El juicio por la muerte de Isabel Carrasco arrojó tantas luces como sombras. Un largo y mediático proceso en el cual las principales acusadas, madre e hija, afirmaban sentirse ultrajadas y presionadas por una mujer que era uno de los pesos pesados del PP en la provincia de León. Sin embargo, pese a que ha quedado claro el móvil del crimen, las dudas y las preguntas han alumbrado a lo largo de dos años y medio en torno a una tercera persona, esencial para el encubrimiento, durante las primeras horas, del crimen. Se trata de Raquel Gago, quien acaba de ver aumentada su condena tras la decisión del Tribunal Supremo de aumentarla en dos años. La alta instancia judicial falló esta semana el aumento de la pena de prisión para la policía. 12 años por participar como cómplice en el asesinato y otros dos por tenencia ilícita de armas.

Catorce tendrá que cumplir, y quizá pasen todavía muchos más hasta que se conozca por qué decidió ayudar a Monserrat González y a Triana Martínez, made e hija, a asesinar a la que ellas consideraban su principal adversario y enemiga. Isabel Carrasco, decían, se había convertido en un obstáculo en su vida que había que eliminar pero, ¿qué hacía Raquel Gago en medio de todo aquello?

Los hechos del 12 de mayo de 2014

Raquel Gago abraza a su abogado durante el juicio. EFE

Eran las 17.17 horas del día 12 de Mayo de 2014. En ese momento, Isabel Carrasco Lorenzo, histórica presidenta de la Diputación de León, echar a andar sola por la pasarela peatonal sobre el río Bernesga, una especie de puente que une el Paseo de la Condesa de Sagasta con el Paseo de Salamanca en la ciudad de León.

Alguien la sigue a pocos metros de distancia. Monserrat González Fernández lleva una parka verde militar, gorra con visera, guantes, gafas de sol y un pañuelo grande tapando la boca y la nariz. Lleva también un revólver. Esperaba apostada en un pasadizo entre la Plaza del Mercado de Colón y la Avenida de San Marcos. Una vez ahí, espero la llegada de la víctima. Cuando aparece, la sigue. Antes de que Isabel Carrasco, cuya reputación había caído en los últimos años, llegase a la parte más alta de la pasarela, Monserrat dispara tres veces sobre Carrasco. El primero le alcanza por la espalda en el corazón. Isabel Carrasco cae al suelo. Monserrat se acerca, se agacha y realiza dos disparos más. El primero le entra por la mejilla izquierda. El tercero y último en la parte posterior de la cabeza.

Monserrat, al abandonar la escena del crimen, fue al encuentro de su hija. Triana actuó tal y como habían acordado. Cogió el bolso pequeño, tipo bandolera, con tachuelas plateadas, que su madre le alargaba. Monserrat le dijo que en él estaba el revólver, el arma con la que acababa de asesinar a la presidenta de la Diputación de León. En ese momento las dos se separaron y quedaron en encontrarse un rato después. Triana fue al encuentro de Raquel Gago.

“Triana es mi amiga. No es una amistad íntima, porque hay muchas cosas que ni nos hemos contado ni hemos compartido. Pero somos amigas”.

El día del asesinato Raquel fue a casa de Triana y Monserrat y estuvo tomando café con la hija hasta las cuatro y media. Un rato después, aparcó en una esquina, a la derecha de la calzadade la calle Lucas de Tuy según el sentido de la marcha del vehículo, apuntando su parte frontal hacia la Avenida de la Condesa de Sagasta, en un hueco situado inmediatamente antes de unos contenedores de basura y del cruce de la calle Lucas de Tuy con la calle Sampiro. Y espera una hora. Es entonces cuando Triana introduce el revólver en un bolso en el coche de Raquel Gago. Recibió una llamada a las 17.19 horas. Era Triana. Menos de un minuto después, la joven aparecía en escena. Se acercó a ella y le pidió que abriera el coche. Raquel abrió la puerta trasera y entonces Triana introdujo un bolso grande de lona. En él estaba el arma del crimen.

Al poco, Raquel se marcha de allí; se va a un taller de restauración. Luego va a un supermercado, queda con su hermana, coge agua en una fuente. No le dice nada a su pareja, a sus hermanos ni a sus amigas.

A día de hoy, no se sabe por qué Raquel tuvo 30 horas el arma escondida. Tampoco se conoce por qué por qué hizo vida normal, y por qué ocultó los hechos a todos hasta que fue detenida. La participación de la joven -¿qué se le perdía en todo aquello?- es uno de los principales enigmas de uno de los asesinatos de circunstancias más oscuras y mediáticas de los últimos años.

La relación entre Triana y Raquel

Triana y Raquel se conocieron a los doce años en las piscinas de León. EFE

Esos son, de forma escueta y fría, los hecho que acabaron con la vida de Isabel Carrasco, la histórica del PP en León hace dos años y medio. Sin embargo, durante ese tiempo han ido surgiendo distintas capas que complican el caso. Un laberinto de implicados, intereses políticos, contratos en ayuntamientos, secretos y relaciones sentimentales. Todos ellos orbitando sobre tres ejes: por un lado, madre e hija, Monserrat y Triana, quienes investigaron la vida de la mujer a la que iban a quitar la vida hasta controlar todos sus movimientos. Por otro lado, la pata débil del caso, la policía Raquel Gago, cuyos motivos todavía permanecen desconocidos. Ella dijo en el juicio que estaba esperando a que abriese una tienda de pinturas para comprar herramientas necesarias antes de ir al taller al que acudía.

Raquel conoció a Triana cuando ambas tenían 12 años, jugando en una piscina municipal. Desde entonces, su relación fue la de cualquier pareja normal de amigas. Así lo definía la propia Raquel en el juicio: “Triana es mi amiga. No es una amistad íntima, porque hay muchas cosas que ni nos hemos contado ni hemos compartido. Pero somos amigas”.

-Se llamaban todos los días?

-Sí

-¿Varias veces todos los días?

-Sí.

-¿Tenía alguna más allá de la amistad, por ejemplo, una relación amorosa?

-No.

-¿Tenía alguna otra relación o motivo de dependencia que le obligara, según la tesis de las acusaciones, a participar en los hechos?

-No, ninguna.

-¿Ninguna?

-Ninguna.

-¿Usted, por amistad, suele hacer estas cosas, participar en hechos tan graves?

-Pues no.

La semana pasada Raquel rompió su silencio. A punto de entrar en prisión, desde la casa de sus padres, la policía respondía a las preguntas de La Nueva Crónica de León. Un solo rasgo distintivo: la misma cara en tensión, los rasgos marcados como el esqueleto de un conejo huesudo, que en su intervención final en el juicio fue el rasgo que le acompañó a lo largo de toda la conversación. Fue en ese momento cuando volvió a incidir en los motivos que, a su juicio, la llevaron finalmente a prisión.

–Durante el juicio se ha incidido mucho en que tu figura ha estado rodeada de muchas ‘casualidades’ .

–A ver, sí, le puedes llamar casualidades como la acusación particular las llama, para mí son coincidencias, porque la vida está llena de coincidencias, cada día que sales de tu casa te encuentras con una persona, pasas por delante de un establecimiento y decides entrar cuando no lo tenías previsto… Entonces, eso son coincidencias pero creo que todos las tenemos día a día, el tema es cómo tratarlas. Y luego existen otras coincidencias que ya no son respecto a mí, sino que son respecto a Isabel [Carrasco] pues será coincidencia también que las únicas personas que sabían que Isabel iba a salir de su casa y sola son Marcos Martínez y Jesús, su pareja, porque ella misma se lo había comunicado y ellos mismos lo han declarado. Eso también puede ser una coincidencia, o como dice la acusación particular una casualidad. Pero a mí, mis coincidencias me van a llevar a prisión 14 años

En los alegatos finales del juicio, el abogado de Raquel, Fermín Guerrero, trató de exhortar al jurado y al juez de que allí, en aquel juicio ya alargado durante más de dos años, parecía que era él quien tenía que demostrar la inocencia de la acusada. “Conozco a Raquel desde hace año y medio. Me invade la responsabilidad de tener que defender a alguien que es inocente. El que acusa tiene que probar. Parece que nosotros tenemos que probar que somos inocentes. ¿Qué persona se involucra en unos hechos de estas características, de esta magnitud?”.

Las preguntas sin resolver del caso

LA POLICÍA RAQUEL GAGO INGRESA EN PRISIÓN POR EL ASESINATO DE ISABEL CARRASCO J. Casares Agencia EFE

Más de dos años y medio después, todavía se ciernen muchas nubes oscuras en torno a algunos de los aspectos de la instrucción y del juicio de las asesinas de Isabel Carrasco. Queda claro que la mujer, acaso la más poderosa del PP en la comunidad castellano-leonesa, tenía un enorme poder. En los años previos a su muerte se había granjeado un buen número de enemigos. Queda claro quienes fueron las principales responsables del crimen y por qué lo hicieron; también la inequívoca intervención de Gago como encubridora. Sin embargo, algo que, como muchas otras cosas, no se ha podido desentrañar, es el por qué, la razón última de que Gago entrase en el juego asesino de Monserrat y Triana. La mayoría de los testigos aseguraron en el juicio que Raquel tenía una vida cómoda, que era una mujer tranquila. Algunos de sus compañeros de trabajo aseguraron que no le gustaban las armas y que era una persona poco válida para situaciones de alta tensión. ¿Qué la movió a hacer todo aquello?

Carlos Javier Álvarez es presidente del Tribunal Superio de Justicia de Castilla y León, responsable de juzgar a Triana, a Monserrat y a Raquel. En uno de los capítulos de la serie “Crimen en León”, ha abordado las hipótesis en torno a la motivación de Raquel Gago de participar en el crimen. Es algo sobre lo que no se ha parado mucho a pensar. El magistrado elabora la siguiente hipótesis. “Otra posibilidad...Imagínate que esta mujer… Es una hipótesis. Imagínate que esta mujer, efectivamente, la citan allí a las cuatro de la tarde a tomar café. Imagínate que la hija le dice: ‘¿Oye que vas a hacer esta tarde? El lunes es el cumpleaños de mi madre es el lunes y quiero comprarle un regalo’. Que eso Triana lo dijo en el juicio. ‘¿Te importaría quedar conmigo un momento para comprarle un detallito a mi madre y para que no lo vea te lo dejo en el coche? Ya me lo darás después’”. Raquel, en ese supuesto, acepta despreocupada y la espera allí durante una hora entera. “Por eso ella está tranquilamente hablando con el empleado de la hora. Y luego, la hija se va, se queda con el vigilante. Y se va. Cuando se entera de que esto ha ocurrido (el asesinato) es cuando empieza a ubicar. Ah, pero si he estado tomando algo con ella. Y además, he quedado con ella en la calle Lucas de Tuy. E incluso pudo que fuera a ver al coche el arma. Se pudo quedar en esa situación de no saber que hacer”.

¿Sabía Raquel Gago lo que madre e hija estaban urdiendo? ¿Fue cómplice de lo sucedido? ¿Lo planeó con ellas? ¿O fue engatusada por ambas para hacerles un favor y después vio en lo que se había metido? ¿Por qué Raquel Gago, una policía de la que todos sus compañeros aseguran durante el juicio que es una persona poco proclive a inmiscuirse en asuntos turbios o a empuñar un arma? ¿ Pudo ser incitada a participar como encubridora por medio de la influencia de su amiga? ¿Por qué la defensa del caso basó su alegato en un cúmulo de casualidades que, una detrás de otra, habían situado a Gago en el ojo del huracán en el momento y el lugar menos adecuados? ¿Qué hacía realmente Raquel Gago esperando una hora en una esquina de la ciudad en la que no se le perdía nada? Son preguntas que, quién sabe, no se llegarán a saber. Preguntas que se pueden perder en el olvido del tiempo.

El cuerpo de Isabel Carrasco es trasladado por los efectivos sanitarios tras su muerte. EFE

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