Salamanca. 05.35 horas de la madrugada del 9 de diciembre de 2016. Dos agentes se personan en el número 5 de la carretera de Ledesma ante la llamada de una vecina que requiere la presencia de la Policía a cuenta de unos incesantes y molestos ruidos. Ya en la vivienda de la demandante, los guardias sacan el sonómetro y lo dirigen hacia el techo con el objeto de medir la fuente del citado ruido. A uno se le escapa una sonrisa. El sonido es rítmico, reiterado en el tiempo, con una cadencia apenas invariable y que sobrepasa en dos decibelios el máximo permitido. Los policías firman el informe especificando el suceso que motiva la perturbación sonora que quebranta el descanso de los habitantes del inmueble: “Ruido de cama”. “Por no poner que estaban f... como locos”, amplía María Luisa, sufridora del gozo de los inquilinos del piso adyacente. El éxtasis de Julia, la apasionada vecina, es el calvario de María Luisa. Y de José, y de Laura, y de Flori...
El sexo, que tantos beneficios reporta, tiene un efecto pernicioso para la salud de María Luisa y su familia. Partícipes pasivos de las relaciones sexuales de su vecina de arriba, llevan meses sin dormir por el alto volumen que alcanzan los alaridos de la joven Julia, a la que el Ayuntamiento de Salamanca ha sancionado con 150 euros de multa por superar en varias ocasiones los decibelios permitidos.
“Y no te creas que son rápidos, llegan a estar hasta dos horas en el dale que te pego”, sostiene María Luisa, desanimada por el desgaste que le provoca la situación. Sus ojeras son el ejemplo gráfico de la falta de sueño, que se quiebra de madrugada con el frenesí desatado de sus vecinos. “Antes lo hacían por la mañana y por la tarde, ahora es de noche, cuando llegan de juerga”, puntualiza a EL ESPAÑOL, que visita el inmueble después de que el BOE publicase la sanción a la infractora, Julia, que vive en el tercero G.
“Sí, en el G, del punto G”, admite con guasa la denunciante.
TWERK, POLE DANCE… JULIA
Este diario llama al timbre del piso donde vive Julia. Nadie contesta. Dos intentos después los periodistas captan la indirecta. Ella no hablará. “Tampoco les abre a los policías cuando viene a notificarle la sanción”, apostilla María Luisa. Más tarde, los reporteros averiguan que se trata de una joven recién entrada en la veintena, morena, de una estatura media y aficionada a bailar, actividad que desarrolla también profesionalmente.
Julia es estudiante de la Universidad de Salamanca, su ciudad, y profesora de Pole Dance y Twerk. El primero es un tipo de baile que se realiza ascendiendo y girando de forma sugerente en una barra vertical; el segundo, una danza urbana importada de Estados Unidos que puso de moda la cantante —sí, eso dice su currículum— Miley Cyrus y que consiste en mover la cadera de forma sensual, sugerente y rítmica. “Básicamente es bailar con culo, piernas y brazos”, apunta la propia Julia en la página web donde se ofrece como profesora. Muchos sabrán reconocer este tipo de baile por uno de los anuncios más comentados de este año, el de Claro que sí, guapi.
GEMIDOS QUE CUESTAN CARO
El sexo es cosa de dos pero la multa solo le afecta a ella. “A él no se le oye”, detalla María Luisa. El Ayuntamiento considera que Julia incumple la ordenanza municipal para la protección del medio ambiente contra la emisión de ruidos y vibraciones. Infracción que puede ser sancionada con 750 euros. Finalmente han sido 150, que se podrían quedar en 75 por pronto pago. Cifra a la que habría que sumar otra sanción de 240 euros por una diligencia previa en la que los agentes registraron que los gemidos superaban al límite en 6,7 decibelios. Esta falta está tipificada como grave y la cuantía podría haber superado los 1.500 euros.
—María Luisa, ¿ha hablado con su vecina alguna vez sobre el tema?
—Sí, un día que coincidimos a la salida del ascensor; le pedí que tuviese un poquito más de cuidado, que se oía todo. Agachó la cabeza, me pidió perdón, pero siguió en las mismas. Al contrario, creo que lo cogió con más ganas.
“Y se dicen de todo, ¡eh! Del ‘dámelo todo’ al ‘dame más’, pero lo peor son los gritos”, desglosa María Luisa, que llegó a irse de su vivienda a la casa de su madre durante casi un mes por los problemas que le genera la falta de descanso. Su marido trabaja en la construcción y teme que el escaso sueño haga que se despiste en la carretera. “Y con mi hija, a pesar de que acaba de cumplir 18 años, imagínate la situación lo incómoda que es”, añade.
Pero los ruidos no se circunscriben a los pisos colindantes, el patio hace de amplificador y son muchos quienes dan fe de las artes amatorias de los inquilinos del 3º G. “Yo escucho hasta la cisterna de mi vecino, si es una chica joven que se pone a chingar como loca, ¿cómo no se va a escuchar?”, sostiene Jacques, un tipo joven que según detalla tiene interés en conocer la identidad de la pareja. “¡Qué alegría en el bloque y yo sin enterarme!”, zanja entre risas y prisas en mitad del portal.
AGITACIÓN EN EL NÚMERO 5
La publicación de la sanción en el BOE, y el posterior eco en las redes, ha alterado mínimamente el apacible bloque de cuatro alturas y vecinos de avanzada edad en el que se produjeron los hechos. Los habitantes del número 5 de la carretera de Ledesma llevan días escudriñando alguna pista que les lleve a la infractora. O todos lo saben pero por prudencia esconden la información al equipo de EL ESPAÑOL, que repasa planta por planta comentando con los vecinos la peculiar historia.
En la segunda planta, Flori y Andrea, dos veinteañeras rumanas, sorprenden por el desparpajo con el que califican los sonidos que turban la tranquilidad de la escalera. “Es la cama, sí, sí, la cama”, aseguran sin atisbo de dudas las risueñas jóvenes, camareras en bares de trasnoche. “La última vez hace dos días”, detallan acompañando el discurso con los gestos que inequívocamente describen una relación sexual. “Solo se le escucha a ella”, confiesa Flori en un parco castellano, coincidiendo con la tesis de María Luisa. Quizás para enmascarar los puntuales alaridos de su vecina tienen la música tan alta que apenas se oye el sonido del timbre.
De poco le ha servido a María Luisa la reunión que a instancias de su abogado convocó la comunidad de vecinos. Tampoco los dos avisos que le hizo llegar con sendos burofaxes a la propietaria de la vivienda. “Me dijo que eran problemas entre los inquilinos y yo, y que ella, mientras cobrara, no se iba a inmiscuir”, recuerda María Luisa, tan desesperada por la situación que vive prácticamente a diario que se plantea llevar el caso a los tribunales.
El Ayuntamiento explica en el expediente sancionador que el ruido puede llegar a representar un factor psicopatógeno destacado y una fuente de permanente perturbación de la calidad de vida de los ciudadanos. Una exposición prolongada a un nivel elevado de ruido, defiende el escrito, tiene efectos perniciosos sobre la salud de las personas y su conducta social, llegando a incrementar las tendencias agresivas y la reducción de comportamientos solidarios.
“Es que llega la noche y se me hace un nudo en el estómago pensando en que no voy a dormir”, relata la principal damnificada con un talante serio. “Puede parecer chistoso que no te dejen dormir tus vecinos por los ruidos que hacen mientras hacen el amor, pero es algo grave que está afectando a toda la familia”.