A Alejandro Ponsoda Bou le faltaba menos de un mes para cumplir los 55 años cuando la muerte le salió al paso. Fue el 19 de octubre de 2007. Aquel viernes, en torno a las 21 horas de una noche tibia, típica del otoño levantino, le descerrajaron tres tiros en la puerta del garaje de su casa mientras aparcaba su coche, un Renault Laguna. Diez años después, el juicio a los presuntos culpables está pendiente de celebrarse.
Alejandro Ponsoda era el alcalde de Polop (Alicante), una localidad de la comarca de la Marina Baja con 4.300 habitantes. Situada entre riscos, en esta época del año sus alrededores se bañan de almendros en flor y sus calles huelen a romero cuando corre el viento.
Esta población, y otras vecinas como La Nucía o Benidorm, está rodeada de centenares de pequeñas urbanizaciones de adosados adquiridos, en su mayoría, por jubilados ingleses y alemanes que disfrutan de la vejez bajo el sol de la Costa Blanca.
El regidor tiroteado, del PP, murió en un hospital una semana después del ataque. Por las trayectorias descritas por los proyectiles se sabe que le disparó más de una persona y al menos con dos armas distintas. Sus asesinos le balearon por el costado izquierdo del asiento del conductor. Dos balas se perdieron sin impactar en su cuerpo: una fue a parar a la calle y otra al salpicadero de su modesto vehículo. La tercera, en cambio, se alojó en el cráneo de Ponsoda.
Con su muerte, todo Polop quedó consternado. El asesinato de su alcalde, “un hombre bueno” que ganaba elección tras elección con mayoría absoluta, conmocionó a una sociedad acostumbrada a que no pase nada entre sus calles.
Tras el fallecimiento de Ponsoda, el cargo al frente de la alcaldía de Polop lo asumió el número dos en el ayuntamiento, Juan Cano, alias El Tuerto, quien hasta la fecha había ejercido de teniente de alcalde y de delegado de Urbanismo.
En realidad, Ponsoda era la cara amable que ganaba votos y Cano era el regidor en la sombra, un ex empleado bancario de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) que quería alcanzar a toda costa la alcaldía, como ya hiciera su padre. Pero su fachada de hombre tosco no le ayudaba.
Lo que ningún vecino de este pequeño pueblo situado a 12 kilómetros de Benidorm podía imaginar es que el hombre que se hizo con el bastón de mando tras la muerte de Ponsoda se convertiría, meses después, en el principal acusado de haber encargado a tres sicarios el asesinato de su predecesor. Según los investigadores de la Guardia Civil y la tesis que mantienen la Fiscalía y el abogado de la acusación, Juan Cano es el autor intelectual de la muerte por encargo de Alejandro Ponsoda.
Una década después de aquel suceso, sin que aún se haya celebrado el juicio y con Juan Cano en libertad, un reportero de EL ESPAÑOL viaja hasta Polop para desentrañar una historia con tintes de novela. En ella se entremezclan sicarios, prostíbulos, una trama de corrupción urbanística y hasta el amor tardío entre un monitor de deportes del pueblo y el alcalde asesinado, que tenía dos hijas de un matrimonio anterior.
“En este poble tens una mina, plumilla”, dice con ironía Manuel, un anciano octogenario que este miércoles, a mitad de mañana, toma el sol en la plaza del pueblo. El señor tiene razón. De seguir vivo el escritor Rafael Chirbes, habría encontrado en Polop una continuación a su novela Crematorio.
Una lucha por la gestión del Urbanismo
Alejandro Ponsoda era el hijo único de María y Alejandro, una pareja que durante gran parte de su vida vivió en una masía en mitad del campo, cerca de Xirles (una pedanía de Polop). La madre del alcalde asesinado siempre se dedicó a las labores domésticas. Su padre, aficionado a la apicultura, se ganó la vida podando árboles.
Alejandro Ponsoda se afilió al PP siendo un veinteañero. Encabezó sus listas en Polop en las elecciones municipales de 1995, las de 1999, las de 2003 y las de 2007. En las primeras no logró ganar la Alcaldía. En cambio, en las tres posteriores siempre obtuvo la mayoría absoluta.
“Era un hombre de bien, cercano, que se recorría el pueblo casa por casa pidiendo el voto de los vecinos. Fue una pena aquello”, dice la dueña de una administración de Lotería a un par de calles del Ayuntamiento.
A excepción de en 2003, en las listas de su partido siempre lo acompañó Juan Cano. Varios vecinos que toman café en el bar Pol Mar lo describen como un hombre “oscuro, bravucón y malhablado” al que le gustaba frecuentar los prostíbulos de la zona y quien que quería hacer fortuna a través de la política desde la delegación de Urbanismo.
El Tuerto tan sólo se quedó fuera del gobierno municipal cuando su partido lo relegó a la décima posición de la lista electoral. Fue el propio Julio España, expresidente de la Diputación de Castellón, quien se vio obligado a intervenir organizando una reunión con dirigentes del PP de Polop.
A ella asistió Alejandro Ponsoda, a quien España le pidió que relegase a Juan Cano a los últimos puestos de la candidatura popular porque le habían llegado a su despacho unas escuchas en las que se veía afectado por una trama de corrupción urbanística.
Según consta en la investigación de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, Cano habría pedido una comisión millonaria a un empresario que quería construir una urbanización de 5.000 viviendas a las afueras del pueblo. Aquello hubiera triplicado la población de Polop.
Durante aquel mandato (2003-2007), Juan Cano estuvo fuera del gobierno municipal y alejado del poder. En cambio, deseaba seguir controlando la gestión urbanística del pueblo. Para ello, convenció a Alejandro Ponsoda para crear una gerencia de Urbanismo externa al ejecutivo local.
Sin embargo, el delegado del ramo en aquel momento se negó en rotundo y dijo que nunca firmaría los proyectos de Cano sin ser él el responsable de su planificación y estudio. Aquello le sentó como una patada en el estómago a El tuerto, quien desde entonces comenzó a hacerle la vida imposible a Alejandro Ponsoda por no haber obligado a su concejal a que asumiera sus planes.
Juan Cano retornó a la segunda posición de la lista electoral del PP en mayo de 2007, cuando volvieron a celebrarse elecciones municipales. De nuevo, y olvidado ya aquel turbio asunto de comisiones, asumió la cartera de Urbanismo.
Sin embargo, estaba decidido a conseguir la Alcaldía costara lo que costara. Por aquel tiempo, El tuerto alardeaba con frases como “aquí el que mando soy yo”, o le auguraba poco tiempo con el bastón de mando en sus manos a Ponsoda. “Alejandro es un inútil, no llegará a Navidades”.
Por ese tiempo, el alcalde asesinado de Polop había perdido peso, se mostraba cabizbajo, triste y sin ánimo para seguir adelante, reconocerían tiempo después sus dos hijas. En una cena con una antigua compañera de gobierno, ésta le dijo que lo veía raro y distante. Él le contestó: “Estoy solo ante el peligro”.
En 2007, Alejandro Ponsoda ya estaba separado de su mujer, quien había ingresado unos años atrás en una residencia de Benidorm tras las secuelas que le quedaron por un intento de suicidio. El regidor vivía con sus dos hijas y su padre en la casa que la familia tenía en Xirles. Alejandro Ponsoda había empezado una relación amorosa con un monitor de deportes del Ayuntamiento, al que llegó a nombrar su asesor personal, algo que también desató las críticas de Juan Cano.
A finales de septiembre de 2007, cuatro meses después de salir reelegido como alcalde, Ponsoda comenzó a temer por su vida. Era tal el miedo que sentía que llamó en tres ocasiones (el 21, el 22 y el 29 de dicho mes) a la consulta de un vidente africano llamado Mamadou Cisse, a quien le cuestionó por los planes de su rival político. También hablaron de los problemas que El tuerto le estaba creando por su relación homosexual con un monitor deportivo. Aquello le costó 90 euros. Ponsoda pagó con tarjeta al tarotista. 20 días después de la última llamada recibió un disparo en la cabeza mientras trataba de aparcar su coche.
El encargo, en el club Mesalina
El asesinato de Alejandro Ponsoda comenzó a urdirse entre prostitutas, alcohol y cocaína, las tres perdiciones de Juan Cano y sus turbias amistades. El tuerto era un asiduo de prostíbulos de Benidorm y sus alrededores. Todo el mundo lo conocía en lupanares como el Mesalina y La Estrada. Allí, siempre en las zonas VIP, organizaba fiestas para sus amigos. “Bebía, insultaba, era agresivo”, se lee en declaraciones prestadas por varios testigos.
En el Mesalina, un famoso club de alterne situado en la carretera que une Benidorm y Finestrat, Juan Cano conoció al dueño, Pedro Jesús Hermosilla Ramírez, y al gerente del local, un uruguayo llamado Ariel Alberto Gatto pero al que todo el mundo conocía como Marco.
A ellos, según la investigación llevada a cabo por la UCO, Cano les pidió que buscaran a alguien que se encargara de quitarle la vida a su enemigo político. Éstos contactaron con un empleado del Mesalina, que rechazó 30.000 euros y quien, meses después del asesinato del regidor, se convirtió en testigo protegido ya que reveló la proposición que le hicieron.
Pero El tuerto, obsesionado con ser alcalde, quiso llevar a cabo su plan para hacerse con el bastón de mando de Polop. No aceptaba un no como respuesta. Para ello, a mediados de agosto de 2007 organizó una reunión en la zona VIP del Mesalina. A ella asistieron, al menos, cinco personas: el propio Juan El tuerto; Pedro (el dueño del local); Ariel (el gerente); Salvador García (un amigo de El Tuerto que tenía una zapatería en Polop y que “odiaba” a Ponsoda porque le había puesto un vado en la puerta de su negocio), y un expresidiario cacereño llamado Raúl Montero Trevejo, que tenía varios amigos sicarios y su pareja era una prostituta,
Juan Cano y Salvador García le pidieron a Raúl Montero que se encargara del asesinato de Alejandro Ponsoda. “Hay que cargarse al alcalde”, le dijo abiertamente Salvador García mientras su amigo El Tuerto asentía. Para ello, ofrecieron pagarles una cifra que oscilaría entre los 30.000 y los 50.000 euros.
El antiguo preso, cuya novia había trabajado en varios prostíbulos de la zona, le encargó aquel trabajo a dos matones a sueldo de origen checo. Se llamaban Robert Frank y Radim Rakowski. Según la investigación de la UCO, aquellos dos sicarios, acompañados de Raúl Montero, acudieron aquel viernes 19 de octubre de 2007 a la puerta de la casa de Alejandro Ponsoda para segarle la vida con un disparo en la cabeza.
Juan Cano, ‘por fin’ alcalde
Juan Cano asumió el cargo de regidor, su sueño desde niño, pocos días después del multitudinario entierro de Ponsoda, que sacó a la calle a la mayoría de vecinos de Polop. Se había ido su alcalde bueno. En la comitiva de su despedida, El Tuerto acompañó a sólo un metro de distancia el féretro del hombre al que él había encargado asesinar.
Muerto Ponsoda, El Tuerto disfrutó del cargo hasta mediados de 2009, casi dos años después de haber encargado la muerte del hombre que le ensombrecía. Durante ese tiempo pensó que nadie descubriría su plan para hacerse con el poder. Sin embargo, la Guardia Civil lo detuvo. Como al resto de acusados, quienes fueron saliendo de prisión pagando las fianzas que les fijó el juez instructor.
Ahora, 10 años después del asesinato de Ponsoda, los autores intelectuales y los materiales de su muerte siguen en la calle. Todavía no se ha fijado fecha para el juicio después de que los abogados defensores hayan presentado una ristra de recursos para retrasar el inicio del proceso, que contará con jurado popular.
La Fiscalía, que aún no ha presentado su escrito de acusación, baraja solicitar 20 años de pena de prisión para Juan Cano, el máximo que contempla el Código Penal anterior a la última reforma.
El abogado de las dos hijas de Ponsoda, Vicente Guerri, con total probabilidad solicitará dicha pena para El Tuerto, quien se gana la vida con una correduría de seguros en Polop, donde también trabaja su mujer.
“El caso está muy claro. Cano encargó, junto a su amigo Salvador Ros, el asesinato de Alejandro. Coincido con la postura del fiscal en cuanto al relato de los hechos, las imputaciones y el grado de participación de cada uno”, explica el letrado.
En Xirles, la pedanía de Polop en la que vivía Alejandro Ponsoda, encuentro a Emilio. Es un anciano de 80 años que conoció “de cerca” al fallecido. La noche que asesinaron al alcalde, Emilio estaba pintando la casa que heredó de su madre, situada a sólo 20 metros de donde tirotearon al regidor.
“Yo pasé por aquí –dice señalando al portón del garaje de la vivienda de Ponsoda- veinte minutos antes de que le pegaran tres tiros. Si me hubiera quedado un rato más, habría escuchado las detonaciones y habría visto quienes eran los asesinos”.
Pero Emilio no vio ni escuchó nada. Cuando los sicarios mataron a Alejandro, él ya estaba duchándose en su casa. Lo que nunca pensó es que aquellos asesinos cobraban del bolsillo de Juan Cano. “¿Quién iba a pensar que El Tuerto le tenía ganas?”, se pregunta el anciano.
Pero en el cementerio de Polop hay una lápida negra y un ramo de flores junto a la foto de Alejandro Ponsoda. Ahí yacen los restos del alcalde bueno al que quitaron de en medio a punta de pistola.