Es 4 de septiembre, domingo de feria en Melilla, la pequeña ciudad autónoma española a la que baña el mar de Alborán. Su frontera, junto a la de Ceuta, divide dos mundos: África, el continente más pobre del planeta, y Europa, el más rico y pudiente.

Son las dos de la tarde y el termómetro marca unos bochornosos 33 grados. Los que no están en la playa o en la piscina aprovechan para tapear y divertirse en el último día de los festejos patronales. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado están inmersas en la llamada Operación Feriante y los escasos efectivos que guardan la frontera realizan el cambio de turno.

Aprovechando las circunstancias, y a plena luz del día, por un lugar poco habitual de la zona norte perimetral y divididos en cuatro columnas de hombres, 130 de los dos centenares de inmigrantes que lo intentan consiguen su objetivo: saltar la valla, alcanzar Melilla y no ser devueltos a Marruecos. Llegaban desde el monte Gurugú, una zona cercana a Beni Enzar, el primer pueblo marroquí al otro lado de la frontera.

Al día siguiente, ante la sorpresa de muchos, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, aplaude la hazaña de estos hombres y asegura que aquellos que han logrado acceder a España saltando la valla melillense son "héroes", “los mejores” y “los más valientes”.

Los superhéroes de Carmena

Carmena alaba la importancia de “las migraciones” y de “los mestizajes” y afirma que personas de la talla de estos jóvenes subsaharianos son los que Madrid necesita: “Queremos que vengan con nosotros y lo queremos de verdad”.

Este martes, la mayor parte de estos inmigrantes están sentados frente al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), bajo la sombra que les proporcionan las acacias que bordean el campo de golf de Melilla. No tienen borrego para el sacrificio, así que celebran el Aid El Kebir (Pascua grande musulmana) alrededor de un fuego, con sus mejores ropas, tomando un té con hierbabuena y charlando sobre cuestiones religiosas.

Son muy jóvenes, algunos incluso menores de edad. Todos vienen del África Occidental, principalmente de Guinea, Costa de Marfil y Burkina Faso. A todos les mueve el hambre, la falta de trabajo y de recursos económicos, y el intentar ayudar a esas familias que han dejado atrás, pero que no olvidan.

La mayor parte proceden de aldeas o de las periferias de las capitales más deprimidas. Apenas tienen estudios. Hay quien no ha pisado nunca un centro de enseñanza, hasta el punto de que muchos no hablan francés, el idioma oficial de sus respectivos países, y sólo se expresan en lengua mandinga.

Intento de entrada en España, en marzo de 2014, a través de la valla de Melilla. Reuters

El periodista se acerca a ellos y les pregunta por Manuela Carmena, la regidora de la capital de España. Cuando se les explica lo que dijo de ellos, unos ríen asombrados y otros no esconden su desconocimiento. Ninguno sabe quién es Carmena ni se habían enterado de sus declaraciones. Pero es que la mayoría ni siquiera comprende qué es una alcaldesa y alguno incluso pregunta extrañado: “¿Madrid? ¿Qué es Madrid?”.

“¡No somos superhéroes, ni somos los mejores, ni los más valientes!”, grita desde el fondo un chico alto y con barba. “Pero vamos donde sea para poder dar de comer a nuestras familias. Si tenemos que quedarnos aquí, saldremos adelante; si tenemos que ir a Madrid, saldremos adelante. Si nos obligan a volver, lo volveremos a intentar. Somos duros, tenemos fe, Dios está con nosotros y sabemos adaptarnos a cualquier situación”, afirma un imponente burkinés que responde al nombre de Bara.

LOS SEIS HÉROES DE CARMENA

EL ESPAÑOL habla con seis de los inmigrantes que lograron acceder a Melilla a principios de septiembre y a los que Carmena alabó. Dos semanas después de su llegada a Eldorado europeo, les planteamos estas tres preguntas: 1. ¿Sabía que la alcaldesa de Madrid, la capital de España, piensa que usted es un héroe por saltar la valla? 2. Si pudiera, ¿qué le pediría a la alcaldesa de Madrid? 3. ¿Quiere usted quedarse en España? ¿Qué espera conseguir una vez cruce el Estrecho?

Bara Mazo pasó cuatro años en el monte Gurugú, al otro lado de la frontera con Melilla. J. Blasco de Avellaneda

Nombre: Bara Mazo

Edad: 27 años

Procedencia: Uagadugú (Burkina Faso)

Profesión: Agricultor temporero. Sin estudios.

1. No, no lo sabía. Pero, francamente me parece algo muy bueno. Es bonito que a alguien le reciban así.

2. Después de tanto tiempo sufriendo en Marruecos he logrado llegar a España. Esto es una gran aventura con mucho dolor. Si alguien me diera una oportunidad en Madrid y me permitiera trabajar y arreglar mis papeles en España me quedaría allí, seguro. Podría ayudar a mi familia a salir adelante.

3. Sí, claro. He arriesgado mi vida para llegar a España. Si puedo tener una oportunidad en Madrid, o en Barcelona, en una gran ciudad española donde pueda buscar trabajo, la aprovecharé. Soy fuerte y podría hacer lo que fuera. Vengo obligado por mi familia, para intentar sacarles de la miseria. Si he conseguido llegar hasta aquí, puedo hacer cualquier cosa.

Con tan sólo 27 años es ya todo un veterano y un líder para sus compañeros. Es de los pocos que ha dejado atrás mujer e hijos, y también es el que más tiempo ha estado en los campamentos de inmigrantes del norte de Marruecos, casi cuatro años.

Durante todo ese período ha intentado entrar tantas veces a Melilla que no sabría dar una cifra exacta. Afirma que en más de una ocasión logró encaramarse a lo alto del vallado e incluso que consiguió pisar suelo español, pero que siempre acababa siendo entregado a las fuerzas auxiliares marroquíes.

“Marruecos no es fácil. Estás tirado en un bosque, sin comida, sin dinero. No hay trabajo ni tienes nada que hacer. Los días son eternos y nadie te hace la vida más sencilla. Todos quieren que te vayas y uno ya no sabe si desistir o resistir”, relata Bara.

Lo más duro de esa larga etapa fue sin duda cuando tras una redada policial fue detenido y trasladado a Rabat. Le quitaron todas sus pertenencias, entre ellas, el poco dinero que había ahorrado trabajando en Argelia y el teléfono móvil. Durante meses no pudo comunicarse con su familia: “Sufrí mucho. No tenía nada que llevarme a la boca pero lo que me encogía el corazón era no saber de mis seres queridos y que ellos sufrieran por no saber de mí”.

Le costó mucho saltar las vallas fronterizas. Cree que cuando eran tres en vez de cuatro los obstáculos era menos agotador. Un profundo corte en su pierna izquierda es la prueba del encontronazo con un agente marroquí: “Me agarró por detrás y tiraba de mí. Hice todo lo que pude por zafarme y acabé cortándome con las cuchillas”.

Profundamente religioso, enseña a sus jóvenes pupilos sobre temas de fe e islam. Sin embargo, asegura que todos somos hijos del mismo Dios y que si logra rehacer su vida en Madrid es muy probable que, en su afán por adaptarse, se convierta al cristianismo.

Diabaté Bakarí fue forzado a combatir en la guerra de Costa de Marfil. J. Blasco de Avellaneda

Nombre: Diabaté Bakarí

Edad: 25 años

Procedencia: Divo (Costa de Marfil)

Profesión: Sin profesión. Nunca ha trabajado. Ha terminado el bachillerato. Fue niño soldado.

1. No, no sabía nada. Pero me parece muy bien. Me gusta. Eso es muy bueno para nosotros.

2. No lo sé. Supongo que le daría las gracias por sus palabras. Y si está dispuesta pues que nos ayude. Yo se lo agradezco.

3. Sí. Me gustaría ir a Almería a trabajar. Me han dicho que hay trabajo allí. Yo solo quiero trabajar. Necesito trabajar.

La vida de Diabaté concentra en una sola persona las peores consecuencias de las guerras civiles de Costa de Marfil. Durante la primera (2002-2007) fue forzado a combatir con un grupo rebelde. Tras concluir los combates, pudo retomar sus estudios y parecía que el instituto y los deportes podían hacerle olvidar tanto sufrimiento cuando estalló la segunda en 2011.

Logró terminar el bachillerato pero su pasado le perseguía y los problemas económicos y sociales en su entorno le empujaron a emigrar hacia el norte. Pasó dos años en Argelia haciendo trabajos forzados intentando reunir algo de dinero para llegar a España.

“Todo a mi alrededor siempre ha sido violencia. Crecí con dos fuerzas enfrentadas en mi país. He vivido situaciones muy difíciles. Escapé para intentar tener una vida mejor y el camino ha estado igualmente marcado por la violencia”, confiesa casi con vergüenza, mirando al suelo y sin querer contar nada de su etapa en la guerrilla.

No pasa un minuto sin que se acuerde de sus compañeros del Gurugú. Muchos de sus “hermanos”, como él les llama, no han corrido su suerte y siguen a la intemperie, comiendo basura y mendigando a la espera de lograr entrar en Melilla.

Guengane Yannick habla francés, inglés y ha estudiado informática. J. Blasco de Avellaneda

Nombre: Guengané Yannick

Edad: 25 años

Procedencia: Uagadugú (Burkina Faso)

Profesión: Nunca ha trabajado. Estudió dos años de informática. Sueña con ser actor.

1. No. Se lo agradezco dulcemente y de corazón.

2. Si el día de mañana tengo la oportunidad de llegar a Madrid y la alcaldesa me acoge yo me quedaría en Madrid y estoy seguro de que allí trabajaría y saldría adelante.

3. Creo que puedo quedarme en España y conseguir mi sueño de ser actor aquí. Había pensado en Valencia o Barcelona, pero, sabiendo las palabras de la alcaldesa, también podría ir a Madrid. Quiero quedarme en España y triunfar aquí, sin duda.

Yannick es un mirlo blanco entre los más de 130 jóvenes que saltaron la valla el pasado 4 de septiembre. Habla un refinado francés e incluso puede mantener una conversación sencilla en inglés. Ha pasado por la universidad, aunque no llegó a terminar el segundo curso de informática, y sus formas de vestir, de moverse y de llevar la conversación denotan que ha llevado una vida distinta, seguramente mejor, que la de sus compañeros.

También es de familia humilde y nunca ha tenido un trabajo remunerado, pero lo que ha movido a este joven a saltar la valla es lograr su sueño: ser un gran actor.  “Me gustaría ser actor. Creo que puedo lograrlo. Es un sueño, pero también lo era llegar a España y aquí estoy”, explica sonriente.

Al igual que Bara, es un líder natural. Además, sus conocimientos de idiomas le permiten estar en todas las conversaciones y le hacen imprescindible para el grupo. Con paciencia y sin rechistar va pasando del francés al bambara, del bambara al inglés, del inglés al francés, y así continuamente para que ningún compañero pierda el hilo.

“He tenido la suerte de poder formarme pero el viaje ha sido duro para todos. Llegar hasta aquí es jugarte muchas veces la vida. He estado casi dos años en el Gurugú y lo único que me permitía seguir intentándolo era la fe en Dios y el saber que muchos compañeros lo habían conseguido antes que yo; saber que era posible. Con fe y esperanza todo llega, y por eso creo que mi oportunidad de triunfar en España llegará. Somos fuertes y si tengo que trabajar en el campo lo haré y actuaré para las verduras que recoja”, comenta con una permanente y serena sonrisa que te atrapa.

Abdellah Pará dice que es la esperanza de su madre para sacar de la pobreza a la familia. J. Blasco de Avellaneda

Nombre: Abdellah Pará

Edad: 21 años

Procedencia: Banfora (Burkina Faso)

Profesión: Mecánico en paro. Sin estudios.

1. No sé muy bien qué es una alcaldesa. No sabía nada de ella.

2. Sinceramente, me gustaría que me diese un trabajo. Eso me encantaría, me haría muy feliz.

3. Había pensado quedarme en Almería. Tengo conocidos allí trabajando en el campo. Para empezar y poder mandar dinero a mi familia está bien. Mi única intención es sacar a mi familia de la pobreza.

Abdellah tiene la suerte, o quizá la desgracia, de ser joven, fuerte y no tener miedo a nada. Estas cualidades le permitieron ser escogido por su familia para intentar llegar a Europa y con su trabajo y esfuerzo sacarles de la pobreza.

Sin apenas estudios, en Banfora sólo conseguía trabajos sin sueldo o de muy baja remuneración, a veces de mecánico y otras recogiendo caña de azúcar. Algunos jóvenes de su ciudad habían logrado llegar a Almería y trabajaban en el mar de plástico de El Ejido. Desde allí conseguían mandar todos los meses algún dinero a sus parientes, suficiente para darles de comer: “Así que decidimos que yo lo intentaría. Nosotros somos muy, muy pobres. Yo soy la esperanza de mi madre, mis hermanas, mis tías. Todo lo que no sea trabajar no está en mis planes. Ellos me necesitan”.

Aunque de momento se conforma con trabajar en el campo, este amante del mundo rastafari aspira a quedarse en España, traerse a su familia y acabar montando un taller de reparación de automóviles.

Yusuf Konaté reconoce que no sabe nada de Madrid ni de España. J. Blasco de Avellaneda

Nombre: Yusuf Konaté

Edad: 24 años

Procedencia: Abiyán (Costa de Marfil)

Profesión: Electricista en paro. Sin estudios. Le gustaría trabajar como mecánico de coches

1. No. No sabía nada. No creo que seamos superiores a nadie. Cualquiera en nuestra situación haría lo mismo.

2. Si pudiera ir a Madrid y quedarme allí sería genial. Ojalá pudiera trabajar allí.

3. Hasta ahora no conocía España y no sabía nada de Madrid tampoco. Sólo sé que el Gurugú y el sufrimiento pasado en Argelia y Marruecos ha quedado al otro lado de la valla. Ahora estoy en España y cambiar mi vida y encontrar una oportunidad para conseguir dinero para mi familia es mi único objetivo.

Yusuf, al igual que Diabaté, ha sufrido las graves secuelas de las guerras civiles marfileñas. La sobreprotección de su familia le permitió no tener que combatir ni vivir la lucha en primera persona.

Pero las consecuencias del aislamiento son la falta de estudios y de experiencia laboral: “He heredado el oficio de electricista. Soy mecánico electricista de coches. Pero no he tenido oportunidad de trabajar fuera de casa”.

Salió de su país en busca de una vida mejor para él y para los suyos pero no sabía a dónde iba. Partió con un grupo de compatriotas. Él ni siquiera conocía España. Lo poco que conoce ahora lo ha ido aprendiendo en el camino.

“He madurado mucho en los campamentos y también he sufrido mucho. Pero todo merece la pena si al final tengo una oportunidad. El presente es muy duro pero no me importa si hay un futuro para mí y mi familia”, concluye.

Drissa Diarrá quiere ir a Francia, donde tiene amigos viviendo allí. J. Blasco de Avellaneda

Nombre: Drissa Diarrá

Edad: 19 años

Procedencia: Bouaké (Costa de Marfil)

Profesión: Soldador en paro. Sin estudios.

1. No. No lo sabía y no creo que lo sea.

2. Yo huyo del hambre y de la guerra, de la violencia. Creo que podría vivir en Madrid. Sin duda.

3. Mi idea es ir a Francia. Conozco algunas personas residentes en ese país y había pensado llegar hasta allí para buscar trabajo. Aunque estoy seguro que si nos ayudan podría rehacer mi vida en Madrid.

Aunque marfileño, Diarrá ha llegado procedente del Congo. Su familia se refugió allí huyendo de la guerra. Tiene amigos en Francia y su intención era llegar ahí hasta que en el Gurugú conoció a Yannick, Bara, Diabaté y compañía. Ahora, la idea de quedarse en España no le resulta tan disparatada.

En el Congo no era feliz, pero no podía volver a su país, allí ya no le quedaba nada. Ha trabajado de soldador aunque no es un empleo que le apasione. Le gusta el deporte y la música, y no descarta estudiar y formarse en Europa: “Soy joven y aunque necesito ahorrar para mi familia soy consciente de que la competencia aquí es muy dura. Cuanto más estudie más podré avanzar y ganar para dar a los míos una vida mejor”.

[Ninguno sabe quién es Carmena, aunque sí les gustaría vivir en Madrid. O en cualquier otra gran ciudad. Da igual. La necesidad les empujó más allá de sus fronteras a jugarse la vida para escapar del hambre y la guerra. Ahora esperan renacer en España. Y tratar de averiguar quién es esa señora que tanto dice admirarles].

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