Zaida Cantera de Castro (Madrid, 1977) es esa capitán del Ejército de Tierra que tuvo que elegir entre aguantar en silencio el acoso sexual que sufría (y el acoso laboral casi peor que siguió al fracaso del primero…) y denunciarlo, pero asumiendo entonces que eso le costaría el uniforme. Ahora es flamante diputada socialista, quién sabe si futura ministra de Defensa, pero se le nota en los ojos una añoranza del verde caqui. Un tribunal sevillano acaba de darle la razón desestimando una estrambótica demanda por calumnias e injurias interpuesta por su acosador. No, mi general es el título del libro que, escrito a medias con Irene Lozano, dio a conocer su historia. Pero esta mujer es más grande que su historia. Y no sólo porque mida 1,75 y tenga una corpulencia y un espíritu de valquiria que... ay qué gran capitana hemos perdido, a falta de un mejor general.
¿Contenta? Por supuesto que estoy contenta de la decisión de la justicia. ¿Sorprendida? Bueno, siempre queda el gusanillo de que pueda salir mal. Yo tenía confianza en la acción de la justicia. Además, yo siempre he sido muy meticulosa al ir paso por paso en esta lucha, para que nadie dentro del propio estamento militar pudiera tener nada que reprocharme. Reprocharme de buena fe, se entiende. Hay que ir con mucho cuidado porque en muchos de estos casos es la víctima la que se ve juzgada, no su agresor.
Me dice usted que le gusta que yo sea meticulosa y me propone que lo seamos juntas. Que empecemos por el principio. ¿Quién es Zaida Cantera de Castro y por qué decide meterse a militar, nada menos? Pues Zaida Cantera era una estudiante, no diré brillante, porque me da vergüenza, pero sí muy buena, de sacar muchos sobresalientes; además, había sido nadadora de élite, competí en los campeonatos de España con el Canoe, se me daba bastante bien. Siempre he sido muy inquieta y he hecho mucho deporte, también jugaba al baloncesto y al balonmano… Esa era yo.
La entrada de las mujeres en el Ejército ha obligado a modificar expresiones de toda la vida, por ejemplo, decir te voy a meter un rabo que te vas a cagar cuando te dispones a arrestar a alguien
Salía con mis amigos. Cuando acabé el instituto dejé la Selectividad sin hacer porque estaba mal informada y creía que no hacía falta para entrar en el Ejército. Se lo comenté a mi padre y él me dijo: "Vamos a ver qué posibilidades hay, y de todas las posibilidades, quiero que aspires a la mejor". ¿Precedentes de militares en mi familia? Ni uno. Mi padre comunista, mi madre más tirando a socialista, pero bueno... Supongo que se sorprenderían, pero mis padres siempre nos han apoyado a mi hermana y a mí. Se sacrificaban y se entregaban mucho. Nunca pasamos penurias pero sí fuimos muy conscientes del valor de todo, nos inculcaron un grado máximo de responsabilidad. Por ejemplo, teníamos que sacar buenas notas, muy buenas, y si yo quería hacer natación, adelante mientras mi rendimiento académico no bajara. Las notas tenían que seguir siendo igual de buenas. Los estudios siempre primero.
Yo decido dar el paso de intentar entrar en las Fuerzas Armadas en 1997. Con veinte años. Éramos muy pocas mujeres entonces. En mi promoción no pasábamos de 6 o 7 sobre un total de 130. ¿Que si mi padre, mi madre o alguien me advirtió de que me exponía a abusos sexuales? No. Ni lo pensé yo tampoco. Para mí no era una posibilidad. No lo concebía. Me recuerda usted que el tema es tabú pero siempre ha estado ahí, que por ejemplo en el ejército estadounidense, donde hace mucho más tiempo que hay mujeres, se han documentado casos escalofriantes. Y no uno ni dos. Sólo hay que ver el documental The invisible war, basado en hechos reales... Cuando este documental se presentó ante el Congreso de Estados Unidos causó tal impacto que obligó a las fuerzas armadas estadounidenses a reaccionar a todos los niveles, creando nuevos protocolos, nuevos niveles de actuación. A usted le llamó mucho la atención, señorita Grau, oír de boca de una corresponsal de guerra que acompañó a los marines a Irak que las mujeres no podían ir solas a los baños, por ejemplo. Esa es la concepción de igualdad que tienen algunos hombres.
¿Cómo evitamos el acoso sexual? Pues haciendo que la mujer vaya acompañada a todas partes, y ya está. Oye, pues no. ¿Por qué la mujer tiene que ir acompañada, o llevar silbato, o lo que sea? No hay que actuar sobre la víctima sino sobre sus agresores, y además eso no sólo vale para las mujeres porque también hay hombres que son víctimas de acoso sexual, en el Ejército español ya se han denunciado un par de casos.
Cuando yo entré en la Academia militar, las mujeres pasábamos exactamente las mismas pruebas físicas que los hombres
Pero es verdad que, aun sabiendo más o menos esto, como más o menos lo sabe todo el mundo, yo no percibía que eso fuese algo que a mí me podía llegar a pasar. Es que yo en el desempeño de mi trabajo no me percibía a mí misma como a una mujer. Me veía como un soldado más. ¿Que si yo no me planteaba el Ejército como una estructura machista? Bueno, eso sí, es muy visible el patriarcado interno, que es un mundo completamente masculinizado, se ve hasta en el lenguaje. Al final no hubo más remedio que cambiar algunas instrucciones. Por ejemplo, la orden que toda la vida se había dado de “cubrirse” tuvo que trocar en “alinearse” para evitar connotaciones de tipo sexual. No digamos expresiones como cuando, por ejemplo, para indicarle a alguien que iba a ser arrestado, se le decían cosas como: "Te voy a meter un rabo que te vas a cagar". Qué barbaridad. El caso es que tú estás allí, escuchas esto, y no lo escuchas como algo con connotación sexual, sino como una manera vulgar de hablar que proviene de un estamento que hasta hace bien poco era cien por cien masculino, donde sólo podían entrar los hombres.
Se nota mucho en el comportamiento. Yo adquirí dejes claramente masculinos, en la forma de hablar, de moverme… ¿Virilizaría el Ejército a la mismísima Marilyn Monroe?, me pregunta usted medio riéndose, medio no tanto. Bueno, pues algo hay de eso. En parte es fallo nuestro, de las mujeres, que hemos llegado allí con una falsa percepción de la igualdad. Llegas creyendo que tienes tú que acomodarte lo más posible a ese mundo tan de hombres, mimetizarte con ellos. ¿Igualar por abajo, por lo masculino puro y duro, apunta usted? Sí, podríamos definirlo así. Un renegar de la feminidad sin necesidad. Terminas andando como un hombre. A mí se me veía por detrás, y al ser encima grande como soy, que mido 1.75, bueno, pues si no llega a ser por el pelo largo y por llevar moño... Pero yo he visto mujeres que vestidas de civiles eran despampanantes y, en cambio, con el uniforme puesto jamás las habrías distinguido de un hombre.
De hecho, la expresión típica es: yo soy una más de ellos. Eso, que a mí entonces me sonaba normal, en realidad está fatal. Yo ahora ya no quiero ser como ellos, quiero ser como soy yo. Usted me mira y me escucha atentamente, señorita Grau, y sigue dándole vueltas al misterio de dónde estaba entonces para mí el atractivo de entrar en el Ejército. Servir. Eso es lo que yo quería. También lo que quiero ahora que soy diputada del PSOE en el Congreso. ¿Dónde está el atractivo de estar aquí? Me convencieron de que era otra manera de servir, de ayudar a la gente.
No estoy por restaurar el servicio militar obligatorio, pero sí daría la opción de hacerlo como un servicio social más para redimir cierto tipo de condenas
Insiste usted, con razón, en que puestos a servir yo me compliqué la vida todo lo que pude. Pero sabe, es que mis padres, con más razón o con menos, nos inculcaron a mi hermana y a mí que nada es demasiado complicado para las mujeres. Que podíamos y debíamos optar a todo con la máxima dedicación y dignidad. Con ese ánimo fui yo siempre consciente de las dificultades, que por supuesto las había.
Por ejemplo, cuando yo entré en la Academia, las mujeres pasábamos exactamente las mismas pruebas físicas que los hombres, no estaban adaptadas como ahora. Yo pasé el mismo test físico que un hombre. Evidentemente esa era otra razón por la que muy pocas mujeres de las que aspiraban lo conseguían. Muchas mujeres tenían que repetir todo el curso sólo por las pruebas físicas. En cambio, si un hombre suspendía asignaturas como táctica o topografía a lo mejor se reunía la junta y se lo perdonaban, como quien perdona una maría en el instituto... Pero a ninguna mujer se le perdonó jamás que suspendiera las pruebas físicas.
En fin, al tema: yo llevaba mi carrera muy bien, sin problemas, hasta que apareció en mi unidad el teniente coronel José Lezcano-Mújica, que decidió que yo era “muy mona” como mujer y que el uniforme que yo llevaba no servía para nada. Me miraba como mujer, no como profesional, y desencadenó un acoso sexual brutal. Cuando yo decidí pararle los pies, cuando le dije manos fuera, yo para usted no soy una mujer, soy capitán, que es el rango que yo tenía, pues su respuesta fue que me arrepentiría. Y luego empezó lo verdaderamente malo: las represalias. Porque el acoso sexual yo lo paré, pero no tenía manera de parar el acoso laboral que siguió como castigo. Él era teniente coronel y se codeaba con mis superiores, con la cúpula. En las Fuerzas Armadas además impera siempre por definición el principio de que el mando tiene más credibilidad que cualquier subordinado. No digamos si el subordinado es mujer y encima crea el problema de decir que la están acosando. El problema no es el acoso sino que este trascienda, se conozca y dañe la imagen de la institución.
Tenemos más oficiales que Alemania y Francia juntos cuando nuestro ejército es más pequeño, somos un poco como el ejército de Pancho Villa, sí…
¿Un poco como los casos de pederastia dentro de la Iglesia, hasta que el Vaticano decidió dejar de encubrirlos y tirar de la manta? Pues sí, una cosa así... El primer impulso siempre es encubrir al acosador y amedrentar al acosado o acosada, intentar presentarte a ti como una incompetente y echarte a la calle pues por eso, para que dejes de crear problemas. Si encima no aguantas la presión y te pides la baja psicológica ya está, ya les has dado argumentos para descalificarte para seguir en el Ejército, porque se supone que el militar tiene que ser Superman o Superwoman, lo cual por supuesto no es cierto. Pero es lo que hay. Por eso yo, cuando estaba en tratamiento, por mucho que mi médico me insistiera jamás acepté cogerme la baja. Y lo estaba pasando realmente mal. Pero sabía que tenía que aguantar el tirón.
Es cierto que yo me callé durante mucho tiempo porque era demasiado consciente de lo que me iba a pasar en cuanto hablara. Insisto en que el problema grave no es tanto el acoso sexual, que una mujer casi siempre tiene armas para parar, dando un rodillazo en determinadas partes si es preciso. El problema es lo que se desencadena a partir de haberle parado los pies a tu acosador, eso es un acoso que ya no depende de ti parar, porque es toda la estructura militar la que está siendo utilizada contra ti, para echarte.
Si se llegó hasta a retrasar una sentencia para dar tiempo a que uno de los acusados por mí pudiera ser nombrado general. Arremetieron no sólo contra mí sino contra mis subordinados. Todo esto duró un año y pico. Cuando me preguntan, ¿por qué no denunciaste antes?, yo explico todo lo que llevaba aguantando, todo lo que vi que me pasaba no sólo a mí sino también a otras mujeres, como ya conté en el juicio. Este teniente-coronel propuso a mi superior cambiar a una cabo primero por unos sargentos, es que ya llegaban a eso, al puro mercadeo de carne. Porque cuando mi superior le preguntó por qué pedía el cambio, hizo con la mano el gesto de señalar que porque la cabo primero tenía unos pechos así de exuberantes... Barbaridades, vamos.
Lo peor es que cómo era este teniente-coronel era vox populi, lo sabía toda la base y se le estaba permitiendo. Llegó a tal grado de impunidad que se permitía coger a una soldado que tenía asignada como conductora y pegarle un azote en el culo en un acto público delante de toda la tropa. Todo el mundo lo veía. Era un pesonaje tan miserable que llegó a meterse con mi difunta madre, a decir que mi soberbia, mi manera de gestionar mi feminidad, era culpa de cómo me había educado mi madre... Y es que eso ya...
Hasta que me harto, digo basta ya, se lo cuento todo a mi general y, según me cuentan, le llaman a capítulo y le dan un buen tirón de orejas. Pues no sería un tirón tan fuerte cuando pocos días después me agredió, me dijo que si su carrera se veía afectada por mis denuncias yo me iba a enterar, y me empujó de mala manera contra un vehículo. Él se creía que no había testigos de eso pero los había y declararon en el juicio.
Y, sin embargo, la decisión de ir al juzgado fue muy muy difícil porque yo tenía clarísimo que aquello era el fin de mi carrera militar. Que allí se acababa todo. Aquello por lo que yo tanto había luchado. Es una decisión que cambia toda tu vida. Pero al final tus principios como persona son más importantes que tu profesión.
¿Cómo dice? ¿Que si yo quise entrar en el Ejército para servir de algún modo lo logré, porque mi denuncia, mi sacrificio, ha servido para ayudar a otras mujeres soldado en esa situación, y al Ejército mismo a depurarse? Sí, visto así, ese plus yo me lo llevo, pero ha sido todo muy triste y muy oscuro. Mi marido es militar también, es comandante, ahora está en servicios especiales pero sigue siendo militar. ¿Cómo? ¿Que ni así, que usted se creía que en el Ejército se respetaría ya que no a la mujer por lo menos a la mujer del prójimo, si el prójimo es militar? Pues ya ve, a veces ni eso. Aún recuerdo cuando me intentaban convencer de que la ropa sucia se lava en casa, lo malo es cuando el agua de casa baja tan sucia que ni para lavar la ropa vale. Piense que la justicia militar es muy oscura, si denuncias a un superior pierdes sí o sí, pierdes aunque ganes, yo pude pagarme mi defensa porque tenía unos ingresos, pero una mujer soldado normal no los tiene y no puede denunciar.
Lo de Siria es terrible y los hemos gestionado todos muy mal, pero los jóvenes sirios tienen que ser los primeros dispuestos a luchar por su país, no esperar que la solución venga de terceros países
¿Qué le aconsejo entonces yo a una mujer soldado que se encuentre en esa situación ahora? Pues mire, me llegan muchos casos. Me llegan hoy, después de que se hiciera público todo lo mío, sigue pasando. Como yo no puedo gestionar políticamente los casos que me llegan, los derivo a abogados, a psicólogos, dependiendo de cómo veo a cada persona. Pero lo primero que siempre les pregunto es: ¿tú quieres seguir con tu carrera de soldado? Y cuando a veces me contestan, mira, Zaida, es que ese es el único plato de comida que llega a mi casa. Pues eso pone los pelos de punta, la verdad. Ante eso yo aconsejo pragmatismo, dar un rodeo y pedir un cambio de destino. No es lo ideal, pero...
Cambiando de tercio, va usted y me pregunta a quemarropa si me veo de ministra de Defensa de un eventual gobierno socialista en el futuro. Uy, yo no tengo ninguna bola de cristal para ver el futuro, no me gusta hacer pronósticos. ¿Que si yo por ejemplo sería partidaria de restaurar el servicio militar obligatorio, y para los dos sexos además, como hay quien ha venido proponiendo últimamente? Bueno, obligatorio yo no lo pondría… Ahora, no me parecería mal, por ejemplo, cuando a alguien le condenan por esto o por lo otro, darle la opción de redimir condena cumpliendo algún servicio social que también pudiese ser, por qué no, militar. Eso se hace en varios países. Servir a las Fuerzas Armadas es como cualquier otra manera de servir a la comunidad.
Lo que sí le prometo es que si fuera ministra de Defensa, cambiaría las Fuerzas Armadas. Las democratizaría de verdad. Crearía órganos independientes de evaluación y adelgazaría la cúpula militar, que está sobredimensionada. Tenemos más oficiales que Alemania y Francia juntos cuando nuestro Ejército es más pequeño. ¿Que si somos como el Ejército de Pancho Villa, me pregunta usted? Pues algo así. Hay que buscar salidas dignas y hay que conseguir que la gente deje de ver nuestras Fuerzas Armadas como una especie de residuo franquista.
Hablando de residuos franquistas, me pregunta usted por mi última bronca con otra diputada socialista, Guadalupe Martín, a propósito de un tuit mío donde me limitaba a poner negro sobre blanco las suspicacias de Emiliano García-Page ante doscientas “supuestas” afiliaciones sanchistas al PSOE... A ver, es que esto viene de lejos, se está dando en muchos sitios, vas a afiliarte y te piden cuentas, como intentando ver si vas a votar a Pedro o a Susana. Yo tengo todo el derecho a denunciar todas las irregularidades que vea, todos los alardes de propaganda susanista, entre otras cosas porque yo voy de frente y no oculto mi apoyo a Pedro Sánchez, votar a Pedro es una opción tan legítima como votar a Susana y nadie tiene derecho a pedirme que me calle, a limitar mi libertad de expresión alegando, como a veces se ha querido alegar, que yo soy la última en llegar y que por eso no tengo derecho a criticar a un cargo orgánico y veterano como Page. ¡Hasta ahí podíamos llegar! No me han hecho callar en el Ejército, ¿y se creen que me van a callar aquí? Vamos, anda.
¿Cómo dice? ¿Que si cómo está el PSOE y si cada vez va a estar peor? Hombre no… Yo espero que esta gente sean los menos y que se acabe imponiendo la normalidad de los más. Vamos, pero es que hasta aquí podíamos llegar. ¿Ha visto cómo esa señora se atrevía a decirme que lo mío era patológico? Entonces, ¿qué será lo suyo?
Finalmente, como nos hemos sentado a hablar usted y yo justo el día en que se cumplen seis años de la guerra de Siria, usted me pregunta mi opinión. Pues qué quiere que opine yo, aquello es la nueva guerra fría y estamos haciendo todos un papel tristísimo, tanto en lo militar como en la gestión de todo el tema de los refugiados. ¿Cómo es posible que a la gente se la pueda dejar de morir de hambre y de frío porque en Grecia todo va muy lento? Ahora, también le digo que soy crítica con los jóvenes sirios que no se quedan a defender su país y esperan que la solución venga de fuera, de terceros países. Si no luchas tú por lo tuyo, ¿quién lo hará?
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