"Entre lo real y un mundo paralelo, me mandas una señal y por ahí hacia ti me cuelo, sigues siendo igual mamá aunque te tapen con un velo, somos tal para cual mamá no se puede separar mi suelo de tu cielo". Este pellizco a la vida es de Dani Carbonell (Barcelona, 1972), conocido internacionalmente como Macaco. Esas estrofas forman parte de La memoria del corazón, un tema lleno de sentido, de sensibilidad, dedicado a la persona más especial de su vida, su madre, María Teresa Heras, que desde hace seis años padece un Alzheimer que lo atormenta.
"Guarda los sentimientos mamá, que yo guardaré los recuerdos. Sólo tu memoria está dormida mamá, tu corazón sigue bien despierto…".
Cuando la belleza y el talento se unen, el resultado de esa combinación no puede ser menos que explosivo. La canción es desde hace varias semanas la banda sonora de la Fundación Alzheimer España (FAE), cuyo objetivo es el de generar conciencia y sensibilizar a la sociedad sobre esta importante causa. Al igual que hizo Rock Hudson con el sida, Rita Hayworth puso en el mapa la enfermedad del Alzheimer cuando falleció a los 69 años en 1987. La mujer que erotizó a un enjambre de hombres con la simpleza de un striptease de un solo guante (Gilda, 1946) detonó la importancia del ser sobre el tener.
Macaco está tremendamente liado. Fluyen ideas, sentimientos, va de aquí para acá, reuniones con su equipo, charlas interminables por teléfono, "es algo que odio" admite y, de repente, se sumerge en el mar. Da lo mismo la época del año. El cantante catalán necesita lanzarse al Mediterráneo de Sitges para recargar la batería y sin neopreno. "Me encanta, pero está fría de cojones", dice entre risas.
En la conversación que ha tenido EL ESPAÑOL, Macaco utiliza repetidamente tres coletillas. Empieza una frase y añade '¿sabes?', lo hace con otra y es ¿no? y sigue con 'tal'. Resulta simpático. Protege sus ojos con gafas de sol, previamente se ha echado una crema protectora y antes de empezar a charlar deja caer el frío que hace en su casa. "Es normal, es una especie de masía, ya sabes…", afirma para concluir. A cierta distancia se nota que de pequeño debió ser un niño tremendo, algo que denota su nombre artístico, Macaco, que viene de 'mico'. Al verle trepar por todas partes su madre empezó a llamarle así y como mico viene de mono, pues…
PREGUNTA.– Con el debido respeto, da la sensación que la letra de La memoria del corazón le ha salido de corrillo, que cuando el corazón habla, no hay quien le pare…
Respuesta.– No, de corrillo no. A mí no me suele salir así (sonríe). A veces sí que te sale de corrillo un algo. Esa chispa que luego se convertirá en hoguera. Pero para hacer la hoguera hay que cortar la madera, hay que estar ahí horas, días. Estaba muy claro que era lo que se quería transmitir. El concepto a veces de una canción aparece, otras hay que buscarlo y, a veces, está todo ahí. Aquí la tercera pata era mi relación con mi madre, la enfermedad y la música. Y salió. Todo es supernatural porque forma parte de mi experiencia con ella. Lo que no quería es que no sonara a drama, o sea, tenía que sonar lo que yo he sentido en ese momento, en esa relación con mi madre, la enfermedad y la música.
P.– ¿Cuánto duró el proceso creativo?
R.– Mi madre tiene Alzheimer desde antes de la pandemia, más o menos. Empezó a perder la memoria, luego hubo momentos muy críticos porque esta enfermedad tiene varios procesos y ahora por lo menos es todo surrealismo, pero ella está en paz. Y un buen día, igual hace dos años, le hice hacer unos ejercicios, salimos a unos jardines que hay en la residencia, mi madre siempre ha sido muy fan, como yo, de la naturaleza. Decía: "¡Ah, mira ese árbol…!" Y luego te vuelve a repetir lo mismo al cabo de diez segundos. Hace una mezcla entre pasado, presente y futuro súper galáctica, pero tienes que entrar en el juego.
Entonces me puse a cantar una de las canciones que ella había interpretado para las películas My Fair Lady o Mary Poppins (pensativo) no recuerdo exactamente y, de repente, mi madre se engancha ahí y lo empieza a cantar. Como comprenderás, se me empezaron a caer las lágrimas. Me quedé como... ¿qué está pasando aquí? Por suerte, de nosotros sí que se acuerda, nos reconoce y se acuerda de nuestros nombres. Pero no se acuerda de datos, no se acuerda de… [dubitativo].
Hace una mezcla rarísima del mundo. Un tanto galáctica. Y ahí empecé a jugar con ella, la iba grabando notas de voz pero para mí y para mi familia, para el chat típico familiar, pues enviaba "mira, mami está cantando no sé qué y tal". Todos flipaban. Y un buen día, al cabo de tiempo, sentí que era un buen homenaje para mi mami, que ha sido una jefa y es una jefa de vida total, una guerrera, una mujer llena de luz y muy adelantada a su época. No es porque sea mi madre, pero yo siempre la he admirado un montón como persona. Y también pensé que era algo chulo de compartir con el mundo, sobre todo para los familiares de pacientes con Alzheimer.
P.– Obviamente todo es un proceso, uno va aprendiendo cada día, pero aquellas personas que sufren este problema ¿cómo deberían afrontarlo según tu experiencia?
R.– Sobre todo, lo que siento es que hoy en día todos acabaremos en residencias porque ya nadie se lleva a los mayores a su casa. O son casos contados por las vidas que llevamos. Ahí tanto mi hermana como yo, como mi primo, que es como el otro hermano, tenemos nuestras contradicciones y nuestras luchas, y por eso siempre digo que hay que cuidar mucho la sanidad pública, ojalá se invirtiera más en residentes porque todos vamos a acabar ahí. Si no quieres pensar en los tuyos, piensa en ti. Es que te encuentras unos lugares que no veas, ¿eh? Por suerte nosotros podemos pagar un sitio que está muy bien, pero no todo el mundo puede porque la gente aunque tenga hijos, o sea, mi madre tiene dos hijos y este primo que es como el tercer hijo porque criamos mucho con mi madre y con mi tía, pues no está con nosotros por nuestro ritmo de vida hmmm… ¿Cuál era la pregunta que me he ido a Cuenca? Perdona.
P.– Ja, ja, justamente, cómo debería afrontar la gente…
R.– Si no pueden tener a esa persona en casa porque muchas veces no se puede, también es tela porque hay que estar hiperpendiente, es una situación muy complicada. Si esa persona está en una residencia, primero hay que irla a ver, estar con ella casi a diario porque el cariño y el amor son la mejor medicina. Hay que hacerles ejercicios, que se muevan, provocar conversaciones y buscar en ese cajón que creo que todos guardamos donde hay una memoria muy especial relacionada con alguna emoción muy potente. En el caso de mi madre, la música. Es muy sorprendente ¿no? Que de repente no se acuerde de mil datos y se acuerde perfectamente de arriba a abajo de las letras de todas las canciones. Es como '¡guau!'. Entonces, gente que tenga una afición a la lectura, las plantas, la cocina, les recomiendo que rasquen por ahí porque pueden encontrar un puente de comunicación con ese familiar.
P.– Cuando os dan la noticia, ¿qué reacción tenéis?
R.– Ya lo sabíamos perfectamente. Primero es una pérdida de memoria importante y luego entra en una pelea, que fue el momento más jodido, porque no reconoce bien la enfermedad, está súper confundida y enfadada con ella misma. Está muy jodida. El momento en el que fuimos ya neurólogos y era súper evidente lo que pasaba te preguntas ¿cómo gestiono esto? ¿Cómo lo gestionamos nosotros y cómo lo gestionamos de cara a mi madre?. Pusimos a una persona que la ayudara en casa y no quería a nadie, pero cuando se cayó y se rompió la cadera, en ese momento, en el hospital, allí hizo como un bajón, pero ese bajón fue bueno. Ahí ella encontró ya una paz y ya lo colocó todo en esta cosa galáctica, pero ya no había esa ansiedad que es el momento que yo lo pasé peor. Es una enfermedad muy cruel. El Alzheimer de mi madre me enseñó que el amor no se pierde. Al final ya sabemos, bueno, por lo menos muchos sabemos que todos nos vamos a morir en el mismo agujero pero… ¡Perder los recuerdos! ¡Hostia! Es como, a ver, sí, pero… por eso también recomiendo cuando estás en esa fase el cariño, el amor, el humor... porque sana.
P.– Hace unos años, en un monólogo interpretado por Serena Vergano, mostraba una tarjeta en la que se podía leer algo así como: "Cada vez que un viejo muere en África es como si se quemara una biblioteca". ¿En qué momento se perdió el respeto por los mayores porque hasta hace dos o tres décadas era común que los abuelos vivieran con sus hijos y nietos? Y ahora son como trastos, ¡qué pena!
R.– Bueno, todos creemos que estamos evolucionando un montón, tenemos nuestros móviles y no sé qué, pero… ¡mira cómo está el mundo!. Hay guerras, tío. ¡Guerras! La gente matándose. Yo, a veces, es como que... Hay algo en mi cabeza que digo "¿guerra? ¿pero si esto me suena a la época medieval? Que dos personas se estén matando porque dicen que no sé qué de una banderita… Hay un culto extremo a la juventud, pero es muy gracioso porque tengo amigos de todas las generaciones de 20, 30, 40, 50, 60 y 70 años, realmente te lo digo. ¡Amigos! Es curioso que en lo que somos nosotros, porque somos todo eso, hemos sido o seremos, es curioso que el nivel de egoísmo que tiene el humano es tanto que ni por él. Es por la contradicción con el presente. Por un lado tenemos que vivir lo que nos dicen y sabemos que el presente es lo más tangible y verdadero que tenemos, todos hemos pasado y vamos a pasar por la misma línea espacio-tiempo y eso nos hace como muy ignorantes, egoístas, egotripping al máximo, orbitando nuestro ombligo hasta... no sé. No lo entiendo.
P.– Entonces, ¿qué ha pasado?
R.– Pues no sé. Yo creo que estamos en un momento en que parece que vale todo, que es como: yo primero antes que todos los demás. En muchas generaciones jóvenes siento como toda la cosa esta del consumismo extremo. Por ejemplo, estuve en las manifestaciones de Greenpeace y otras asociaciones antes de la pandemia, estaban Greta Thunberg y Javier Bardem, estuvimos ahí tocando y tal, ¡qué cojonudo! Y veías gente de todas las edades y tal. Pero mira, ahora, por ejemplo, la gente empieza a hablar un poco otra vez del cambio climático. Yo llevo tres mil años y algunos, no muchos artistas, también pero… Es que hay que reflexionar porque hay no sé cuántos muertos en Valencia, es como… ¡Si ya sabíamos todo esto! ¿Qué me estáis contando? .
P.– No aprendemos.
R.– No queremos aprender con estos temas. Y lo mismo con nuestros mayores. Ya lo dice la canción, "no quiero dar consejos, todos vamos a aprender de viejos".
P.– Dicen que la calle es la mejor universidad, ¿de qué manera te preparó cuando empezaste a tocar para ganarte un dinerito?
R.– Aprendí un montón, he disfrutado en muchos momentos durante ese proceso. Ese es realmente el éxito real, ¿no? Tocar en la calle da unas tablas de cojones porque es una comunicación superdirecta de supervivencia. O conectas o no conectas. Esa gente que pasa tiene que venir, quedarse ahí y echarte unas monedas.
P.– ¿Qué opinión te merecen los talent shows?
R.– Todos estos programas confunden, para mi humilde opinión, eso que llaman la fama o la popularidad con hacer una profesión artística. A veces me vienen niños, ahora no me conoce nadie porque me he cortado el pelo y me he dejado barba, lo cual es maravilloso (risas). Muchas veces esos chavales, me dicen "yo también quiero ser famoso" y entonces dices, ¿de qué me estás hablando? ¿A ti qué te gusta? "No, yo lo que quiero ser es famoso".
P.– Es que ser famoso no es una profesión.
R.– Claro, les digo que es una consecuencia de tu trabajo, que puede gustar más o menos. Pero lo chulo es, y vuelvo al principio, mientras disfrutas del proceso. Eso como base. Y luego la pregunta era…
P.– Bueno, ahora el que está en Cuenca soy yo (risas)
R.– (Risas).
P.– Sí, qué poso queda tras cantar en las calles…
R.– Bueno, ahora mucha cosa es por las redes. Mucha peña joven no sale a la calle ni va a garitos a tocar. Todo el tiempo están en su casa, que yo también lo hacía grabando y maquetando temas, y luego los cuelgan. Pero esto es una parte de esta profesión. La otra es el directo. La calle y los garitos te dan unas tablas de flipar. Ahora la gente es como a ver si saca una canción y se hace viral. Ya hay muchas canciones que se han hecho virales. Al final, la viralidad es el boca-oído. Uno de mis temas, Historias tatuadas, está cerca de los 400 millones de escuchas y nunca sonó en ninguna radio, tenía muchísima letra y todo el mundo lo criticaba y, de repente empezó a crecer por toda América Latina, llegó hasta aquí y un hiperhit [sic] sin sonar en ningún medio de comunicación. Al final es la recomendación, el boca-oído que se traduce en vitalidad y si tiene un poso detrás, se mantiene, o sino, es una cosa como esporádica. Tocar en un pequeño garito, en una calle, con tus colegas, esa como más de verdad, más tierra, es algo que te amplifica el mensaje, la música, tus tablas, tu manera de moverte, tu personalidad.
P.– De todas maneras hay que tener la mente muy bien amueblada y haber mamado una serie de consejos para tener una base asentada. Sobre todo, cuando tu madre fue cantante, hizo doblaje…
R.– Bueno, también te digo que no fue una persona que triunfara, era una mujer que hizo unos discos de música yeyé y luego lo dejó todo por la familia (sonríe). Se casó con mi padre, cosas de esa época, y aparecimos nosotros. Le decíamos "pero qué idiota", tuvo mil oportunidades y eso tuvo su valor porque viniendo de un pueblo, nadie le regaló nada e hizo muchas cosas sola. Mi padre era ingeniero y había sido batería de jazz, por lo que ellos nos solían decir que la música es jodida. "¿Lo tienes claro?", me repetían. Perdona, que te he interrumpido.
P.– No, no, está bien. A ver, cuál era la pregunta, ya ni me acuerdo, estamos finos…
R.– Ja, ja, ja.
P.– Sí, ya sé lo que era. Hablábamos de tocar en la calle y que era necesario tener la cabeza bien amueblada porque no es lo mismo cantar ante 80.000 personas que hacerlo después con 100. ¿Cómo logras que esta situación no te desestabilice?
R.– (Pensativo mientras le pega un mordisco a un bocata de fuet). En mi caso no ha sido una canción, cuando salió el disco Ingrávido en el que La mano levantada y Mamá Tierra funcionaron súper bien y otras canciones, que repito, ya llevo muchos años hablando sobre temas de medio ambiente en canciones cuando no era algo típico. Ese disco tampoco lo percibí económicamente, era un disco de platino y como estaba en un sello independiente el dinero era muy poquito, vivía del directo. Todo ha sido cuestión de un pasito más, otro pasito más, ¿sabes?, no una cosa de un día para otro, sino de años, de giras por toda Europa, Latinoamérica, tocando furgoneta.
Me he pateado el planeta de mil maneras con una mano delante y otra detrás. He hecho de todo, he tocado para festivales para muchísima gente y en un sitio súper pequeñito. El año pasado hice casi 80 bolos entre la gira de teatros, Latinoamérica, el verano y tal, y este verano he hecho menos porque estaba con el disco nuevo. Entonces pude hacer algo de vacaciones, estuve en Formentera y de repente me dicen unos colegas, vamos a tocar, y yo voy ahí y me pongo a tocar con ellos en un bar. O sea, lo he hecho toda la puta vida y lo seguiré haciendo. El verano que viene estaré tocando en festivales con 20.000, 30.000, 40.000 personas y tal, en unas fiestas de no sé qué y si hago una gira de teatros me gustará hacerlo para una cosita más pequeñita. Pero ya te digo, si viene aquí un colega con la guitarra me pongo a tocar con él.
P.–Vamos, que la mecha la tienes muy corta.
R.– Totalmente, tío.
P.– Dime una cosa, ¿qué se te remueve por dentro cada vez que reponen Los Goonies?
R.– (Con 13 años dobló al protagonista, Mikey) Desde que la hice la he visto un par de veces en mi vida. Me hace mucha gracia. Era muy renacuajo, me ponían unas cajas de refrescos para que me llegara el micro y me lo pasaba bien. Son experiencias que tienen que ver con todo lo artístico, pero personalmente me gusta mucho más ver las películas en original. Por una serie de casualidades empecé a entrar en ese mundillo, me gustó y era algo divertido- Era como hacer una obra de teatro. Aunque yo tenía siempre la música aquí en el vientre, pero soy consciente de que lo otro me ha ayudado.
P.– ¿Te gustaría recuperar esa faceta de doblador?
R.– Es que es tan divertido… Alguna vez me han llamado ya como un Macaco donde se utilizó mi nombre artístico para Tiana y el sapo de Disney. Pero soy más de Pixar, soy hiperfan y me encantaría hacer algo con ellos.
P.– Lamentablemente, los artistas del doblaje son los grandes desconocidos, por eso, cuando Sigourney Weaver tuvo esas palabras tan cariñosas en la gala de los Goya hacia su dobladora, Maria Lluïsa Solà, puso algo de luz en el sector. alumbró un poco ese ámbito. Mira tu madre, por ejemplo, que dobló a Julie Andrews en Mary Poppins y a Audrey Hepburn en My Fair Lady.
R.– Sí, por encima de todo las canciones, que son algo muy particular. Mi madre es la que canta en español. Sí, se tendría que reconocer más su función, pero en mi caso no soy tan fan del doblaje porque veo la versión original. Afortunadamente aquí se hace un súper buen doblaje.
P.– ¿Qué proyectos tienes en cine?
R.– Hice bandas sonoras, pero ahora estoy recuperando un proyecto de hace un par de años que he escrito para hacer una película, ya hay varias productoras que lo querían y lo paré porque estaba con el disco anterior y las giras. Y en estos momentos estoy tratando con diferentes guionistas porque, antes de cerrarlo con alguna productora, me gustaría formar un equipo base como el director. Es un guion que tiene que ver con la realidad mágica, un niño con una historia que tiene que ver con la música y también toda la cosa del activismo, y el medio ambiente. Es algo que me gusta. Y hay otro proyecto que también tiene que ver con el sonido de la música, pero es más documental y está metida la naturaleza de formas muy particulares. Estoy muy feliz por los dos proyectos, pero hay que empujar un montón para que todo se coloque. Por suerte, ofertas hay, pero quiero tener como muy bien armado el equipo núcleo.
P.– ¿Qué hay de visceral en tus creaciones?
R.– ¡Ufff, muchísimo! Aparte, hace poco me lo decía una bruja, sí, sí, bruja, bruja, que no le hiciera mucho caso a la cabeza ya que debería hacérselo a mi instinto que es mi brújula (se toca la boca del estómago), hay mucho trabajo y luego hay esta cosa que dice Galeano de intentar ser un sentipensante, pero en este sentido aún no lo he conseguido. Pero para mí es importante lo visceral, lo que sale de la tripa, por ejemplo, estoy haciendo un cambio muy fuerte para el disco nuevo porque es más afilado, más irónico, con músicas de raíz. Siempre he sido muy de lo orgánico pero ahora en este momento aún más, esa es mi lucha en la música, en los proyectos, quiero tierra, tierra, tierra y lo otro como que no me interesa.
P.– A estas alturas uno arriesga más que nunca…
R.– Siempre he arriesgado, nunca he sido un artista que suene continuamente en la radio, de donde provengo se usa mucho la intuición, sin embargo, en este momento siento que después de haber jugado mucho con cosas más electrónicas, beats y tal, ahora lo que quiero es tierra, tierra, tierra, pero jugando con muchas músicas de raíz como la rumba, el reggae, la cumbia del mundo entero y con un lenguaje y una manera de decir un poco más afilada.
P.– Ya que has recorrido prácticamente todo el mundo, ¿se te viene a la memoria alguna anécdota surrealista, chocante, interesante?
R.– Hay mogollón porque he tocado en las favelas de Brasil, en Taiwán, Australia… Los campamentos de refugiados en el Fisahara fue una de las mejores experiencias de mi vida porque me voló la cabeza por la sabiduría de la gente tan potente y ver toda esa injusticia porque es una descolonización inacabada por parte de España. Es algo muy hipócrita que ha hecho el gobierno español desde siempre y después toda la invasión que hubo de Marruecos que obligó a hacer a este éxodo obligatorio por tener esa tierra tan fértil, con tanto mar, donde hay tanta pesca y blablabla.
Pues venga, vosotros al puto desierto. Es todo muy hipócrita. Ves esa gente tan sabia que te lo da todo cuando estás en los campamentos de refugiados y me voló la cabeza. Estuvimos una semana y media y fue alucinante. Latinoamérica es alucinante y Cuba es un mundo aparte. Japón es como si estuvieras en parte por los códigos comunicativos que tienen. Es que el contraste cultural es tremendo, incluso estando en América Latina yendo de una punta a la otra.
P.– Se acercan las navidades y el nuevo año, que es cuando nos proponemos muchos retos y metas que luego no cumplimos. ¿Tú eres de proponértelos o ya tienes bastante con lo que arrastras?
R.– Yo voy un poco como con el año escolar. Para mí el año empieza en septiembre, ¿no? Me propongo más cosas para este mes. De las navidades no soy muy fan, hay que cruzarlas, no soy religioso y después toda esta cosa de llenarlo todo de luces es como que… Entiendo a la gente que se lo pase superbien, yo... Y sí, en septiembre es cuando más me propongo cosas y este año es sobre todo ver que todo es un juego, ver que realmente estamos muy de paso, tío. Que muchos agobios son innecesarios y estar más conectado que nunca con la naturaleza. También levantarme más pronto porque muchas veces me quedo por la noche para escribir o viendo pelis o no sé qué, pero ahora quiero hacerlo durante el día, tengo que hacer muchas cosas por el teléfono que es un coñazo, lo odio, pero quiero estar con un horario mucho más sano.
P.– Las redes sociales ofrecen en muchas ocasiones una felicidad falsa, se produce una fragilidad del ser y del aparentar que lamentablemente la gente se lo cree y luego pasa lo que pasa que no logran sus deseos y deciden acabar con su vida. ¿Qué relación tienes, justamente, con las redes?
R.– Es como todo, se disfruta del proceso o si la proyección es muy grande hay muchas frustraciones, eso de operación triunfo que hay que triunfar para ser no sé qué y tal. ¡Hostia, qué vértigo!. Y bueno, con las redes hay esa relación de amor-odio, creo que es un medio muy bipolar, creo que hay más desinformación que nunca porque nada se contrasta, cualquiera dice algo de ti y tal y de repente todo el mundo atacando alabando. Mira todo lo de Valencia, cómo alguien puede poner estas imágenes de no sé qué que no son de ahí para hacerlo todo más tal, pero está este mundo loco. Yo necesito las redes sociales por mi curro, soy bastante activo, tengo una persona que me ayuda, pero si no fuera músico creo que no tendría. Y se viene una muy heavy…
P.– ¿Sí?
R.– Sííí, vamos a alucinar en los próximos años por todo, ríete de la pandemia y mira que soy positivo, pero entre toda la movida del cambio climático y todo lo de la inteligencia artificial lo vamos a flipar. Por ejemplo, el doblaje ya se acaba, también los actores y tal, se acaba una gran parte del cine se acaba. Las cosas que sean más de experiencias y particulares perdurarán, pero se vienen unas ostias… Lo que sí me hace ilusión es que en los próximos años lo vamos a perder todo, va a ver un…
P.– Una época de barbecho.
R.– Aparte de barbecho, creo que habrá un momento en los próximos años en los que la máquina lo va a boicotear todo. Lo dicen muchos economistas y conllevará que se borre todo, el dinero que tenemos, las nubes, ocurrirá ‘el apagón’. Y ya te digo, hay una parte que me hace ilusión.
P.– Ahí se demostrará más que nunca a ver quién es junco.
R.– Claro. Yo me iré a los mercados a tocar ahí a cambio de unas zanahorias y tal.
P.– Es algo que da miedo porque ya está ocurriendo que, por ejemplo, actores conocidos dicen algo y dudas de si realmente lo han dicho o no.
R.– El otro día vi a un buen amigo mío, David Victori que está haciendo una peli para Netflix y me dijo: "yo a ver qué hago porque creo que el cine en tres años ya se acaba". Me enseñó un programa donde de repente aparecía un actor en una determinada secuencia que ponía que se alargara el plano 30 segundos más y se lograba de manera artificial.
P.– Por cierto, no sé cómo lo hizo tu madre porque con el machismo reinante en los sesenta logró despuntar tanto en el doblaje que el productor de Siete novias para siete hermanos y West Side Story se la quiso llevar a Hollywood
R.– Eso es verdad, pero más que una imposición paterna creo que fue la época en la que a ella le tiró más la familia. Hizo el movimiento para atrás y siempre se lo echaré en cara (sonríe). Me respondía:"Es que si no, no hubiérais nacido vosotros" y le respondía que me daba igual.
P.– O habríais nacido en otro país.
R.– Sí, y con otro padre, yo qué sé (risas). No entiendo mucho por qué lo hizo, pero es que no sé, también hay que ver que era otra época.
P.– Bueno, a Carmen Sevilla también la tentaron y se negó a ir a Hollywood.
R.– La entiendo porque a mí me dijeron en un momento dado que me fuera a Miami porque todo lo de Latinoamérica se mueve desde allí y me dio una pereza de cojones. Aquí con mis colegas estoy de puta madre, qué bien se vive aquí y cuando voy a Estados Unidos es cuando me da pereza. Es otra manera de hacer, ¿sabes?
P.– Es pactar con el diablo.
R.– Sí, los valores o yo qué sé, por ejemplo la sanidad, ¿no?. Tengo dos colegas flamencos que se fueron allí a casa de otro colega, les atropelló un coche pero no se demostró lo que ellos pretendían y bueno, tuvieron que vender la casa para pagar las facturas del hospital. Aquí no es que sea la panacea, pero lo de ahí es...
Antes de la despedida le pide al fotógrafo si puede ver las fotos que ha hecho mientras charlábamos. "¡Pero qué coqueto eres!", le digo. Su respuesta: "No, no, no. Es sólo por ver cómo queda, siempre me gusta ver las fotos".