Veintisiete grados a las siete y cuarto de la mañana. Salir a cazar a principios de septiembre no es nada habitual. Y menos, con esta temperatura. La veda debería estar cerrada, pero hay una plaga de conejos que erradicar. Y a fin de cuentas, un cazador nunca pierde ese “darle gusto al dedo” al que Miguel Delibes se refería en Diario de un cazador.
Siete veteranos se reúnen en Campo de Criptana (Ciudad Real) para repartirse el trabajo. Mientras se dividen en cuadrillas, dentro de un Jeep se escuchan los arañazos de tres hurones que esperan ansiosos en una caja de madera, junto a las escopetas, a que comience la jornada.
Tras recorrer en coche algunos caminos de tierra, llegamos a los puestos y se hace el silencio. Amanece en la llanura manchega y tres figuras robustas, con la escopeta en alto, contienen la respiración como tres esculturas de piedra.
Se escucha el sonido de un cascabel. Lo lleva colgado al cuello un hurón que, bajo tierra, busca a su presa. Un segundo después, un conejo sale disparado de la madriguera. ¡Piung! El primer disparo de una superpuesta choca contra el campo de trigo recién segado. ¡Piung! La segunda escopeta tampoco alcanza al conejo, que corre a gran velocidad. ¡Piung! El disparo de una Franchi Prestige semiatomática acaba con uno de los primeros trofeos de la mañana. Acierta Silvio Leal, El Cuco, que compró la escopeta hace más de 35 años pero este verano le va a dar más uso que nunca.
10.000 conejos abatidos
Los terrenos agrícolas de Campo de Criptana (Ciudad Real), donde acompañamos a los cazadores, están siendo devorados por los conejos. Se pueden apreciar daños hasta en 23.000 hectáreas de coto. Se ve perfectamente en algunos viñedos.
A unos días de que comience la vendimia, las cepas no tienen ni un racimo, ni una hoja, los conejos mordisquean incluso los sarmientos. También trepan por los almendros y los olivos y se comen todo lo que pillan.
“Lo peor no es la cosecha de este año” -cuenta José Antonio Utrilla, agricultor-, “lo peor es que destrozan la planta y puede que haya que arrancar las viñas y poner otras para que den fruto”, se lamenta.
Desde febrero que se cerró la veda, los cazadores han pedido a la Consejería de Medio Ambiente sucesivos permisos para salir al campo con perro o con hurón, como lo están haciendo ahora. Tanto ellos como los agricultores se quejan de que cuando los permisos llegan, el daño ya está hecho, porque los conejos ya han alcanzado la mayoría de cultivos.
Con el cinturón cargado de cartuchos y la escopeta al hombro, Ángel Alberca, alias Bodega, camina pausado y recoge los conejos que ya han caído. En el mes de agosto llegaron a cazar 400 por día, pero la plaga va disminuyendo y ahora cazan entre 40 y 80, dependiendo de los hombres que salgan.
Ángel Alberca es el presidente de la Asociación de Cazadores de Campo de Criptana. Explica que durante julio y agosto, unos 60 hombres salieron cada día con su escopeta. “Ha venido a ayudarnos gente de Madrid, Alicante y Murcia”, cuenta. “Ya veis que nosotros no sacamos ningún lucro de esto. De hecho, estamos perdiendo dinero. Pero los agricultores nos piden ayuda”, asegura.
A tal punto llegó la preocupación de los hombres del campo, que el ayuntamiento de la localidad repartió 10.000 cartuchos entre los cazadores para hacer frente a la plaga. “Los cartuchos han costado 1.600 euros, una cantidad que se han ahorrado los cazadores en paro o jubilados, quienes pueden salir a cazar a diario”, explica Pilar Fernández, concejal de Economía del consistorio.
Javier Quiñones, otro de los cazadores de la asociación que hoy se ha quedado con las ganas de salir al campo por trabajo, lo confirma. “Hasta que nos dieron los cartuchos ya habíamos gastado más de 7.000. Al final, que salgan gratis es un aliciente para quienes están en el paro”, aclara. Teniendo en cuenta que se suele gastar una media de dos cartuchos por conejo, los cazadores criptanenses llevan casi 10.000 conejos abatidos, aunque los expertos sostienen que la plaga podría superar los 100.000 ejemplares.
Campo de Criptana no es el único municipio afectado. Toda la zona central de La Mancha, que incluye municipios de Toledo, Cuenca, Albacete y Ciudad Real, también lo está. La plaga se extiende también a las comunidades de Madrid y algunas provincias de Castilla y León (Ávila, Segovia o Salamanca). La clave nos la da el portavoz de Ecologistas en Acción en Castilla-La Mancha, Miguel Ángel Hernández. Explica que el origen está en la construcción de las autovías que atraviesan Castilla-La Mancha en dirección a Andalucía y Levante.
“Los taludes de estas infraestructuras se han convertido en un refugio para los conejos, que desde allí tienen el acceso directo a los cultivos de los agricultores”, expone Hernández. “En lugar de atajar el problema de raíz y gastarse el dinero en modificar las infraestructuras, las consejerías prefieren ir dando permisos a los cazadores y que entre ellos y los agricultores se las apañen”, se queja.
Si los conejos no encontraran la comida tan rápido, Hernández está convencido de que se quedarían en su hábitat natural, los terrenos de monte bajo. Con este panorama, los cazadores deberían seguir cazando al ritmo de decenas de miles de conejos al mes en cada provincia para mantener a ralla el problema hasta bien entrado el invierno.
Los agricultores de Tomelloso, Pedro Muñoz, Socuéllamos, Almagro, Bolaños o Carrión de Calatrava, todos en la provincia de Ciudad Real aunque en un radio de más de 80 kilómetros, están sufriendo el mismo problema.
Miguel Laguna, ingeniero técnico de montes de la Federación de Caza de Castilla-La Mancha y encargado de gestionar los permisos para los cazadores, calcula que los daños afectan a más de 100.000 hectáreas. “Sin la labor de los cazadores, los conejos acabarían con los cultivos de la provincia de Ciudad Real en unos meses”, reflexiona.
Un día entre amigos
Los cazadores siguen yendo a la pieza “noblemente”, como también escribió Delibes. Da igual si es uno o son cientos, esos conejos son un trofeo para ellos. No ya “para la merienda” como dijo el escritor vallisoletano, porque ahora los conejos no los quieren ni en el pueblo. Se quedan congelados en arcones y los van regalando a las familias que todavía saben despellejarlos.
Para ellos, la caza sigue siendo una manera de reencontrarse con los amigos y disfrutar del campo. Llevan décadas saliendo juntos. Marcelino Sevilla (Cebolla) y Félix Cobo (Urraca), vienen desde Tomelloso. Son los dueños de los hurones. Los crían a base de pienso en una parcela vallada.
“Pueden durar hasta 8 o 9 años, aunque sólo son útiles para la caza durante 2 o 3”, nos instruye Félix Cobo, que los cuida con cariño. No deja de acariciar a los pequeños animales para que entiendan quién es el amo. Los acerca a las bocas de las madrigueras y les susurra su cometido: “Venga gitano, a por él”.
A todos los llama Gitano. Gitano 1, 2, 3, y a las hembras, Gitanas. El resto de cazadores se ríe de la ocurrencia. Y así, entre chascarrillo y chascarrillo, la jornada de caza acaba muy pronto. A las diez y media de la mañana no se puede estar en el campo. El termómetro ha subido a los 36 grados, y sin ninguna sombra bajo la que cobijarse, se hace imposible seguir. Les hemos entretenido en su trabajo. La cuadrilla de Silvio (Cuco) y Ángel (Bodega) a la que hemos acompañado, ha cazado 9 conejos. Pero entre la de Don Lucio, el médico del pueblo, y la de Manuel Quiñones, traen 36 piezas.
En el almuerzo comentan la jugada. Y comparten sus recetas con conejo. Parece que la ganadora es la de Don Lucio: conejo encebollado. Será porque es la menos calórica… Aunque, entre amigos, deja las recomendaciones médicas y la bata colgada.
“Una vez tuve que asistir a Cebolla en el campo. Se fue a dar un paseo porque se sentía mal y me fui con él. Me temía que le diera una bajada de azúcar”. Todos bromean con los excesos de Marcelino Sevilla. El médico asegura que no hay vida más sana que ésta.
“A mis 71 años, voy a Madrid cuando es estrictamente necesario. Salgo a cazar siempre que puedo, duermo la siesta y juego al dominó por las tardes”, relata. En el almuerzo, casi sin darnos cuenta, se nos han ido dos horas. Pero se nos perdona, porque como siempre han dicho los cazadores: “Lo primero y principal es ir a misa y almorzar. Pero si corre mucha prisa, hay que almorzar aunque no vayas a misa”.