Un mundo se acaba con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. No es que con la llegada a la Casa Blanca del magnate neoyorquino se tema un apocalipsis. Por lo pronto, hay más incertidumbres que certezas respecto a su política internacional. Lo que sí parece seguro es que han terminado los apacibles días en Kallstadt, un pueblo alemán habitado por poco más de 1.200 personas en el Land de Renania-Palatinado, en el suroeste germano. De esta tranquila población rodeada de viñedos de uva Riesling y Pinot Noir procede la familia de Donald Trump. 

Lejos de celebrar el éxito del político republicano, en Kallstadt se escucha decir que el pueblo “nada tiene que ver” con la polémica figura que tomará posesión de la presidencia de Estados Unidos en enero. Lo dicen incluso familiares lejanos del multimillonario neoyorquino que siguen allí. En esta linda localidad de calles estrechas e historia milenaria –los primeros asentamientos aquí datan del año 79 antes de Cristo– ponen pegas a una eventual visita de Donald Trump.

Kallstadt

Thomas Jaworek ejerce de alcalde del pueblo cuando no está en su puesto de trabajo en la empresa química germana BASF. Donald Trump no es santo de su devoción. De hecho, responde con una negativa si se le pregunta si quiere que el presidente Trump venga de visita al pueblo de su abuelo.

“En realidad no deseo que venga”, reconoce a EL ESPAÑOL Jaworek. “Creo que lo que se necesita para una visita de esas características, desde el punto de vista de la seguridad, implicaría muchísimos esfuerzos”, añade. Es más, en términos de seguridad, Jaworek califica de “pesadilla” recibir al Donald Trump jefe de Estado. “Aquí las calles tienen apenas cinco metros de ancho”, abunda. 

Una visita de Donald Trump a Kallstadt, por poco grata que parezca a Jaworek, resulta “previsible”, según dice a este periódico Jörg Dörr, responsable de turismo de la ciudad. “Si decide venir no podremos hacer nada al respecto, a nosotros no nos van a preguntar, si dice que viene, vendrá”, añade. A Dörr también le preocupa la visita en términos logísticos. “Este pueblo es muy pequeño, si viene un jefe de Estado será un gran esfuerzos”, comenta. La estructura arquitectónica data de los primeros años de la Edad Moderna. “Las calles y las casas más antiguas que hay en pie datan de hace 400 años”, aclara Dörr. 

Bernd Weissenborn, primo lejano de Trump, es productor de vino y dueño de un restaurante en Kallstadt.

Nada tiene que ver Kallstadt con la imponente 'Gran Manzana'. Aquí las casas son de tres alturas como mucho. La Torre Trump, el célebre rascacielos del magnate estadounidense inaugurado hace poco más de tres décadas, está compuesta de 58 plantas y mide 200 metros de alto. 

EL ABUELO DE TRUMP, FORZADO A DEJAR EL PUEBLO

De las calles se despidió por última vez Frederick Trump, el abuelo de Donald, en 1905. Lo hizo tras haber regresado en 1902 de Estados Unidos. Allí había hecho fortuna tras emigrar ilegalmente en 1885. Las autoridades bávaras, ante quienes respondían en aquella época los ciudadanos de Kallstadt, “eran muy rigurosas con la gente que emigraba”, dice a EL ESPAÑOL el historiador local Roland Paul“Según las leyes bávaras, uno debía pedir permiso para dejar de estar empadronado y para poder emigrar, y el abuelo de Donald Trump no lo hizo”, añade Paul.

En aquella época, lidiar con la burocracia bávara no era la prioridad para los miles de emigrantes que huían de la crisis económica. A Friedrich Drumpf, nombre que quedaría en Frederick Trump tras su paso por Estados Unidos, las autoridades bávaras no le dejaron quedarse en Kallstadt en 1905. Había vuelto de Estados Unidos porque allí su mujer, Elisabeth, se deprimía. Pero las autoridades despojaron a Frederick de su estatus de ciudadano bávaro. Además de haber emigrado sin respetar las normas, “se le reprochó no haber hecho el servicio militar”, recuerda Paul.

“Si hubiera dependido de Kallstadt, le habrían dejado quedarse, pero las autoridades de Baviera no querían”, abunda el historiador. En el pueblo de los Drumpf, a Friedrich se le tenía en especial estima en vista de su fortuna, forjada gracias a los hoteles y restaurantes que levantó en Estados Unidos. Esos locales sirvieron de burdeles durante la fiebre del oro. 

El deseo popular en Kallstadt no impidió que el abuelo de Donald Trump y su familia acabaran abandonando a la fuerza Alemania. El viaje de vuelta a Estados Unidos, Elisabeth lo hizo embarazada de Frederick Júnior, el padre de Donald Trump. 

LA CASA DEL ABUELO DE TRUMP, EN VENTA

Así dejó Frederick tras de sí los viñedos donde los bisabuelos del ahora presidente electo de Estados Unidos se habían ganado la vida. También se despedía de la que fue su casa de Kallstadt, hoy en el número 20 de la Freinsheimerstraße. Tras la victoria electoral de Donald Trump, allí llevan días asomándose periódicamente abundantes periodistas y curiosos.

Imágenes de algunos familiares lejanos de Trump.

Nadie de la familia Trump vive en esa casa perfectamente conservada. Es más, “en Kallstadt nadie lleva ese apellido desde hace 110 años”, recuerda este periódico Dörr, el responsable de turismo de la pequeña población vitivinícola. También es relativamente reciente que se haya retirado del cementerio del pueblo la lápida de los últimos Trump que fueron enterrados allí. 

En vista de que en los últimos tiempos el timbre de la que fue la casa del abuelo de Trump no ha dejado de sonar, sus propietarios quieren vender el inmueble. “Todo esto es un poco demasiado” para la gente de Kallstadt, que “se está viendo un poco superada por lo ocurrido”, dice a este diario Simone Wendel, una cineasta de Kallstadt y familiar lejana de Donald Trump. “No tenemos la misma sangre él y yo. Pero no es difícil encontrar en Kallstadt, que es un lugar pequeño, relaciones con la familia Trump”, comenta Wendel. Un tío de su madre se casó con una Trump. 

DONALD TRUMP, “REY” DE KALLSTADT

Wendel firmó en 2014 un documental titulado Kings of Kallstadt, Reyes de Kallstadt. En él exponía cómo es la vida en el pueblo. El largometraje utilizaba como gancho la relación de algunos habitantes de la localidad con las familias Trump y Heinz. Los Heiz, conocidos por su célebre salsa ketchup, constituyen otra ilustre estirpe de empresarios también originaria de este pueblo. Wendel llegó a viajar a la Torre Trump para hablar de sus raíces germanas con el ahora presidente. 

“Mi padre era alguien fuerte, buena persona pero duro, creo que Kallstadt le hace a uno especial por eso, por hacer duro, allí hay gente dura e inteligente, así soy yo también, fuerte y muy cumplidor, puntual, productivo, me gusta obtener resultados, estoy orgulloso de mis raíces alemanas, sin duda”, decía Trump a Wendel en Kings of Kallstadt.

No obstante, hubo un tiempo en que Donald Trump negaba esas raíces. En realidad, mantuvo durante décadas la mentira con la que su padre pudo hacer carrera en el sector inmobiliario a mediados del siglo pasado. Frederick Jr. Trump afirmaba que su familia era sueca. 

Un fotomontaje promocional del documental Reyes de Kallstadt.

El padre de Donald Trump vivió la germanofobia en Estados Unidos en tiempos de la I Guerra Mundial. Entonces, “la gente cambiaba de nombre para no parecer alemán, las clases en alemán se cancelaron, se quemaban libros en alemán en la calle. En el negocio inmobiliario, en manos de la comunidad judía en Nueva York, ser alemán no era una ventaja”, dice a este periódico Gwenda Blair. Ella ha trazado las biografías de Donald Trump, su padre y su abuelo en el libro The Trumps: Three Generations of Builders and a Presidential Candidate (Ed. Simon & Schuster, 2001), Los Trump: tres generaciones de constructores y un candidato presidencial.

OCULTANDO LOS ORÍGENES ALEMANES 

Donald Trump afirmó durante años que su familia venía de Suecia. “Lo hizo muy a pesar de que su abuela, que también era de Kallstadt y que vivía frente a la casa del político cuando éste era pequeño, tenía un fuerte acento alemán al hablar inglés. Su padre hablaba alemán, aunque nunca lo habría admitido”, según Blair. “Donald Trump no podía no haber sabido que no era alemán”, asegura esta periodista estadounidense. 

Su investigación sobre el pasado de los Trump le llevó hasta Kallstadt en los años noventa. Allí entró en contacto, especialmente, con Christian Freund, un primo de Donald Trump dedicado a la venta de antigüedades y fallecido en 2010 en Mannheim, ciudad situada a unos 20 kilómetros del pueblo de los Trump.

En Kallstadt también hizo entrevistas con otros familiares del magnate neoyorquino convertido en nuevo presidente de Estados Unidos. “Allí estaban muy sorprendidos de que alguien como Donald Trump fuera de su familia”, cuenta Blair. “Aquello les divertía, pero también se mostraron algo molestos porque su padre dijera que era sueco”, añade.

John Walter, primo de Donald Trump e historiador de la familia en Estados Unidos, logró convencer en su día al ahora presidente electo de que debía reconocer sus orígenes alemanes. “Tienes que acabar con esto, le dije”, cuenta en el documental Kings of Kallstadt. A diferencia de Donald Trump, que nunca ha viajado hasta Kallstadt, John ha hecho repetidos viajes al pueblo, interesándose siempre por los orígenes de su familia. “John siempre mantuvo una relación con la ciudad desde los años 50 y ha estado allí varias veces”, aclara Wendel. 

En su documental se percibe la cierta diversión que supone para los lugareños del pueblo saber que tienen un familiar lejano llamado Donald Trump. Pero ese clima no es el que se respira ahora. “Supongo que la relación con Donald Trump pone en una situación difícil al pueblo, porque la política ha hecho que el tema sea muy serio. Donald Trump es alguien que polariza, se le ama o se le odia”, explica Wendel.

“SOMOS FAMILIA, GANÓ LAS ELECCIONES Y PUNTO” 

Basta con hablar con uno de los primos lejanos de Donald Trump para darse cuenta de que los resultados de la elección presidencial estadounidense han hecho, de momento, un flaco favor a las gentes de Kallstadt. Bernd Weissenborn es bisnieto de Barbara Trump, hermana del abuelo de Trump.

“La gente aquí está ya cansada, enervada, no por el éxito de Donald Trump, sino porque no vemos qué tiene que ver todo este interés por nosotros, el pueblo no tiene nada que ver con Trump”, dice Weissenborn a EL ESPAÑOL. “Somos familia, sí, él ha ganado las elecciones y punto”, señala cortante este productor de vino y responsable de un restaurante en Kallstadt.

Una calle del pueblo germano de donde proviene la familia de Trump.

Para él Donald Trump es prácticamente un desconocido. “Aquí sólo se conoce a este hombre por los medios de comunicación”, asegura. “Yo ni me planteo que vaya a retomar el contacto con sus familiares de aquí”, añade. 

¿POR QUÉ DEBERÍA VENIR AHORA? 

Muchos en Kallstadt piensan como Weissenborn, incluido el alcalde, Thomas Jaworek, quien tiene carné de militante de la Unión Cristiano Demócrata (CDU), el partido de la canciller Angela Merkel. “Aquí se siente una distancia con la familia Trump, porque se marcharon hace un siglo. Donald Trump nunca estuvo aquí, no es como si viniera todos los veranos”, señala.

“No hay nadie en el pueblo que esté vinculado emocionalmente a este señor. Él nunca vino aquí. Hay otros cien lugares que visitar antes ¿Por qué debería venir ahora?”, se interroga Jaworek. “Fue elegido presidente con los 70 años bien cumplidos y nunca vino, creo que sería muy raro que viniera ahora”, estima el alcalde. 

EN BUSCA DE TITULARES EN KALLSTAD 

A Blair, la biógrafa de Trump, le parece más que probable que el nuevo presidente se acerque hasta el pueblo de su abuelo, una vez sea jefe de Estado. “Puede ser que aparezca por allí porque él siempre sabe cómo sacar un buen titular. Si pasa por Berlín es una oportunidad obvia para hacerlo, dar un paseo en helicóptero y viajar de Berlin a Kallstadt, ¿Por qué no?”, mantiene. Unos 600 kilómetros separan Kallstadt de la capital alemana, una distancia que se cubre en una hora y media de vuelo en avión. 

A escasos 50 kilómetros del pueblo de los orígenes de los Trump se encuentra la base militar aérea de Rammstein, una de las más grandes de Estados Unidos fuera de su territorio. “Si visita a los soldados allí, eso ya implicaría visitar la región de sus abuelos”, asegura Jaworek. Pero antes “tiene que manifestar su deseo de venir”, agrega.

De hacerlo, Jaworek sí que se ve participando en la organización de una recepción. Parece que lo haría por educación más que otra cosa. “Si viene iremos con él a la casa de su abuelo o a ver a sus primos para tomar un café, lo haríamos con cualquier otra persona”, reconoce.

Con todo, “es difícil imaginar tenerle aquí, porque ha dicho demasiadas cosas chocantes en la campaña electoral”, apunta el alcalde de Kallstadt. “Uno se pregunta qué va a pasar ahora”, añade.

“En la región no se le admira especialmente, lo que ha dicho contra los extranjeros, la manera de comportarse con las mujeres, no es aceptable”, sostiene Roland Paul, el historiador local. “Los aspectos de la política de inmigración que Trump quiere poner en marcha no es lo que queremos en Kallstadt, no es eso lo que defendemos aquí”, abunda Jaworek.

UNA IDIOSINCRASIA RURAL AMENAZADA 

Wendel, la cineasta de Kallstadt, asegura que el pueblo siempre ha sido un lugar muy apolítico. “Las conversaciones allí no son sobre política, son sobre la gente, sobre lo que hacen allí, sus vidas, esas cosas”, aclara la directora de cine. Ella hizo Kings of Kallstadt con la intención de retratar un pueblo que a ella le hubiera gustado que preservara eternamente su idiosincrasia.

“La gente de Kallstadt es agradable, tranquila, con vidas cómodas pero sofisticadas, son gente que lee, con vidas calurosas y felices, representan esa gente de la tradición cultural de la Europa rural”, analiza Blair. “La estética del día a día allí, cómo la gente se mide a sí misma, las actividades que hacen en sociedad, es muy diferente a la estética y gustos por los que los Trump se han hecho famosos”, añade. Es decir, según ella, “el superlujo, el gusto por lo mejor de lo mejor, por las buenas apariencias y un estilo de vida por las nubes”.

La inminente entrada de Donald Trump en la Casa Blanca hace peligrar la tranquilidad y el tradicional gusto por el buen vivir de Kallstadt. Wendel, por ejemplo, constata que el retrato que hizo a su localidad en 2014 podría perder vigencia en lo sucesivo. Weissenborn, el primo lejano de Trump, evita dramatizar. Kallstadt se ha podido convertir en un punto de interés internacional. Pero “nada ha cambiado en mi vida, lo único es que paso mas tiempo dando entrevistas”, concluye entre risas.

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