Este año se cumplen 80 años del inicio de la Guerra Civil y, al mismo tiempo, 40 años del estreno de Las largas vacaciones del 36, una película dirigida por Jaime Camino que cuenta la historia de cómo a varias familias el inicio de la contienda les sorprendió en plenas vacaciones. Esa excepcional circunstancia les obligó a permanecer en sus lugares de descanso estival hasta que terminara el conflicto, es decir, durante tres largos años.
Con motivo de este aniversario, EL ESPAÑOL inicia a partir de este sábado una serie de entrevistas con personajes ilustres del mundo de la cultura, para que cuenten los recuerdos que les evocan sus vacaciones en España, cómo era el país en esa época y cómo es España hoy en día.
María Aline Griffith Dexter, condesa viuda de Romanones (Pearl River, Nueva York, 1923), llegó a España como espía norteamericana soltera y se quedó como mujer casada y aristócrata. Su primer verano en nuestro país fue el de 1944. Le hizo un efecto alucinante. Un impacto quizás sólo comparable al que apenas unos años antes, en plena Guerra Civil, había experimentado su compatriota Ernest Hemingway. Un salto atrás en el tiempo y la tradición, un gran salto adelante hacia la pasión y la aventura... La condesa nos recibe en su palacete de El Viso con los ojos llenitos de ayer, como la Penélope de Serrat. Cómo no envidiarle una memoria tan de película en todos los sentidos.
Usted llegó a España a finales de 1943, es decir, que su primer verano aquí fue el de 1944…
Sí, sólo que entonces yo no pensaba en veranos ni en veranear. Estábamos en plena Segunda Guerra Mundial, yo vine para organizar células, grupos de agentes para la Office of Strategic Services, la OSS, la antecesora de la CIA...
Bueno, ustedes los americanos estaban al fin en guerra... Nosotros no lo estábamos en ese momento, entre otras cosas, porque ya lo habíamos estado antes. Por cierto, debo decirle que yo me pasé años investigando las andanzas de los espías de su país en el mío y no quedé precisamente impresionada. Los espías americanos que se han dejado caer por aquí eran, en su mayoría, bastante malejos, ¿no cree?
Malejos, ¿en qué sentido?
Pues en el sentido de ser incompetentes. O incluso de dejarse distraer en demasía por los encantos de las mujeres españolas. Eso pude leer al menos en muchos documentos desclasificados de la CIA, sabe...
Bueno, la verdad es que espías americanos, cuando yo llegué a España, no había muchos (pone cara de escurrir el bulto, cosa que efectivamente hace). Siempre me he preguntado por qué me destinaron aquí precisamente a mí.
¿A lo mejor por ser católica, de familia bien y conservadora?
Es verdad que me eduqué en una universidad católica y que recibí una educación muy conservadora de mi familia, que era de clase media. Quedé la primera de mi promoción, estudié Periodismo, trabajé brevemente de modelo -pero entonces ser modelo no era lo que es ahora, ninguna salía ligera de ropa ni nada- y ya en seguida me reclutaron y tuve que mudarme a Washington para seguir un curso de espionaje. En el 43 hablaba español, es verdad que con un acento terrible. Pero mis superiores me habían advertido de que si no dominaba la lengua perfectamente al poco de llegar a Madrid, me devolverían a América. Y yo no quería que me devolvieran.
Le gustó lo que encontró, le gustó la España de entonces, esa en la que, según usted, no se podía ni pensar en veranear. Cuando lo cierto es que el estallido de la Guerra Civil, en el 36, había pillado a muchas familias españolas precisamente veraneando, o con los maridos trabajando en la ciudad y las mujeres y los niños en la segunda residencia.
Es verdad que en los años 40 y 50 todo aquel que podía se iba de Madrid en verano. Pero sobre todo las familias pudientes se iban al norte, a San Sebastián o a Zarauz. Como mucho a Galicia, a Mallorca o a Formentor, algunos... Pero el sur no se lo planteaba nadie. Marbella como destino de vacaciones ni existía.
En los años 40 y 50, veranear en España significaba irse a San Sebastián o a Zarauz, al sur no iba nadie
Y en estas llega una esbelta y avispada muchachita americana, con la tapadera de trabajar para la Gulf Oil Company, y en realidad con el encargo de desenmascarar a los muchos agentes alemanes que campaban a sus anchas en España. Le faltó tiempo para hacerse un hueco en nuestra alta sociedad, Aline.
La verdad es que no fue inmediato, tardé un poco. En infiltrarme y en acostumbrarme. El Madrid de 1944 era muy diferente al de ahora. Por ejemplo, el día que yo llegué, yendo del aeropuerto a mi hotel, el Palace, no se veía un solo coche particular por la calle. Bueno, vi uno solo, por la Castellana. Sí se veían taxis, pero eran calesas, tiradas por caballos, y los caballos además estaban muy flacos. Faltaba comida para los animales y para las personas- Era la posguerra...
¿Usted padeció restricciones de algún tipo?
No, yo no. Me encontré un país muy sencillo donde faltaban muchas cosas, se arrastraban carencias de la Guerra Civil y luego llegó la Segunda Guerra Mundial, que también se hacía sentir aunque España formalmente no participara. Precisamente a mí me ayudó mucho en mi trabajo disponer al poco tiempo de un apartamento propio en la calle Montesquinza, donde daba fiestas muy populares, porque los invitados sabían que yo podía ofrecer whisky y cigarrillos americanos en abundancia. Eso no era tan frecuente en la época. Vamos, por no hablar de que no era nada frecuente que una mujer joven y soltera viviera sola, aun siendo norteamericana... Con el tiempo supe que al principio, bastaba con eso para que algunas personas me consideraran una fresca.
Empecé a dar fiestas muy populares porque tenía whisky y cigarrillos americanos en abundancia, y eso no era frecuente entonces
Pero eso no disuadió al que sería su marido, Luis Figueroa y Alonso-Martínez, entonces conde de Quintanilla y futuro conde de Romanones.
Yo había conocido desde el principio a unas chicas de la alta sociedad, hijas del conde de Salamanca, más o menos de mi edad. Así conocí a Luis.
A usted la fascinaría su recio linaje aristocrático, a él el glamour norteamericano de usted. En aquella España de la autarquía, no debía de ser moco de pavo, ni siquiera para un Romanones, codearse con Audrey Hepburn o con Ava Gardner, quizá la segunda norteamericana soltera en atreverse a vivir sola en un piso en Madrid, después de usted.
Uy, Ava Gardner llegó mucho más tarde que yo, ya en los años 70, pero es verdad que nos hicimos íntimas, pasó muchos veranos con nosotros, jugaba al tenis con mi hijo…
He leído en un libro de usted que, de paso que jugaba al tenis con su hijo, aprovechaba para drenar el bar del club de tenis, sí... ¿Era Ava tan pantera como su leyenda la pinta?
Ava era simplemente una mujer más guapa que todas las demás. Pero muy buena persona. Lo que de verdad escandalizaba de ella y a veces atraía mala publicidad es que tenía muchos novios. Por ejemplo, ella podía estar saliendo con Luis Miguel Dominguín, muy amigo nuestro también, y seguía atrayendo a otros hombres. Pero de verdad, era encantadora, dábamos muchas cenas con ella, cenas de dos y tres mesas en el comedor. Ava no fallaba nunca. Me acuerdo de una vez que estaba cenando a su lado el presidente del Banco Español de Crédito, y era incapaz de dejar de mirarla, pero qué guapa es esta mujer, me decía... Y ni siquiera la había reconocido. Cuando se lo dije, no se podía creer que había estado cenando junto a Ava Gardner. También tenía mucho éxito Audrey Hepburn, sí, que venía con su marido de entonces, Mel Ferrer, y con su hijo Charlie, que en la época tenía cuatro años, a pasar el verano con nosotros a Marbella, a Torremolinos, a nuestra finca de Pascualete en Trujillo, Extremadura…
Se me ocurre de repente preguntarle una cosa: siendo como era espía, ¿no tuvo que pedir permiso a sus superiores para casarse con el conde de Romanones?
Nadie aquí sabía entonces de mi labor de espionaje; Luis no lo sabía, es que no se lo puedes decir ni a la familia. Es verdad que alguno de mis jefes trató por todos los medios de convencerme de que no me casara, pero nunca llegaron a prohibírmelo, bien es verdad que yo me casé en el 47, con la guerra ya finalizada, entonces la presión era mucho menor.
Mis jefes trataron de convencerme de no casarme con Luis pero no me lo prohibieron, además la guerra ya había terminado
De todos modos, al casarse pegó usted un cambiazo vital morrocotudo, ¿no?
En tres años tuve tres hijos. Como le dije los primeros veranos cogía a los niños y me los llevaba a Zarauz, entonces era impensable no veranear en el norte. Y eso que era complicado llegar, había muy pocos coches para moverse, para llevarlo todo. Esto me recuerda una anécdota de cuando todavía era soltera y vivía en el hotel Palace y solía ir a pie a las oficinas de la Gulf, en Colón. Un día iba yo por la calle llevando pantalones, algo bastante normal en los años 40 para una americana, pero no para una española... Me di cuenta al ver que uno de los pocos coches privados que circulaban se paraba en seco junto a mí y por la ventanilla asomaba la cara muy roja del conductor gritando: “¡En mi casa el que lleva los pantalones soy yo!”. Me quedé de piedra.
¿Y le contestó?
No, qué le iba a decir yo... Tenía que entender que en algunas cosas había costumbres muy distintas. Aquí, por ejemplo, no era entonces nada normal que una mujer fuera a la Universidad. Ser universitaria era rarísimo, ninguna de las chicas de la alta sociedad que conocí lo era. Había otras diferencias sensibles. Era un tiempo en que cualquier cosa que trajeras de Estados Unidos, ropa, discos, etc., causaba sensación aquí en España. España era un país mucho más retrasado entonces de lo que ahora se pueda imaginar… Lo cual ayudaba a hacerlo todo muy encantador, muy atractivo.
Ya veo. ¿Le hizo a usted una especie de efecto Hemingway?
España mantenía costumbres propias de otra época, cosas que yo había leído en libros pero no había experimentado en ninguna otra parte. Había un montón de detalles que me fascinaban. Por ejemplo, y si me permite saltar un momento del verano al invierno, en invierno muchos hombres llevaban unas hermosas capas españolas largas hasta el tobillo, y se cubrían la boca con una especie de embozo, si les preguntabas te decían que el aire de la sierra no podía apagar una vela pero sí matar a un hombre. Otra cosa que me sorprendía era ver las calles llenas de curas y de monjas, paseando de tres en tres y todas con sus hábitos.
¿Usted ya estaba acostumbrada a llevar mantilla para ir a misa?
Sí, eso sí, recuerde que recibí una educación católica, en América. La mantilla la llevé desde niña.
En cambio, otras costumbres tuvo que adquirirlas a toda velocidad.
Fue divertido adaptarme a los horarios españoles de las comidas, sobre todo en verano. Y también, sobre todo en verano, a salir por la noche y volver a casa dando palmas para que el sereno te abriera la puerta. Me hacía muchísima gracia esto de ponerme a gritar en mitad de la noche: “¡Sereeeeeeeeno!”. Entonces un sereno controlaba alrededor de diez manzanas, sabían todo de quién vivía, iba y venía, yo evidentemente me hice rápidamente amiga de ellos, uno me avisó de que un alemán sospechoso de mi calle preguntaba mucho por mí.
Cuando veo que se habla de eliminar las corridas de toros me llevo las manos a la cabeza, ¡si es de las cosas que más interesan fuera!
Usted ya no es espía en activo pero lo ha sido casi toda su vida y todavía hoy acude a reuniones internacionales periódicas de especialistas en inteligencia. Desde que usted empezó hasta ahora, ¿cómo ha cambiado la imagen que se tiene de España, sobre todo en Estados Unidos?
Cuando yo empecé España casi no tenía imagen, casi no sabíamos nada de ella al margen de que había habido una guerra civil. Al americano medio de los años 40, de Europa le interesaban mucho más Londres, París, etc. Fue a partir de los años 60 y 70 cuando España se dio a conocer y se puso de moda, empezó a convertirse en un país muy atractivo, con mucho gancho para el turismo. Sigue teniendo una imagen muy bonita que interesa cada vez a más gente, ya todo el mundo se interesa por el flamenco y por los toros, por eso cuando veo que hay quien intenta eliminar las corridas de toros yo me llevo las manos a la cabeza, ¡si es una de las cosas que más interesan fuera!
De todos modos, entre esta España de hoy y la que usted conoció media un abismo como de la noche al día, según cuenta.
Es verdad que yo llegué a un mundo muy distinto del de ahora, es como si en la práctica hubiera siglos de diferencia. Pero a mí no me gusta dejarme llevar en exceso por la nostalgia. Han sido muy positivas y muy importantes las mejoras de todo tipo que ha experimentado España, su modernización indiscutible, sin dejar de ser un país único, diferente a todos los demás. Por eso Ava Gardner y Audrey Hepburn se compraban casas aquí. Por eso nadie quería irse nunca.
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