Toda familia tiene su lado oscuro. Episodios que a ninguno de sus miembros les gusta recordar, pero que marcan a fuego sus vidas para siempre. Los Trump no son una excepción. Si la pasada semana narrábamos cómo llegó esta estirpe a América desde Alemania para levantar un imperio empresarial de la nada, mediante la apertura de hoteles y restaurantes que funcionaban como burdeles, ahora nos fijamos en la tercera generación de este clan, y más concretamente en el rebelde de los cuatro hermanos del presidente electo de EEUU, el mayor, Frederick Junior Trump, el hombre que renunció a todo por su pasión por los cielos y que permitió que Donald se convirtiera en el líder que es hoy.
La historia de Freddy, como lo llamaban los suyos, ha permanecido oculta durante décadas, hasta que la carrera política de Donald Trump puso el foco de los medios de comunicación sobre su vida privada. Y aunque en ocasiones había mencionado a su hermano mayor, el vencedor de las últimas elecciones presidenciales nunca había contado con detalle las duras circunstancias que rodearon la vida y la muerte del que estaba llamado a heredar el negocio familiar.
Frederick Junior murió víctima del alcoholismo. Muchos se extrañan al averiguar que Donald Trump no bebe ni fuma. Ni una gota de alcohol. Resulta llamativo que el magnate que ha conquistado la Casa Blanca mantenga estos hábitos tan saludables, teniendo en cuenta que ha regentado casinos, organizado concursos de belleza femeninos y protagonizado realities televisivos de éxito. En definitiva, una trayectoria que induce a pensar en toda suerte de vicios.
Sin embargo, lo ocurrido a su hermano dejó una profunda huella en Donald. En 1981, Freddy fallecía a los 43 años a causa de la bebida. El millonario, que se resguarda estos días en su torre de Manhattan, concedió durante la campaña electoral una entrevista al periódico The New York Times, que había realizado una investigación sobre su familia, descubriendo algunos testimonios que apuntaban a que quizá tanto Donald como su padre Frederick tuvieron algo que ver con esta adicción, que más que una enfermedad fue un refugio para el mayor de los varones Trump.
Según el relato de varios de sus amigos, Freddy nunca encajó en el molde familiar. El perfeccionismo y las exigencias de su padre, sumadas a la ambición de su hermano, lo acabaron asfixiando. Tomó su propio camino, lo que a la larga motivó que sus hijos quedaran desheredados de la fortuna Trump. Pero para profundizar en esta historia antes debemos volver a los orígenes de este imperio empresarial.
En los años veinte Frederick Trump -el padre del presidente electo- recibió un incipiente negocio inmobiliario de manos de su padre Friedrich -el abuelo de Donald-, un inmigrante alemán que llegó sin hablar ni una palabra de inglés y se hizo rico en la costa oeste al calor de la fiebre del oro. Su hijo continuó su trabajo con éxito y, de hecho, cambió la cara de Brooklyn y Queens levantando 27.000 apartamentos en régimen de alquiler, la mayoría de ellos hogares para la clase media. Amasó un patrimonio valorado en más de 250 millones de dólares, a pesar de que no le gustaba exhibir su riqueza. Con una excepción, su Cadillac. Siempre de color azul marino, siempre brillante, y siempre reemplazado cada tres años.
En 1936, Frederick Trump se casó con la inmigrante escocesa Mary Anne MacLeod, con la que tuvo cinco hijos: Maryanne (1937), jueza de la corte federal de apelaciones; Frederick Jr. (1938–81); Elizabeth (1942), ejecutiva en el Chase Manhattan Bank; Donald (1946); y Robert (1948).
De todos ellos, Donald fue siempre el que acaparó la atención mediática por su excéntrica forma de vida, muy diferente del sobrio estilo de su padre, del que sí heredó la mentalidad para los negocios. Decían que era su favorito. Fue a la Wharton School de la Universidad de Pensilvania, y se hizo pronto con las riendas del entramado inmobiliario de Nueva York para, finalmente, encumbrar internacionalmente la marca Trump.
En el lado opuesto estaba Freddy, una decepción para su padre. Carecía de su instinto empresarial innato y de su ambición. Desde el principio demostró ser distinto. Y aunque intentaba complacer los deseos de su progenitor, que quería ponerlo al frente de la compañía, prefería divertirse y escaparse a tomar refrescos con los amigos o, de vez en cuando, alguna cerveza.
"Era todo lo contrario que su padre. Era popular, entretenido, tenía muchos amigos y para nada era agresivo, competitivo o ambicioso. Uno de los hermanos dijo que desde muy pronto se vio claro que no iba a llevar la compañía", confiesa la biógrafa de los Trump, Gwenda Blair, en declaraciones a EL ESPAÑOL.
También era más abierto con respecto a las cuestiones étnicas y raciales. La prensa vinculó recientemente al padre de Donald Trump al Ku Klux Klan por un incidente con la Policía en 1927. En cambio, su hijo mayor nunca tuvo problemas al respecto. Incluso cuando se matriculó en la Universidad Lehigh de Pensilvania se unió a una fraternidad judía. De hecho, tuvo que mentir y decir que provenía de una familia de origen judío de Alemania, algo que por otra parte nunca se creyeron los miembros de la hermandad, porque su segundo nombre era Christ.
"Quizá aquello fue su primer intento por abrirse su propio camino”, comenta al Times el que fuera su mejor amigo en la universidad, Bruce Turry, que recuerda cómo la figura de su padre marcaba la vida de Freddy, del que destaca su generosidad, ya que ayudaba a los miembros de la hermandad. También a él, cuando necesitó dinero para comprarle un anillo de compromiso a su novia.
Y es que Fred Jr. no podía esconder su fortuna familiar. Vestía ropa de marca, conducía un Corvette y poseía una lancha rápida, en la que a veces llevaba de excursión a su hermano pequeño Donald, entonces estudiante en una academia militar, con el que se iba a pescar a Long Island. Otro de sus amigos de la fraternidad, Stuart Oltchick, recuerda también cómo Freddy se quejaba en broma de tener que cargar con su hermano pequeño. “Pedía perdón por tener que llevarlo y decía que era un dolor en el culo”, rememora.
PELEAS CON SU PADRE
Freddy no pensaba ni en ladrillos ni en hoteles. Su pasión eran los aeroplanos. Entró en el club de vuelo de Lehigh, donde hizo sus primeras prácticas como piloto. Le encantaba. Pero a medida que se acercaba su graduación de 1960, su padre comenzó a construir Trump Village, un enorme complejo en Coney Island, el primero que llevaría el apellido familiar. El mayor de los hermanos estaba ilusionado con participar en aquel proyecto, de modo que allí fue, junto a su amigo de la universidad Bruce Turry.
La experiencia no salió bien. Según desvela Turry, hubo un episodio que evidenció las diferencias entre ambos. Mientras Freddy trabajaba en Trump Village, su padre lo abroncó por haber decidido instalar unas costosas ventanas nuevas en lugar de reparar las viejas. Ahí se produjo el primer choque de trenes, pero no el último. Cansado de constantes reprimendas y de no recibir el agradecimiento alguno, Freddy decidió que su futuro estaba en la aviación.
"El padre era muy crítico con él", apunta Gwenda Blair. "Es difícil decir si esto influyó o no en su alcoholismo, pero desde luego tuvieron muchos roces porque a él no le gustaba ese tipo de trabajo".
El propio Donald Trump, en la citada entrevista con el Times, explicó que a él, el sector inmobiliario se le daba bien. "Para mí, funcionó, para Fred, no tanto".
Según narraba la biógrafa en su libro Los Trump: tres generaciones que construyeron un imperio, Donald confesó a su compañero de habitación que aquella decisión de Freddy de ser piloto en lugar de dirigir el negocio familiar le dejó vía libre para suceder a su padre.
CASADO CON UNA AZAFATA
Freddy abandonó la compañía y se convirtió en piloto. Trabajó para la TransWorld Airlines, donde conoció a Linda Clapp, una azafata de vuelo con la que se casó en 1962, con 23 años, a pesar de que no acababa de convencer a su progenitor. Tuvieron dos hijos, a los que llamaron Fred y Mary, en honor a sus padres.
La nueva familia se estableció en Queens. Pasaba tiempo libre con el mejor amigo de infancia de Freddy, William Drake, también piloto, y su esposa. Salían a pescar en alta mar y disfrutaban de una vida ociosa. El mayor de los Trump, que había comenzado a beber con 20 años, empezó a hacerlo de forma frecuente.
Su hermano pequeño Donald, entonces en la universidad, no aprobaba su comportamiento y le recriminaba que perdiera el tiempo en actividades frívolas. Incluso le pidió que volviera al negocio. Ahora, el ya presidente electo se arrepiente de aquello. "Yo era demasiado joven y no me di cuenta. Ahora doy discursos sobre el éxito y le digo a la gente hay que amar lo que se hace y seguir los sueños”. Pese a todo, admite que su hermano mayor llegó a ser un piloto con talento y reconoce que su lugar “estaba en las nubes, no entre ladrillos y morteros”.
Para cuando Donald se había graduado de la universidad en 1968 y había comenzado a ascender en el imperio Trump, la adicción de Freddy estaba fuera de control. La bebida le llevó al divorcio y abandonar la aviación. A finales de los setenta, se había mudado a la residencia familiar de Nueva York y trabajaba en una de las cuadrillas de mantenimiento de su padre.
En el año 2011, antes de iniciar su carrera política, Trump habló sobre su hermano en una entrevista con la cadena cristiana CBN. “Era el tipo más fabuloso, más guapo, con la mejor personalidad, amante de la vida y de la gente. Tenía todo, pero cuando iba a la universidad, por alguna razón, empezó a beber. Bebió, y fumó también, pero bebió y bebió mucho y comenzó a beber más y más, y finalmente murió de alcoholismo”.
El empresario aseguró entonces que le debía mucho a su hermano. “Fue un gran maestro. Yo tiendo a ser bastante intenso cuando hago algo. Y probablemente si hubiera bebido, habría bebido mucho. Y Fred solía decirme: 'No bebas nunca y no fumes nunca'. Me lo decía todo el tiempo. Y así lo he hecho. Nunca he bebido, y he tenido muchos amigos que lo hacían. Uno de mi universidad incluso decía que empezó a tomar whisky escocés para acostumbrarse al sabor, porque no le gustaba. Hoy es alcohólico”.
"DONALD SÓLO BEBE COCA-COLA LIGHT"
La biógrafa Gwenda Blair no se atreve a aseverar con rotundidad que Freddy fuera el hermano más importante en la vida de Donald. "Quizá en un sentido desafortunado sí lo fue, porque aprendió mucho de aquello que le pasó. Fue muy triste. Pero ahora es un abstemio total. No toma ni café. Lo único que bebe con cafeína es Coca-Cola Light".
Quizá Donald Trump esté en lo cierto y, de no haber pasado por aquella experiencia, su vida hoy sería otra, pero la historia se escribió así. Mientras Freddy se hundía, él triunfaba en el mercado inmobiliario de Manhattan.
En 1977, el futuro presidente, viendo el penoso estado de Freddy, le pidió que fuera el padrino en su boda con la modelo checa Ivana Winklmayr, un honor con el que esperaba animarle. Pero de nada sirvió. No remontó su alcoholismo y, cuatro años más tarde, falleció.
"Se vio atrapado en algo que realmente no le gustaba, y por eso precisamente no era muy bueno en el negocio. En cambio, mi padre sí tenía una gran confianza en mí, y quizá eso presionó a Freddy", reconoce el político republicano que, al ser preguntado sobre si cree que aquello agravó su alcoholismo, responde: "Espero que no. Espero que no."
PELEA POR LA HERENCIA
En 1999, tras varios años padeciendo alzheimer, el patriarca de la saga Trump moría en Nueva York. Se organizó un gran funeral en Manhattan al que acudieron más de 600 personas. Lo más granado de la sociedad de la época. Entre los invitados estaba por supuesto el hijo de Freddy y nieto del patriarca fallecido, que también se llamaba Fred. Aquella misma noche, la esposa de Fred -Fred III- se puso de parto, con la desgracia de que el bebé nació con parálisis cerebral. La familia Trump prometió que se encargaría de las facturas médicas del niño.
La gran sorpresa llegó cuando se leyó el testamento del difunto Trump. Dividió la mayor parte de la herencia, por lo menos 20 millones de dólares, entre sus hijos y sus descendientes, dejando fuera a los herederos de Freddy, que no dudaron en demandar, alegando que el testamento original había sido modificado por influencia de Donald y sus hermanos.
El magnate y nuevo cabeza de familia Trump tomó represalias retirando los beneficios médicos críticos para el hijo de su sobrino. "Fue un capítulo muy feo para todos ellos, pero al final lo arreglaron", expone Gwenda Blair.
"Estaba enojado porque nos demandaron", dijo el político durante la entrevista al Times. Según explicó, fue su padre quien tomó la decisión de excluirlos por la "tremenda aversión" que sentía hacia la exesposa de su hermano Freddy, la azafata Linda. Además, el litigio se resolvió "muy amigablemente", según destacó el presidente electo, que recuerda que Fred III sigue vinculado con el negocio inmobiliario, aunque no trabaja directamente para la organización Trump.
UNA TRUMP AUPADA POR BILL CLINTON
El resto de los hermanos Trump siguió con su vida personal y profesional. La mayor de todos, Maryanne, se licenció en Derecho y se convirtió en juez del distrito para Nueva Jersey durante 16 años, tras recibir la nominación del presidente Ronald Reagan en 1983. Bill Clinton la promovió en 1999 al Tribunal de Apelaciones, donde ejerció hasta que se retiró en 2011. Donald siempre la pone como ejemplo: "Demuestra que las mujeres son muy inteligentes y pueden ser muy duras, al menos tanto como los hombres”. Actualmente vive en Nueva York con su marido, John J. Barry, un abogado jubilado.
Elizabeth Trump Grau es la otra hermana mayor. Graduada en la Escuela de Kew-Forest y Southern Seminary College, se dedicó al sector bancario y se casó con el productor de cine James Walter Grau en 1989.
El más joven de los Trump, Robert, se unió al negocio familiar, y ascendió hasta convertirse en un alto ejecutivo. A los 67 años se retiró y ahora vive en Long Island, desde donde ha mostrado en estos meses su apoyo la candidatura de Donald a la Casa Blanca.
El futuro presidente Trump se acordó de todos ellos durante su dulce noche electoral. El republicano mencionó a sus padres y hermanos, a los que agradeció su respaldo. Por supuesto, no se refirió en concreto al episodio de su hermano mayor Freddy, a pesar de que quizá fue el verdadero artífice de que el magnate haya llegado hasta donde está hoy. “Él habría sido un pacificador increíble si no hubiera tenido aquel problema, porque todo el mundo lo amaba", recordaba Trump al New York Times. “Era todo lo opuesto a mí”.