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(Cuando comienza la cuenta atrás para la conmemoración del 20 aniversario de la muerte de Miguel Ángel Blanco, sucedida el 13 de julio de 1997, el periodista Miguel Ángel Mellado, director adjunto de EL ESPAÑOL, publica el libro El hijo de todos. Vida y asesinato del mártir que venció a ETA. El concejal del Partido Popular en Ermua fue secuestrado el día 10.
Como se recordará, sus secuestradores dieron 48 horas para que el Gobierno de Aznar trasladara a cárceles del País Vasco a los 600 etarras distribuidos por centros penitenciarios del territorio nacional. Una petición imposible de cumplir en tan corto plazo, tras la cual se escondía la firme decisión de la organización terrorista de asesinar a un concejal del PP en el inicio de su política conocida más tarde como “socialización del dolor”. Pero el tiro le salió a ETA por la culata porque la muerte de Blanco supuso el principio del fin de la banda.
A continuación, reproducimos una parte del capítulo Autopsia al mártir, en el que el médico forense que la realizó, Luis Miguel Querejeta, aporta información sobre cómo sucedieron los hechos. Fue él quien extrajo del cadáver las dos balas que tenía alojadas en la cabeza. Las fotos de los proyectiles aparecen publicadas por primera vez.
El libro El hijo de todos, expresión pronunciada en aquellas horas dolorosísimas por Consuelo Garrido, madre del concejal, contiene datos inéditos sobre la vida de Blanco y sobre aquellos cuatro días que conmocionaron España y convirtieron a Miguel Ángel en mártir a la fuerza y revolucionario frente al miedo de la sociedad a ETA, en una catarsis nacional sin precedentes.
El asesinado, que deseaba tener dos hijos, justo los que tuvieron sus asesinos, Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, y Irantzu Gallastegui, alias Amaia, guardó en un bolsillo del pantalón sus lentillas de miope horas antes de recibir los dos disparos.)
Autopsia al mártir
—¿Sufrió mucho Miguel Ángel Blanco en el momento de morir?
—No. Los dos disparos fueron muy seguidos. El segundo le produjo una conmoción que le dejó inconsciente en el momento. Algo parecido a cuando uno se marea y pierde el conocimiento plenamente.
'La primera bala no le habría causado la muerte. El segundo disparo fue el tiro mortal', dice el forense
—¿Fueron los disparos que recibió igualmente lesivos?
—No, en absoluto. Las balas eran del calibre 22, disparadas por una pistola pequeña. La primera bala, de hecho, no le habría causado la muerte. Dolor sí, pero nada más. ¿Cuánto dolor? Es de suponer que bastante, pero hay muchas heridas dolorosas que no te causan la muerte. En los hospitales hay muchos pacientes así y salen al poco tiempo. La víctima tenía la primera bala alojada en el hueso mastoideo, detrás del pabellón auricular derecho.
—Fue, por tanto, la segunda bala la que causó la muerte a Miguel Ángel...
—Efectivamente. El segundo disparo es el tiro de la muerte, el llamado disparo de ajusticiamiento. Es de suponer que con el primer disparo, que le causa dolor, le estalla el oído, y la víctima se queda medio paralizada. Es cuando se inclina más y el asesino vuelve a disparar, ahora en la zona occipital, en el centro de la nuca. Esa es la marca de 'Txapote'.
El doctor Luis Miguel Querejeta Casares tenía entonces 35 años. Extremadamente educado, este médico forense destila profesionalidad por todos los poros. Calcula que habrá realizado cerca de 5.000 autopsias. Todas las víctimas del Comando Donosti desde que aprobó las oposiciones, en 1990, pasaron por su mesa de autopsias. A veces tuvo que analizar a asesinados por ETA con los que había tenido relación personal, como el abogado Fernando Múgica Herzog, otra víctima de Txapote. El trabajo de este médico y de sus compañeros de especialidad es impagable. Si no fuera por ellos, por la minuciosidad en la obtención de las pruebas causantes del daño, los terroristas difícilmente podrían ser luego encausados y condenados.
Sólo porque un pueblo que olvida corre el peligro de volver a cometer los mismos errores trágicos, está justificado preguntar al forense si Miguel Ángel sufrió o no sufrió, aunque pudiera ser entendido como morbo innecesario, como dejar el dedo puesto en la herida impidiendo que cicatrice. Así que pasen veinte años del asesinato (se cumplirán el 13 de julio de 2017), 30 años o 100 años, siempre estará justificado recordar el sacrificio involuntario de alguien como Blanco que murió por defender unas ideas sin violencia.
—¿Doctor, qué recuerda de aquellos días?
—Aquellos dos días, 12 y 13 de julio de 1997, los recuerdo como si fueran una película. En realidad la película comenzó el día 10, con el inicio del secuestro, pero cobró intensidad el sábado 12. Yo estaba en casa viendo la televisión, con un reloj en la pantalla que iba marcando, minuto a minuto, cómo se acercaba a las 4 de la tarde, hora del ultimátum. Daba vértigo contemplar el minutero recorriendo la esfera. Sobre las 4.20 de la tarde (posiblemente fue algo después), sonó el busca. Llamaba la secretaria del juzgado para comunicarnos que habían encontrado a alguien que podía ser Miguel Ángel Blanco, con un tiro en la cabeza. Cogí el coche e infringí todas las normas de circulación en cuanto a la velocidad. Necesitaba descargar.
La etarra 'Amaia' se quedó en el coche. 'Oker' lo sujetó y 'Txapote', a cañón tocante, con silenciador, apretó el gatillo
El forense Luis Querejeta relata con la misma minuciosidad con la que realiza sus informes qué le sucedió en las siguientes horas.
—Al día siguiente, 13 de julio, cuando acabé de hacer aquella autopsia, me derrumbé. Es el trabajo que recuerdo de manera más intensa y nítida. Y he hecho muchas autopsias en mi vida profesional.
Su informe preliminar de la autopsia, con fecha de entrada en el registro general del Instituto Anatómico Forense del 15 de julio de 1997, describe al detalle el examen externo del cadáver. “Un varón de edad adulta joven, hábito constitucional atlético y aparente buen estado de nutrición”, así como los signos de violencia que presenta el mismo, “herida inciso-contusa, que se identifica como el n.1 (primer proyectil), situado en región mastoidea derecha, de 4,4 x 3,5 mm…” y “herida inciso-contusa, de 4x4 mm, identificada con el n. 2 (segundo proyectil), situada en región occipital derecha, paramedial y alta…”. “Con un hematoma orbicular bilateral, erosiones superficiales en región frontal, otra en la nariz, tres en la muñeca izquierda…”. “No se aprecia –aclara el informe- signo alguno de lucha o defensa”.
—¿La autopsia fue complicada?
—No, fue muy rápida. Comenzamos, aproximadamente, a las 11.30 de la mañana y finalizamos una hora y cuarto después. Tenga en cuenta que sólo tenía dos disparos. No como otras víctimas de ETA. Recuerdo que el empresario Usabiaga presentaba entre 12 y 15 heridas de bala. Además, poseíamos los escáneres del hospital, con lo que sabíamos perfectamente dónde teníamos que entrar limpiamente.
El forense no quiere hacer especulaciones sobre cómo sucedieron los hechos en los minutos finales de Miguel Ángel. Se atiene al informe entregado en el Juzgado de Instrucción n. 4 de San Sebastián, incorporado al sumario del caso. El informe describe así las lesiones:
“En el contexto de las lesiones, las heridas correspondientes a uno de los proyectiles, herida identificada con el número 1, no provoca lesiones significativas, ni desde el punto de vista de la vitalidad de la víctima, como tampoco desde la consideración de su capacidad o nivel de conciencia y de movimiento”.
“La herida identificada como n. 2 permite una valoración, a nuestro entender, mucho más completa y determinante. (…) La presencia de dichos elementos y la ausencia de una herida cutánea estrellada nos permiten afirmar una distancia de disparo muy corta, que podría asumirse como escasamente superior al cañón tocante, es decir, que la boca del arma no se encontraba en contacto con la piel en el momento del disparo, pero sí a muy escasos centímetros”.
Esta segunda bala dejó herido de muerte a Miguel Ángel, por los destrozos internos que causó. “Un cono truncado de base más amplia interna”, dice el estudio. Un cono como la orografía del pueblo empozado de Ermua. También sirvió para establecer el arma desde la que se realizó el disparo, utilizada por ETA en otras acciones. La pistola no ha sido encontrada.
La autopsia recoge que la víctima, en el momento en el que fue hallada, estaba maniatada, lo cual “permite afirmar con claridad una muerte de etiología médico legal homicida”.
El concejal quedó tendido, con las manos atadas hacia delante, apoyado ligeramente sobre las rodillas
¿Cómo sucedieron, pues, los hechos, según relata el cuerpo mudo y desnudo del concejal tendido en la mesa de autopsia de 2.60x0.80x0.85 centímetros de largo, ancho y alto, respectivamente? El doctor Querejeta no trabaja sobre hipótesis, solo relata los signos latentes en el cuerpo inerte. Las especulaciones, basadas en datos, corresponden más a policías y a periodistas, dos profesiones en las que la imaginación vuela.
Así sucederían los hechos:
El vehículo con los cuatro pasajeros llega al lugar de los hechos sobre las 16.10 del 12 de julio de 1997, a un paraje nada concurrido, a pocos minutos del centro de Lasarte (Guipúzcoa). De los tres terroristas, ella, Irantzu Gallastegui Sodupe (alias Amaia), nacida en Bilbao en 1973, se queda dentro, al volante. El turismo está estacionado a un lado del camino terroso y estrecho, por donde solo puede transitar un vehículo a la vez. Los otros dos etarras, Francisco Javier García Gaztelu (Txapote), nacido en Bilbao en 1966, y José Luis Gueresta Mújica (Oker), nacido en Cizúrquil (Guipúzcoa) en 1970, quien apareció muerto años después con un disparo en la sien, se bajan del turismo y sacan al rehén del maletero.
Miguel Ángel Blanco (Ermua, 1968) tiene las manos atadas con un cable por la parte delantera del cuerpo. Bajan caminando unos 20 metros por una pequeña senda. El reo, a trompicones. Al llegar a una explanada, ante la previsible resistencia de la víctima (se le detectan arañazos en los brazos), Oker la sujeta como puede y Txapote, acostumbrado a matar con la precisión de quien pilla desprevenido a sus condenados, no logra hacer el primer disparo como sabe. El primer disparo, por su trayectoria, parece realizado en un plano donde víctima y agresor se encuentran a la misma altura, según el recorrido de la bala.
Esa es la bala número 1. Se incrusta en el hueso mastoideo del pabellón auditivo derecho, el que sobresale y se percibe con el mero tacto de la mano detrás de la oreja.
Medio conmocionado y dolorido, Blanco pierde la verticalidad y baja la cabeza. Es cuando Txapote, según indica la trayectoria del segundo disparo, vuelve a apretar rápidamente el gatillo de su pistola Beretta, con silenciador, a escasos centímetros del cuero cabelludo. La segunda bala es la mortal. La bala número 2 entra limpiamente por la zona occipital de la cabeza y causa destrozos en el cerebro, imposibles de reparar. Las dos balas, alojadas en la cabeza de la víctima, serán extraídas en la autopsia del día 13. Las lesiones son tan graves que no pueden ser operadas.
Se sabe que fue Txapote quien disparó por la declaración, años después, de otro colaborador de ETA, Gregorio Escudero Balerdi. Es éste quien da todos los detalles, incluido que el día del asesinato, a la hora fatídica, Escudero se divertía alegremente en los sanfermines. Porque la vida son dos días y hay que aprovecharlos. La vida dura 48 horas, el tiempo dado por los secuestradores para matar a Miguel Ángel Blanco.
La víctima queda tendida, con las manos atadas hacia adelante, apoyado ligeramente sobre sus rodillas, e inconsciente. Se calcula que perdió entre un litro y litro medio de sangre. Es encontrado por una pareja que ha sacado a pasear a sus perros.
Dicen los expertos que todos los disparos de Txapote son siempre iguales: limpios, inconfundibles, traicioneros, realizados en la base de la nuca.
—Doctor, finalizo por donde empecé, por el dolor. Querría saber si Miguel Ángel al menos no sufrió tras el momento final. ¿Puede apreciarse el dolor en el rostro de un cadáver?
—Sí, puede verse. En el caso de Miguel Ángel, su cara era de estar plácidamente dormido. Muy diferente es la muerte de un ahorcado. La desesperación queda reflejada en el rostro. No, no sufrió. No sé si antes, durante el secuestro. Definitivamente, la autopsia de Miguel Ángel Blanco es la peor experiencia que he tenido. Tuve una sensación de derrumbe al acabar. Tantos muertos, Dios mío, me decía a mí mismo, ¿para qué sirve que haya tantos jóvenes asesinados prematuramente? Uno piensa en sus hijos, en el futuro del País Vasco... El día siguiente, 14 de julio, acudí a la manifestación convocada en la Plaza de Guipúzcoa de San Sebastián con mi hijo sobre los hombros.
El médico forense transmite confianza en su apretón de manos. Amable hasta el último detalle, pese a su gesto circunspecto, contesta a una pregunta que parece no venir a cuento. O sí, porque seguramente el creyente Miguel Ángel Blanco se la habría hecho al doctor en otras circunstancias, tan interesado como estaba siempre con todo lo relacionado con la religión y con la Biblia.
—Me decía que ha hecho cerca de 5.000 autopsias. A niños, adolescentes, jóvenes, padres, madres, ancianos... Perdóneme por hacerle una pregunta tan íntima: ¿los forenses creen en Dios?
—...En mi círculo prácticamente nadie cree... O al menos, yo no los he tratado.
La hermana de Miguel Ángel Blanco confiesa que no ha querido leer la autopsia, ni lo hará, redactada, como decimos, con la asepsia del profesional. En Medicina no hay un oficio más duro que el del forense. No por tener que tratar con los muertos, que a todo se acostumbra uno. Ellos están ahí, en la mesa de la autopsia, pero ya no están aquí: ajenos al enterotomo, al cincel del cráneo, al bisturí o la sierra vibradora, instrumental necesario para llegar hasta el fondo, buscar pruebas y valorar daños. Lo duro no es trabajar con los muertos, sino aguantar la mirada de los familiares. Porque, como confiesan los profesionales de esta especialidad, “si el familiar sabe quién eres, y en las ciudades pequeñas todos nos conoceos, al cruzarse con nosotros nos relacionan con la tragedia, con el peor y más doloroso momento vivido”.
Mayor Oreja, increpado en el hospital
El doctor Francisco García Urra, Patxi para los amigos, comenzó a trabajar en 1979 en la UVI del Hospital Universitario Donosti, entonces llamado Nuestra de Aranzazu. Y ahí sigue. Con los años fue ascendiendo hasta convertirse en el actual jefe del servicio. Aquel día, a las 17.30 del 12 de julio, estaba de guardia. Su actuación no pudo salvar la vida del joven concejal herido de muerte. Habría necesitado una facultad divina ajena al galeno.
“En realidad Miguel Ángel llegó prácticamente muerto”, admite 20 años después. En la Unidad de Cuidados Intensivos lo tenían todo preparado por si se producía la previsible desgracia. Tras el escáner y la radiografía del cráneo, se descartó la operación. Era imposible intervenir.
'Miguel Ángel llegó prácticamente muerto', dice el médico que le atendió en el hospital de San Sebastián
“A las 18.30 de la tarde, una hora después de llegar la víctima al hospital, ya sabemos que no hay nada que hacer. Tenía midriasis pupilar, las pupilas muy dilatas sin que respondieran a ningún estímulo de luz”. Este era un síntoma claro de lesión cerebral irreversible. “Había entrado en un coma profundo; sólo permanecía conectado a la vida por un pequeño hilo de respiración”. Tras sucesivos electroencefalogramas, a las 3 de la madrugada del día siguiente, queda constancia de que el paciente carece de vida cerebral.
Todas estas horas en las que Blanco permaneció en Cuidados Intensivos, desahuciado ya, sirven a los familiares para recordar anécdotas sobre el herido de muerte. Aquellos tics incontrolables de Miguel Ángel (parecidos a los de Gregorio Ordóñez, también asesinado por ETA), especialmente en el cuello, con su movimiento espasmódico hacia el lado izquierdo, con el que seguramente Txapote no contó al apretar por primera vez el gatillo y alojar la bala en el mastoideo derecho.
Sirven para hablar del carácter alegre, bromista, bailarín, familiar, empático, sensible, amigo de sus amigos, chistoso, hasta reírse de sí mismo, como le recuerda Nerea, prima pequeña de Miguel Ángel Blanco, ahora policía municipal en un pueblo de Guipúzcoa.
Aquellas horas finales en la UVI sirven, también, para que el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, que ese día cumple 46 años, sea increpado en un pasillo del Hospital por la portavoz de la familia Blanco Garrido y jefa de Miguel Ángel Blanco en Eman Consulting, acusando al Gobierno de no haber hecho lo suficiente para impedir el asesinato. Todas esas horas finales dan de sí para que el vicepresidente Francisco Álvarez Cascos, un político duro, representado por el PSOE en una campaña electoral como el dóberman de la derecha, vuelva a creer en la generosidad del ser humano. Y, por ende, en la política. Al menos eso recuerda dos décadas después: “Me impresionó cuando escuchaba al padre de Miguel Ángel, en aquellas circunstancias, exhortándome para que continuáramos luchando contra ETA y me decía que cada día iba a apoyarnos más, porque no les tenía miedo. Aquellos días yo también me reconcilié un poco con la actividad política y se me cargaron las pilas”.
El corazón, el sirviente fiel, sigue latiendo. Dicen que el corazón de una persona bombea tanta sangre en una vida como expelen en unas horas las cataratas del lago Victoria. Dependerá, claro está, de los años de vida del corazón, ese músculo amoroso que empieza a latir en el trigésimo primer día del feto. Y del caudal de agua, según la climatología.
El corazón, nuestro último héroe, como escribe Heining Mankel en su obra póstuma Arenas movedizas, continúa latiendo ayudado por un respirador entubado a Miguel Ángel. Como la madre se opone a desconectarlo, los médicos, con un punto de desesperación ante la prolongación estéril de mantenerlo vivo solo a través del ritmo cardiaco, acuden a dirigentes del PP presentes en la UVI para que convenzan a Consuelo. Álvarez Cascos, acompañado por Carlos Iturgaiz y requerido por un médico le contesta: “Doctor, como vicepresidente del Gobierno y secretario general del partido tengo muchas responsabilidades, pero hablar con la madre para que desconecten a su hijo no es una de ellas”. Sobre las 4 de la madrugada del 13 de julio, el corazón del batería del grupo Póker pierde progresivamente su ritmo y se queda en silencio.
Los dos hijos de 'Txapote' y 'Amaia' nacieron en Madrid en 2002 y 2007, concebidos en la cárcel
Txapote ponía así otra muesca en la culata de su pistola. Pero este asesinato va a ser diferente: desata una tempestad en la sociedad española que barre durante semanas el miedo de la faz del País Vasco.
Ahí está el cuerpo con dos balas en la mesa de autopsias. “Esta bala es antigua. Antes la bala fue otras cosas. Fue fusilería, bayonetas, cuchillas, clavos en cruces, venenos. En el alba del tiempo fue la piedra que Caín lanzó contra Abel y será muchas cosas más que hoy ni siquiera imaginamos”, escribió Borges. Los proyectiles se conservan en el Gabinete de la Policía Científica de Madrid.
Los hijos que no tuvo y sí sus asesinos
Nervioso, alegre, bromista, coqueto, perfumado... Ahí está Miguel Ángel, pero no es él. Relajado, serio, estático, solo, distante, aséptico, indoloro, inodoro... Ahí está Miguel Ángel; es él, aunque no lo parezca. Es la distancia sideral que hay entre el Miguel Ángel vivo del 8 de julio, cuando salió del último pleno y contó a su compañera sus planes extraordinarios para los próximos días, y el Miguel Ángel muerto que entra en la tarde del 13 de julio por la puerta grande del ayuntamiento de Ermua, tras realizar su faena, tras realizársela a él, y es instalado en el antiguo salón de bailes de los marqueses del Valdespina.
Un Miguel Ángel deja sitió a otro Miguel Ángel en el salón de plenos. El alcalde de Ermua, Carlos Totorica, del PSOE, días después improvisó un largo y muy ajustado epitafio para describir al muerto: “Era un buen chaval, sin duda. No tenía ansias de poder ni complicadas intenciones políticas, ni ambiciones. Sin embargo, decía grandes verdades sobre ETA. Decía cosas que quizás no se atrevía a decir nadie, o casi nadie en 1996 y 1997. Siempre tuve la impresión de que Miguel Ángel llevaba la actividad política como un ciudadano concienciado”.
Cuatro lustros después, todo sigue parecido en el salón de plenos. Sigue tan casi igual que ha vuelto al ayuntamiento el ex concejal de HB, Jon Cano, ahora en representación de Bildu. Un par de meses después del asesinato de Blanco, Cano, funcionario de Correos destinado entonces en Ermua, ahora director de la oficina en Eibar, renunció a su acta, no se sabe si más por la presión popular que por resultarle inaguantable seguir apoyando los postulados políticos de ETA. Si fue esto último, el arrepentimiento le duró lo justo.
El asesinato de Miguel Ángel no fue accidental. Como decía Carlos Totorica, Blanco, pese a no ser el líder del PP en Ermua, tenía el atrevimiento de romper la ley del silencio, la omertá, y llamar asesinos a los etarras y malas personas a quienes les defendían.
Pues ahí está, presidiendo el salón de plenos. Más callado que nunca. Inmóvil. Sin un tic. Solemne. A ETA, no se sabe si por la maldición del baobab (aquel que corta una flor del árbol, será devorado por un león), madera utilizada en el suelo del salón de plenos, le salió el tiro por la culata. Mató a un concejal, pero alumbró el espíritu de Ermua.
Aquella noche del 13 al 14 de julio diluvió en Ermua como si fuera abril. Por la tarde, también había llovido. Nunca tanta gente había llorado junta tanto tiempo. Sobre todo, impresionaba ver gemir arrodillados a cientos de jóvenes. El pueblo entero entró en éxtasis emocional tras la tensión acumulada desde el 10. El caudal del río Ego, entre lluvias y lágrimas, a punto estuvo de desbordarse. Como los ánimos, espoleados con gritos de “HB, lo tienes que pagar”, “ETA, aquí tienes mi nuca”, “No es agua, es su sangre”, “No nos vamos aunque llueva”, “Los asesinos no son vascos” o “Basta ya, queremos paz”, salpicados todos los lemas con un “Míguel, Míguel”, con acento prosódico en í, que es así como los gallegos maquetos llaman a sus migueles.
El 14 no faltó nadie que pudiera ser considerado autoridad al funeral en la iglesia de Santiago. El más alto de todos los asistentes, el príncipe don Felipe, empezó a ser rey ese día. Don Felipe y Miguel Ángel compartían, al menos, dos circunstancias: ambos nacieron en 1968 y ambos eran los príncipes de su casa. Porque Chelo y Miguel trataban al hijo como un verdadero príncipe. Don Felipe consiguió algo con lo que soñaba Miguel Ángel. No con ser rey de España, como lo fue don Felipe en 2014, 17 años después del asesinato. Miguel Ángel lo que quería ser era padre y tener dos hijos, como los ha tenido Felipe VI, y tuvieron también los etarras que le pegaron dos tiros, Txapote y su compañera de secuestro, Amaia, en 2002 y 2007. Un niño y una niña, en los hospitales de Getafe y en el Gregorio Marañón de la capital. Dos hijos madrileños.
-El hijo de todos. Vida y asesinato del mártir que venció a ETA, editado por La Esfera de los Libros, se pone a la venta el martes 6 de septiembre.