A Baltasar Garzón (Jaén, 1955) se le puede amar u odiar, pero en todo caso se le tiene que leer. Acaba de descolgarse con unas memorias de su deslumbrante ascensión y caída como magistrado –Baltasar Garzón en el punto de mira (Planeta)-, un tocho de 1.030 páginas que se leen como quien moja churros y que, con el característico sentido de la oportunidad del personaje, irrumpe en un momento particularmente morboso del juicio de la trama Gürtel, cuyas famosas escuchas telefónicas costaron la magistratura al autor del libro. Pero la Gürtel es sólo la punta del iceberg Garzón, un tipo de juez que quizá sólo se entiende en una España y en un momento como los que nos ha tocado vivir en los últimos treinta años...
Empieza usted, señorita, anunciándome que me va a hacer una entrevista muy...¿egoísta? ¿Qué significa eso? ¿Que no me va a preguntar por la Gürtel ni por mis recientes consejos al PSOE para no abstenerse a favor de la investidura de Mariano Rajoy, sino por cosas mucho más interesantes para usted? ¿Qué tipo de cosas? Sus primeras palabras textuales son: “Señor Garzón, yo de usted ya no sé qué pensar”. Ante eso lo primero que se me ocurre decirle, señorita, es que el pensamiento es libre. Se puede pensar de alguien bien, mal, regular... o ser indiferente.
Sí, eso, mejor volvemos a empezar y me lo aclara. Palabras textuales suyas: “Cuando yo estaba acabando la carrera de Periodismo, usted era mi héroe. Devorando las informaciones del caso GAL, yo llegué a creer que se podía hacer periodismo de verdad en España”. Pues sí, señorita, entonces se hizo verdadero periodismo. Hubo una época en que el periodismo de investigación fue muy potente en este país. Con referentes tan importantes como Melchor Miralles, Antonio Rubio o Manolo Cerdán. Sin duda Pedro J. Ramírez impulsó todo esto. Él y otra gente en otros medios de comunicación hicieron un trabajo importante y contribuyeron de forma decisiva en investigaciones judiciales de gran calado. Eso es cierto.
“Nunca fui Harry el Sucio ni un mal instructor: obtuve un 70% de condenas”
Qué tiempos aquellos. Acordándose, va usted y me pregunta por qué nos quedamos sin demostrar quién era la X de los GAL. Pues mire, señorita, lo cierto es que no siempre en las investigaciones judiciales se llega hasta el final. Y lo cierto es que en el tema de los GAL quedan muchos casos pendientes que no tuvieron resolución. Por lo que a mi caso respecta, sí le puedo decir que se agotaron todas las posibilidades de investigación al máximo. Cuando se encontraron indicios se exploraron y se fue firme. Hubo condena en el caso de Lasa y Zabala, instruido por el juez Gómez de Liaño, hubo condena sobre el secuestro de Segundo Marey, que primero instruí yo y después pasó al juez Moner...
La veo muy nerviosa porque sólo le han dado media hora para hacerme una de las entrevistas que más ha ansiado hacer desde niña. Tranquila, no le tengo en cuenta que me interrumpa para decirme: “Toda España está convencida de que Felipe González era la X de los GAL, ¿se da usted por satisfecho con eso?”. Pues no, mire, yo siempre he dicho que nunca para mí la X de los GAL fue Felipe González. Podría aprovechar y decir a toro pasado pues sí, pensé que era él. Pero no es así. Era algo desconocido. Nos encontrábamos al inicio de la investigación, en 1988, la prisión de José Amedo y de Michel Domínguez fue decretada el 13 de julio de ese año. Yo puse el primer escalón, para pasar del nivel de los mercenarios al nivel de Amedo y Domínguez. En lo alto del esquema puse una X para indicar que había que perseguir a la cabeza del entramado.
Y ahora va usted y vuelve a interrumpir y a preguntar si yo en corazón y en conciencia creo que esa X era Felipe aunque no llegara a probarse nunca. Pues no. Yo, en los dos casos en los que se conjuntaron elementos que podían hacer necesario el estudio de la posible implicación de Felipe González, puse el tema a disposición del Tribunal Supremo. En uno de esos casos, el de Segundo Marey, hubo una votación de la junta de fiscales que, creo recordar que por un solo voto, no se pronunció a favor de la imputación. Luego se le convocó a declarar... Me insiste usted en si yo creo que Felipe González estaba al tanto y yo le insisto en que no puedo hacer juicios de valor. ¿Por qué no si ya no soy juez?, me atosiga usted. Pues mire, lo que sucede es que me faltan elementos, no tengo elementos para afirmar fehacientemente que la X de los GAL era Felipe.
No tengo elementos para afirmar fehacientemente que la X de los GAL era Felipe González
¿Entonces entrevistó usted recientemente aquí en EL ESPAÑOL a Luis Roldán y él le dijo que Narcís Serra le quería matar para que no tirara de la manta, y que la fuente de esa información era nada menos que Juan Alberto Belloch? Mire, a mí no me consta eso. Yo trabajé con Luis Roldán, y Luis Roldán conmigo, cuando él era director general de la Guardia Civil. Le tenía aprecio y le tenía respeto. Creo que se equivocó huyendo de la justicia. Alguien le aconsejó muy mal. Y después habló demasiado tarde. Aunque debo decir que ante el primer juez que declaró, y que declaró extensamente, fue ante mí.
Me confirma usted que él guarda buen recuerdo de aquella experiencia y que en esa entrevista reciente suya le dijo que yo intenté investigar a fondo el engaño de los papeles de la supuesta entrega de Roldán en Laos, pero que no pude llegar al fondo del asunto porque el fiscal general del Estado de la época le dio carpetazo y me lo quitó de las manos... Así es. Ahora mismo no recuerdo qué fiscal general era. ¿Eligio Hernández, dice? Ah, sí.
Pasa usted a otro asunto y me dice que yo la hice llorar de alegría cuando pedí la detención de Pinochet. Se acuerda usted con la piel de gallina de las imágenes de los exiliados chilenos en Londres cantando 'Que viva España' frente a nuestra embajada allí. Sí, aquello fue un hecho histórico importante, como el caso de las juntas militares argentinas. Yo creo que era necesario tomar esa decisión. Las víctimas exigían esa respuesta. Hacerlo coincidió con esas sinergias que a lo mejor sólo se producen una vez en la vida. Se dio curso a la orden de detención y aquello contribuyó sustancialmente a que en Chile se afrontara lo que hasta aquel momento se había orillado.
Roldán se equivocó huyendo de la justicia y luego hablando demasiado tarde; alguien le aconsejó muy mal
Qué seria se ha puesto usted de repente, señorita. Me dice que a la alegría deslumbrante de ver al tirano Pinochet humillado por mi orden de detención siguió el desánimo. Que si Pinochet no pudo ser juzgado al fin fue, aparte de por la innegable presión política de los gobiernos chileno, británico y por supuesto español, se debió quizás también a que... ¡¿yo instruí fatal aquel caso?! Asegura usted que así se lo han dicho unos cuantos juristas.
No sé con qué juristas habrá hablado usted. Hay otros que dicen exactamente lo contrario. Lo que sí tengo que decir es que el primer juez inglés que recibió mi orden de detención se equivocó al darle curso. Su orden no coincidía con lo que yo le pedí. Sí intuí yo que una vez detenido Pinochet, los argumentos a favor de mantenerlo así podían quedar debilitados. Pero yo me encontré en una encrucijada: me dijeron que él estaba en Londres pero que al día siguiente se marchaba. Tenía que decidir si pedía o no su detención muy rápido. Mi orden original era muy amplia y exhaustiva, y eso fue lo que al final salvó el caso. Tan mal no estaría cuando un juez autorizó la extradición de Pinochet a España por todos y cada uno de los cargos que yo había pedido.
Me recuerda usted misma que aquello sentó un precedente tremendo, que poco después todo un Henry Kissinger, para no arriesgarse a que le pasara lo mismo que a Pinochet en Londres, tuvo que cancelar un viaje a Brasil, donde le reclamaban por la posible implicación de la CIA en el secuestro de René Schneider, precisamente el militar chileno demócrata asesinado por los golpistas... Sí, se consiguieron este y otros éxitos. Logré la descalificación de documentos secretos y sensibles sobre el caso en Estados Unidos y, gracias al embargo que decreté de las cuentas de Pinochet, dos años después se le encontraron hasta 27 millones de dólares, yo abrí procedimiento por alzamiento de bienes y por blanqueo de capitales. Así fue posible que se destinaran a indemnizar a las víctimas de la tiranía 8 de aquellos millones, que es la única cantidad que han recibido.
Sonríe usted de oreja a oreja cuando oye esto de las víctimas de Pinochet pero a continuación vuelve a la carga: que si tengo fama de mal instructor, o por lo menos apresurado, de hacer arranques espectaculares de casos que a menudo quedaban en nada, o en mucho menos de lo esperado, porque yo supuestamente estaría más pendiente de mi dimensión mediática o hasta política que de hacer los deberes como juez... No creo que mi dimensión política haya podido ser nunca un problema en este sentido porque esa dimensión política duró muy poco tiempo. Duró once meses y la acabé como la inicié, por voluntad propia. Teniendo además como tenía todas las posibilidades de quedarme cómodamente en el cargo, cosa que no hice.
¿Que por qué me pareció buena idea ir de número dos del PSOE por Madrid? En aquella época Pedro J. Ramírez me escribió una carta, que cito en el libro, instándome a no dar aquel paso, advirtiéndome de que me equivocaba. Pero en aquel momento yo pensé que podía aportar transparencia a la política y cimentar la lucha contra la corrupción. Cuando esto no sucedió así decidí irme. Reproduzco en el libro mi carta de dimisión enviada a Felipe González.
¿De verdad alguien se cree que si yo hubiese pedido un Ministerio no me lo habrían dado, así fuese el de Agricultura
Me pregunta usted si no me dejé tentar para la política por vanidad. Bueno, siempre hay algo de vanidad en todo lo humano... Pero, déjeme aclararle, respondiendo a lo que me preguntaba antes, que tampoco he podido ser mal instructor por estar demasiado pendiente de mi faceta mediática. Eso no es real. Durante muchos años yo no emití ni una sola declaración a los medios de comunicación. Incluso se me criticaba por no abrir la boca. Es verdad que bastaba con que dijera sí o no a cualquier cosa para que de ahí se sacara un titular...
¿Yo, un Felipe González de la judicatura? ¿De verdad me ve usted así, señorita? ¿Y eso? A ver, explíquese... Que si soy un tipo fascinante al que la gente ama u odia, sin término medio... Que si derrocho carisma pero a la vez doy la impresión de que pienso que las reglas que debe cumplir todo el mundo, yo me las puedo saltar... Ahora ya no sabe si llamarme Felipe González o Harry el Sucio... Bueno, a mí no me gusta nada la película de Harry el Sucio. ¿Que por qué no? Pues porque no, porque no me gusta.
Déjeme volver a lo de antes, déjeme insistir en que un elevado tanto por ciento de las causas que yo instruí han sido confirmadas y ratificadas. No voy a discutir con usted sobre si muchas de sus expectativas sobre mis casos se vieron al final más o menos defraudadas. Yo le digo que mi balance es de un 70 por ciento de condenados, y creo que es un balance bastante bueno. A veces no disponíamos de todos los medios. Eran causas muy complejas. No digo que la instrucción fuese siempre perfecta. Sí le digo que la instruí con todos los medios que teníamos, con toda la voluntad y procurando dar respuesta a lo que era una avalancha real de criminalidad organizada que había que detener de alguna forma. Así con el narcotráfico como con ETA como con otras muchas causas. Algunas pudieron instruirse mal pero ni mucho menos tantas como se ha dicho...
Pone usted cara de querer ir al grano y me suelta que está convencida de que gente muy poderosa ha ido a por mí, que ha habido descaradas maniobras para hundirme y echarme de la judicatura, pero que yo también he hecho cosas que a usted le parecen... raras. Me comenta, creo que ni usted misma sabe si con reprobación o con admiración, que en este país donde se da por descontado que todos los jueces están alineados, todos corren detrás de un bando político o del otro, yo soy el único que he conseguido...¿que los dos bandos corran por turnos detrás de mí? Bueno, a lo mejor eso ha pasado porque yo simplemente he ejercido la independencia judicial. Usted apunta otra hipótesis: que yo sea más listo que los demás. Pues tan listo no seré cuando los golpes me vienen de los dos lados...
La primera negociación de Zapatero con ETA estaba condenada al fracaso por no hablar primero con los jueces”
Machaca usted con que yo primero era el juez favorito de los unos, luego de los otros, y vuelta a empezar. ¿No será que eso se debe a que cada uno de esos bandos, los dos, quieren instrumentalizar a su favor la justicia? Me dice usted que sí, que está convencida de ello, pero que también lo está de que yo a mi manera también he instrumentalizado la política... ¿Instrumentalizar la política, yo? ¿Qué quiere decir? Ante esto, usted me dice textualmente que lo normal es que los jueces se acojonen, con perdón, ante los políticos, y que le llama mucho la atención cómo yo siempre he conseguido acojonarlos a ellos. No ha sido ese nunca mi objetivo, sabe. Pero también le digo que, cuando creo que tengo razón en algo, defiendo mis posiciones. Fíjese en que yo sigo siendo el que era y estando donde estoy. ¿Cuántas veces me pusieron de ministro in pectore, y nunca lo fui?
Y ahora usted me sale con que esto de que yo no quería ser ministro es como lo de la X de los GAL, que no se lo cree nadie... Si después de leer mi carta de dimisión a González fechada el 18 de abril de 1994 alguien sigue diciendo y pensando eso, renuncio a dar más explicaciones. ¿Pero de verdad alguien se cree que en la posición en que yo entré en las listas del PSOE, que pido el número 2 por Madrid y me lo dan, si yo hubiera puesto la condición de tener un Ministerio, no me lo habrían dado también?
Apunta usted que medio PSOE estaba fumando en pipa con mi fichaje y que a lo mejor hacerme ministro no era lo más prudente. Bueno, pues ya le digo yo que si lo llego a pedir, me lo dan. A lo mejor habría sido el Ministerio de Agricultura, pero habría tenido mi ministerio. Lo que ocurre es que no me interesó. Si hasta me resistí a ser secretario de Estado contra la Droga. Intenté dimitir dos veces.
Cambia usted bruscamente de asunto para recordarme que ya nos conocíamos, que coincidimos una vez en una cena en Nueva York, con otros periodistas. Que aquella cena coincidió en el tiempo con la famosa tregua de ETA cuando el gobierno de Zapatero trataba de negociar por primera vez con la banda. Evoca usted que yo auguré que aquello iba a acabar como el rosario de la aurora, como efectivamente acabó, con el atentado de la T4. Pero parece ser que usted se quedó con la impresión de que yo auguraba aquel fracaso, en parte, porque el gobierno Zapatero no me había consultado, no había contado conmigo. Que según usted llegué a decir, entonces en un off-the-record hoy felizmente caducado, que la Moncloa ya se podía ir olvidando de que yo sacara a un solo etarra de la cárcel porque les viniera bien a ellos.
Bueno, lo que dije yo siempre en todo momento es que aquella negociación iba a fracasar, como en efecto fracasó, porque se había planteado sin tomar en cuenta a la Justicia. En un país como España, en el que todo el terrorismo estaba judicializado, una negociación abierta sin tener en cuenta las causas judiciales abiertas estaba de antemano condenada al fracaso. Y eso es lo que ocurrió. Por ejemplo, fue la segunda condena a De Juana Chaos y su huelga de hambre, etc., lo que dinamitó toda esa situación, y una eventualidad así el gobierno Zapatero no la había tenido en cuenta. No se calibró cuál era la posición del Poder Judicial en España, que es lo primero que se tenía que haber hecho. Enterarse de qué posibilidades de arreglos veían o no veían los jueces. En lugar de eso, los políticos negociaron por un lado y los jueces siguieron actuando por el otro...
No, para nada creo yo que un juez sea Dios. ¿Por qué lo dice?