Con una sonrisa se pasea por el centro de Jerez de la Frontera, abre una cochera y comienza a enseñar la que es su nueva casa: un bajo de 120 metros cuadrados que durante muchos años fue una bodega en el centro histórico de la ciudad. Describe los cuadros, los muebles y los tejados que envuelven la vivienda con el adjetivo elegante de quien lee mucho. Y mientras habla parece un experimentado arquitecto.
Lejos de la realidad, porque su forma de andar, de mirar y de hablar le terminan por delatar: al otro lado de la grabadora se encuentra Paco Lobatón (Jerez de la Frontera, 1951); el mítico periodista que, mucho más allá de Quien sabe dónde, es historia viva de la comunicación española. Hace tan sólo cuatro días que cumplió 73 años, pero ni siquiera una reciente operación de cadera, que le mantuvo cinco meses "en reposo", le hacen demostrar algún vestigio de atonía.
No lo reconocerá, pero el regreso a su ciudad natal —trasladó su residencia de la provincia de Sevilla a la ciudad de Jerez hace un año— forma parte de una especie de periplo completado. Una reconexión con el joven que una vez fue, aquel que provisto de una sobredosis de energía consiguió sobresalir en una familia andaluza muy numerosa para terminar consolidándose como uno de los periodistas más reconocidos del país.
Pero en sus ojos no hay atisbo de vanidad, porque llegar a ello no fue tan sencillo. Antes, Lobatón vivió varias vidas. Militante de izquierdas en la Universidad Complutense de Madrid, tuvo que exiliarse de la dictadura franquista en Suiza, reconectarse con el periodismo durante la transición, cambiar de residencia en varias ocasiones y escalar en todo tipo de medios de comunicación. Lo demás es historia. Y se resume, a medias, en una conversación de varias horas con EL ESPAÑOL | Porfolio. "La primera entrevista personal que me hacen", confiesa.
Lobatón se coloca ante la cámara como si hubiera pasado media vida delante de una. Aunque, esta vez, de su cara ya no sobresale el bigote que tanto le caracterizó. "La vida son etapas", dice al respecto. No se refiere únicamente al físico. Durante el recorrido hace una reflexión mucho más profunda sobre su vida, el ejercicio del periodismo y lo social. Y mientras habla no lo hace en realidad, porque argumenta. No mira, observa. No oye, escucha.
Pregunta.– Nació usted en la misma ciudad en la que nos encontramos ahora, Jerez de la Frontera. ¿Cómo describiría su infancia?
Respuesta.– No imagino una infancia más feliz que la que viví aquí. Crecer en un entorno como el de nuestra finca familiar, fue un privilegio. Mi infancia estuvo rodeada de naturaleza y recuerdo con especial cariño la alberca de la finca, que para nosotros no era solo un medio para regar, sino un lugar de esparcimiento, de encuentro con amigos, una especie de refugio. Era, como dice la canción de Antonio Vega, "el sitio de mi recreo". Vivir en Jerez, primero en el centro, en la calle Porvenir —un nombre que siempre me pareció muy inspirador—, y luego en las afueras, en "El Campito", moldeó no solo mi infancia, sino mi forma de entender la vida. Fueron años llenos de luz, de vínculos y de aprendizajes que aún hoy atesoro.
P.— Empieza su carrera, años después, en Radio Jerez. ¿Cómo recuerda aquellos momentos?
R.– Recuerdo esos primeros años en la radio con un cariño enorme, como el inicio de una aventura que marcó mi vida. Todo comenzó casi por casualidad, cuando siendo estudiante fui a Radio Jerez para solicitar apoyo para una campaña benéfica. Al terminar mi intervención, el responsable, Carlos Vergara, me dijo: "Chaval, me gusta cómo te expresas. ¿Te gustaría hacer algo en la radio?".
Mis primeras experiencias fueron una mezcla de improvisación y entusiasmo. Comencé haciendo programas musicales y poco a poco fui explorando otros formatos, como los informativos. Aunque no tenía claro que quería ser periodista, la radio me atrapó con su magia: la inmediatez, la conexión directa con la audiencia y la posibilidad de crear algo a partir de la palabra. Fue como descubrir un nuevo mundo.
P.– Se marcha a Madrid a estudiar Ciencias Políticas. Allí asumió un papel activo como representante estudiantil en un contexto político represivo. ¿Qué le motivó a involucrarse tan intensamente en la lucha política durante la dictadura?
R.– Curiosamente yo creo que mi implicación política no nació de estar matriculado en Ciencias Políticas, sino de una toma de conciencia paulatina frente a la realidad que vivíamos. La Complutense estaba muy marcada entonces por la represión, con policías vigilando las entradas de las aulas y oficinas de la Brigada Político-Social instaladas dentro de la propia facultad. Fue imposible permanecer indiferente ante esa realidad.
Lo que me empujó a actuar fue el contacto con el movimiento estudiantil, que en aquel entonces era un foco de resistencia frente al régimen. Recuerdo un momento especialmente determinante: la huelga de exámenes que organizamos en respuesta a la detención de compañeros. Fui elegido por mis compañeros como representante para asistir a una asamblea de profesores, algo que no estaba permitido. Esa decisión me llevó a ser detenido con violencia por Antonio González Pacheco, conocido como "Billy el Niño", un policía tristemente célebre de la dictadura.
Para un hombre que se había casado con el uniforme de La Falange tener un hijo rojo era, pues, un poquito duro.
P.– ¿Cómo le marcó al Paco Lobatón de entonces?
R.– Me marcó de una forma clara, pero no me frenó. Más bien diría que me propulsó. Me reafirmó en la necesidad de hacer algo para que las cosas cambiasen. Yo partía de una formación muy conservadora en el sentido de que yo me crie en un ambiente de familia muy religiosa, muy católica, y las primeras acciones en Jerez, incluidas las que tenían esa expresión poética, tenían que ver con la juventud estudiantil católica.
De hecho, yo llegué a Madrid con una posición muy firme de que a mí no me iba a manipular nadie. Hasta que me di cuenta en un momento determinado de que no bastaba con tener conciencia, sino que había que aplicarlo a la realidad y tratar de hacer algo. Y eso me hizo implicarme activamente. Y eso comportaba riesgos, como el que corrí y me detuvieron y me hicieron pasar por un juicio del Tribunal de Orden Público.
P.– Le condenan con cinco años de cárcel y toma la decisión de exiliarse. Pero antes comentaba que su familia era muy conservadora. Y su padre era funcionario del régimen franquista. ¿Qué pensaron ellos?
R.- Uf, [traga]. Ese es un aspecto que me emociona. Recuerdo que mi madre lo vivió con sufrimiento, aunque yo tenía una determinación muy grande. Mi padre estaba en una situación muy delicada. Mi encarcelamiento coincidió con un momento especialmente delicado para él porque estaba en el hospital por un infarto. El primero de los infartos que tuvo. Con lo cual mis hermanos hicieron como un cordón sanitario, nunca mejor dicho, para que él no se enterase. Y sólo se enteró cuando al final de la detención yo pude regresar a casa. Para entonces, alguno de mis hermanos ya había hecho un trabajo de preparación para que el impacto no fuera tan grande.
Pude estar con ellos y tratar de que entendieran que yo había tomado esa decisión. La siguiente, que fue marcharme al extranjero, al exilio, pues fue para ellos especialmente duro, sobre todo para mi madre, que era con quien yo tenía una relación muy especial. Tiempo después, ella y mi padre, que ya estaba en una edad y en un estado delicado después del infarto, tuvieron el coraje de viajar hasta Suiza para reencontrarnos.
P.– ¿Fue más dura la detención y el proceso posterior o el pensar que podría haber decepcionado a sus padres?
R.– Nunca pensé que pudieran sentirse decepcionados. Sí contrariados, quizá. Mi madre era muy religiosa, pero mi padre era, políticamente, de un pensamiento muy pero muy conservador. Además, tres de sus hermanos habían vivido un episodio en la posguerra que les marcó, el ser secuestrados por el maquis en la sierra de Cádiz. Eso quizás le reafirmó más en un comportamiento conservador. Sin embargo, mi padre no me recriminó en ningún momento mi compromiso político, que él ya tuvo conocimiento de que era un comportamiento de izquierda. Muy de izquierda [ríe]. Rojo, para decirlo en el lenguaje que para él era familiar. De repente un hijo rojo para un hombre que se había casado con el uniforme de La Falange pues era un poquito duro. Y, sin embargo, no recuerdo una palabra de recriminación.
Quizá esa actitud de mi padre me llevó a una a un aprendizaje inmediato. Y es que yo tenía que respetar a mi padre como era y no podía en ningún caso pretender que entendiera mi opción. Mi opción de vida, mi opción ideológica, mi opción de compromiso activo con la transformación que yo creía que teníamos que vivir en España. Mi militancia era por la libertad. Yo no intenté convencerlo tampoco. De modo que hubo un pacto ahí, tácito, de respeto.
Con el fallecimiento de Francisco Franco, Paco Lobatón terminaría su exilio en Suiza. Regresaría a España, cumpliría el servicio militar obligatorio en Sevilla, donde también fue encarcelado en los cuarteles, hasta que finalmente abandonó su militancia. "Pasé al PC, el Partido de la Comunicación", dice. Ahí comienza su carrera profesional, que despegaría en diferentes emisoras de radio y ciudades.
Pregunta.– Se reencuentra después con la radio.
Respuesta.– Para mí el significado de la comunicación era, por entonces, la radio. Y en Radio Sevilla, gracias sobre todo a una persona, María Esperanza Sánchez —que a su vez estaba trabajando un poquito en la pauta que había marcado Iñaki Gabilondo, que había sido director— fue cuando estuve durante un tiempo en la emisora. Es donde tuve mis primeras ocasiones de hacer reporterismo, de hacer entrevistas, y de participar en un momento social y políticamente increíble como fue toda la transición.
P.– ¿Aquí ya sabía usted que quería ser periodista?
R.– Ya en el momento en el que yo retomo, digamos, la conexión con la radio en Sevilla, ya la decisión es firme. Sólo me faltaba conectar con la parte formativa, que quedó interrumpida porque me habían expulsado de la universidad cuando fui detenido. Hay una circunstancia vital por la que yo de Sevilla paso a Barcelona y es cuando ya conecto de nuevo con la Universidad Autónoma de Barcelona, que es donde finalmente completo mis estudios de Ciencias de la Información.
P.– En su vida hay mucho de periodismo social. Pero ¿cuándo empieza?
R.– Empieza de una forma no muy deliberada. Yo creo que natural. En la etapa de Radio Sevilla, ese contexto de transición incluye también el inicio de un movimiento sindical importante. El movimiento obrero, como movimiento político, había sido determinante para el final de la dictadura. Y una vez que la dictadura termina, los sindicatos empiezan a emerger: Comisiones Obreras, UGT e incluso CNT. Y en Sevilla empiezan los primeros comités de empresa a funcionar. Y yo me dedico a eso, a la información laboral y voy con mi magnetófono en una Mobylette a hacer los reportajes a las empresas que están ocupadas o soy el interlocutor de esa gente.
Junto a Pilar del Río, que estaba en otra radio, éramos no competidores, sino cómplices. Porque éramos los que ayudábamos a difundir ese mensaje de los trabajadores. Eso me acarreó que el director de entonces de Radio Sevilla me volviera a señalar como alguien inquietantemente rojo. Lo que condicionó muchísimo mi siguiente paso, que fue ir a Barcelona, donde lo normal es que yo hubiera recalado en Radio Barcelona.
P.–Nada que ver, porque termina trabajando para la familia Rato.
R.– Iñaki Gabilondo me recomendó a la cadena Rato, propiedad de la familia Rato. Ramón de Rato y Figaredo era el presidente. Y su hermano Rodrigo luego fue ministro. Su padre era un señor asturiano muy de derechas y sin embargo a mí me recibe Radio Reloj, de la Cadena Catalana, y me dan una responsabilidad, la primera de mi vida, de ser jefe de informativos.
P.– ¿Cómo es esa etapa en Barcelona? Allí vivió el 23-F.
R.– Lo viví de una manera apasionante. Un mundo donde la relación entre alguien que era castellanohablante y otro catalanohablante era absolutamente normal. De hecho, en los informativos que yo tuve que organizar eran indistintamente en castellano y en catalán. También viví la importancia que tenía la presencia andaluza en Cataluña. Con mi llegada justo el Partido Andalucista había conseguido dos diputados en las primeras elecciones autonómicas en Cataluña.
Aquel 23-F tuve un sentimiento de quiebra, de riesgo inminente y lo tuve porque en el espacio en el que trabajábamos, por ejemplo, el director de la emisora ya tenía preparado las marchas militares. Ese director estaba muy conectado con el dueño principal de la emisora y sabía que a poco que derivarse de la situación, la emisora se iba a convertir en un portavoz del nuevo régimen dictatorial.
Fíjate qué curioso que a mí me llegaron algunas convocatorias sindicales en la calle y yo recuerdo haber reflexionado sobre qué hacer con esa información y haber tomado la decisión de no difundirla, porque teníamos la conciencia de que esa difusión podía radicalizar la situación y provocar una exaltación del movimiento militar que estaba por ahí como una amenaza cierta.
P.– Y posteriormente vio de cerca el atraco al Banco Central.
Lo vivimos en primera línea, pero absoluta, porque nos instalamos con otro compañero, Jesús Beorlegui, que era un tipo delgado pero muy enérgico, en la cafetería Nuria, que había justo enfrente del Banco Central. Hicimos una retransmisión al minuto. Hasta el punto de que en nuestra retransmisión íbamos nombrando las cosas según podíamos. Por ejemplo, yo llamé rehén de rehenes al primero de los rehenes que los asaltantes habían tomado. Pues lo de rehén de rehenes fue adoptado inmediatamente por el resto del colectivo periodístico de los medios.
Fue una experiencia increíble y sólo a posteriori, porque sobre la marcha yo no tengo para nada ningún input de que eso pueda tener alguna conexión con el golpe militar del 23-F. Aunque había una nomenclatura un poco militar, del número uno, que era el que supuestamente dirigía. Y se decía que entre los asaltantes podían haber guardias civiles. Pero nada, eso es lo que hoy llamaríamos un bulo. Y ese bulo funcionó durante cierto tiempo, pero con el tiempo se demostró que no era más que un bulo.
La forma de hablar de Paco Lobatón recuerda a un director de orquesta. Conduce con una mano invisible el discurso. Cuando se contradice a sí mismo, se explica. Y aumenta y disminuye el tono de su voz en función de la palabra, hasta formar una especie de sinfonía perfecta traducida en respuesta. Los años de experiencia al otro lado del micrófono, dueño de las pausas, le convierten en, a veces, un entrevistador complicado. Porque es difícil indicar siendo un intérprete.
Hasta el momento, el periodista ha hecho un repaso de su trayectoria laboral y personal desde la intimidad del salón de su casa. Luego EL ESPAÑOL | Porfolio le acompaña hasta el interior del Alcázar de Jerez de la Frontera, donde el entrevistado dice sentirse en uno de los lugares más bonitos que jamás visitó.
Pregunta.– ¿Cómo fue ser corresponsal político de TVE en la época de Felipe González?
Respuesta.– Era un equipo innovador, declaradamente innovador. Es decir, que se hizo una declaración de intenciones para empezar a entender los informativos de la televisión pública de una nueva manera. Y, sin embargo, el equipo no fue ajeno a la tormenta política. Televisión Española, como viene ocurriendo de manera cíclica y recurrente a lo largo de toda nuestra democracia, se convirtió en un arma arrojadiza. Y José María Calviño, director de RTVE entonces, fue tildado de estar políticamente del lado del partido que estaba en el gobierno, el Partido Socialista.
Tuvimos que hacer una demostración notarial y nos fuimos en grupo a las oficinas del Partido Socialista con un notario para demostrar fehacientemente que ninguno de los integrantes de aquel grupo humano de periodistas contratados por Calviño pertenecíamos al Partido Socialista.
P.– Y después presenta usted el Telediario.
R.– Casi que literalmente se me empuja para que lo haga. Ocurre como fruto de una circunstancia personal de Manuel Campo, que era quien presentaba. Él pide un permiso de paternidad y hay que sustituirlo. Entonces Enric Sopena, en ese momento director de informativos, dice: "Lobatón, a escena". Y así, sin ningún tipo de protocolo ni de preparación.
P.– De un día para otro.
No, ¡de un rato para otro! Yo recuerdo que inmediatamente llamé a mi casa, a mi familia, para decirle oye, que voy a salir en televisión, pero no es que vaya a salir, sino que voy a presentar el telediario con Concha García Campoy. Y se quedaron tan impresionados con el encargo que estuvieron realmente más nerviosos que yo. Y pues debió gustar porque luego fui designado presentador del principal Telediario, el de la noche. Que hay que decir que lo presentaba Carlos Herrera por su gran solvencia como locutor. Pero se había cansado.
P.– Voy a saltarme alguna etapa como la de Canal Sur porque quisiera preguntarle por su incorporación a Radio Nacional Española. Durante toda la entrevista se ha mostrado como un enamorado por la radio. ¿La echaba de menos?
R.– La radio para mí ha sido siempre mi referencia, porque fue ahí donde nació la comunicación y el periodismo. Después de ser director de informativos de Canal Sur me dan la opción de elegir si televisión o radio. Y elijo radio. En parte por una relación de confianza, porque era Enric Sopena quien dirigía RNE, pero sobre todo porque era radio. Tenía la añoranza de la radio en la que había empezado, primero en Jerez, después en Sevilla y Barcelona. Y en esa etapa se produce una renovación del 24 horas, el informativo nocturno, que era la réplica de la pública del 25 horas de la cadena SER, con una innovación impresionante.
P.– Pero mientras usted está en la radio le aparece la oportunidad de compaginarse con Televisión Española.
R.– Así es. En la radio hice informativos, luego algún magacín y estando en esas tareas un buen día alguien toca en mi hombro y me dice que va a iniciarse en Televisión Española el programa "Quién sabe dónde", del que yo había tenido noticias porque había entrevistad para mi programa de la radio a Ernesto Sáenz de Buruaga, que era quien inició el programa en La 2. Había ido tan bien que por eso se decidió que era momento de que pasara a la primera cadena.
P.– ¿Cómo llega usted a sustituir a Buruaga?
R.– No fue una sustitución porque fue un cambio de todo el equipo. Y el nuevo equipo dirigido por Juan Jesús Ortiz, un realizador que yo ya había conocido de mi etapa de informativos. Entonces, él me lo vino a proponer. Pero puedo decir, creo con absoluta certeza, que yo fui seguramente la última opción que hubo. Hubo otros candidatos dentro de la casa. Hubo otros muchos candidatos. Y cuando me lo plantearon dije, por un poquito de dignidad, "déjame que me lo piense".
En el popular Quién sabe dónde se daban a conocer los casos de ciudadanos desaparecidos que eran buscados por sus allegados. A lo largo del espacio se mostraban imágenes, reportajes y entrevistas en directo con los familiares de los desaparecidos, apelando a la audiencia a colaborar y aportar información para su localización.
Con Lobatón, el programa promedió un 33% de cuota de pantalla, siendo líder habitual en su franja horaria. El espacio alcanzó sus mejores registros en 1993, coincidiendo con el "Caso de las niñas de Alcácer". Ese 24 de marzo de 1993 logró situarse como el programa de emisión regular más visto del año, con 9.085.000 espectadores y un 54,0% de share. En total, durante 1993 Quién sabe dónde situó 23 de sus emisiones entre los 50 programas más vistos del año.
Pregunta.– ¿Le gustaba el programa cuando se emitía en La 2 o llegó con la idea de cambiar algunas cosas?
Respuesta.– Yo no había hecho, lo digo sinceramente, un seguimiento del programa de Ernesto Sáez de Buruaga. Me había interesado y le había hecho una entrevista, pero no estaba pendiente. Llego de nuevas y empiezo a asimilar todo lo que supone el programa. Y rápidamente me produce un gran impacto. Porque te da una percepción muy directa de lo que suponen las desapariciones de personas. Empiezo a ser interlocutor padres, hermanos, familiares que llegan al plató con una herida abierta. Esa incertidumbre. Que es un sufrimiento corrosivo. En poco tiempo aprendo que ese dolor es incluso más fuerte que el que puede suponer una pérdida definitiva.
P.– ¿Cómo se dirige un programa basado directamente en un contenido tan delicado sin caer en el sensacionalismo?
R.– Fui aprendiendo. De las miradas de las familias, de los testimonios de las familias. Yo venía de escuchar declaraciones de los políticos, de los más altos responsables de la vida política española. Y de repente me encuentro con gente corriente —esto que los presidentes norteamericanos llamaban ordinary people— con relatos testimoniales tan verdaderos, tan cargados de un mensaje que no podías ignorar y que merecían ser tratados de la mejor forma.
P.– Aún así tuvo usted un intento de dimisión, ¿no?
R.– Llegó un momento en el que la notoriedad del programa alcanzó un pico máximo. Y ese éxito impresionó a todo el mundo, incluidos también los directivos de RTVE. Pues hubo algún productor ejecutivo cuyo nombre prefiero no recordar, que tuvo la tentación de ir un poco más allá. Siempre me ha dejado perplejo que haya gente que no sepa capaz de asumir un resultado ya espléndido. Y de repente hay un día que me colocan en el plato, yo venía corriendo de la radio, a Octavio Aceves [un supuesto vidente que alcanzó su fama en los noventa]. Y también me pusieron a un menor de edad, Víctor Fernández, que buscaba a su padre. Un chico de 13 años. Terminó el programa y yo presenté mi dimisión. "Esto que habéis hecho rebasa todos los límites", les dije. Y me respondieron que se me había subido la fama a la cabeza.
P.– Y finalmente siguió.
R.– A partir de esa confrontación con alguien que quería derribar el programa aprendí mucho. Yo lo que le dije a ese productor ejecutivo fue: "El día que un adivino resuelva una desaparición lo traemos al programa con alfombra roja y banda de música". Mientras tanto, a mil kilómetros de distancia. No se podía tomar a broma lo que para mí ya era una realidad doliente. Una situación extremadamente sensible y delicada.
P.– Siendo sinceros, la mayoría de los españoles le recuerdan hoy por el Quién sabe dónde. Se me vienen a la mente imágenes como la emisión especial desde Alcasser. ¿Qué significo aquel momento para usted?
R.– Una responsabilidad enorme. El caso Alcàsser, de Míriam, Toñi y Desirée, ocurre todavía en este primer tiempo, antes de la dimisión. Y cuando se tienen noticias de que finalmente han aparecido las niñas, pienso que teníamos que ir porque la audiencia se había volcado en la búsqueda de las criaturas. La responsabilidad era enorme de saber que tantas cosas estaban en tus manos. Yo recuerdo, por ejemplo, uno de los programas durante el periodo de búsqueda en el que nos quedamos después de terminar la emisión, porque en ese momento en un hotel de Zaragoza se estaba procediendo a un registro a tope. Y nos quedamos ahí todos esperando.
P.– En aquella emisión hay muchos testimonios, especialmente de familiares. ¿Recibieron algunas críticas?
R.– Hubo alguna. Lo que pasa es que la competencia, que era Antena 3, hizo tal deplorable espectáculo, que concentró, digamos, todas las críticas. De hecho, el concepto de telebasura se asignó básicamente al espectáculo de aquel día tan dramático. Aún así, nuestra misión fue la más vista. Porque claro, teníamos ganada la credibilidad desde hace mucho tiempo. Y también porque era Televisión Española la que en ese momento era líder de la parrilla televisiva.
P.– En 1998 pide usted una pausa. Y para el Quién sabe dónde.
R.– Pedí una pausa por un motivo muy claro. Cuando uno lleva dos trienios haciendo el mismo trabajo, cuando ha visto formarse parejas, romperse parejas, compañeros que fallecieron inopinadamente... En fin, éramos un colectivo humano, premiado por la audiencia, pero impresionado también por la demanda y por las expectativas que el programa generaba. Cuando se lleva cierto tiempo hay una inevitable entrada en ciertas rutinas. Y aunque todos sabíamos que cada caso era distinto a los demás, ese riesgo de rutina a mí me alarmó un poco y me pareció importante pedir una parada técnica.
P.- Esa parada técnica fue definitiva. ¿Qué pasó?
R.– No hubo renovación. No nos dejaron volver.
P.– ¿Por qué?
R.– Nunca me dijeron por qué no podía volver el programa. Porque en su última etapa ya no tenía las audiencias millonarias, pero seguía siendo líder. Recuerdo que un responsable de la producción de Televisión Española que en una visita a la redacción me dijo: "Paco, no sé si lo sabes, pero te lo digo como productor de esta casa, estáis haciendo el programa más rentable no de esta televisión, sino de todas las cadenas".
P.– ¿Entonces, nunca tuvo una retroalimentación? ¿Cree que fue la entrada del gobierno de Aznar?
R.– No la tuve respecto a que había habido un cambio en la presidencia de la corporación y que ese cambio se correspondía con el cambio de inquilino en la Moncloa. Luego sí he tenido voces que me han hecho llegar la consideración de que a esos nuevos inquilinos no les había gustado nada que en el programa se trataran casos relacionados con la memoria histórica o con los bebés robados.
Pero esos fueron mensajes indirectos que nunca se pusieron sobre la mesa. Cuando yo de una forma tenaz, persistente y seguramente hasta apabullante para algún responsable de la dirección de la casa volví a llamar, diciendo: "Estoy listo para empezar una nueva etapa del programa", nunca se me atendió.
Después de su etapa como presentador de Quién sabe dónde, Paco Lobatón mantuvo un firme compromiso con las causas sociales, especialmente en el ámbito de las personas desaparecidas. Aunque el programa finalizó, su dedicación no terminó ahí. Continuó trabajando con asociaciones y familias afectadas, aportando su experiencia y visibilidad para dar voz a quienes vivían en la incertidumbre.
En 2015, fundó la organización Quién Sabe Dónde Global, que buscaba ser un puente entre las familias de personas desaparecidas y las instituciones. Bajo su dirección, esta fundación impulsó iniciativas como la creación de informes anuales sobre desapariciones y promovió la elaboración de un plan estratégico a nivel nacional. Este esfuerzo culminó en avances significativos, como la fundación del Centro Nacional de Desaparecidos en 2018, el desarrollo de protocolos para casos no resueltos y el planteamiento de un Estatuto de las Personas Desaparecidas, que busca establecer un marco legal sólido.
Pregunta.– Hace poco salió en una serie documental de Netflix y muchas personas le volvieron a recordar. Permítame la pregunta y también el adjetivo. ¿Está usted desaparecido en Jerez?
Respuesta.– No, no estoy desaparecido en absoluto. La prueba es que he aparecido en la serie 900 días sin Anabel y que aparezco para contribuir a una reflexión o aportar alguna idea en algún caso de alguna persona desaparecida o incluso para otro tipo de programa. Aunque sí que me permito, llegado a este punto y a esta edad, elegir bien los momentos y los lugares en los que comparecer. Creo que eso es legítimo. Y, en ese sentido, sin desaparecer, sí que aparezco, digamos, con criterio selectivo.
Tengo la suerte de vivir en una ciudad abarcable humanamente. Me permite ir a hacer la compra al Mercado Central, a la plaza, que es como decimos en Jerez. Que me permite caminar por las calles de la ciudad y tener encuentros ocasionales, incluso fuera de agenda, con personas que he reencontrado desde mi vuelta hace un año y medio a la ciudad o con personas con las que estoy entablando una nueva relación.
P.– ¿Piensa en el retiro?
R.– No pienso en el retiro concebido como un no saber qué hacer. O un ir a no sé qué. Tenía mucha ilusión en dedicar unas horas al día de mi tiempo en la Biblioteca Pública de Jerez, que es una preciosidad, y que además me recuerda a mis años de instituto. Pues no lo he conseguido. Porque en la mayoría de mi tiempo sigue prevaleciendo la vida más meditativa y reflexiva y la vida activa, con la fundación principalmente, cuya sede la tenemos en la ciudad de Córdoba.
P.– Hábleme del futuro.
R.– Me lo planteo, como ves, de una manera activa. Con muchas curiosidades, con ganas de aprender. Tengo pendiente esa cita con la biblioteca pública, con la Universidad de Cádiz, que tienen cursos maravillosos sobre temas que me apasionan. Me interesa mucho, por ejemplo, profundizar en el idioma francés, que se convirtió en mi segunda lengua y que he procurado mantener más o menos. Pero que ahora me gustaría incluso perfeccionarlo. Y reflexionar.
P.– ¿Lo hace mucho?
R.– Sí, sigo reflexionando. Y aparte, dentro de mis lecturas, que creo que me mantengo en un buen índice de lectura —digamos que yo diría que notable por lo menos con relación a la media que observo a mi alrededor— me gusta mucho el ensayo. Y el ensayo te ayuda a pensar y te reconduce un poco en el pensamiento.
P.– Es usted un buen entrevistador. ¿Qué se pregunta a sí mismo?
R.– Es verdad que uno se va preguntando cosas a sí mismo. Por ejemplo, cuando te vas haciendo mayor, sobre la propia edad, sobre cómo vas a llevarlo. No ahora, por ejemplo, que tengo 73 y que creo que lo estoy llevando razonablemente bien. Sino un poco más adelante. Yo acabo de pasar por la experiencia de una operación de cadera. De repente esa experiencia me ha llevado a la conciencia de cómo, de un día para otro, puede cambiar tu percepción del mundo, porque cambia tu movilidad. Ya no puedes ir a cualquier sitio espontáneamente, tienes que primero asistirte o hacerlo con muletas. No puedes subir las escaleras de tu propia casa.
Y, además, te preguntas al observar cómo alrededor te ven de otra manera. Y por momentos, te están viendo ya en una etapa casi del final de tu vida. Tengo como asignatura pendiente hacer de esto las crónicas del deterioro vividas con decoro, que creo que es el gran desafío que tenemos como personas. Asumir el tiempo que nos toca vivir y la edad con la que vivimos ese tiempo.