Armero, el hombre que con una servilleta de bar ayudó a legalizar y a revolucionar el PCE
El abogado José Mario Armero pasó por escrito a Santiago Carrillo las exigencias de Adolfo Suárez: aceptación de la bandera rojigualda, de la monarquía y de la unidad de España.
7 abril, 2017 01:36Noticias relacionadas
La legalización del PCE, de la que el próximo 9 de abril se cumplirán cuarenta años, es un ejemplo evidente de que tras cualquier obra de teatro hay un rumor de bambalinas. Fijamos nuestra atención en Santiago Carrillo y Adolfo Suárez, sus protagonistas, pero entre las trastienda de esta historia se halla un hombre, José Mario Armero, sin el cual toda la negociación hubiera sido simplemente imposible.
Armero era abogado con importantes contactos tanto en España como en el extranjero, ocupaba en aquellos años la presidencia de la agencia de noticias Europa Press y era un hombre cercano a don Juan de Borbón, con convicciones democráticas y absolutamente consciente de que el franquismo era un régimen obsoleto que debía abrir la puerta a las libertades. Quería Armero para España una democracia homologable al occidente europeo. Coincidía en estas pretensiones no sólo con don Juan, sino con el entorno de su hijo Juan Carlos y, como se demostró a lo largo de su intensa gestión en este asunto, con el presidente del gobierno Suárez y el líder del primer partido de la oposición, Santiago Carrillo.
Su buena amistad con Teodulfo Lagunero, mecenas de Carrillo, le situó como enlace perfecto entre los reformistas del régimen y la cúpula comunista. Armero comienza su misión de intermediario en agosto de 1974, cuando el general Franco sufre una tromboflebitis en su pierna derecha que le aparta temporalmente de la Jefatura del Estado, ocupada en régimen de interinidad por el príncipe Juan Carlos.
En un Consejo de Ministros que tiene lugar en el Pazo de Meirás, Juan Carlos coincide con Nicolás Franco Pasqual de Pobil, sobrino del dictador y personaje inquieto del tardofranquismo que está, desde 1973, contactando con líderes de la oposición para pulsar sus posturas ante un hipotético cambio político hacia fórmulas democráticas. “Sé por mi padre –le dice Juan Carlos a Nicolás– que quien tiene acceso a Carrillo es Pepe Mario Armero. Habla con él para ver qué piensa el secretario general del PCE”.
París, agosto de 1974, restaurante Le Vert Galant. Armero logra concertar una cita entre Nicolás Franco y Carrillo. Acompañan a los comensales el propio José Mario y Teodulfo Lagunero, los enlaces de uno y otro lado. Durante aquella reunión ya se trazan las tres líneas fundamentales en torno a las que girará la negociación para la futura integración de los comunistas: en primer lugar, que la monarquía apuesta por la democracia; en segundo lugar, que en ese tránsito hacia las libertades se cuenta con el PCE (si bien Nicolás no especifica cómo ni cuando); y en tercer lugar, que para poder participar en el cambio político es necesaria la moderación tanto en la teoría –renuncias discursivas y simbólicas–, como en la práctica, embridando la movilización social que el Partido controla a través de su sindicato, Comisiones Obreras.
A la primera cuestión Carrillo contesta que aceptará la monarquía siempre que ésta abogue por la democracia. Respecto a la participación del PCE en el tránsito político, la considera imprescindible y perentoria, a ser posible en un gobierno de concentración que gestione el desmantelamiento de la dictadura. Y sobre el tercer punto, el secretario general del PCE afirma que la moderación en el discurso y en la calle será posible siempre y cuando desde el gobierno se empuje hacia una verdadera democracia. Los contactos seguirán hasta la coronación de Juan Carlos, si bien Armero dejará de ser el intermediario y la misión correrá a cargo de íntimos amigos del monarca como Manuel de Prado y Colón de Carvajal.
José Mario vuelve a su misión de enlace en agosto de 1976, cuando nada más subir al poder Suárez, Teodulfo Lagunero le visita en Madrid con el siguiente mensaje: “Pepe, tú que conoces a gente cercana al Gobierno, trasládales que Santiago necesita el pasaporte”. El secretario general del PCE lleva viviendo clandestinamente en España desde febrero de ese año, pero emprende una lucha por legalizar su situación porque sabe que tras el pasaporte vendrá, de facto y pronto de iure, el reconocimiento de su partido. También lo sabe el Gobierno, por eso Alfonso Osorio (vicepresidente para Asuntos Políticos), a quien Armero pulsa, le dice que 'no' después de consultar el asunto con Suárez.
Sin embargo, pese al rechazo inicial, Adolfo quiere abrir un canal de comunicación con Carrillo a través de Armero, y ahí comienza la misión del abogado, quien va a concertar frecuentes contactos con Santiago donde el líder del PCE traslada sus percepciones y pretensiones ante la reforma política en curso.
1976 es el año del 'no' de Suárez a Carrillo. No al pasaporte, no a la legalización, pero sí a la interlocución fluida a través de Armero. El presidente del gobierno prefiere legalizar al PCE después de las primeras elecciones generales, previstas para el 15 de junio de 1977, una vez se haya consolidado la reforma y finiquitado la dictadura. Pero las circunstancias cambian drásticamente en enero de 1977, la transición a la democracia peligra seriamente y el 'no' de Suárez se convierte en un 'puede ser'.
En ese negro mes de enero mueren dos estudiantes en sendas manifestaciones pro-amnistía por el centro de Madrid, es secuestrado por los GRAPO el teniente general Emilio Villaescusa (presidente del Consejo Superior del Ejército) y unos pistoleros ultraderechistas asesinan a cinco abogados laboralistas en la calle Atocha. José Mario Armero vuelve a ser crucial. Negocia el itinerario y la actitud serena del PCE durante el entierro de los abogados. “Tranquilidad”, pide Suárez. “Tranquilidad y orden”, garantiza Carrillo. “En aquella sobrecogedora manifestación de serenidad y madurez políticas –diría años después el entonces ministro de gobernación, Martín Villa– el Partido Comunista se ganó su legalización”.
Consciente de que los intermediarios ya sobran, Suárez pide a José Mario que concierte una cita con Carrillo para hablar, cara a cara, de la legalización del PCE antes de la primera cita electoral. Armero y su esposa –otro personaje crucial en las bambalinas de esta historia– preparan la logística para que el 27 de febrero de 1977 el presidente del gobierno y el líder de la oposición se vean en un chalet, propiedad de los Armero, a las afueras de Madrid.
Sentados en el salón, el anfitrión quiere dejarles solos, pero Suárez le dice: “No, Pepe, quédate, has sido y eres importante en esta negociación”. He aquí la clave. Armero no sólo actuó como enlace que lleva y trae información, sino como auténtico abogado conciliador que forja consensos y encauza la negociación cuando el proceso está a punto de descarrilar, como ha podido verse durante el tenso mes de enero de 1977. En aquella reunión secreta se hace efectivo el trueque de “legalidad” por “legitimidad” que sustenta esta negociación. Y es que Suárez necesita tanto a Carrillo como Carrillo a Suárez.
El presidente del Gobierno porque sin el concurso del PCE –primer partido de la oposición– no será legítimo, creíble, el tránsito hacia una democracia homologable al occidente europeo. Y el secretario general de los comunistas porque sin la legalidad que puede concederle el presidente no se convertirá en actor político con posibilidad de condicionar, desde las instituciones, el proceso de transición hacia la democracia. Esa relación simbiótica convirtió a los viejos enemigos en adversarios dentro de un terreno de juego nuevo que pretendía, a través de la reconciliación, superar cuarenta años de fractura entre “las dos Españas”.
La legalización del 9 de abril de 1977 vendría un mes después de aquella crucial reunión, y la Caja de Pandora que Suárez abrió con su arriesgada decisión abocará al país a un posible golpe de Estado justo después del Sábado Santo Rojo. Y Armero, otra vez, intentará sortear la tempestad sirviendo de interlocutor y forjador de consensos, tal y como quiere el presidente. 11 de abril, Pita da Veiga, ministro de Marina, acaba de dimitir. Esa mañana Suárez llama, con voz nerviosa y cansada, a José Mario Armero: “He tenido que negociar con los militares hasta las cinco de la mañana y, a pesar de la calma, la situación es muy peligrosa. Todavía no me he acostado. Pepe, pide al PCE máxima prudencia, que traten de evitar reacciones contrarias. Me preocupa especialmente la Marina”.
Tres días después, 14 de abril, los temores de Suárez se hacen realidad. El Consejo Superior del Ejército emite un duro comunicado donde afirma que “acepta por disciplina la decisión gubernamental de legalizar al PCE”, si bien velará, “con todos los medios a su alcance”, por la unidad de la patria, el respeto a su bandera y la defensa de la monarquía. Ese mismo 14 de abril, fecha simbólica para el sentimiento republicano, el primer Comité Central del PCE en la legalidad se reúne en el Hotel Meliá Castilla de Madrid. El fuego y la gasolina están más cerca que nunca, el ruido de sables es ensordecedor, por eso Suárez pide a Armero que se traslade al Meliá y obtenga de Carrillo un gesto espectacular que logre tranquilizar a los militares. En un pedazo de servilleta de papel que José Mario coge de la cafetería del hotel donde el cónclave comunista se reúne, el “abogado conciliador” apunta las exigencias de Suárez: “aceptación de la bandera rojigualda, de la monarquía, de la unidad de España y rechazo a la violencia”.
Al día siguiente, y en una multitudinaria rueda de prensa presidida por una gran bandera rojigualda junto a otra comunista, Santiago Carrillo asume las exigencias de Suárez. Y explica así su sacrificio simbólico: “En estas horas, no digo en estos días, digo en estas horas, puede decidirse si se va a la democracia o se entra en una involución gravísima […]. No dramatizo: digo en este minuto lo que hay”.
Sorteada la tempestad, al menos temporalmente, Armero respira tranquilo, aunque seguirá sirviendo lealmente a Suárez hasta las primeras elecciones de junio de 1977. Es crucial su papel, por ejemplo, como intermediario ante la administración Carter para conseguir una promesa de ayuda política y económica de los estadounidenses al candidato Suárez durante aquella primera campaña electoral. En un apunte de Armero en su diario personal del domingo 22 de mayo de 1977, leemos la siguiente nota: “Me llama Adolfo Suárez. Hablamos largo rato. Le cuento mi entrevista con Walter Mondale [vicepresidente de los Estados Unidos]. Todo va muy bien con USA. Ha hablado con Carter por teléfono y ofrecen la ayuda económica cuando quieras y como quieras. No desean decirlo para que no se hable de colonialismo americano”.
La labor de José Mario Armero antes, durante y después de la legalización del PCE no es baladí, y hoy podemos documentarla negro sobre blanco gracias a su archivo personal, al que he tenido acceso gracias a la generosidad de la familia Armero Montes y de Pilar Urbano. Aunque José Mario siempre quiso mantenerse en un segundo plano –el rey le ofrece un cargo de senador que él rechaza porque, dice, “carezco de vocación parlamentaria”– su actuación como intermediario trasciende la de un simple mensajero hasta desembocar en un auténtico forjador de acuerdos, sin el cual no se entiende el éxito de la negociación. No conviene olvidar, pues, estos retazos de intrahistoria que, como decía el maestro Unamuno, sirven de “fondo permanente a la historia cambiante y visible”. Ese fondo descansa en la labor callada y generosa de personajes como José Mario Armero, a quien su amigo Antonio Garrigues Walker definió con precisión: “El hombre que nunca pasó factura”.