A las cinco de la madrugada del 28 de noviembre de 1936 las voces resuenan en la calle Farmacia, en pleno centro de Madrid, donde está ubicada la única entrada a la Prisión Provincial de Hombres número 2, más conocida de forma popular como la Cárcel de San Antón. El edificio, correspondiente a las antiguas Escuelas Pías de San Antón, había sido habilitado como presidio tras el estallido de la Guerra Civil unos meses antes, en julio.
Para entonces, finales de noviembre, Madrid no sólo es un frente de batalla del conflicto sino también una ciudad que alberga un submundo carcelario producto de la guerra. Con la avalancha de detenciones, las autoridades han tenido que habilitar otros centros para acoger a los presos, muchos de ellos arrestados a la espera de un juicio que no llegaba. Y eso sin contar las 'checas', cárceles privadas vinculadas a las organizaciones anarquistas, socialistas y comunistas, que operan en la ciudad. Apenas diez días antes, el 20 de noviembre, ha caído el líder anarquista Buenaventura Durruti por una bala de su propio naranjero en la Ciudad Universitaria de Madrid y en Alicante ha sido fusilado José Antonio Primo de Rivera, jefe nacional de la Falange.
Esa madrugada los milicianos de Vigilancia de Retaguardia comienzan a 'cantar' la lista con los nombres de presos de San Antón que deben ser sometidos a traslado. La tarea se prolonga durante casi dos horas. “¡Pedro Muñoz Seca!”, puede escucharse. El autor de El marido de la Engracia, El roble de la Jarosa o Faustina, entre otras muchas, que sabe lo que le espera, se despide de varios compañeros de presidio -entre ellos, el escritor Julián Cortés Cabanillas- y se dirige hacia los vehículos. Hacía frío en ese noviembre preinvernal, pero al hombre de 55 años le despojan de la ropa de abrigo. “A donde vas no te va a hacer falta”, le dice un miliciano al quitarle el gabán. Tampoco los objetos personales. Para humillarle, le atan las muñecas con hilo de bramante que se le clava en la piel y otro de los milicianos, Gonzalo Montes Esteban-Sierra, apodado El Dinamita, le corta sus largos bigotes, según recoge la 'Causa General'.
A todas luces, el maltratado conoce cuál es su destino final. Los rumores llevan semanas corriendo por un Madrid que hace frente a la ofensiva de las tropas del general Franco, del que ha desertado el Gobierno rumbo a Valencia y en el que el temor a la Quinta Columna da pie a la solución más radical: “evacuaciones definitivas” a Paracuellos del Jarama. La cifra de víctimas es señalada en torno a 2.500 aunque algunos historiadores la elevan hasta los 4.000. Mientras tanto, en la zona nacional, tras ampararse en los bandos de guerra promulgados en julio, comienzan a constituirse tribunales militares. La represión se “profesionaliza” en ambos bandos. Pero ¿quién mató a Muñoz Seca?
Camino del matadero
El 7 de noviembre han comenzado los 'traslados', un eufemismo que esconde el exterminio masivo de los presos considerados “fascistas” internados en las cárceles de Madrid. Desde esa fecha hasta el 3 de diciembre son ejecutados y enterrados en fosas comunes varios miles de personas. Aunque el grueso de los fusilamientos tiene lugar en Paracuellos del Jarama, a apenas veinte kilómetros de la capital, también hay ejecuciones en otros puntos como Rivas Vaciamadrid, más alejados de un frente en el que ya se combate a las puertas de Madrid, en la Ciudad Universitaria, Carabanchel y la Casa de Campo.
El procedimiento es muy similar: con autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías -algunos de dos plantas- se traslada a los presos de cuatro de las cinco prisiones oficiales –los de la cárcel del Convento de la calle Duque de Sesto se libran– que funcionan en Madrid. Son las llamadas 'sacas'. Una vez llegados a Paracuellos, donde los vecinos han sido reclutados como sepultureros por la fuerza, son ejecutados al pie de las fosas. Una maquinaria bien engrasada que se prolongará durante casi un mes salvo un periodo de excepción: el del nombramiento del anarquista Melchor Rodríguez como responsable de Prisiones. El dirigente ácrata consigue poner fin a la masacre durante unos días, entre el 9 y el 24 de noviembre. Pero las presiones ejercidas llevan a su cese y a retomar las matanzas. La sombra del Partido Comunista se va perfilando cada vez más en las decisiones.
Con el gabinete ministerial en fuga de Madrid y luego radicado en Valencia, la Consejería de Orden Público, con Santiago Carrillo al mando, se constituye como un poder 'de facto'. Y el PCE tiene muy claro qué hacer con los 10.000 presos que se hacinan en las prisiones madrileñas. Infantería de choque para las fuerzas franquistas si toman Madrid, consideran los comunistas. Una amenaza que hay que eliminar. Algo en lo que están de acuerdo otras fuerzas del bando republicano, donde los comunistas, por disciplina y apoyo de la URSS, ganan terreno. Una prueba de ello la dan los escasos cines de Madrid que todavía continúan abiertos a finales de noviembre: La Rusia de ayer y de hoy en el Actualidades o La Patria os llama, sobre la “epopeya de la Aviación soviética” -como anuncian los diarios-, en el Capital y el Monumental. La maquinaria de los fusilamientos vuelve a ponerse en marcha el 24 de noviembre y se prolonga hasta el día 30. Los días 1 y 3 de diciembre prosiguen las matanzas. El regreso de Rodríguez, apodado 'El Ángel Rojo', pone fin a la masacre.
Una detención surrealista
Pero ¿cómo llegó un dramaturgo de éxito, uno de los autores más populares de ese tiempo, a terminar de ese modo? “El arresto de mi abuelo tuvo tintes que sólo podían pasarle a él, creador de la astracanada. Mi abuela Asunción y él se encontraban en Barcelona por el estreno de una de sus obras, La tonta del rizo, en el Teatro Polirama. Al ver cómo estaba la situación se refugió en casa de unos amigos pero al final le encontraron. Lo curioso es que un periódico republicano, La Libertad, dio la noticia del arresto señalando la detención en la Plaza de Cataluña del exjefe de Administración de Hacienda afecto a la Comisión de Seguros que, textualmente, 'paseaba en mangas de camisa, quizá por el calor'”, explica su nieto, el escritor Alfonso Ussía, poniendo el acento en que no hubo la menor mención al carácter de autor teatral de Muñoz Seca, por entonces reconocido por crítica y éxito de público.
Hijo de Luis Ussía, conde de Gaitanes –uno de los adalides de la causa de Juan de Borbón-, y de María Asunción Muñoz-Seca, Alfonso Ussía nació en 1948, por lo que no pudo conocer a su abuelo materno más que por referencias de terceros: “Conozco su vida gracias a mi madre y mis tíos. También sus compañeros de cautiverio aportaron testimonios de cómo les ayudó a mantener el ánimo en prisión”.
La anécdota no quedó ahí, puesto que el dramaturgo fue escoltado a Madrid, junto a su esposa, por una pareja de agentes de Policía. Para llegar a la capital pasaron por Valencia. Lo curioso es que fue el propio detenido el que se hizo cargo de los gastos de los vigilantes. “Les pagó los billetes de tren, el hotel y las comidas. Las facturas están en mi poder”, señala Ussía. Al llegar a Madrid las autoridades internaron a Muñoz Seca en la Cárcel de San Antón. Su delito es haberse significado como monárquico -algunas de sus obras del periodo republicano, como Anacleto se divorcia, La oca o Marcelino fue a por vino han ido cargadas de un gran componente satírico y es firma habitual en ABC y Blanco y Negro, identificados con el recuerdo de Alfonso XIII- y católico.
Alberti (no) se retrata
La comicidad de la que ha hecho gala el autor de La venganza de Don Mendo no deja de hacer aparición incluso en la sórdida vida carcelaria. Durante su estancia en prisión, que arranca el 1 de agosto, Muñoz Seca, casado y padre de nueve hijos, envía tres cartas y 41 postales a su esposa Asunción. En ningún momento hay referencias tristes o desasosiego en ellas. Todo lo contrario: pide ropa de abrigo y unas bigoteras porque los mostachos sin arreglar se le colaban en la escudilla del rancho. “Decía que se parecía a Pancho Villa. En cuanto a lo de la ropa, siempre presumió de ser friolero por haber nacido en el Puerto de Santa María”, relata su nieto. La cuestión del frío la confirmó el dramaturgo Alfonso Paso, que en un artículo publicado en 1977 sobre las gestiones de su padre para salvar la vida a Muñoz Seca relataba cómo le cedió sus calcetines por ser de lana durante una visita en la cárcel.
Pero el de Paso no fue el único intento de sacar al autor de la prisión. Su hermano pequeño, José, pediatra e íntimo amigo de Vicente Alberti, pidió a éste que intercediese por él ante su hermano, el poeta comunista Rafael Alberti. No obtuvo respuesta por parte de Rafael, entonces en plena tarea de 'agit prop' desde la revista El Mono Azul.
Mientras tanto, Muñoz Seca sigue adelante pese a los mazazos. El más duro ocurre cuando conoce que ocho oficiales de la Armada y dos chavales de 13 y 15 años, hijos de un militar, son sacados de prisión para ser fusilados. El dramaturgo rompe en lágrimas y se encara con los carceleros. Le llueven los golpes pero en los mensajes a Asun, como la llama, no dice nada. No quiere que se preocupe más.
Se baja el telón
A partir del 1 de noviembre las tarjetas dejan de llegar al hogar de los Muñoz Seca. En su última carta, fechada el día en que va a ser ejecutado, el autor, pese a la certeza de la muerte, no deja traslucir preocupación. “Estaba tranquilo. Lo sé por la grafía de esa carta, perfecta”, relata Ussía. Una misiva que su esposa no recibirá hasta 1939 por intermediación de un diplomático mexicano que la había recibido de otro compañero de presidio, Cayetano Luca de Tena.
El día 27 de noviembre Muñoz Seca conoce su destino. Ha sido juzgado un día antes y considerado “fascista, monárquico y enemigo de la República”. Confiesa con el sacerdote Tomás Ruiz del Rey. El 28 suena su nombre en la lista fatal. Atado y vejado, al llegar a Paracuellos le tratan con mayor humanidad. A un paso de la fosa 5, de 80 x 8 metros, pide un pitillo a un miliciano, da dos caladas y sorprende al tirarlo reclamando que sea “cuanto antes”. En algún momento, y según el doctor Sanz Beneded, ha cambiado de opinión sobre una frase que pronunció tras su detención: “Podéis quitarme el reloj, la cartera o las llaves y hasta la vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: el miedo que tengo”. “Sois tan hábiles que me habéis quitado hasta el miedo”, asegura ahora. “¡Viva España y viva el Rey!”. Suena una descarga. Son las 8.23 del 28 de noviembre de 1936. Cae el telón.
Ochenta años después
El trágico destino de Muñoz Seca no pudo confirmarse hasta el final de la Guerra Civil. La entrega de su última carta, en la que se despedía de su familia, puso fin a la inquietud sobre su desaparición. Apenas dos días después la viuda del dramaturgo recibía otra misiva: una, escrita de puño y letra, del propio Alfonso XIII dando su pésame desde su exilio en Roma. Ussía confirma que nunca hubo la menor tentativa de exhumar sus restos: “Siempre hemos sabido dónde se encuentra. Había referencias. Pero reposa junto a quienes le acompañaron en sus últimos momentos”.
Hace apenas unos días la Iglesias abrió un proceso de canonización que incluye al autor teatral y a otros cuarenta y tres mártires de la Guerra Civil, entre los que se encuentran Ricardo de la Cierva y Codorniú, padre del historiador Ricardo de la Cierva, también fusilado en Paracuellos. Pero el legado de Muñoz Seca incluye también, además de uno de los teatros de referencia en Madrid, el de una ingente obra que fue elogiada hasta por Ramón María del Valle-Inclán al tildar a su creador de “monumental autor de teatro”.