La casa es grande. Dos plantas de 100 metros cuadrados cada una. Está aislada, separada del núcleo urbano en un pueblo de montaña de las afueras de Barcelona. La primera planta es una vivienda normal, bastante austera por la situación económica de los inquilinos. En el salón sólo hay un sofá, una tele, fotos del matrimonio y juguetes del niño de 7 años. En el sótano hay 1.400 plantas de marihuana.
Eduardo cuida ese jardín, aunque no es suyo. Es de los mismos que le pagan el alquiler de la casa: una banda de narcotraficantes que se pusieron en contacto con él cuando se enteraron de que había sido desahuciado y vivía con su mujer y su hijo en casa de sus padres. “¿Tú quieres una casa? ¿Quieres trabajar? Pues ponte con nosotros de jardinero” le propusieron. “Y no lo pude rechazar. No tenía ni donde caerme muerto. Y yo tengo un crío pequeño; tenía que coger cualquier cosa”, confiesa.
Así, este joven de 35 años pasó de ser pintor en paro a inquilino y jardinero de una ‘casa verde’. Es el nuevo sistema de producción de cannabis ideado por los clanes de esta industria sumergida que mueve cientos de millones en España. Las 'casas verdes' cada vez proliferan más en España, sobre todo en Cataluña y Levante. Son casas cuyo alquiler paga el narco, a cambio de instalar un cultivo de interior dentro y que el inquilino lo cuide.
Los traficantes consiguen así expandir su negocio y minimizar los riesgos al contratar a trabajadores que, a su vez, ejercen de testaferro. Las bandas se aprovechan así de la situación precaria de una persona. Por un lado consiguen un nuevo espacio para plantar y, por el otro, mano de obra barata. Además, delegan en el jardinero toda la responsabilidad en caso de intervención policial.
OLOR A HIERBA
Bajo las escaleras con Eduardo y caminamos entre los pasillos del enorme cultivo que ocupa todo el sótano. Me recomienda que me ponga unas gafas de sol, para que no me moleste la intensa luz que desprenden las lámparas de vapor de sodio. “Son 70 focos. Cada foco alumbra 20 plantas. Cada planta saca entre 400 y 500 gramos de cogollo. Cada gramo se vende entre 2,5 y 3,2 euros. Calcula tú”, me dice.
Yo no voy a calcular nada porque estoy medio colocado, le contesto. Y es que ese es uno de los rasgos más característicos de una plantación de cannabis: el olor puede llegar a ser insoportable. A pesar de que la marihuana no sube si no es fumada o ingerida, el penetrante aroma de 1.400 plantas maduras llega a afectar a los sentidos. Es denso, intenso, lo impregna todo, marea mucho. Coloca. Sobre todo ahora que la marihuana ha acabado su floración, está lista para ser recogida y emana el aroma más potente de todo su ciclo de vida. “Pues no llevas ni diez minutos aquí. Imagínate pasar 12 o 15 horas aquí metido”, me dice riendo. Yo también me río, pero por la que llevo encima.
“Nunca te acabas de acostumbrar”, confiesa Eduardo, que lleva un año oliendo esas plantas a diario. Es el tiempo que lleva viviendo en esa casa y, por ende, cultivando marihuana. Eran las condiciones a cumplir para que el clan de narcos le pusiese un sueldo y le pagase el alquiler de una casa… verde.
EL TRATO
Las 'casas verdes' no son conocidas así por el color de su fachada, sino porque dentro albergan una plantación de marihuana. Pero... ¿cómo se constituye exactamente una 'casa verde'?
El proceso es sencillo: un traficante capta a una persona en situación de extrema necesidad económica. El principal objetivo son los desempleados de larga duración y/o los desahuciados. Se aprovechan de su desesperación para hacerles una oferta: sueldo y vivienda a cambio de trabajo como jardinero.
Cuando los delincuentes consiguen convencer a alguien, le proponen que busque una casa de alquiler en un lugar discreto. Los traficantes se harán cargo de pagar las mensualidades. “A mí me pusieron un límite de 1.500 euros de alquiler, aunque conseguí una por 800 euros”, recuerda el jardinero Eduardo. La casa, eso sí, tiene que tener sótano, garaje o un espacio amplio para instalar un cultivo cannábico con luz artificial. Explica Eduardo que optan por plantar en el interior porque “es mucho más discreto y seguro, pero sobre todo más rentable. En un huerto exterior sacas sólo una cosecha al año. Con luz artificial sacas cuatro”.
En el proceso de búsqueda de casa, las bandas organizadas se borran del mapa. Es el futuro inquilino el que tiene que hacer las gestiones para obtener la vivienda. “Como yo no tenía trabajo, fueron los mismos narcos los que me proporcionaron nóminas falsas. Figuro como empleado de mantenimiento de una empresa que imagino que no existe”, aclara. Una vez cuenta con la documentación pertinente, el desahuciado tiene que conseguir que la inmobiliaria o el arrendatario de turno le firmen un contrato de alquiler.
“También me proporcionaron la tarjeta de un comercial inmobiliario. Me dijeron que lo llamase si no encontraba una casa ideal. Se trata de una persona que, cambio de una comisión, colabora con ellos buscando casas adecuadas para una plantación y apretando para que las nóminas pasen por buenas. Hay mucha gente trabajando para los dueños del negocio en todos los sectores. Es toda una red”, apunta Eduardo.
CON LA LUZ PINCHADA
Conseguida la casa, el traficante se encarga de instalar un cultivo de marihuana de interior en el sótano. Asume todos los gastos de material y montaje. También de pinchar la luz. “Esto lo hacen por ahorrar dinero y porque con el suministro eléctrico de una casa no podríamos mantener una plantación de este calibre. Sin el apoyo eléctrico suficiente se caería la tensión. Esto necesita la misma potencia que una fábrica o un taller, así que la cogen del tendido público y va sobrado”.
En función de la superficie del inmueble, cabrán más o menos plantas. Eduardo tiene 70 focos. Cada foco puede albergar entre 12 y 25 plantas. El rendimiento, sea cual sea la cantidad cultivada, es similar: entre 400 y 500 gramos de marihuana por foco. Es decir: Eduardo debería sacar 35 kilos de marihuana (“que nunca los saco”, me reconoce) en una cosecha ideal.
Cada gramo es vendido después al por mayor por un valor que oscila entre los 2,5 y los 3,2 euros. Así, el dueño del jardín de Eduardo obtendrá entre 90.000 y 110.000 euros cada cosecha. Eso cada tres meses, que es el tiempo que tarda una planta de marihuana de interior en crecer, florecer, secarse y estar lista para poner en el mercado. “Son cuatro cosechas al año. Si redondeamos a 100.000 euros, hablamos de 400.000 euros. Eso es lo que saca factura mi jefe cada año con el jardín de mi casa”, calcula Eduardo de memoria, porque está mucho más ágil y fresco que yo para calcular.
REPARTO DESIGUAL
¿Cuánto se lleva el jardinero de este dinero? Tan sólo una parte ínfima. El modelo que plantean los traficantes varía. Unos ofrecen al jardinero un porcentaje (en torno al 10) de los beneficios que se obtienen cada tres meses. Otros prefieren imponer un sueldo neto fijo. “900 euros al mes me dan a mí. Es menos dinero del que que sacaría con un porcentaje, pero así cobro cada mes, mi sueldo no depende de los problemas que pueda surgir en el cultivo y además del alquiler me pagan la luz y el agua de casa”.
Por norma general, a la persona que le ofrecen trabajar a porcentaje no le pagan la luz y el agua porque la cantidad que perciben es mayor. “¿Que si cobro poco? Ni idea. No sé si hay muchos españoles de clase obrera que, a final de mes, tras pagar luz, agua y piso, tengan 900 euros limpios”, se conforma Eduardo
LA FORMACIÓN PREVIA
El trabajo de jardinero no se aprende de un día para otro. Para instruirlo, los narcos envían a una persona de confianza y con experiencia. Permanece con él entre 15 y 30 días, explicándole lo más esencial del cultivo de interior. “En mi caso es un jardinero experimentado que estuvo aquí conmigo durante el primer mes. Me enseñó a colocar los tiestos, a trasplantar los esquejes, los ciclos de luz y de riego… En un mes más o menos me enteré de todo, aunque a veces sigue viniendo a ayudar”.
Hay épocas en los que hay un repunte de faena y Eduardo llama al séptimo de caballería: “En tiempos de poda vienen varios refuerzos. Cuando las plantas ya han florecido, las cortamos, separamos el cogollo (la parte que se vende) de la hoja (que se deshecha) y ponemos a secar la hierba en unos cedazos. Es un trabajo muy laborioso que no se podría hacer sólo con dos manos. Pasamos los días enteros aquí dentro, pelando hojas. Son demasiadas plantas” cuenta Eduardo.
Y SI VIENE LA POLICÍA…
El desahuciado ya tiene casa y trabajo y el narcotraficante su nueva plantación con jardinero, pero… ¿qué pasa si viene la policía?: “Me lo tengo que comer yo entero”, reconoce Eduardo. No puede delatar a nadie. “A mí, mi jefe me dio una tarjeta con un número de teléfono. Por lo visto es un abogado especializado, que hay un par de ellos bastante famosos. Yo tengo instrucciones de no declararle nada a la policía y esperar a mi abogado que, si va todo lo previsto, me sacará de allí en menos de 24 horas”, recita Eduardo.
Lo de no delatar a nadie no se debe sólo a las posibles represalias de los traficantes, “que también. Pero es una cuestión práctica. Si viene la policía, a mí ya me han pillado. Si delato al traficante, ¿qué hacemos? ¿qué ganamos los dos dentro? ¿Jugamos los dos juntos al ajedrez en la cárcel? A mí me interesa que esté libre porque forma parte del trato: si yo voy preso, él proveerá. Me pagará el abogado y, si acabo en la cárcel, compensará económicamente a mi familia para que no se queden en la estacada”, confía el jardinero.
“EN 24 HORAS, FUERA”
De este modo, el traficante ha logrado, por un lado, un espacio donde instalar un nuevo cultivo; por el otro, desvincularse totalmente de esa plantación. José María (nombre ficticio) es un traficante que lleva cuatro años dedicado al cultivo de la marihuana y dos utilizando el formato de las 'casas verdes'. Reconoce que tiene “cinco casas por toda Cataluña, con una media de 70 focos por plantación”. Esto supone una cantidad próxima a los 100.000 euros por casa cada tres meses. Sus cinco casas le proporcionan en torno al medio millón de euros trimestral.
José María admite que este es un sistema más seguro. Profundo conocedor de la legislación en lo relativo a los delitos de estupefacientes, explica de carrerilla que “lo grave es que te pillen y te acusen de banda organizada o clan familiar. Si no, no vas a la cárcel. Si tú dices que la plantación es sólo para ti y no te vas de la lengua, con un buen abogado estás en la calle en 24 horas”.
Para José María, las ventajas de optar por plantar en un domicilio particular en lugar de en una nave industrial “son muchas. Por ejemplo, te aseguras de que hay una persona 24 horas vigilando el negocio”. Eso permite actuar rápido frente a hipotéticas eventualidades. “A veces se quema la instalación o se va la luz y es mejor tener a alguien pendiente”.
José María cuenta que el emplazamiento ideal para montar una casa con cultivo “son los pueblos alejados de las grandes ciudades. Hay pueblos por los que la policía no va nunca a vigilar. Son lugares más tranquilos a los que se puede llegar a descargar material, cargar la droga o pinchar la luz sin muchos problemas”.
EL VIVERO DE EUROPA
Si la policía no se entera y la cosecha se recoge y se seca correctamente, llega el momento de poner la hierba en el mercado. “No vendemos más porque no plantamos más. Hay mucha demanda. Lo que no colocamos en los clubes cannábicos de aquí, sale para el extranjero”, presume José María. Y es que España en general y Cataluña en particular están literalmente sembradas de cannabis. Nos hemos convertido en el gran vivero europeo de la marihuana. La laxitud de las leyes, la crisis, el elevado hábito de consumo y los recovecos legales hacen de España el jardín de la marihuana de Europa.
“Muchos de los pedidos se van al extranjero. La mayoría van para Francia, pero también hemos preparado envíos para Italia, Alemania y hasta coffeshops de Holanda”, cuenta Marc, que tiene 33 años y ha trabajado y vivido durante un año con su mujer (ahora embarazada) en una de estas 'casas verdes'. Marc recuerda cómo tuvo un cargamento entero de marihuana parado en su sótano durante casi un mes tras los atentados terroristas del ISIS en Francia. “Lo habían comprado unos franceses y, como en aquel tiempo aumentaron mucho los controles fronterizos, no querían arriesgarse”.
Marc ya se ha retirado. Ha dejado ya el trabajo que le tuvo en vilo dos años. El banco embargó la casa que había alquilado, por lo que pactó con sus jefes (un clan familiar nacional) retirarse de allí por seguridad. “No es vida, siempre estás con ansiedad, con paranoia, pensando que va a venir la policía… No compensa”. Marc también reconoce que tuvo algunos problemas de pago con sus jefes: “A mí no me prometían un sueldo fijo, sino un 10% de los beneficios de la cosecha cada tres meses. El problema es que haces unos cálculos que no se suelen cumplir. Casi siempre se saca menos de medio kilo de marihuana limpia por foco. Y el traficante no siempre puede vender a 3 euros el gramo. A veces tiene que soltarlo en 2,5. O eso dice. Y eso reduce mis beneficios de forma considerable”.
“PILLAN AL MÁS TONTO”
La policía sabe perfectamente que estas prácticas se vienen realizando. Desde el Grupo 11 de la Brigada de Estupefacientes de la Policía Nacional, su responsable reconoce que “se trata de una práctica cada vez más generalizada, sobre todo en Cataluña y la costa mediterránea”. Esto se debe, según el portavoz policial, “a que este tipo de viviendas son muy comunes en la zona, y a que en estas áreas están proliferando los cultivos por la proximidad con la frontera”.
Cuentan desde la policía que la forma de proceder de los traficantes es similar a la que llevan a cabo para el tráfico de otras drogas: “Pillan al más tonto. Al incauto o al que tiene problemas económicos. Es lo mismo que cuando mandan a un mulero para que traiga cocaína de América o hachís desde Marruecos. Tienen a alguien que asume los riesgos y cobra poco en relación al beneficio de la operación. Ellos se quedan con la mayor parte del dinero… y salen limpios”.
Tan extendida está esta práctica que hay bandas holandesas y británicas que están empezando a establecerse en nuestro país para producir la marihuana que se va a consumir en sus países de origen. Según la policía, “transportar cannabis es una operación menos arriesgada que traer hachís o cocaína, porque para llevar un cargamento de hierba desde España hasta Francia, Italia, Holanda o Alemania, no tienen que cruzar ni una sola frontera”.
También confirman desde la policía que “si les pillan con una plantación o un cargamento de marihuana pero no se les puede acusar de bandas organizadas o clanes, supone entrar detenido por una puerta y salir por la otra. Por eso también implica menos riesgos para los traficantes”.
EL ORO VERDE
La situación legal actual del cannabis en España posibilita que, en la actualidad, sean estas mafias las que controlen la producción y se estén haciendo millonarios. “Ahora mismo, la marihuana es oro. Mueve tanto dinero como la cocaína o el hachís y es menos marronera. Con todo esto de los clubes cannábicos y marihuana medicinal, es mucho más difícil entrar preso por hierba que por cualquier otra sustancia”, sostiene el traficante que posee 5 casas verdes en Cataluña.
¿Cuál es la solución para acabar con estas mafias? Cuestionado sobre la pertinencia de legalizar el cannabis, el propio traficante reconoce que “algún día lo tendrán que hacer, pero no os creáis que va a ser todo bueno. El mercado de la droga lo regula la droga. El mercado legal lo regula el gobierno. Te pongo un ejemplo: un gramo de cocaína costaba 10.000 pesetas hace 20 años. Ahora cuesta 60 euros. Lo mismo. No se ha inflado el precio. Con el hachís pasa igual: apenas ha subido. Se hacen las cuentas, se pagan los sueldos, se calculan los portes y se pone en el mercado. Es todo justo. Ahora fíjate en el tabaco. Hace 15 años costaba menos de la mitad. Pagas más de impuestos que de cigarrillos. Cuando entre un gobierno a controlar la droga os van a robar. Empezarán a cargar impuestos y los precios se van a desmadrar. Si legalizan y el gobierno se hace cargo de la marihuana, un porro os va a acabar costando diez euros”, aventura José María.
“CUALQUIER DÍA LO DEJO”
Eduardo, por su parte, cree que “aunque se legalice, si el gobierno quiere quedarse con el monopolio del cultivo le va a resultar muy difícil controlarlo" Según datos del Ministerio del Interior, en España somos los mayores productores de cannabis de Europa y también los mayores consumidores. Siempre habrá gente cultivando y saltándose la ley. Lo que sí que tendrían que hacer es despenalizarlo. Estamos como en Chicago con la ley seca, todo el día con el miedo en el cuerpo”, reconoce.
Salimos de la plantación y subimos a casa con un intenso olor impregnado y las manos llenas de resina de manipular algunas ramas de las plantas. Eduardo me confiesa que no quiere seguir con esto mucho más tiempo: “Cualquier día lo dejo; esto no se puede mantener toda la vida. Tengo un hijo de 7 años y si me pillan se lo van a llevar los de Servicios Sociales”. Le pregunto por el crío, si tiene curiosidad por saber a lo que se dedica su padre. Eduardo asiente: “Me pregunta que en qué trabajo yo, me invento que barnizando cosas en el taller del sótano, me dice que quiere verlo…”.
“¿Y tú qué le contestas?”, le pregunto a Eduardo.
“Que no puede bajar porque se va a marear. Y ya has visto que no le miento”.