Pilar Urbano (Valencia, 1940) no sabe quién es Ramón Espinar, aunque tampoco le importa. No le interesa la política pequeña y sólo quiere que Manuela Carmena recoja las hojas caídas del madrileño parque del Retiro, donde va a meditar sus libros. El último, La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar (Planeta, 2014), devolvió el 23-F a las portadas de los periódicos y le quitó el polvo a las conspiraciones que dejaron tiros en el Congreso, y que ella misma vio desde la bancada de los periodistas.
Urbano vivió la Transición y los primeros pasos de la democracia desde una columna periodística y con una mirada femenina. Ahora, está convencida de que sólo mirando al pasado se puede solucionar el futuro, porque hay que empezar por hacer una reforma constitucional que cambie la "indecencia política” que es la vigente ley electoral.
¿Qué le pareció el discurso del rey en el acto solemne de apertura de la legislatura?
Fue un discurso difícil: tenía que afrontar el presente y ‘aguantar’ la hemeroteca. Fue valiente y apelativo, no fue ritual. El rey, sin chaqué ni galas de capitán general, traje de calle, se puso a la altura o a la falta de altura de unas Cortes donde ciertos diputados descorteses confunden las Cortes Generales con un patio de barrio donde se arman riñas por ‘mi silla’, por ‘mi escaño’. ¿La camiseta de Cañamero? Este hombre asaltaba corrales y ahora ya tiene un puesto en el gallinero. Todo un progreso… ‘personal’. Sobre el rótulo ‘yo no voté a ningún rey’, salvo los reyes godos, a los reyes no se los elige. Y en España, la monarquía la votamos en dos referendos: Ley para la Reforma Política y la Constitución, donde barrió la mayoría.
El gesto adusto de la reina Letizia eclipsó, en parte, el discurso.
Desconozco por qué estaba tan seria. No me gusta especular. Quizá por asecundarse y dar todo el protagonismo al rey, quizá porque la situación era imprevisible, tensa, y no para regalar sonrisitas. Pero, ante tan ostensibles muestras de mala educación, la reina no podía estar en pose de Mona Lisa.
¿Cuál debería ser el papel de Felipe VI en la vida pública española?
De entrada, no lo conocemos. Es apuesto, sabe estar con elegancia, una sonrisa preciosa, un decir bien entonado y expresivo… A veces, como el otro día en las Cortes, demasiado estatuario. Pero todo eso es la corteza; lo que importa es saber cómo piensa, cómo templa y arbitra en el plano corto, en las consultas y audiencias… cuál es su idea de la España futura, no sólo de la histórica pluscuamperfecta. A mí me da igual que se quite o se deje la barba cada equis semanas, como tampoco me importa el vestuario de la reina Letizia. Yo quiero saber qué piensa el rey, por ejemplo, de una posible España federal. Él no debe borbonear, meterse en política, pero sí puede ser ‘motor del cambio’, del cambio que este país reclama. Puede, con el ‘poder de audiencia’, animar la concordia para hacer posible ese cambio. Y pienso en un cambio constitucional, eh. Porque en Zarzuela no hay poder político, pero hay auctóritas y hay influencia. Cuando Felipe era niño, el ratoncito Pérez le trajo ya una imponente herencia. Me gustaría saber cuál es su cosmovisión, cuál su sentido de lo nacional. Que –como jefe del Estado- hable de vez en cuando a los ciudadanos, y exponga ‘ésta es la situación que tenemos’, ‘ésta es la que deseamos tener’, ‘éstos son nuestros riesgos’… La transparencia que yo le pido a Zarzuela es ésa. No me bastan los discursos de circunstancias, como el de apertura de Cortes o el mensaje de Navidad.
¿Era más accesible el rey Juan Carlos?
Hmmm. Juan Carlos tuvo que sacudirse el sambenito de ser ‘el rey de Franco’, ganarse a los españoles de las dos españas, echar pie a tierra, abrir las puertas de Palacio. Aquí ese papel de ‘romper el cristal’ y acercar la Corona al asfalto podría hacerlo Letizia, porque es plebeya, es del asfalto, es ‘una de las nuestras’; pero enseguida le dijeron que no, que nada de espontaneidades… La borbonizaron. La reina Sofía, hablando de los nuevos reyes, me decía: “Tienen que hacer lo del ‘caballo blanco, ni siempre arriba, ni siempre al flanco’. Deben estar en el bollo”. Es bueno poder encontrarnos con ellos en una tienda, en un mercadillo de pueblo, en un concierto de rock… No que, por un paparazzi casual, sepamos dos días después que fueron a un restaurante.
Me consta que el rey Felipe VI sabe. No es un tópico lo de ‘el preparado’. Se ha criado en democracia. Ha tenido una preparación intensa y extensa. Es inteligente. ¡¡¡Y lee!!! Siendo príncipe, asistió a muchos seminarios y simposios; pero no a presidirlos o clausurarlos, sino a seguirlos, con sus folios y su boli. Y en los coloquios, levantaba la mano y hacía preguntas coherentes. Su madre me contaba “cuando va a una fábrica o a un hospital, puede resultar pesadísimo porque no se conforma con saludar al director, o dar cuatro besos a los niños enfermos o hacerse una foto con las enfermeras. No, no, él va a las oficinas, a la sala de máquinas, a la cocinas, habla con los médicos, se mete en todos lados, y pregunta y pregunta, porque quiere saber”. Recibe a mucha gente, que no figura en las audiencias. Le gusta conversar, sentados y de tú a tú. Es un hombre que ha pateado bien el terreno para conocer por sí mismo el lugar y las gentes donde iba a reinar. Pues, fíjate, si te digo todo esto del rey, que ya está ahí y no lo tengo que votar, ¡imagínate lo que tengo derecho a saber de un señor a quien, con mi voto, le puedo dar o quitar el poder! ¿Qué discurso tienen? Unos que “no es no”, otros que “sí, pero no”, otros “no me gusta lo que hay pero tampoco sé cómo cambiarlo”. Estamos teniendo mala suerte con esta hornada política. Y firmo el diagnóstico del rey: “inquietud, distanciamiento, desencanto”.
No tenemos buenos líderes y no nos queda más remedio que alguno sea presidente y otro líder de la oposición
¿En qué sentido?
Que no tenemos buenos líderes. ¿Me gusta el partido del gobierno? No. Prefiero a Mozart o a Mahler… Me dan mejores sorpresas. Pero menos me gusta la troceada, enfurruñada y estrafalaria oposición. Un piélago de yoyismos sin otro programa que montar numeritos y armar ruido. Vamos a tener una legislatura corta, supongo, y gobernándonos por decreto: por falta de quórum, no pasará ni una sola ley al Parlamento. Y las necesarísimas alianzas serán secretas. Me gustaría que fuesen con luz y taquígrafos. ¿Luz y taquígrafos para los discursos? Esos se pueden videograbar y emitir en streaming. La luz y la taquigrafía, para las negociaciones. Así conocemos el talante y el careto de cada quien. Antes, cuando se reunían las mesas paritarias de negociación –entre empresarios y sindicalistas, o entre representantes de partidos contrincantes- los periodistas estábamos ahí, husmeando, escudriñando, registrándolo todo, para contarlo luego al respetable público. Y no había trampas. Ni tramposos. No había cartón-piedra.
¿Esa es la verdadera transparencia?
Algunos piensan que la transparencia son las cuentas de patrimonio. Meter la mano en la caja ajena es malo, malísimo, pero de eso ya se encargarán los fiscales y los jueces. A mí las ambiciones de bolsillo me importan bastante menos que las ambiciones nacionales, porque éstas -para bien o para mal- nos afectan a todos.
¿Hay en España mucho partido y poca política?
¡Exactamente! En España hay mucho que hacer y muy buen material humano; pero está en las calles, o en sus puestos de ‘curre’, no en las oficinas de los partidos. Hoy, los partidos son unas burocracias artificiales y endogámicas, unas oligarquías sectarias, con sus grados internos de aprendiz a gran maestre, que nos chupan la sangre porque se nutren de ‘mordidas’ y originan la corrupción para amamantarse. Eso tiene que desaparecer.
A más democracia, más Parlamento y menos partido. Por ejemplo, en Estados Unidos, los partidos están durmientes y sólo surgen ante las primarias y las elecciones, hacen sus recaudaciones y sus verbenas con globitos, majorettes, chimpum chimpum y se acabó. Luego ya es todo Parlamento: Congreso y Senado. En la Unión Soviética, dictadura pura y dura, era justo al revés: no había Parlamento, todo era el PCUS, ‘el’ partido. En el franquismo, igual: las Cortes eran una clá aplaudidora. Y sólo existía el Movimiento Nacional, partido único. Fuera de ahí, tinieblas, marginación.
Ha llegado un momento en Rufián me agrada, es un maleducado y un faltón pero dice muchas verdades
¿Qué le ha parecido la crisis del PSOE?
Yo he echado muchísimo de menos a Pepe Bono, porque es el que está siempre en estos lances. Rubalcaba y Bono, dos tramoyistas expertos en mover hilos, cambiar escenarios, provocar efectos especiales. Estos seniors hacen falta para esa formación centenaria a la que se le rebelan los adolescentes. Es natural que una sociedad necesite líderes nuevos, jóvenes; pero jóvenes instruidos, que vengan a la guerra con las papillas tomadas y la caca hecha. ¿Que tienen los colmillos afilados y retorcidos? Vale, pero que no traigan todavía los dientes de leche. No se puede aspirar a regir un país cuando aún se tiene acné juvenil.
¿No hay ningún político nuevo que le guste?
En las sesiones de investidura, llegó un momento en que me agradó Rufián. Sí, sí… De riguroso negro, muy serio, atribunado y feroz… Rompe moldes. Suelta unas barbaridades que no tienen réplica. Es un provocador y un faltón pero dice muchas verdades y mete el dedo donde sabe que hace diana. Si los diputados que le escuchan hacen examen de conciencia, prefiero un discurso rompedor y sincero de Rufián –aunque no coincida en casi nada con él-, porque expresa su alma revolucionaria, al hacer esas denuncias.
Albert Rivera es un barbilampiño, pero al ser de un partido liberal tiene vocación de fulcro y eso hace más falta
¿Prefiere el discurso de Rufián a….?
A otros muchos que salen allí y gesticulan pero no dicen nada. No salen del ‘yo a usted no le voy a votar’, pero no contraproponen nada. A Rufián no le toca afirmar, le toca denunciar, y es… el señor brutal de las denuncias. Pero, entre toda esa pasarela tediosa de parleros sin oficio ni propuestas, Rufián no es que me divirtiese más, es que me hizo pensar más.
¿Más que quién, que Rajoy, por ejemplo?
Eso seguro. Rajoy no me hizo pensar nada. “España es una cosa muy seria, y los españoles son muy españoles desde hace mucho tiempo...”. Ya lo sé (ríe), y el Nodo también era español.
¿Y Albert Rivera?
Es también barbilampiño, guapito, cara de no haber roto un plato, y verbo feliz. Ahora bien, como líder de un partido liberal, tiene vocación de fulcro. Y eso hoy aquí hace mucha falta: dar la mano a uno, aunque mañana se la dé al otro. Rivera está abriendo puertas; es que, si no, estamos en la barricada. Sánchez no admitía que no iba a gobernar, porque los números son números, y a él no le salían las cuentas.
A raíz de la victoria de Trump, Antonio Garrigues Walker comentaba que el 82% de la clase media estadounidense lleva con el mismo sueldo diez años, por lo tanto, la gente buscaba un cambio, no seguir en el mismo sistema.
Como Trump prometió bajar los impuestos del 35% o el 40% al 15%, sus votantes fueron por ese camino. Ha tenido una adhesión ‘por el bolsillo’. Cabría decir que ha comprado los votos. Es un hombre que conoce el juego, la ludopatía, los prostíbulos, los campos de golf exclusivos. De ahí le viene su fortuna. Es un empresario para gente rica.
En la campaña me parecía un payaso grandullón. A lo mejor ahora cambia. Veo que tiene mucho cuerpo, no sé qué tendrá de alma. Es un poco destroyer, populista, xenófobo… ¿Otra vez ‘America para los americanos’? Un hombre que empieza diciendo ‘la tortura es necesaria’ y que ‘Guantánamo se ha de mantener’ me da miedo, me da horror, porque entonces es un hombre antihombre. La tortura es un crimen, y Guantánamo es un campo exterminio donde, sin cámaras de gas, se exterminan hombres… desde hace quince años. Son realidades vergonzosas que deben desaparecer.
Trump lleva años apareciendo en la televisión y durante la campaña se ha visto cómo tiene aprendido el concepto televisivo del ‘showman’.
Pero en la Casa Blanca tendrá un quehacer bien distinto de la pose y el espectáculo del ‘yo, mí, me, conmigo’. Y deberá aprender a ser respetuoso. La primera vez que ha nombrado a los otros fue, una vez elegido, cuando dijo “voy a ser el presidente de todos los americanos”. Quizá vio por primera vez que enfrente tenía a alguien más que a sí mismo.
Eché de menos la euforia que teníamos muchos cuando Obama. Recuerdo que yo estaba haciendo el segundo libro de la reina Sofía, y ella sentía la misma euforia que yo. Fue muy ilusionante. Era un hombre distinto, era el Kennedy negro. Transmitió esa ilusión de poder hacer algo grande y bueno juntos. Euforia, no sólo porque un negro pudiera llegar a la Casa Blanca, que también… La muerte, el asesinato de Luther King ha servido para mucho. Euforia porque aquel ‘we can’ invitaba a todo el que quisiera participar.
Podemos parte de una cosa buena, la indignación, un pueblo se reúne, muestra su hartazgo y no hacía daño a nadie
Con el caso del piso de Ramón Espinar parece que en Podemos no cumplen ese refrán… ‘we can’, ‘podemos’.
Me da igual el pisito que tenga ese chico, que no sé quién es…
¿En serio? Es secretario general de Podemos en Madrid y es hijo de un político socialista implicado en las 'black'…
No estoy muy atenta a la letra pequeña de la historia. Me he fijado más en Manuela Carmena porque, como es alcaldesa de mi ciudad, sus ocurrencias o sus antojos me perturban más. Yo creo que habría que regalarle una mesa camilla y una baraja, para que se entretuviera haciendo solitarios y nos dejase en paz a los vecinos. Es que no es la alcaldesa de un pueblecito, es alcaldesa de la metrópoli, de la capital del Estado. ¡Madrid es una cosa muy seria, hombre!
El caso es que muchos líderes de Podemos tienen un discurso muy obrero, pero en realidad, son hijos de la clase media-alta española.
Han tenido muy poquito poder, casi ninguno; pero con ese poco que han tenido, una subvención, una beca, una tuerka…, ya ha habido corrupción. Con apenas cuatro euros y medio de poder, ya han dejado un poquito de sarna. Y ‘al que es infiel en lo poco no se le puede dejar lo mucho’.
Sin embargo, hay que decir que Podemos parte de una cosa buena, la indignación, un pueblo se reúne y muestra su hartazgo en la Puerta del Sol, sin hacer daño a nadie. Ellos le han dado a eso una forma, una organización política. Eso es positivo. Otro modo distinto de hacer política, que empieza con sus coetáneos en la universidad. En mis tiempos jóvenes también se hacía mucha política en la universidad. Creíamos que estábamos arreglando España. Correr delante de los grises era hacer política, era protestar… porque no teníamos acceso al establishment.
Con la Transición vino una clase política tan desconocida como era Pablo Iglesias hace dos años
¿Qué diferencia hay entre aquella y esta manera de hacer política?
Estos recién llegados quieren hacer un cambio, o un cambiazo, revolucionario, sin haber trazado un proyecto. Pero para hacer una revolución -la propia palabra lo dice revolvere hay que volver a un punto de origen bueno, no viciado ni oxidado. Y a partir de ahí, hacer las reformas. Pero éstos quieren ruptura, y ruptura apresurada y violenta. Un liquidar por derribo el edificio común, y ponerlo todo patas arriba. Tenemos un ejemplo de cómo se hizo el cambio de la dictadura a la democracia. Franco era eterno, inmorible. ‘El Régimen-se decía oficialmente- se sucede a sí mismo’ Una anécdota. Siendo Fraga Iribarne ministro de Información, me hizo cambiar el título de una serie de reportajes ‘Cuando Franco no era el Caudillo’. Y el censor me decía vociferando “¿¿¡¡Cómo que cuando no era el Caudillo!!??” “Hombre -le decía yo- alguna vez Franco todavía no era el Caudillo”. Pero aquello entonces sonaba a herejía.
¿Cómo se hizo ese cambio?
Desmontando el sistema desde dentro. Reformando las viejas leyes franquistas, que se decían inmutables, pero tenían al final su ‘disposición derogatoria’. Y se fue tirando de ese hilillo, yendo ‘de la ley a la ley’. Adolfo Suárez decía: “yo estoy cambiando las cañerías y dando agua todos los días”. Cambiaba los edificios del Viejo Régimen, que eran puro cartonaje de fachada, como ocurre en todas las dictaduras. Había que levantar un edificio nuevo y desmontar el anterior, y se hizo desde dentro, pieza a pieza. Y sin una bomba. Bueno, las bombas las ponía ETA. Se ve que ni ellos ni sus países mecenas estaban muy interesados en que aquí hubiera democracia.
¿Cómo se hizo ese cambio? Con mucha generosidad. También por parte de la derecha establecida, que supo hacerse el harakiri, votando la Ley para la Reforma, que los liquidaba y los mandaba a su casa. Ciertamente, les dieron prebendas. Ninguno se quedó pidiendo limosna en la puerta de la catedral pero se retiraron sin armar gresca. Vino una nueva clase política, que nadie sabía quiénes eran. Pedro J. Ramírez y yo tuvimos que hacer unos libros de “quién es quién”, porque eran tan desconocidos como Pablo Iglesias o Ada Colau hace un par de años.
¿La generosidad era sólo de la derecha?
No, no. Aquí cedió todo hijo de vecino. Un ejemplo: Antes de legalizarse el Partido Comunista, Carrillo y Suárez se reúnen en el chalé Santa Ana, de Aravaca. Un encuentro muy bonito, muy arriesgado y muy clandestino. Un comunista y un falangista. Seis horas, dos cajetillas de cigarrillos cada uno y un café detrás de otro. En un momento dado, Carrillo le dice al presidente del Gobierno la frase definitiva: “Usted me necesita a mí para tener legitimidad y yo lo necesito a usted para tener legalidad. Y los dos nos necesitamos para que aquí no haya muertos”. Carrillo lideraba al PCE y a las disciplinadas masas de Comisiones Obreras.
Estos dos hombres tienen que renunciar a mucho. Suárez pensó que en el momento en que legalizase el Partido Comunista, se podía armar la parda y quizás él tendría que salir de La Moncloa y esconderse, porque podían fusilarlo al amanecer. Al rey Juan Carlos lo envían a París sin decirle exactamente qué iba a pasar ni cuándo.
¿Y el Partido Comunista qué hizo? Pues, bastante más que quitarse la peluca. Aceptar la monarquía, la bandera bicolor no republicana, la unidad de España sin federalismo, condenar el terrorismo, aceptar el Ejército, que era el de Franco…, aceptar muchas cosas. Aceptarlo todo para cambiarlo todo. Porque para cambiar las cosas primero hay que saber dónde están los tornillos que sostienen el edificio, y cómo desatornillar todo el sistema para que la casa no se nos caiga encima. Y eso requería grandes dosis de sentido común y de sentido de lo común.
La Constitución nace del miedo, de la prisa y de la necesidad de que haya una democracia
¿Estaban los políticos de antes hechos de otra pasta?
Eran de otra madera. Tenían otro bagaje, otra actitud, y… pensaban en España. Cuando digo España no me refiero a signos, himnos y banderas. Pensaban en que la gente pudiera convivir a gusto, libres y en paz. Eran conscientes de que había no ya dos españas, sino treinta y ocho millones: cada español tenía su rey en la tripa y su sentido de la España que quería. Los dirigentes debían contentar al corro. Entonces se decía ‘café para todos’.
Ese esfuerzo llegó a buen puerto, pero ¿hoy hace falta una gran reforma constitucional?
La Constitución del 78 nace del miedo, nace de la prisa, pero nace sobre todo de la necesidad de una democracia plural de partidos, un Estado social de Derecho. Una norma común que, aunque no nos chifle a todos, nos satisfaga mucho más que lo que había. Ahora bien, llevamos casi 40 años con esa Constitución. Ha durado tanto como las Leyes Fundamentales de Franco. Y entre tanto, la vida social, económica, cultural, relacional y política ha cambiado. ‘No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre’. No se hizo el hombre para la ley sino la ley para el hombre. Es lógico, pues, que en la Ley de leyes se acometan reformas importantes.
¿Seremos capaces de hacer una reforma constitucional apelando al acuerdo, como en la Transición?
Gritando, sin ceder y empecinándose en lo propio, no se podrá ligar ningún acuerdo duradero. Hay que reunirse, hincar codos, elaborar borradores y proyectos, buscar puntos comunes de partida… y de llegada.
Tenemos que empezar por cambiar la ley electoral, es una indecencia política que prime a la mayorías
¿Y por dónde empezamos?
Hay mucha tela que cortar. Hay cambios de población. Hay dinámicas centrifugas. Hay otras tecnologías que globalizan la información. Hay un igualitarismo social rampante. Hay ciertos mimetismos en las formas de vida de los distintos países… En España ya no hay un bipartidismo, ni cabe forzarlo por un sistema proporcional y una ley D’Hont. Quizá haya que cambiar la ley electoral. Esa triquiñuela mecánica era una indecencia política.
Es necesario que el nuevo pluralismo político esté justamente reflejado en las Cámaras, sin que sean un guirigay atomizado.
¿La disciplina de voto en el Parlamento es también una indecencia?
El Parlamento es la patria de las libertades, y no sólo de la libertad de palabra. Ha de haber libertad de voto y libertad de conciencia. A la libertad de voto de un senador o de un diputado no se le puede poner cepo. Y lo que haya que discutir, se prediscute en las reuniones del Grupo parlamentario. De otra parte, ese templo de la palabra, y de la libertad, tiene unas formalidades porque es la gran casa donde se residencia la soberanía popular. Y por respeto al pueblo soberano, nuestros representantes no pueden ir descamisados o en chancletas, ni jugar al Candy Crush, ni hacer piruletas, ni dar de mamar a un niño… Por cierto, hay guardería.
Además de la ley electoral y la autonomía de los diputados, ¿qué papel deberían ocupar en la reforma constitucional los aforamientos?
Yo quitaría todos los fueros. Todos. Ministros, diputados, senadores, magistrados… Doy un paso más: en la actual Constitución, “la figura del Rey es inviolable”, y “de sus actos políticos responde el presidente del Gobierno”. Pero ¿y de sus actos no políticos, que pudieran incurrir en materias tipificadas en el código penal o en el código civil? El fuero del rey ¿lo blinda y ampara en supuestos indeseables como atropellar a un viandante, violar a una chica, no pagar unos impuestos, utilizar su rango y puesto para tráfico de influencias, hacer una donación y disfrazarla de préstamo evadiendo así un tributo fiscal…? En mi desiderátum, habría que deslindar entre responsabilidades políticas y responsabilidades civiles y penales.
Hay que cambiar la organización territorial sin tener miedo, no hay que temer una España federal
Dentro de esa reforma constitucional ¿qué papel tiene que jugar la organización territorial del Estado?
Con sensatez, pero sin miedos, habría que salir de ese quiero y no puedo, de las nacionalidades o autonomías para ir a una reorganización territorial del Estado haya un elemento común de argamasa que garantice tanto el reconocimiento y respeto de las diversas identidades como la unión de los pueblos que son y se sienten diferentes.
¿Por qué temer una redistribución federal, como la de Suiza, Estados Unidos o Alemania?
¿Eso satisfaría los deseos independentistas?
Catalanes, gallegos y vascos quieren ser reconocidos en su identidad. Pues, mire, usted es usted y yo soy yo. Somos distintos, tenemos historia, costumbres y lenguas distintas, pero también tenemos una historia común. Quizá es más lo que nos iguala que lo que nos distingue. Pero vamos a estar juntos en lo que queremos estar juntos, en lo esencial que nos concierne: una caja común, una defensa común, una pertenencia común a las supraidentidades, y una soberanía común.
No es fácil, eh. No es fácil. Y para hacerlo se requiere musculatura de liderazgo, generosidad, capacidad de diálogo y algo muy político: una larga aptitud para la paciencia.
Sin destrozar la historia ni el sentido de lo nacional, tener bien claro qué queremos ser, quiénes queremos ser… Y concebir Espala como nación de naciones, un espacio común de todos y para todos donde podamos estar juntos siendo diferentes. ¡Y apreciando lo diferente! A veces, cuando digo que me gusta oír el catalán, hay quien me mira como si yo fuera una apátrida o una traidora. ¡Pero, si el catalán es tan mío como el cante jondo!
El catalán del poeta Joan Maragall es precioso. Me embelesa. Como me gustan los mítines de buenos oradores catalanes, si lo pronuncian muy bien. Tiene cadencia, es musical… También me gusta el portugués de Pessoa, o asistir a una Misa mozárabe, o escuchar una aria de Bach en alemán. Lo diverso enriquece. Y si lo amas, lo posees. Creo que lo que nos falta amor es a lo distinto, a lo otro.
El aprendiz de político empieza con pantalones cortos, llevando el café al jefe como un becario del partido
Después de 300 días sin gobierno y casi a punto de unas terceras elecciones, ¿quién debería liderar esa reforma constitucional?
En esos 300 días, los españoles hemos demostrado que aun sin gobierno nos sabemos gobernar, no somos ‘ingobernables’. También bajo la crisis económica, con paro, carestía y horizonte encapotado, fuimos ejemplares y aguantamos que nos recortasen hasta las orejas. Pienso que, como pueblo, nos merecemos otros líderes… De momento, vamos nosotros por delante de ellos.
Mientras los nuevos políticos crecen y reflexionan a dónde nos quieren llevar… yo voy a hacer una carrera que me guste, a distancia, o tejer un montón de jerseys para los niños del tercer mundo (Y se echa a reír... sin acritud).