Madrugada del 22 de agosto de 2016. La madrileña Diana Quer, que por ese entonces tiene 18 años, desaparece en A Pobra do Caramiñal (A Coruña). Han pasado ocho meses y nada se sabe de ella desde aquella madrugada en la que se le perdió el rastro. Ni una pista sólida que conduzca hasta su paradero.
24 de diciembre de 2016. 125 días después, Valeria, su única hermana, de 17 años, embarca en un avión con destino a Nairobi (Kenia). Va junto a su novio, también menor de edad. Es Nochebuena y la pareja cuelga una foto en una red social pocos minutos antes de despegar. Los adolescentes muestran los billetes de avión. “Que empiece el viaje”, escribe Valeria. En África está hasta el 13 de enero, por lo que vuelve a España cuando el curso escolar ha comenzado de nuevo hace ya unos días.
Jueves 7 de abril de 2017. Varios agentes de la Policía Nacional acuden a la casa de Valeria Quer. Les ha llamado su madre, Diana López-Pinel, quien les cuenta que su hija le ha amenazado empuñando un palo, mientras le gritaba “mala madre” y le insultaba.
Los policías retienen a la menor y la trasladan hasta la comisaría de Pozuelo de Alarcón (Madrid). Allí, la adolescente reconoce los hechos y pide disculpas a su madre. En torno a las siete de la tarde retorna a su hogar junto a su progenitora. Ambas pasan la noche juntas. La Fiscalía de Menores se hace cargo del caso.
Perdida. Desnortada. Sin rumbo. Así se encuentra Valeria Quer desde que desapareció su hermana Diana, hace ya ocho meses. Un tiempo en el que la joven ha visto cómo la relación con su madre se ha deteriorado aún más de lo que ya estaba y cómo se agravaban los problemas de convivencia con ella.
La adolescente sigue exponiendo su vida en las redes sociales. Sus viajes, sus sentimientos, sus amoríos… Aunque tras las primeras semanas de la desaparición de su hermana la mayoría de sus comentarios estaban relacionados con Diana, ahora eso ha cambiado. Como ejemplo, las fotos de sus Navidades en África.
Un año de turbulencias
Durante el último año, Valeria ha vivido una vida llena de turbulencias. En agosto de 2016, días antes de que viera por última vez a Diana, la menor "se autolesionó hasta en tres ocasiones". Tuvo que acudir a Urgencias, donde los médicos le practicaron tres lavados de estómago por la ingesta de ansiolíticos. Su propia madre pidió el alta voluntaria de su hija y no permitió que un psiquiatra la analizara.
A las pocas semanas de que a Diana Quer se le perdiera la pista, el juzgado de Instrucción número dos de Ribeira (A Coruña) otorgó la custodia de Valeria a su padre, Juan Carlos Quer, con el que empezó a convivir.
La decisión del juez estuvo motivada por la declaración de la menor, quien aseguró que su madre, Diana López-Pinel, le había dado dos palizas. También contó que no aparecía muchas noches por casa desde que ella tenía 12 años, y que cuando lo hacía era "en estado ebrio" y a altas horas de la madrugada.
Sin embargo, a finales de 2016, el juez le devolvió la custodia de Valeria a su madre, con la que retomó la convivencia. Por ese tiempo ya había planificado sus vacaciones en Kenia junto a su novio.
Sólo un día después de su disputa con su madre, la menor de las Quer, sabedora de que estaba en el centro de las miradas, subía varios vídeos a su perfil de Instagram. En ellos aparecen Valeria y su novio, y se escucha música de fondo y los ladridos de un perro. "Mi hombre", decía en referencia a su chico. Y dejaba un enigmático mensaje: "No creáis todo lo que dicen".
Un secreto a voces
Era un secreto a voces que la relación entre madre e hija no gozaba de buena salud. Por eso casi nadie del círculo más cercano a la familia se mostró sorprendido cuando este viernes se supo que, un día antes, a Valeria Quer se le detuvo por amenazar con un palo a su madre.
“Cuando venía a mi casa y se quedaba a dormir con mi hija –explica la madre de una amiga de Valeria, que pide mantenerse en el anonimato- casi siempre nos contaba que no quería volver con su madre porque habían tenido bronca. En realidad, ninguna de las dos niñas se llevaba bien con su madre, ni tampoco entre ellas. Se quieren, claro está, pero por lo que yo sé los roces entre las tres eran frecuentes”. Según ha sabido EL ESPAÑOL, en varias ocasiones Valeria habría quemado en los brazos a su hermana utilizando un cigarro.
Probablemente, la mala relación de Diana López-Pinel con sus dos hijas tiene su origen en los años previos al divorcio entre ella y su exmarido, Juan Carlos Quer. Tras una “traumática ruptura”, hace casi cuatro años, la desdicha se cebó con ellos. En apariencia, quienes más perdieron fueron las hijas de la pareja, la desaparecida Diana y Valeria.
Testigos de la separación de unos padres enfrentados, a ambas se les agrió el carácter y entraron en un bucle de procesos depresivos y de discusiones entre ellas y también con su madre, quien se quedó con la custodia de las dos adolescentes.
Aquel trance, que sucedió cuando Valeria tenía 13 años y Diana 15, les pasó factura. Ambas cayeron en la anorexia. “El divorcio las traumatizó. Fue muy duro para dos niñas ver cómo la vida que habían llevado hasta el momento se descomponía de un día para otro”, le contaban a este periodista varios allegados de los Quer a principios de septiembre del año pasado, cuando se inició la búsqueda de Diana en A Pobra do Caramiñal (A Coruña).
Precisamente, la desaparición de la mayor de las hermanas Quer fue el detonante que empeoró aún más la tensa relación que Valeria tenía con su madre. La de este pasado jueves fue la enésima discusión entre Diana López-Pinel y la menor de sus dos hijas.
En el libro El oficio de ser madre, Gemma Cánovas, psicóloga clínica y psicoanalista, analiza la relación entre madres e hijas y sus posibles situaciones de conflicto. La experta advierte en su obra que “muchos choques tienen un componente psicológico y social”, y explica que existe el riesgo de que la progenitora quiera reparar a través de la descendiente ciertos conflictos propios. En el caso de Diana López-Pinel, las consecuencias del proceso de divorcio pudo traspasárselas a sus hijas, a las que trató de crear una imagen negativa de su padre.
Sin rastro de Diana
Diana Quer desapareció en la madrugada del 22 de agosto de 2016, cuando los vecinos de A Pobra do Caramiñal celebraban sus fiestas patronales. La mayor parte de los testimonios se localizan en el parque de Valle-Inclán, donde los jóvenes se reúnen para hacer botellón. Diana acudió con sus amigos. Pasadas las dos de la madrugada decidió emprender el camino hasta su casa, en una urbanización ubicada a unos veinte minutos a pie. Algunos testigos la ubican en el paseo Areal, que discurre junto a la playa. A partir de ahí, nadie más sabe con seguridad dónde estuvo físicamente la joven.
Durante la investigación, dos meses más tarde de perdérsele la pista, un mariscador encontró su teléfono, un iPhone 6, en una ría de Taragoña, a 22 de kilómetros de A Pobra. La velocidad con la que se registró ese movimiento indican que la joven -o al menos su teléfono móvil- viajaron a bordo de un vehículo.
Los esfuerzos de los investigadores se centraron en extraer las piezas del teléfono e implantarlas en otro de características idénticas. Se salvaron algunos contenidos, pero no todos los que se esperaban. La investigación volvió a estancarse.
La Guardia Civil también centró el foco de sus pesquisas en un Audi A3 negro en el que se le había visto a Diana varios días antes de desaparecer. Esta vía de investigación tampoco fructificó. Se localizó a sus propietarios y se descartó su vinculación con los hechos.
Hasta el momento, todas las hipótesis son posibles, incluida la de una fuga voluntaria. Los padres de la joven presentaron una imagen de unidad en los primeros compases de la investigación y pidieron la colaboración ciudadana ante los medios.
Pero a medida que pasaron los días se destapó una realidad que no les hubiera gustado mostrar: tiranteces en un matrimonio roto y dos hijas con continuos roces con su madre. A tenor de la detención de Valeria esta semana, se evidencia que la relación entre ambas parece definitivamente rota.