A Javier Somoza le cambió la vida a los 48 años. A esa edad conoció a una rusa llamada Valentina Suraeva. Por aquel tiempo, finales de 2009, este gallego adinerado aún trabajaba como alto directivo de banca y cobraba 8.000 euros mensuales.
Aquella mujer, 13 años menor que él, le enamoró y le llevó al altar. Pero el idilio de un corto noviazgo se esfumó la misma noche de bodas, el 12 de septiembre de 2010, tras casarse en San Petersburgo. Ella se convirtió en una Natasha, como los rusos conocen a las femmes fatales que se casan y tienen hijos con occidentales para conseguir de ellos su dinero y una vida acomodada.
Lo primero que hizo Valentina tras casarse fue bombardear al coruñés con exigencias tan absurdas como incumplibles. Le pidió que vendiera parte de su patrimonio, que le asignara un salario mensual para sus gastos y que le comprara un apartamento. Eso sí, sin hipoteca. Luego le puso como condición indispensable para convivir juntos en España que echara de su casa a sus tres hijos, fruto de un matrimonio anterior, y de los que tiene la custodia.
Pero el giro dramático de toda esta historia llegó casi dos años después de que Valentina y Javier se conocieran. En noviembre de 2011, rota ya la relación, la natasha Valentina, guapa, joven y atractiva, urdió un plan perfecto. Falsificó la firma de su esposo para poder inseminarse el esperma que él había depositado meses atrás en un hospital ruso con la intención de tener un hijo juntos. Por esas fechas, aunque no se fiaba de su mujer, Javier aún tenía la esperanza de reconducir su vida con ella y dio una última oportunidad a su matrimonio.
En el contrato de donación de semen especificó que un mes después de la fecha del depósito (26 de julio de 2011), la muestra debía destruirse. Además, señaló que “sólo él podría ampliar el período de su conservación de forma presencial y en un nuevo documento”.
Pero el matrimonio se rompió definitivamente, Valentina y Javier dejaron de verse y él, pasado el plazo del mes, pensó que la muestra de sus espermatozoides habría sido destruida de aquel hospital, el Mariinski de San Petersburgo. Pero no fue así.
Valentina sobornó a los médicos del centro –en concreto, al director del área de inseminación- para que no se deshiciera de la muestra. Luego falsificó la firma de su marido y, a sus espaldas, se inseminó en noviembre de 2011. Dos meses más tarde, Javier se enteró de que Valentina estaba embarazada y que el niño llevaba su sangre. Sangre gallega. La natasha había conseguido su objetivo.
Desde entonces, Javier le ha entregado 23.000 euros para poder mantener contacto con el niño, que hoy en día tiene 4 años y medio. Pero ahora Valentina le exige 1,4 millones de rublos (otros 22.000 euros).
Javier lleva ya gastados 200.000 euros entre viajes, abogados... Pero Valentina aún ha ido más allá. Para evitar que el padre vea al chaval se ha instalado en Myski, un pueblo perdido en mitad del sur de Siberia, más próximo a Mongolia, China y Kazajstán que a la capital de su país, Moscú.
El próximo 28 de febrero se celebra en este remoto pueblo una primera vista del juicio por el que Javier, que ya ha perdido la custodia del niño, también podría quedarse sin la patria potestad de su hijo, al que llamaron Miguel y tiene los apellidos de su padre. Esto puede suponer su pérdida definitiva. En cambio, tendrá que seguir pagando la manutención del menor pese a que no podrá mantener ningún tipo de contacto con él.
187 casos en dos décadas
Javier Somoza no es el único español que ha visto cómo una natasha le arrebata a su hijo. Según el Colectivo de Padres y Madres contra la Sustracción Parental, en las últimas dos décadas se han registrado 187 casos similares. El patrón siempre es el mismo: una rusa se casa con un español y, de repente, se vuelve a su país con el niño. En la actualidad hay 12 procesos abiertos. Pero el caso de este gallego es el más extremo. Nunca antes en España se ha dado un fraude así mediante inseminación in vitro.
Heber Serrano es granadino, tiene 37 años. Conoció a su exmujer, Natalia, en 2002, cuando estudiaba filología eslava en Moscú. Un año después ella se mudó con él a España y tuvieron un hijo en 2005. Al año siguiente se casaron. La convivencia fue complicada. Ella le amenazaba con llevarse al niño y con denunciarle por violencia machista. Pero él se marchó de casa y la Justicia le dio a Heber la custodia de su hijo.
En agosto de 2008, ya divorciados, la madre acudió al consulado ruso en Madrid junto a su hijo aprovechando una de las visitas que podía mantener con él. Allí presentó un pasaporte falso con apellidos nuevos que le habían mandado desde su país y firmó una declaración jurada diciendo que el padre del niño se había desentendido de él. No hubo más preguntas. Luego, la madre se fugó con el niño a Moscú.
Natalia compró los billetes a través de un servidor holandés, voló a su país desde Lyon y desde entonces Heber no ha sabido nada de su hijo, que lleva su nombre. En Rusia le han dado a ella la custodia del menor y ahora le reclama unos 32.000 euros como manutención. Heber lleva gastados ya otros 50.000. Y el niño sigue sin aparecer.
Rafael Reyes es cordobés pero vive en Málaga. Tiene 37 años y es ingeniero informático. En 2003 conoció a una rusa llamada Olga durante el Erasmus que ambos hacían en Finlandia. Dos años después los chicos se casaron en Moscú y registraron la boda en España, donde se instalaron. En 2006 nació su hija, Emma.
Pero en agosto de 2007 la madre cogió a la hija y se la llevó a Moscú. Supuestamente, para unas vacaciones. Aunque llevaba billete de vuelta, nunca más volvió. La Justicia española le dio la razón a Javier, le entregó la guardia custodia de la niña, la patria potestad y dijo que aquello era una sustracción de un menor.
En cambio, en Rusia le entregaron la custodia a la madre, quien le reclama un cuarto de su sueldo al mes. Ahora Rafael ha presentado una demanda judicial en un juzgado de Moscú para tratar de recuperar a su niña, a la que no ha visto desde hace una década.
Javier-Valentina: una relación tormentosa
Javier Somoza abre las puertas de su casa a EL ESPAÑOL este miércoles. Es un hombre de 55 años. Menudo. De barba encanecida. Vive en un chalet a las afueras de A Coruña. En esta zona residen varios directivos de Inditex y, a pocas calles de aquí, tiene casa Eva Cárdenas, la actual pareja del presidente gallego, Alberto Núñez Feijoo.
La vivienda de Javier, de 400 metros cuadrados, tiene tres plantas y un coqueto jardín. El suelo es de parqué color caoba. Javier cuenta su “calvario” en el comedor de su hogar, que comparte con sus tres hijos y su actual mujer.
Es un hombre locuaz al que le ha ido bien en la vida. Economista de profesión, ha trabajado como directivo regional del banco Santander y de CaixaGalicia. De esta última entidad lo despidieron en julio de 2013, cuando la fusión de las cajas de ahorro gallegas.
Javier Somoza conoció a Valentina Suraeva en diciembre de 2009. Fue durante una fiesta de fin de año celebrada en Vigo. Allí, aquella mujer rusa, una abogada e ingeniera industrial de 35 años, le contó que se encontraba en Galicia para firmar un contrato de negocio como representante de la empresa rusa en la que trabajaba. Él no preguntó mucho más. Entre flirteos, se dieron los teléfonos y comenzaron a conocerse desde la distancia ya que ella volvió pocos días después a San Petersburgo, donde residía.
Valentina viajó hasta A Coruña para verse de nuevo con Javier a finales de enero de 2010. También en febrero. Él la visitó por primera vez en marzo de ese mismo año. “Recuerdo que fue durante unas fechas en las que estaba congelado el mar Báltico. Hacía un frío del carajo. Temperaturas de -32º, de -36º… Una locura”.
Javier se había divorciado de su mujer un año antes, en febrero de 2009. Cuando conoció a Valentina se encontraba inmerso en un pleito para conseguir la custodia de sus tres hijos. Se la concedieron en mayo de 2010. “Por ese tiempo, después de vernos varias veces, ya habíamos empezado una relación un tanto seria. Nos gustábamos y yo me enamoré”, dice Javier mientras apura un pitillo tras otro.
En julio de ese año Valentina vino a España “casi un mes”. Durante ese tiempo aprovecharon para disfrutar de unos días de vacaciones en Canarias. Javier llevó a sus tres hijos. A ella también la acompañó su único vástago, que había tenido con un compatriota con el que ya no tenía contacto. “Probamos para ver qué tal nos veíamos como una familia. Quisimos ver si la convivencia juntos era posible. Pero el choque cultural fue brutal. No salió todo lo bien que yo esperaba”.
Javier recuerda que ella le planteó casarse al poco de conocerse. Aunque su familia y sus amigos le decían que “anduviera con ojo, que todo iba muy rápido”, él aceptó finalmente. El 12 de septiembre de 2010 se casaron en San Petersburgo. Ahora reconoce que estaba enamorado y absolutamente cegado.
Tras la boda, la pareja disfrutó de la Toscana durante el viaje de novios. Allí, en tierras italianas, Javier le pidió que se mudara a España cuanto antes. Quería vivir con ella. Pero Valentina se mostró reacia. Siempre postergaba su traslado con excusas.
Hasta el día que se quitó la careta ante Javier. Valentina le dijo que sólo se instalaría en A Coruña si los tres hijos del gallego se marchaban a vivir con su madre, si le entregaba una asignación mensual para sus gastos, si le conseguía la nacionalidad española, si le compraba el codiciado apartamento y si le contrataba un seguro médico privado tanto a ella como a su hijo. Javier no aceptó aquel chantaje y la relación continuó “a regañadientes” entre llamadas vía Skype, mensajes por Whatsapp y algún que otro viaje de él a Rusia y de ella a España.
En diciembre de 2010, Valentina le pidió a Javier hacerse una inseminación in vitro para demostrarle su compromiso en la relación. A la mujer le habían salido varios fibromas en el útero y no podía quedarse embarazada de nuevo de forma natural. Él no lo vio con malos ojos. “Pensaba que así daría el paso de venirse conmigo a casa”.
En enero y en abril de 2011 la rusa viajó hasta A Coruña para practicarse dos fecundaciones in vitro con el semen de Javier en una clínica privada de Galicia. Aquello le costó al banquero 14.000 euros. Pero no hubo suerte y Valentina no consiguió quedarse encinta.
A finales de julio de 2011 Javier voló de nuevo a San Petersburgo. Ella le insistió en su voluntad de tener un hijo suyo y él, sin estar convencido, le dijo que accedía a entregar una muestra de su semen en un hospital de la ciudad rusa en la que residía Valentina.
En el contrato firmado con el centro médico ruso el 26 de julio, Javier incluyó varias cláusulas. Entre ellas, que sus fluidos debían ser eliminados 30 días después de su depósito y que sólo él podía ampliar el período de su conservación presentándose en el hospital.
Sin embargo, a los pocos días de entregar la muestra de su semen, Javier encontró en el móvil de Valentina varios mensajes a través de www.loveplanet.ru, una plataforma rusa para encontrar pareja similar a Meetic. Ella se anunciaba como “Sweety looking for the love” (Corazón buscando el amor).
“Cuando vi aquello, mandé todo al cuerno. Ese mismo día rompí definitivamente la relación”, recuerda el coruñés. “Me volví a España y me olvidé de ella”.
Pero Valentina aún le guardaba una sorpresa más. En diciembre de 2011, seis meses después de alejarse definitivamente de ella, Javier retornó a Rusia para un proyecto inmobiliario que quería poner en marcha. Allí, un amigo común de él y de su todavía mujer le dijo que Valentina había ingresado en un hospital porque llevaba varios días sangrando. Javier decidió ir a visitarla para ver cómo estaba. Cuando la saludó, le dijo que estaba embarazada y que el padre era él. “Me quedé a cuadros. No sabía cómo había podido hacer aquello”.
Javier sostiene que Valentina había orquestado un plan. “Sobornó a los médicos del hospital para que no eliminaran mi semen y falsificó mi firma. El 15 de noviembre de 2011 se le practicó la inseminación. Luego supe que una semana después abrió una cuenta en euros en un banco ruso, justo con el que tenía la hipoteca de un apartamento que se había comprado en septiembre de ese año. En julio de 2012 se produjo el nacimiento prematuro de mi hijo Miguel, del que siempre me he hecho cargo”.
El rostro de Miguel, por toda la casa
La casa de Javier está llena de fotos del menor de sus cuatro hijos. Hay marcos con el rostro de Miguel por las estanterías, en las habitaciones… El niño es rubio y tiene los ojos azules. “Es un neno increíble”, dice el padre. “La pena es que la madre lo está utilizando como una mera herramienta para conseguir dinero”, afirma el gallego.
Javier cuenta que estuvo presente el día del parto de su cuarto vástago. Que cuando podía, viajaba a verlo. Para que no le faltara de nada, a su madre le ingresaba dinero mensualmente en la cuenta del banco ruso: 300 euros, 1.000, 700 … Hasta 23.000 euros llegó a entregarle. “Le he estado pagando la hipoteca, lo tengo claro. He sido un primo”.
Un juez dictaminó que ella se quedaría con la custodia del niño y que él podía mantener contacto telefónico diario y verlo dos veces al año. Pero cada vez que Javier viajaba a San Petersburgo para ver a “Miguelito”, Valentina le ponía impedimentos, aunque al final padre e hijo se encontraban.
En una ocasión, la madre del niño metió a su hijo “en un orfanato durante medio año” con el fin de que su padre no lo viera. En otra, “lo ingresó en el ala de infecciosos de un hospital para que sólo pudiera verlo a través de una enorme cristalera”.
“Lo hizo sobornando a más médicos, porque el niño estaba sano y no tenía puesto ni un solo gotero”, afirma Javier, que hizo fotos de su hijo a seis o siete metros de distancia y con un cristal de por medio. Miguelito dormía sobre unas sábanas raídas y se tapaba con una manta. Su padre denunció al hospital. Aquella fue la última vez que lo vio.
Seis meses después de su nacimiento, Javier consiguió que el niño viajara junto a su madre hasta A Coruña para que conociera a sus tres hermanos. Medio año más tarde, en el primer cumpleaños del niño, también volvió. En esa ocasión Valentina sólo accedió a que su abuela materna, que lo conoció aquel día, pudiera ver a su nieto durante 30 minutos.
El padre del niño cuenta que para convencerla de que trajera a Miguel a España tuvo que pagarle los billetes de avión en clase business, alojarla en un hotel de lujo y entregarle dinero en metálico para comprarse ropa. “Esa mujer se mueve por el más puro interés”, dice el padre del niño, que guarda todas las conversaciones telefónicas y los mails que se escribió con Valentina, así como los recibos de las transferencias que le ha hecho.
Javier y Valentina se separaron definitivamente en abril de 2015. Durante un año y medio le impidió verlo. En el juicio por la custodia del niño no pudo presentar ninguna de las pruebas que tenía para demostrar que la madre de Miguel había tenido un hijo suyo de forma fraudulenta.
Además de no permitirle hablar, la juez desestimó ver un estudio grafológico que demostraba que la firma de Javier y la que aparece en el contrato de la inseminación de Valentina no pertenecían a la misma persona. La magistrada tampoco admitió ver el pasaporte del gallego para confirmar que entre julio y diciembre de 2011 no pisó Rusia.
“Era tan simple como eso. Ella se inseminó en noviembre de ese año y yo no estaba allí, con lo que el hospital y ella incurrieron en un delito". En Rusia, dice Javier, reina la corrupción. “Se puede comprar a todo el mundo, por eso ella ha conseguido lo que buscaba”.
“Nadie ha movido un dedo para ayudarme”
Javier Somoza ha puesto su caso en conocimiento de la Embajada de España en Rusia, del Ministerio de de Exteriores y del de Justicia. Les ha explicado que durante los últimos tres años ha interpuesto numerosas denuncias contra su ex mujer y que su hijo, según los informes psicológicos practicados al niño, sufre ansiedad y trastornos de conducta por la actitud de su madre. “Nadie ha movido un dedo por ayudarme. Todo son evasivas. Sólo pido que presionen de alguna forma para someterme a un juicio justo”.
Javier lleva gastados 200.000 euros en todo este proceso. De ellos, 60.000 proceden de un préstamo que está amortizando. Dice que le han engañado abogados, que los viajes son carísimos, que ha tenido que contratar traductores…
Pero este gallego menudo y fumador no se rinde. No quiere perder a su hijo en el juicio en el que puede quedarse sin la patria potestad de Miguel. Si eso sucede a finales de este mes, asegura que el niño desaparecerá de su vida definitivamente. Pero si no se le ayuda, dice que demandará al Estado español por dejación de funciones.
Mientras tanto, Miguelito y su padre siguen separados por más de 6.700 kilometros. Javier ya sólo quiere que le permitan verlo y se le reconozca que fue engañado por una natasha.