“Nosotras nos preguntamos, ‘Dios, ¿no puedes hacer un milagro?’, con tantos como haces; pero, por lo visto, nos quiere hacer esperar”. Y ya van diez años. Las monjas del convento de Santa María del Arrabal, el más antiguo de Cádiz, aguardan a que la providencia las devuelva de nuevo a su monasterio. Lo abandonaron en ruinas y así sigue. Los techos se caen, los muros están agrietados y unos puntales soportan el peso de las vigas. La fe sostiene el resto. A falta de voluntad divina, buscan la ayuda humana.
Ora et labora. La vida contemplativa se rige, entre otras, por esta norma que dicta la regla de San Benito. Rezar y trabajar para sobrevivir a un nuevo día. “Dios nos dijo, ‘poned de vuestra parte todo lo que podáis y tengáis y yo pondré lo que falta’, y ahí seguimos en el empeño”, confiesa Sor María Luz Suárez, abadesa del monasterio de Santa María del Arrabal de Cádiz. Cada día, entre los rezos de la congregación se cuela una petición, recurrente desde hace diez años: el arreglo del convento del que tuvieron que salir a prisa por el mal estado general del inmueble.
Las estancias se fueron precintando hasta que los arquitectos lanzaron un ultimátum: las monjas debían abandonar el convento sí o sí. Y lo que fue un exilio temporal por dos años se ha convertido una travesía por un desierto de trabas burocráticas, complicaciones económicas y falta de voluntad de quienes tendieron la mano pero no completaron la ayuda.
Ni la Junta de Andalucía, ni el Ayuntamiento de Cádiz, ni el propio Obispado de Cádiz. Nadie atiende las súplicas de cuatro monjas, dos mejicanas, una venezolana y la abadesa, de León; lo que queda de la comunidad gaditana de estas concepcionistas franciscanas de la Orden de la Inmaculada Concepción, fundada por Santa Beatriz de Silva en el año 1484 y aprobada por el Papa Inocencio VIII cinco años más tarde. Muchas han fallecido lejos de su convento estos diez años atrás. La última, Sor Ana María, que en vida cuidaba las plantas del patio grande de Santa María, ahora abandonado, repleto de naranjos sin podar y con el fruto en el suelo pudriéndose. Nada queda del verdor de antaño.
“Ahora solo vemos polvo y escombros por todas partes”, lamenta la abadesa. “Era tan hermoso, con los arriates repletos de flores”, insiste. Hoy, un día de levante y de intenso calor en Cádiz, acompaña a EL ESPAÑOL a visitar lo que un día fue su casa. Ahora vive en otro convento, el de Santa María de la Piedad, acogida junto a sus hermanas hasta que las obras que nunca llegan hagan habitable el primer monasterio que tuvo la ciudad.
La historia de este espacio se remonta al año 1527, cuando las autoridades civiles y eclesiásticas de Cádiz toman conciencia de la ausencia de órdenes religiosas en la ciudad y ceden a las monjas de la Orden de la Inmaculada Concepción la ermita de la virgen del Arrabal, situada a las afueras de la urbe, que hoy es una de las zonas céntricas. A escasos metros del Ayuntamiento y de la playa de Santa María. Pronto el número de religiosas ascendió a 53 monjas.
“Desde la azotea, que nosotras llamamos la Picota, se veía el atardecer. Ahí subíamos los domingos y los días de fiesta y escuchábamos el cantar de los pájaros y hasta se olía el mar”, narra Sor Carmen María de Jesús, que llegó a Cádiz desde Venezuela después de seguir el Camino Neocatecumenal. Allí dejó 15 hermanos, 53 sobrinos y más de 60 sobrinos nietos, además de su trabajo como contador público. “Lo dejé todo por la llamada del Señor”, confiesa. Y en Santa María, a pesar de la clausura, encontró la libertad. “En ningún momento me he sentido encerrada. Aguardo con esperanza el momento en el que volvamos al convento”.
Un problema enquistado
El regreso de las cuatro religiosas pasa por cumplir el plan director que la asociación de Amigos del Monasterio de Santa María de Cádiz ha fijado para desbloquear la situación. Dicho programa establece una intervención en fases, que se irían acometiendo en función del estado de las instalaciones, dando prioridad a las zonas más ruinosas. En total, la ejecución superaría los seis millones de euros. La financiación es el principal escollo a salvar.
El propio plan establece una estrategia de autofinanciación mediante la reconversión de la casa del Capellán en un pequeño monasterio de realojo que en el futuro se convertiría en una hospedería con la que recabar ingresos para la continuación de las obras. Luego se realizaría una intervención en el claustro mayor y en la zonas de celdas, donde las monjas hacen vida; y, por último, en la zona más antigua del monasterio, la que se conoce como el huerto del olivo, está prevista la instalación de un obrador que permitiese generar ingresos para poder seguir con la rehabilitación. El proyecto también contempla la creación de una zona de usos comunes para los vecinos del barrio en donde organizar talleres y cursos.
Las monjas ya tienen el visto bueno de la oficina de Urbanismo del Ayuntamiento de Cádiz, que ha aprobado el proyecto y concedido la licencia de obras. El mismo consistorio aprobó en un pleno municipal de 2015 la concesión de 250.000 euros para iniciar las obras de la pequeña hospedería, presupuestadas en 520.000 euros. Pero la respuesta siempre es la misma. “Dicen que no tienen dinero”, lamenta el vicepresidente de la asociación, Antonio Ramos Gil. De hecho, en los presupuestos recientemente aprobados no existe ninguna partida presupuestaria para tal fin. Lo que hace pensar a la organización vecinal que el actual alcalde poco interés tiene en rehabilitar Santa María. “Lo hemos invitado varias veces a visitar el convento pero, parece ser que por motivos de agenda, no ha podido venir”, explica el portavoz.
La Junta de Andalucía también desoye las peticiones de ayuda de las monjas. Es más, la administración autonómica incluso ha hecho caja de las ruinas. En septiembre de 2005, la Junta y el Obispado de Cádiz firmaron un convenio de colaboración según el cual el ente autonómico se comprometía a rehabilitar el convento de Santa María en un alto porcentaje. A cambio, las monjas debían ceder a la Consejería de Obras Públicas una finca de su propiedad valorada en unos 270.450 euros. Montante que iría destinado para las obras y que, en el caso de no ejecutarse, se debía abonar a las religiosas. Años después, en 2010, las monjas no tienen ni una cosa ni la otra.
La Administración andaluza exige a las religiosas 2,6 millones para iniciar la rehabilitación del convento, que ascienden según la valoración de la Junta a 7,2 millones de euros. Pero las monjas no pueden hacer frente a dicho pago.
A falta de ayudas públicas, inversión privada
“Somos pesimistas”, confiesa el vicepresidente de Amigos del Monasterio de Santa María. “No vendrá ni el Ayuntamiento ni la Junta de Andalucía a poner los millones que una reforma integral necesita, así que la salvación pasa por la inversión privada”. Una opción “compleja, porque tendría que venir un mecenas o una fundación que colaborase a fondo perdido con las distintas fases”, esgrime Ramos Gil. Y mientras, las cuatro religiosas siguen poniendo dinero para ir acometiendo pequeñas pero imprescindibles intervenciones.
Los defensores de Santa María buscan ahora “soluciones realistas”. “Habría que recurrir a estrategias de crowdfunding o economía colaborativa”, detalla el arquitecto Fernando Ríos, encargado del proyecto. “Pero para eso hay que concienciar a la ciudadanía de Cádiz, hacerle ver que existe un problema y que ellos son parte de la solución”, insiste. “Lo que no puedes es pedirle a unas monjas que pongan encima de la mesa dos millones de euros”.
La religiosa recuerda cómo sus hermanas contaban hace años que muchos de los cantaores flamencos de Cádiz acudían al convento para escuchar gregoriano e incluir este material inspirador en sus composiciones. Entre sus muros también se gestó la obra de Sor María Gertrudis de la Cruz Hore, hija de irlandeses residentes en Cádiz, que destacó como poetisa y se hizo famosa entre los escritores románticos con el sobrenombre de ‘Hija del Sol’. “Hay que ahondar en la historia del barrio y de Cádiz para descubrir que al fondo está el convento de Santa María”, defiende Sor María Luz. “Ha sido motor del barrio”, subraya.
“¿Es que no se dan cuenta los gaditanos, la sociedad en general, que no es solo perder frailes y curas, que eso es perder algo de su identidad?”, se pregunta la abadesa. “Pienso que los gaditanos deberían reflexionar y poner su granito de arena en evitar esta situación, porque se pierde un trozo de lo que constituye su vida”, apunta.
“Cuando oigo que se cierra un convento me entra una angustia y una pena... Porque de Cádiz se han ido los Jesuitas, también los Mercedarios, se oye que también se irán los Carmelitas. Y con nuestro convento, el dolor es doble”, lamenta la abadesa mientras camina por una de las naves del monasterio.
Una situación que se agrava
En algunas estancias, los puntales aguantan techos derruidos. Unas cintas marcan los espacios que no se pueden transitar por grave riesgo de derrumbes. Los muros se desmoronan con solo rozarlos con la mano. Y unas palomas vencen las redes que tratan de cortarles el paso, campando a sus anchas por la galerías del patio central. Y todo ocurre a escasos metros de uno de los puntos de mayor devoción de Cádiz, la capilla del Nazareno, que alberga una de las imágenes más veneradas de la ciudad.
“Nos da mucha pena”, resume Sor María Luz. “Nos dijeron que nos íbamos solo por dos años, pero no ha sido así y ya vamos para diez años largos. Y no es que la situación esté mejor, es que está mucho peor. Notamos que el deterioro avanza rápido y nos da mucha tristeza. ¿Qué podemos hacer? Hay muchas personas buenas que están poniendo su empeño en desbloquear la situación, pero no sale, no sale. Y pienso, Dios mío, ¿qué es lo que quieres?”.
“Nosotros estamos pidiendo de forma constante, día y noche, al Señor para que se cumpla su voluntad pero que, a ser posible, se rehabilite nuestro convento. Nos dicen que estamos un poco locas, que soñamos despiertas, y eso que hacemos lo que debemos pero no funciona”, explica. “Pero Señor, ¡con tantos milagros que dicen que haces y el nuestro no lo haces! A lo mejor es que no sabemos pedirlo, por eso le digo a todo el mundo que pida, que pida, para que por lo menos, si nosotros no sabemos pedirlo como conviene, otras personas lo consigan”.