Suena el pitido de un móvil. Raudo, Julián comprueba el mensaje que acaba de recibir en su teléfono. Es una imagen. Llega desde Croacia. Una joven posa junto a una fotografía de gran formato situada en la céntrica avenida de la Constitución de Sevilla, a escasos metros de la Catedral. Es una de tantas que forman una exposición documental sobre la fiesta del Orgullo. En el retrato se ve a un niño y un hombre posando delante de una bandera arcoíris. Ambos sonríen. Julián los reconoce rápidamente. Se le ilumina la mirada. Son su marido y su hijo, en mitad de la celebración del Orgullo de hace algunos años. La primera para Martín, adoptado por la pareja meses antes. La instantánea, tomada por el propio Julián, está dando la vuelta al mundo.
La alegría se turba días después. De madrugada, alguien ha pintarrajeado sobre las caras de dos hombres vestidos de marineros besándose, una de las fotografías expuestas. A la mañana siguiente, al conocer la noticia, Julián se viste rápido. Apenas atina a desayunar algo y se lanza a la calle en busca del metro, la forma más rápida de llegar desde su casa a la zona expositiva.
Por el camino va pensando los posibles comentarios que algún desalmado ha podido dejar sobre el rostro de su hijo. “Porque hay muchos clichés, que si dos gais crían a un niño lo pueden convertir en gay”, detalla Julián. “No quise pensar mucho”, reitera. “No me podía ni imaginar lo que podrían haber escrito en la foto de una familia en la que dos homosexuales crían a un niño”, insiste. Faltan pocos metros para llegar al expositor en el que está su imagen. El corazón se acelera. Más, después de ver en persona el comentario que han proferido en la fotografía del beso. De repente hay calma. Nadie ha mancillado la imagen que tomó de su hijo con su marido, otra imagen expuesta. Sin embargo, el enfado persiste.
Al llegar a casa, Julián enciende el ordenador y escribe en su muro de Facebook un comentario que ha corrido rápido de muro en muro. Es su respuesta al homófobo autor de la pintada. También a los “partidos políticos que han comprado la pólvora y a los medios que han prendido la mecha”. “Han incitado a que eso ocurra”, denuncia Julián ya con la tranquilidad que da el tiempo. Han pasado varios días desde al ataque a la exposición y el matrimonio conversa en exclusiva para EL ESPAÑOL en su piso de Mairena del Aljarafe, un pueblo a las afueras de Sevilla.
Julián Guerra, 39 años, es filólogo, profesor liberado y concejal de Deportes y Juventud en su pueblo. Su marido es Agustín Burgos, de 44 años, diseñador gráfico. Ambos se casaron el 10 de noviembre de 2007, justo el día en el que hicieron diez años de noviazgo. Su relación está a punto de cumplir veinte. Y fruto de ella es Martín, su hijo. Adoptado después de años de trámites burocráticos y gracias a una ley aprobada por el último gobierno del PSOE, partido al que ambos pertenecen.
Ambos viven en una zona residencial con piscina, en las inmediaciones del polideportivo municipal, junto al cementerio. Es un piso colorido, con dibujos enmarcados y papel pintado en las paredes. En la habitación contigua al salón está el dormitorio de Martín, un niño vitalista e inquieto aunque disciplinado, que juega con dos coches en una alfombra con calles, semáforos y pasos de peatones. Todos, o casi, los muebles de la casa están etiquetados: mesa, foto, televisor… Martín nació con problemas auditivos y lleva un implante coclear que transforma las señales acústicas en impulsos eléctricos que estimulan el nervio auditivo. Cuesta, según cuenta, 50.000 euros que paga la sanidad pública andaluza. Por eso el mecanismo va prendido con un alfiler a su camiseta.
“Martín, ¿oyes?”, le preguntan. “Sí”, contesta. “Aguacate”, dice Julián. “Aguacate”, responde Martín, que llegó a la familia gracias a una adopción nacional. “Andalucía es un paraíso dentro de los derechos LGTB porque en otras comunidades les dicen a las parejas que abandonen el proceso de adopción, en otros casos hay expedientes que se eternizan, circulares internas ocultas…”, enumera Agustín.
En el salón, en mitad de una gran estantería repleta de libros, hay muchas fotografías enmarcadas. Desde su primera instantánea juntos a las que últimas con Martín. También una cámara de fuelle antigua. Al fondo, en una terraza luminosa, Agustín tiene su estudio de diseño gráfico. “Se quedó parado y en estos cuatro años ha estado atendiendo a Martín; ahora está de autónomo y trabaja desde casa”, explica su marido.
Julián se inició en la fotografía a los doce años, en un viaje a Canarias. Su primera cámara réflex fue una Minolta. Se reconoce aficionado autodidacta. Pero desde que tiene a Martín apenas saca la cámara a la calle. “Para no ir cargado con más bártulos”, precisa.
Sí la llevaba el día de la celebración del Orgullo de hace cuarto años. “Es un día de mucho color y las fotografías salen chulas”, confirma. “Los colores, las plumas, las purpurinas… todo es muy atractivo para un fotógrafo. Ese día nosotros íbamos en la zona de la manifestación con muchas otras familias homoparentales. Martín estaba como loco con las pistolas de agua, por los colores, la fiesta o la música. Estaba pletórico. Y disparé. Y salió así de bonito”, explica Julián con la fotografía en sus manos.
Ese año, la manifestación tenía como mensaje la petición de retirada del recurso que el Partido Popular planteó sobre el matrimonio homosexual. “Quizás la foto que más daño les haga a los que han protestado por la exposición, muchos alentados por la posición del Partido Popular de Sevilla, sea en la que salgo yo con mi hijo o la pancarta contra el recurso del matrimonio igualitario, porque les recuerda su postura ante el colectivo LGTB; pero han puesto el foco en la imagen del culo o del beso”, interpela airado Agustín.
“Lo siguiente será un póster de un tío dándole por el culo a otro... total... también es amor homosexual... en fin”, reza la pintada que alguien dejó sobre la imagen de dos homosexuales vestidos de marineros. Una fotografía de “mal gusto” para el PP de Sevilla, que asegura que “hay homosexuales que se sienten denigrados, indignados y no representados por esa exposición”.
“Llamada a la homofobia”
La denuncia del PP hizo que el resto de grupos políticos con representación en el consistorio sevillano contestara el bloque criticando la postura de los populares. También la Plataforma 28-J de Andalucía, organizadora de la marcha del Orgullo de Andalucía 2016, que ha pedido al PP una rectificación ante lo que ellos consideran que es una declaración que “llama al odio” y a la “homofobia”.
“Ellos han señalado la foto del culo o la del beso cuando realmente le gustaría señalar es la de la familia”, critica Agustín. “Nosotros sabemos que nuestra foto ha molestado”, confirma. “No lo dicen abiertamente porque queda feo hablar de una familia y de un niño, y por eso se ha elegido otra foto que era más fácil de atacar: la del culo. Que representa a aquello que no queremos ver”, añade.
“Nosotros podemos salir a la calle y expresarnos libremente y podemos enseñar nuestro culo como lo puede enseñar Cristiano Ronaldo o se ve en la publicidad. Pero, para los críticos, nuestro culo no es un culo normal. Es el culo de un maricón y eso a la gente le molesta porque se imaginan cómo funciona el culo de un maricón. Son capaces de construirlo en sus mentes y esa imagen les persigue”, argumenta.
“Y el beso es más de lo mismo. ¿Quemamos el fotograma de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en 'Casablanca'? ¿Le metemos fuego a ‘El beso’ de Klimt? ¿Y el de Iker Casillas y Sara Carbonero? El problema no es un beso, lo que escandaliza es un beso de dos hombres. ¿Por qué un beso entre dos hombres es exhibicionista, íntimo y no se debería mostrar en público; y el de Iker Casillas y Sara Carbonero es heroico y se puede sacar en los medios, en cualquier horario? La respuesta es que ellos son heterosexuales y nosotros no”, interpela Julián.
Su defensa de la exposición ha llegado a oídos de varios protagonistas de las imágenes. “Se ha puesto en contacto conmigo uno de los chicos de beso, y me ha dado las gracias por haberlo defendido”, puntualiza el fotógrafo aficionado. Las redes también han contestado con fotomontajes en los que compara el beso de los marineros con el que Mariano Rajoy dio a su mujer Elvira Fernández Balboa desde el balcón de Génova en la resaca de la jornada electoral. Pero Julián y Agustín no quieren comentarlo. “Sería atacarlos con su misma moneda y no queremos que ahora vayan de víctimas”, sacuden.
En otros casos, la defensa ha llegado en forma de beso, como el que se dan muchos transeúntes cuando pasan por delante de la imagen, o el que se dieron el líder local de Izquierda Unida, Daniel González Rojas, y uno de los concejales de Participa Sevilla, ligado a Podemos, Julián Moreno. También Susana Serrano y Cristina Honorato, ambas de Participa.
Una muestra para hacer pedagogía
El Defensor del Pueblo Andaluz, José Maeztu, ha recibido en los últimos días más de 400 quejas sobre la exposición, organizada por la delegación de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla –gobernado por el PSOE gracias al apoyo de IU y Participa–. Habiendo “constatado la preocupación” de un número importante de personas que consideran que las fotografías “podrían afectar a algunos derechos de protección de los menores”, Maeztu ha resuelto que toda creación artística se encuentra amparada por el artículo 20 de la Constitución, que reconoce el derecho a la libertad de expresión.
“Hay gente que no tienen la capacidad para analizar la exposición”, espeta Agustín Burgos, también miembro de la asociación Defrente, que suma más de diez años en defensa de los derechos del colectivo LGTB. “A ellos, lo primero que les sale es un gruñido que se acerca al insulto”, confirma. “Hay que pararse a analizar lo que está pasando. Y opinar, por supuesto, pero después de un ejercicio de análisis previo”, recomienda. “Sin ese análisis, lo que sale por la boca es un eructo que nace de la ira, del odio, de la homofobia, de las entrañas”, certifica.
“De hecho, a sabiendas de cómo es la sociedad, nosotros trabajamos mucho el empoderamiento de Martín, para que esté por encima de este tipo de ataques”, asegura Agustín. “Él tiene la diversidad bastante asumida”, completa Julián.
- ¿Y cómo lo conseguís?
- [Agustín] En un principio, tienes unos planes que van cambiando a medida que pasa el tiempo. Hasta que te das cuenta que tú no tienes que trabajar con tus hijos; hay que trabajar con el entorno. Los niños son cuadernos en blanco. Nosotros no escribimos, es él quien lo hace. Nosotros solo lo situamos en una situación en la que pueda ver de todo.
- [Julián] Hay padres que se escandalizan cuando sus hijos ven la exposición. Lo que no saben esos padres es que el día de mañana, si su hijo descubre que le gusta su propio sexo, verá que es algo natural, normal, que está en la calle y que no hay problema con su sexualidad.
- [Agustín] Nos hemos dado cuenta de que el empoderamiento de Martín dependerá del entorno en el que nosotros lo situemos. Hay que trabajar el entorno y hacerles ver a quien no lo quiera que nuestra situación es tan normal como la de ellos o tan válida como la de ellos.
- [Julián] Y eso se consigue haciendo una vida normal. Intentamos participar de forma activa en todo lo que rodea a Martín.
- [Agustín] La inmensa mayoría de las personas no necesitan de esta pedagogía pero hay un porcentaje que sí la necesitan. Hay veces que esa pedagogía no parte de nosotros, cuando otras familias les responden, hasta que se asimila. Somos conscientes de que no le gustamos a todo el mundo.
Julián ha editado un libro de ilustraciones en el que el protagonista es un niño que tiene dos padres. Se titula Martín y la tarta de chocolate. De momento no ha conseguido que ninguna editorial se lo publique. “Al final lo editaré yo. Los niños de las familias homoparentales necesitan verse reflejados en la cultura, en la televisión o en los libros”, defiende.
La mayoría de las veces se ven envueltos en situaciones que salvan con humor. Como el día que fueron al médico y este les preguntó si eran de un centro de menores, al extrañarse por la presencia de dos hombres acompañando a un niño. O el día en el que las maestras de la guardería pidieron a sus alumnos que trajeran una foto de ellos con sus madre y Julián y Agustín contestaron con dos: una de Martín con la madre Teresa de Calcuta y otra con la del niño con la reina madre de Inglaterra. “Las profesoras se rieron mucho y nos pidieron disculpas”, recuerdan. “No dramatizamos, nos lo llevamos al humor porque es lo más sano”, insisten. También han tachado la palabra ‘Madre’ de los formularios del colegio público al que va su hijo con tal ahínco que el equipo directivo captó la indirecta y en la actualidad ya aparece como “Tutor 1, tutor 2”.
“Y eso que en los últimos años, la visibilidad del colectivo LGTB ha cambiado”, apostilla Agustín. “También sabemos que nuestros gestos pueden abrir las puertas a la tolerancia”, puntualiza. “Vas haciendo pedagogía con la familia, con los amigos, con tu entorno laboral… También con la exposición, aunque no sea ese el objetivo principal. El Orgullo LGTB es una exposición que documenta lo que es el Orgullo, no tratamos de adoctrinar, solo documentar lo que ocurre en ese día. Donde hay familia, también hay culos”, concreta.
- ¿Qué le diríais a la persona que hizo la pintada?
- [Julián] Yo le invitaría a tomar café. Que nos conociera, que compartiera un día con nosotros. Además, esta persona, yo que soy profesor de Lengua y Literatura, no ha cometido ni una sola falta de ortografía. No le falta ni una tilde. No hablamos de un problema de formación, es falta de educación lo que manifiesta. Que vea que los besos que nos damos entre nosotros son igual de limpios que los que él o ella se da con su pareja, si la tiene.