En junio de 1940 Arístides de Sousa Mendes, cónsul de la República Portuguesa en Burdeos, Francia, se encontraba ante una situación imposible. La Alemania nazi había invadido Polonia el 1 de septiembre de 1939, dando pistoletazo a la Segunda Guerra Mundial. El 10 de mayo el Wehrmacht de Hitler había desatado la blitzkrieg en el norte e invadido Luxemburgo, los Países Bajos, Bélgica y Francia. Los Estados del ‘Benelux’ cayeron rápidamente y los nazis avanzaron hacia el sur.
El Gobierno francés abandonó París el 10 de junio, mudando la capital primero a Tours y luego a Burdeos. Tras los pasos del Ejecutivo seguían millones de refugiados de toda Europa –muchos de ellos a pie, intentando esquivar las ráfagas de los aviones de la Luftwaffe, que disparaban sobre las columnas de personas desplazadas–, huyendo desesperadamente en busca de la más mínima esperanza de salvación.
Muchos de ellos se presentaron en las pequeñas oficinas del Consulado de Portugal, desesperados por conseguir el visado que les permitiera llegar a Lisboa, último puerto libre de Europa, de donde todavía partían navíos rumbo a los países libres de las Américas. El diplomático Sousa Mendes no podía hacer nada por ellos. El dictador luso, António de Oliveira Salazar, había prohibido ayudarles.
Sin embargo, Arístides de Sousa Mendes, actuando en contra del mandato del dictador que gobernaba Portugal, iba a poner todos los medios a su alcance para salvar al mayor número de personas posibles. Fue, a efectos prácticos, el fiel reflejo de Oskar Schindler a la portuguesa: un diplomático salvando a miles de judíos en la Europa de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, con Donald Trump cerrando las fronteras de los Estados Unidos a inmigrantes de siete países de Oriente Medio, EL ESPAÑOL localiza al nieto de aquel benefactor portugués y varios descendientes de las personas que salvó. Esbozan el perfil de un hombre comprometido con los derechos humanos hasta las últimas consecuencias.
La neutralidad portuguesa
En la práctica, la neutralidad portuguesa era más próxima a los nazis que a los Aliados. La inteligencia lusa puso al descubierto que en España –eterna adversaria– Franco había encargado planes militares para la invasión de Portugal. Salazar temía que un desacuerdo entre Lisboa y Berlín podría de servir como excusa para que Hitler diera luz verde –y apoyo militar– a la movilización española. Se tenía que mantener al Führer satisfecho a toda costa, y Salazar concluyó que, en ese contexto, acoger a refugiados huyendo de tropas germanas era contrario a los intereses del país.
La Circular Nº14, escrita personalmente por Salazar y enviada a todos los diplomáticos lusos el 11 de noviembre de 1939, era muy explícita. Para evitar el acogimiento de personas consideradas “inconvenientes o peligrosas” era obligatorio obtener la autorización previa de Lisboa antes de otorgar visados a: “extranjeros de nacionalidad sin definir o disputada, personas desplazadas, rusos, judíos que han sido expulsados de sus países de origen (o que no pueden volver a allí) y todos aquellos que no poseen visados válidos para continuar para terceros países tras llegar a Portugal”.
Aunque el texto teóricamente contemplaba la autorización de los visados por parte del Ministerio de Exteriores, los diplomáticos lusos pudieron comprobar cómo las autoridades en Lisboa rechazaban otorgar documentos de tránsito a las personas mencionadas en la Circular. Vetados, los refugiados europeos se iban a quedar a las puertas de Portugal.
Pánico en Burdeos
En Burdeos, Arístides de Sousa Mendes se encontraba cada vez más agobiado por la posición del Gobierno al que representaba. Miembro de la pequeña aristocracia portuguesa, el cónsul era un diplomático de carrera que había entrado en el servicio junto a su hermano gemelo, César.
“Ambos eran funcionarios muy valorados, pero cada uno tenía su personalidad particular”, explica a EL ESPAÑOL Gérald Mendes, uno de los nietos de Arístides. “Mi abuelo era una especie de bon vivant social, siempre de fiesta. Era un hombre muy cariñoso y de familia. Tenía 15 hijos, los cuales se referían entre sí según el país en el que habían nacido. Mi padre era 'el gallego', pues nació cuando el abuelo era cónsul en Vigo”.
Pese a la distancia temporal que le separa de la historia de su abuelo Arístides, Mendes le esboza tanto a él como a su hermano gemelo. “César era el serio, un hombre muy profesional que incluso ejerció de ministro de Negocios Extranjeros en 1932. Cuando estalló la guerra era el Embajador en Varsovia”. Mendes explica que en la primavera de 1940 César avisó a Arístides: los horrores descritos por los refugiados que comenzaban a llegar a Burdeos eran verdaderos. “Muchos diplomáticos dudaban de las historias de los refugiados. César fue testigo directo de las primeras redadas de judíos en Polonia y, luego, la construcción del Gueto de Varsovia. Dio validez a los testimonios de las personas desplazadas”, relata Mendes.
El cónsul de Burdeos era consciente del peligro al que se enfrentaban los miles refugiados que llegaban a la ciudad. Aunque era incapaz de ayudarles con los visados que buscaban, intentó ofrecer apoyo de otra manera. De ese modo, comenzó a hospedar a decenas de ellos en su residencia y también dentro del Consulado.
Entre las personas que acogió estaba el rabino Chaim Hersz Kruger, desplazado desde Amberes junto a su familia. Sousa Mendes entabló una fuerte amistad con el judío procedente de la ciudad donde él mismo había estado destinado hacía pocos años. Cuando se enteró de la ocupación Nazi de París el día 14 de junio, el diplomático hizo una oferta inédita a su amigo: ignoraría las órdenes de sus superiores para otorgar visados de tránsito a él y a su familia.
La negativa tajante de Kruger pilló a Sousa Mendes por sorpresa. Siendo padre de familia no podía entender cómo el judío podía rechazar los documentos que garantizarían la supervivencia de sus hijos. El rabino respondió al diplomático que su familia en Burdeos no se limitaba a quienes compartían su sangre, sino a toda la comunidad judía. No podía abandonar a sus feligreses. Si ellos iban a perecer en manos de los alemanes, su familia lo haría con ellos.
“Iluminación divina”
La respuesta de Kruger provocó una enorme depresión en el cónsul, que colapsó pocas horas después. Recluido en su cama, Arístides Sousa Mendes se mantuvo encerrado en su dormitorio durante tres días y sus familiares llegaron a temer por su vida.
Sin embargo, el 17 de junio de 1940 el diplomático reapareció con nueva energía y reunió a su familia y a los empleados consulares para anunciar que le había llegado la “iluminación divina”: había decidido que desde ese momento en adelante el Consulado haría caso omiso de la Circular 14 y otorgaría gratuitamente el visado a todas las personas que lo solicitasen.
“Todos son seres humanos y sus nacionalidades, razas y religiones me dan absolutamente igual”, declaró el cónsul. “Prefiero desobedecer las leyes creadas por los hombres antes de incumplir las leyes dictadas por Dios”.
Durante los siguientes siete días, a un ritmo frenético, se formó una especie de línea de ensamble incansable en el Consulado: la familia Sousa Mendes, empleados consulares y algunos refugiados voluntarios rellenaban los documentos mientras el diplomático pasaba entre ellos, firmando y sellando visados sin cesar. La noticia voló por la ciudad y pronto la calle se inundó de personas haciendo cola para conseguir uno de los documentos. Era una carrera a contracorriente, pues se daba por hecho que en el momento que Francia firmase el Armisticio con el Reich, la frontera franco-española quedaría sellada.
“La situación era caótica, había gente a la espera en todos los rincones del edificio, y en la calle también”, cuenta Eric Moed, cuyo bisabuelo, David Moed, asistió al cónsul en el proceso. “Había huido a Francia cuando los alemanes ocuparon Amberes, y después de que Sousa Mendes le entregó los papeles se quedó como traductor voluntario en la línea de ensamble”.
Se estima que hasta 10.000 judíos huyendo de la Gestapo recibieron visados de la mano del diplomático luso durante esa semana de trabajo incansable, como también numerosos exiliados republicanos –entre ellos el ilustre profesor Eduardo de Neira Laporte, cuya entrada en Portugal había sido vetada meses antes– y algunas de las personalidades más singulares de la época.
El archiduque Otto de Habsburgo, opositor al régimen nazi, padre del movimiento europeísta y futuro eurodiputado, consiguió visados para él y también para Zita, última emperatriz austrohúngara, y otros 10 miembros de la familia imperial. Salvador Dalí –tachado por el Tercer Reich como un ‘degenerado’ del arte de la pintura– y su mujer Gala –buscada por la Gestapo por el mero hecho de ser rusa– también pudieron disfrutar de los servicios del cónsul benefactor. Ambos recibieron documentos firmados por Arístides de Sousa Mendes el día 20 de junio del año 1940.
También recibieron visados King Vidor –director de Duelo al Sol y Guerra y Paz– y los actores Marcel Dalio y Madeleine LeBeau –que luego aparecerían juntos en Casablanca–. Junto a ellos, varios miembros de la mítica familia de banqueros Rothschild, la familia ducal luxemburguesa, y gran parte del futuro Gobierno belga en el exilio.
Madrid y Lisboa contraatacan
Las acciones del cónsul de Burdeos pasaron desapercibidas inicialmente, pero la aparición de miles de refugiados con visados lusos en la frontera franco-española alarmó a las autoridades, quienes informaron al embajador portugués en Madrid, Pedro Teotónio Pereira.
El diplomático, uno de los máximos defensores de la neutralidad nacional, se mostró escandalizado e informó a Salazar, quien no podía creer que Sousa Mendes tomara una decisión tan audaz y peligrosa para Portugal. Con el objetivo de destituir al cónsul cuanto antes, Pereira partió en coche rumbo a Francia desde la embajada portuguesa en Madrid. Mientras viajaba, el 24 de junio el Ministerio de Exteriores en Lisboa envió varios telegramas a Burdeos exigiendo que Sousa Mendes dejara de emitir visados de inmediato.
Pero Sousa Mendes no los recibió. Con la rendición de Francia y la firma del Armisticio con Alemania el 22 de junio de 1940, el diplomático se dirigió directamente a la frontera. Según contó años más tarde el Rabino Kruger, el cónsul fue de paso fronterizo en paso fronterizo, firmando visados para los refugiados que encontró por el camino y negociando uno por uno con la Guardia Civil hasta conseguir que les dejaran pasar a todos.
Pereira encontró a Sousa Mendes y le adelantó la noticia que sería confirmada por telegrama al volver a Burdeos el día 26: había sido suspendido y era llamado a consultas urgentes en Lisboa. El ex cónsul acató las órdenes, pero no sin antes otorgar más visados e cruzar la frontera acompañado de un grupo de refugiados a los que “prestó” su protección diplomática.
La venganza de Salazar
Al cónsul no le iba a salir gratis la osadía de ofrecer ayuda a los judíos que vagaban por Europa. Al volver a Lisboa, Arístides de Sousa Mendes fue sometido a un proceso disciplinario en el Ministerio de Exteriores, acusado de desobediencia. Al final del proceso –en el que testificó el embajador Pereira, asegurando que el cónsul estaba loco–, fue recomendada la degradación de rango del diplomático.
Salazar, enfurecido por la desobediencia del cónsul, no estaba satisfecho con el veredicto y decidió decretar uno propio. El cónsul quedó inhabilitado y le fue sustraído la mitad de su sueldo durante un año. Al cabo de esos doce meses se le obligó a retirarse con una pensión simbólica.
“La pensión era pequeñísima y la familia quedó arruinada”, recuerda Gérald Mendes. “El abuelo esperaba que Salazar le rehabilitara al terminar la Guerra, pero no fue así. Fue condenado a vivir el resto de su vida en la miseria más absoluta. Sobrevivió gracias a un comedor social operado por la comunidad judía de Lisboa”.
El embajador portugués que ayudó antes que nadie a los judíos a sobrevivir de las garras de los nazis se convirtió en un personaje relegado al pozo de los olvidados en la historia. “Cuando murió en 1954 mi abuelo era una sombra, una persona olvidada. Después de la Guerra Portugal fue reconocido por haber acogido a los refugiados. Salazar aceptó los aplausos mientras mi abuelo se moría de hambre”, recuerda para EL ESPAÑOL su nieto.
Decenas de miles de beneficiados
Aunque Sousa Mendes intentó mantener un registro de los documentos que emitía, en el pánico de esos días críticos de junio el listado quedó olvidado, por lo que sólo existen estimaciones del número total. En el proceso disciplinario contra el diplomático fue acusado de haber emitido de forma inapropiada 38.000 visados.
Yad Vashem, la institución israelí que mantiene viva la memoria de los seis millones de víctimas del Holocausto, ha identificado a 1.500 personas que recibieron visados durante la “semana frenética” de Sousa Mendes. El cónsul fue reconocido por la institución a título póstumo como uno de los ‘Justos entre las Naciones’, título que se le concedió a los gentiles que salvaron a judíos de los nazis durante la Segunda GuerraMundial. Su viejo amigo, el rabino Kruger, asistió a la ceremonia de presentación del honor a la familia en 1966.
La Fundación Sousa Mendes, establecida por descendientes del diplomático y de las personas que salvó, ha localizado a otros 3,800 individuos utilizando los registros de pasajeros que viajaron de Portugal a Estados Unidos entre 1940 y 1942.
“Sabemos que miles de refugiados con visas de Sousa Mendes viajaron a Brasil, Argentina, Uruguay, Cuba, México, Suráfrica y otros países. Esos documentos no son públicos en estos momentos, pero esperamos acceder a ellos algún día y tener un número más exacto”, explica Olivia Mattis, presidenta de la Fundación e hija de Daniel Matusewitz, beneficiario de uno de los visados del cónsul de Burdeos.
Historia desconocida
Aunque salvó a muchas más personas que Schindler, a diferencia del célebre empresario alemán la historia de Sousa Mendes es poco conocida. Para muchos descendientes de los refugiados que salvó ha sido una sorpresa descubrir el papel del diplomático luso en sus vidas. El estadounidense Harry Oesterreicher sabía que su padre, Arthur, había huido del nazismo cuando comenzó la Guerra, pero no tenía idea que el cónsul había emitido el documento que le salvó la vida. “Me enteré tras la muerte de mi padre. Parece ser que cuando mi familia llegó a Burdeos ni tenían documentación, pero consiguieron un pasaporte nicaragüense falso. Sousa Mendes lo aceptó, y con su visado conseguimos cruzar en Irún y viajar de Lisboa a La Habana, y luego a Estados Unidos”, explica Oesterreicher.“Mi padre fue a Harvard, tuvo 14 hijos, muchos de los cuales tienen hijos ahora… Ese hombre no sólo salvó a 30.000 refugiados, sino a cientos de miles de sus descendientes”.
Eric Moed también desconocía la figura de Sousa Mendes hasta hace unos años, cuando descubrió que su familia había recibido otro de los visados. Investigando la historia del cónsul, el joven arquitecto se sintió especialmente impactado al descubrir que el diplomático había perdido su casa natal en Cabanas de Viriato al ser inhabilitado, y que el caserón había quedado en ruinas.“Teníamos familia que no tuvo la suerte que tuvieron mis abuelos y que fueron aniquilados en los campos de concentración. Como descendiente de un superviviente quería homenajear al hombre sin el cual no estaría vivo”, afirma Moed a EL ESPAÑOL. En 2013 viajó al pueblo en el norte de Portugal para crear una instalación visual en la entrada de la casa, con el objetivo de llamar atención a su historia y recaudar fondos para la rehabilitación del edificio.
El proyecto funcionó y, junto a la Fundación Sousa Mendes, Moed logró atraer suficiente atención pública para que el Gobierno luso y la Unión Europea destinaran fondos a la recuperación del edificio, en el que se prevé la eventual apertura de un museo dedicado a la memoria del cónsul de Burdeos.
Un ejemplo a seguir
Moed considera que, con la crisis de los refugiados y el veto migratorio recientemente impuesto por Donald Trump, ahora más que nunca es necesario recordar la figura de Sousa Mendes.“No creo que la historia se repite, pero sí considero que podemos aprender de ella. No se pueden ver a los refugiados como un bloque, sino como individuos que necesitan ayuda. Con los controles actuales no podemos esperar que los diplomáticos éticos logren lo que consiguió Aristides. Nos toca a nosotros, como individuos, ayudar a otros individuos necesitados, y por eso colaboro con organizaciones que defienden a inmigrantes y refugiados”.
Oesterreicher, cuyo padre era un judío austriaco, también dice que su historia personal le ha hecho sentir solidaridad con los refugiados de hoy en día. “La gente que llega de Siria, como también los que llegan a Estados Unidos desde El Salvador, Honduras, Guatemala… Todos merecen nuestra compasión y ayuda”. Como Moed, colabora en una ONG, enseñando inglés a refugiados recién-llegados a Seattle, Washington.
Por su parte, Gérald Mendes, nieto de Aristides, afirma que su familia revindica la figura del cónsul “como ejemplo moral en un momento en el que Trump ha emitido su equivalente a la Circular 14”.
Para todos ellos este momento, con el recién nombrado presidente de los Estados Unidos cerrando las fronteras a golpe de decreto, es el idóneo para recordar al que fue el Schindler portugués. “Están tratando a los refugiados sirios como terroristas, repitiendo el error que cometió Francia en el principio de la Guerra, cuando internó a muchos refugiados centroeuropeos por tener nacionalidad ‘enemiga’. Están agrupando a las víctimas con los agresores”, explica el nieto del diplomático.
La desobediencia de Arístides ante Salazar permitió que miles de refugiados se salvasen de la opresión del Tercer Reich, quién sabe si también de los campos de concentración. Su nieto es uno de los que ahora honran su memoria recordando que, a su juicio, la desobediencia a los poderosos es un mandato imperativo cuando están en juego los derechos humanos. “Mi abuelo demostró que a veces es necesario ser rebelde. Cuando el presidente Trump promulga leyes inhumanas, las personas decentes tienen que desobedecerlas”.