamento de Cantabria, la sede de su partido, los medios de comunicación y diversos eventos por toda España. Acaba de presentar un nuevo libro: Por qué pasa lo que pasa. "Habrás visto que hay para todo el mundo", dice, en relación con su prosa directa —y también polémica— sobre los diferentes temas de conversación que surgen de la política nacional e internacional.
Y es que Revilla es, ante todo, un hombre convencido. Esas convicciones las traduce en la palabra "coherencia". Pero, en realidad, son mucho más que eso. Cuando alguien le halaga, se gusta. Cuando alguien le critica, se gusta. Y los nervios le florecen al ser preguntado por un posible retiro, porque no sabe lo que es jubilarse, ni tampoco la tranquilidad del monte. Su lugar son los platós de televisión, los parlamentos y los libros. En definitiva, cualquier sitio donde pueda usar lo que más le caracteriza: su palabra.
Pregunta.– Nos encontramos en la sede del PRC en Santander. Permítame, para empezar, pedirle que regrese a 1978. ¿Cambiaría algo de su decisión de fundar el PRC?
Respuesta.– No cambiaría nada. Fundar el PRC fue una decisión difícil pero necesaria. En aquel momento, Cantabria no tenía ni voz ni nombre, éramos 'la montaña' dentro de Castilla, una región sin autonomía ni identidad propia reconocida. Para muchos, simplemente no existíamos políticamente. Yo tenía una vida tranquila, con un buen sueldo como director de banco, además de ser profesor universitario. Tenía estabilidad económica, una familia, una casa, y hasta un barco. Podía haberme quedado en esa zona de confort, como muchos otros en mi situación, pero había algo que no me dejaba dormir: la certeza de que, si no hacíamos algo, Cantabria acabaría perdiéndose en la insignificancia política y administrativa.
P.– Desde entonces han pasado 46 años. Son pocos los políticos que han logrado mantenerse tantas décadas en primera línea como usted. ¿Cuál cree que ha sido la clave para permanecer vigente en un entorno político tan cambiante?
R.–La coherencia, sin duda, ha sido la clave. Nunca he cambiado mi discurso, lo que decía hace 40 años lo sigo diciendo hoy, palabra por palabra. Mis principios han sido siempre los mismos, porque entiendo que la política debe estar al servicio de los ciudadanos, no de los intereses personales o de los vaivenes ideológicos. Además, siempre he llevado una vida sencilla. No me he enriquecido con la política ni he utilizado mi posición para tener privilegios. Vivo en el mismo lugar de siempre, sin lujos ni ostentaciones. Mi sueldo lo he ganado trabajando, no aprovechándome del cargo. Podría haber seguido siendo director de banco o profesor universitario, donde ganaba muy bien, pero decidí dedicar mi vida a algo que creo importante: defender a mi tierra y a mi gente. Eso me da la tranquilidad de poder mirar a los ojos a cualquier persona y decirle que jamás he traicionado mis principios.
P.– Es usted muy vocal en temas nacionales. Quisiera preguntarle por algunos. El PRC apoyó a Sánchez en su primera investidura. Con el tiempo y los acontecimientos posteriores, ¿se arrepiente de ese respaldo inicial?
R.– No me arrepiento de haber apoyado a Pedro Sánchez porque representaba algo nuevo, una promesa de regeneración política en un escenario donde hacía falta aire fresco. Creíamos [el PCR] que su proyecto podía ser un cambio positivo, y en ese momento, era la mejor opción para Cantabria y para España. Pero esa confianza se rompió. Pedro Sánchez prometió de manera clara y rotunda que no pactaría ni con independentistas ni con Podemos. Fue una de las bases sobre las que construyó su discurso y ganó el respaldo de mucha gente, incluido el nuestro. Pero luego hizo exactamente lo contrario. Pactó con ambas partes y rompió una de las promesas más importantes que había hecho a sus votantes y al resto del país. Eso, para mí, es inaceptable.
P.– Justamente antes decía que usted se ha mantenido tantos años gracias a su "coherencia".
R.– La política necesita coherencia y credibilidad. Un líder puede cometer errores, porque somos humanos, pero no puede traicionar su palabra de esa manera. Cuando un líder rompe su palabra, pierde ambas cosas: la confianza de quienes lo apoyaron y la autoridad moral para seguir pidiendo el respaldo de los ciudadanos. Por eso, en la segunda investidura, decidimos no darle nuestro apoyo. Ya no podíamos confiar en él. Creo que en política, como en la vida, uno debe ser fiel a sus principios y a lo que promete, porque la confianza, una vez perdida, es casi imposible de recuperar. Y eso es exactamente lo que le ocurrió a Pedro Sánchez conmigo y, estoy seguro, con mucha otra gente.
P.– Dijo usted en televisión que su relación con Sánchez se ha enfriado y que ya no mantienen comunicación fluida. ¿A qué atribuye este distanciamiento?
R.– Es evidente que cuando criticas abiertamente a alguien en política, esa relación tiende a enfriarse, y eso es exactamente lo que ha ocurrido con Pedro Sánchez. Yo nunca he tenido problema en decir lo que pienso, y creo que esa sinceridad es algo que la gente valora, aunque no siempre sea bien recibida dentro de los círculos políticos. Cuando he visto decisiones de Sánchez que no me han gustado, no me he quedado callado. Lo he señalado públicamente, porque creo que es mi deber ser coherente con lo que pienso, y eso, lógicamente, no siempre agrada a quien está en el poder.
Además, creo que Pedro Sánchez, como ocurre con muchos líderes políticos, se ha rodeado de un círculo de confianza extremadamente cerrado. Es un entorno en el que parece que solo tienen cabida quienes están dispuestos a decirle que todo lo que hace es perfecto, y eso es muy peligroso. Cuando un líder se rodea únicamente de personas que aplauden todas sus decisiones, pierde contacto con la realidad y con las críticas constructivas que podrían ayudarle a mejorar.
P.– ¿Ya no existe esa honradez de la que usted tanto habla?
R.– Estoy asombrado, porque parece que no. Una de las críticas que más recibo es la de que por qué me meto con el Rey Emérito. Es una vergüenza que un jefe del estado, al que hemos visto en las navidades diciéndonos cosas como que somos todos iguales y que hay que ser ejemplares, sea un presunto chorizo al que se le atribuyen más de mil millones de euros fuera de España. Es un apátrida fiscal, que eso ya es lo último... Llego a la conclusión de que todos los pelotas de turno cortesanos piensan que ellos harían lo mismo, lo cual es muy grave.
Para mí ha sido una gran decepción. Yo tenía una gran relación con el Rey. Me llamaba de vez en cuando, hablaba con él, y tenía esa imagen mítica del 23-F. Lo puse en un pedestal y cuando comencé a descubrir esto se me cayó. La de Pedro Sánchez es una decepción. Pero la del Emérito es una decepción con mayúsculas.
P.– ¿Cómo ha vivido desde fuera todas las acusaciones que se han vertido sobre el PSOE? Pienso en la trama de Ábalos, de Koldo, de Aldama… ¿Cree que afectan al Gobierno? En su último libro, Por qué pasa lo que pasa, no se moja usted mucho.
R.– Estos casos son muy graves, y es evidente que afectan tanto al Gobierno como al PSOE. No hay forma de esquivar el impacto que generan en la percepción pública, porque cuando tienes a figuras como José Luis Ábalos, que fue uno de los hombres fuertes de Pedro Sánchez, implicadas en tramas de esta naturaleza, la credibilidad del proyecto político se resiente profundamente. Ábalos no era un cualquiera dentro del partido, era una pieza clave, y ver su nombre asociado a situaciones cuestionables pone en entredicho la integridad del equipo que rodea al presidente.
Pedro Sánchez no será un político corrupto, pero es el culpable de que el PSOE no tenga trigo limpio, como es el caso de Ábalos. La corrupción, aunque no sea a gran escala, siempre daña la confianza de la gente. No importa si hablamos de millones o de pequeñas cantidades; lo que la gente ve es que se han cometido irregularidades, y eso mina la credibilidad no solo de las personas implicadas, sino de toda la estructura del partido. Es un golpe que afecta directamente a la relación entre los ciudadanos y las instituciones, algo que ya de por sí está en crisis.
P.– En EL ESPAÑOL hemos publicado muchas informaciones exclusivas relacionadas con los negocios de Aldama en el caso Koldo. ¿Cree usted que el liderazgo de Pedro Sánchez será suficiente para preservar la imagen del partido?
R.– Creo que Sánchez tiene la capacidad de manejar estas situaciones, pero no estoy seguro de que tenga la voluntad de hacerlo de manera contundente. En política no basta con decir que no tienes nada que ver; hay que actuar y demostrarlo con hechos. Cuando surgen casos como estos, lo peor que puedes hacer es intentar esquivarlos o dejar que el tiempo pase con la esperanza de que se olviden. La gente no olvida, y la falta de acción solo alimenta la desconfianza.
P.– Dijo usted en 2022 que Yolanda Díaz "viene a sustituir el espacio de Podemos, pero no usa el nombre porque está quemado después de que Pablo Iglesias desilusionara". ¿Sumar ha cumplido con sus expectativas?
R.– Sumar ha sido un intento fallido. Es una amalgama. Es muy difícil crear un partido político de la noche a la mañana. Pero estos artificios que se montan a base de televisión y de figuras que parecen bajadas del cielo no tienen sustancia. Y Sumar se ha convertido en un gallinero de gente que sólo piensa en mantener un poder para guardar una parcelita que les permita vivir. Acaban una carrera, un máster y venga. Vicepresidentes, o ministros. Y claro, después sucede que elaboran leyes como la del sólo sí es sí, que está hecha de aquella manera.
P.– No sé si ha podido ver cómo Irene Montero ha vuelto a la esfera pública española participando en programas televisivos. ¿Cómo interpreta esta estrategia de comunicación y qué impacto cree que tendrá en su imagen pública? ¿Estamos ante el regreso de Montero y Podemos al tablero político?
R.– No la he visto. Ella necesita recuperar el hueco que ha perdido y no hay ninguna duda de que la televisión es un medio importante para que los ciudadanos te perciban y te puedas hacer un hueco. Pero es que yo a esa mujer la veo muy dogmática, muy radical. Ya sabemos lo que va a criticar porque no tiene objetividad para opinar.
P.– ¿Estamos ante el regreso de Montero y Podemos al tablero político?
R.– Podemos está quemado. Por coherencia. Yo he tenido muy buena relación con Pablo Iglesias, cuando vino a verme porque yo era presidente él parecía Dios, todo la calle llena de fotógrafos. Tenía un discurso: yo vivo en Vallecas, aquí viviré toda mi vida... El día en el que él aparece con un casoplón y guardaespaldas, yo ya sé que él iba a caer con todo su equipo. Por una cuestión de coherencia, insisto. Esas cosas tan superficiales tienen su fondo y en la izquierda tienen mucho más peso que en la derecha. Porque que la señora Ayuso viva en un casoplón se presupone, pero a un señor que predica todo lo contrario no se le perdona.
P.– Hay un tema que acaparó todos los medios y que de repente pareció silenciarse. Hablo del caso Errejón. Oskar Matute lo ha calificado como "un mazazo al conjunto de la izquierda". ¿Comparte usted esta visión?
R.– Yo creo que es un caso individual. Vamos a ver, yo creo que Errejón está enfermo. Es un enfermo. Hay enfermedades de mil tipos, yo tengo un problema renal. Pero hay patologías, personas, que no están bien, lo reconocen desde el primer momento en el que van a un tratamiento. La obsesión realmente con este tema es la patología. Yo no diría que la izquierda es incoherente entre lo que dice y lo que hace, es un caso muy particular. Y se ha exagerado enormemente.
P.– Hace nada el PSOE se ha enfrentado a debates internos sobre políticas LGTBIQ+. Miguel Ángel, ¿sabría usted lo que significa el término queer?
R.– Ni idea.
P.– Lo digo porque quiero preguntarle qué opina de las diferencias políticas por estos términos, incluso dentro de un mismo partido.
R.– Yo no creo que sea el problema que más preocupa a los españoles, porque yo no sé qué es eso. Estoy a favor de la libertad, de que cada uno haga lo que quiera, puedan casarse, se les proteja... La libertad para mí es fundamental. Ahora ya, si entramos en siglas y en la variante dentro de la variante... Lo que se necesita es ayuda y crítica hacia aquellos que a su vez critican a todos estos colectivos que en su libertad toman una decisión. Pero hacer de esto un debate nacional... yo no he oído nada en los bares. Del caso Koldo, sí.
P.– Hay otra pregunta de actualidad que me parece obligatoria. Recientemente, un diputado de Vox calificó el franquismo como una etapa de "progreso y reconciliación". Habiendo vivido durante ese período, ¿cuál es su perspectiva sobre tales afirmaciones?
R.– Fue una dictadura férrea. Comparable a la de cualquier dictador tipo Mussolini o Hitler pero sin la capacidad bélica para montar la que éstos montaron. Una dictadura de libro donde se cometieron verdaderas atrocidades y la gente lo pasó muy mal. El que estaba con el régimen pues bueno, pero hubo gente que si quiso mantener la coherencia lo pagó con la vida o con la cárcel. Hablar de progreso y reconciliación en ese contexto es un insulto a todas las víctimas y una tergiversación de la historia.
P.– Pedro Sánchez ha anunciado recientemente la creación de una "gran empresa pública de vivienda" destinada a construir y gestionar viviendas desde la Administración General del Estado. ¿Cree que la creación de esta empresa pública es una solución efectiva para abordar la crisis habitacional en nuestro país?
R.– Es la única solución, si se hace bien. Porque apelar a que el empresario no gane más dinero es ir en contra del principio empresarial. Tal como está el suelo en España, que representa muchas veces el 50% del costo de la vivienda, es la única solución, aunque debe articularse muy bien desde el punto de vista legal, porque las competencias de vivienda están transferidas a las comunidades autónomas. Pero como a su vez la Constitución dice que la vivienda es algo de lo que hay que dotar a los ciudadanos, con un buen informe jurídico podría asumir la competencia el Gobierno.
Yo tengo una hija en Sevilla trabajando, terminó su carrera, gana mil y pico euros. El alquiler le cuesta 750 euros, por lo que papá tiene que seguir aportando. Todos los meses, el día 24, le hago el bizum este [ríe].
P.– ¿Es usted más de Pablo Motos o de David Broncano? ¿Qué opinión le suscita la polémica?
R.– Broncano es un tipo muy interesante. Yo veo de vez en cuando algún programa suyo y es un hombre de una agudeza y una inteligencia extraordinaria. Pero, vamos a ver, yo soy muy fiel a la gente que me ofreció en su día una plataforma, porque yo no he cobrado de la televisión un euro en mi vida. Y Pablo Motos, con el que vuelvo el próximo 22, es mi amigo. Él jamás me diría que yo no vaya con Broncano. No me lo ha dicho ni se le ocurriría, porque quien toma la decisión soy yo.
P.– Una última pregunta. Después de más de cuatro décadas en primera línea de la política, ¿se ha planteado en algún momento dar un paso atrás para centrarse en otros proyectos o disfrutar de una vida más tranquila?
R.– Sí. Pues claro. Yo acabo mi mandato parlamentario dentro de un año y medio y me dedicará dar charlas por España. No voy a ir más a ninguna elección, pero si me han elegido... Para mucha gente parece que al dejar ser presidente es un desdoro estar en la fila ocho. Pero para mí no lo es, así que me queda año y medio.
P.– ¿Y después?
R.– Después, si estoy bien de cabeza como ahora, pues me vas a ver en El Hormiguero, dando conferencias en Mazarrón, siendo pregonero de no sé qué, vestido de no sé cuánto. Otro libro, presentarlos. A eso me voy a dedicar. No puedo estar en casa. Yo me levanto todavía a las 6:45h de la mañana. Y eso lo seguiré haciendo. Ahora tengo más que hacer que nunca. No doy abasto. Vengo de encender las luces de León, voy el 17 a Asturias a otro acto, luego al programa de 59 segundos...
P.– Entiendo que entonces ha respondido negativamente a mi pregunta y no se ha planteado el disfrutar una vida más tranquila. Irse a la playa o al campo...
R.- Bueno. Odio la playa. Lo que sí voy a dedicarme un poco más es a la pesca, que sí es en la playa, porque ya no puedo ir a acantilados. Y a coger setas. Eso sí me gusta.