“Unos días sin vida, sola, apagada, desprotegida, sin ganas de seguir adelante y triste, muy triste y otros con muchas ganas de seguir adelante”. Así se siente Margarita Dopico Cancela, una gallega que hoy tiene 44 años pero a la que el reloj de la vida se le paró para siempre el 2 de octubre de 2010. Ese día, tras haberse separado por segunda vez hacía tres meses de un calvario teñido de dolor y malos tratos y de estar viviendo en casa de su hermana, todo cambió para siempre. Él, con la perversión y la infamia que caracterizan a los maltratadores, quiso vengarse dándole donde más le podía doler: en su hijo Pablo, de 14 meses. “No vas a volver a verlo”, la amenazó por teléfono.
Por desgracia, la advertencia de José Luis Deus no se quedó en palabras. Fue capaz de arrancar la válvula a una bombona de butano que llevaba en la furgoneta, prender la llama de un mechero y envolver en llamas el vehículo con el niño dentro. “Pablo era la luz de mis días. Era un puro cascabel. Todo se alborotaba con la alegría de su ser”, comenta su madre a EL ESPAÑOL. El 2 de octubre de 2010, el municipio coruñés de Paderne (Galicia) entró en estado de shock. El caso saltaba a nivel nacional. José Luis Deus había quemado a su hijo en un monte de la localidad próxima a Betanzos.
El día del crimen, quince minutos antes de que su expareja se llevara la vida de su hijo para siempre, Margarita Dopico denunció la desaparición del menor. Ya en esa denuncia figuraba la cruel frase del padre, prefigurando el despiadado desenlace de los acontecimientos. Poco después, a las 19:15 de la tarde de ese mismo día, sábado, el 112 recibió el aviso. Un vehículo ardía en el arcén de la carretera DP-906, en la zona de Ponte Ribeira, parroquia de Velouzás, Paderne. Deus utilizó un casquillo para convertir la bombona en un lanzallamas. La dirigió directamente hacia él y hacia el pequeño. En el último instante, logró salir del coche, repleto de quemaduras. Su hijo quedaba atrapado dentro.
Deus continúa en cárcel coruñesa de Teixeiro desde que ocurrió el crimen: fue condenado a 23 años de prisión. Su cruel asesinato, sin embargo, no ha sido por desgracia ni el primero ni el último. En la última década 57 maltratadores han asesinado a 57 menores y en lo que llevamos de año esta dolorosa estadística refleja que al mes un niño es asesinado por violencia machista. Además, tal y como apunta el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, en el 71% de las sentencias no constaban denuncias previas en el ámbito familiar y en un 80% de los casos, los autores de las muertes de los pequeños -la mitad de ellos, recién nacidos- son de nacionalidad española.
Unas cifras escalofriantes que a Margarita le hacen daño porque rememoran su experiencia. “Si al menos yo fuera la única, mi dolor sería menos y lo llevaría de otra manera. Lo aceptaría de otra manera. Sin embargo, esta locura no para. Esta desgracia continúa y cada vez que veo una nueva noticia me acuerdo de nuevo de lo vivido pero me da fuerzas para seguir luchando y poniendo mi grano de arena para que no vuelva a suceder”, explica con voz muy apagada. Su tristeza hace que tengamos que realizar esta entrevista en dos días diferentes porque a esta madre superviviente le ha afectado especialmente el último infanticidio acontecido muy cerca de su casa y justo en el Día de la Madre. “A esa madre, a su familia y a sus seres queridos, tanto yo como Ruth Ortiz y Gema Cuerda, le trasladamos nuestras más profundas y sentidas condolencias, y nuestros mayores deseos de superación, ánimo, fuerza y paz”, añade.
—¿Cómo se encuentra?
—El último parricidio en el municipio de Oza-Cesuras , tan cerca de mí, me ha reabierto mucho la herida y el dolor. Mi vida es complicada pero estoy intentando salir adelante. Hay días en que no quiero levantarme de la cama. Otros días me levanto pero la cama me empuja a volver a entrar en ella; y otros días la cama me hace salir para afuera. Estoy intentando encontrar una ilusión. Estudiar me ha ayudado de alguna manera a mantenerme ocupada, a no pensar. La muerte de un hijo es un proceso doloroso, pero si además le sumas circunstancias como las mías, las expectativas de seguir adelante se complican un poco más.
—¿Y quién le ha ayudado a resistir durante estos siete años?
(Se abre un silencio y Margarita suspira bajito, con pena, hasta que contesta).
—Solo me han ayudado mis padres, mi hermana y dos amigas muy cercanas. Por el resto nadie me ha ayudado. Mi estado de salud no es bueno. Yo sigo dependiendo de mis padres. He cobrado en tres ocasiones diferentes por un período de once meses la ayuda de 426 euros de la Renta Activa de Inserción, ya que en uno de los supuestos para poder cobrarla es ser víctima de violencia de género, pero ya se me ha acabado. La Xunta, al ya tener sentencia y presentar un certificado de insolvencia, me ha dado una indemnización de 6.000 euros a fondo perdido. Si algún día recibo la indemnización, me he comprometido a devolverla. Me siento dependiente porque es mi familia, mis padres, los que me están manteniendo económica y moralmente. Las oportunidades laborales no están bien y yo mientras estoy poniendo todo de mi parte para estar al 100%, estoy a la espera de una plaza como interina en la Xunta.
También me correspondía asistencia psicológica pública, pero era una visita cada tres meses con una psicóloga, y con eso poco podía hacer para recuperarme. En casos así es muy importante sentirse independiente. Tras todo lo sucedido entendí que tenía que ocupar mi cabeza, por eso me puse a estudiar, cambié de domicilio. Dejé Betanzos y me fui a Santiago. Allí saqué el bachiller, me presenté a selectividad y la aprobé. Siento que he hecho todo, pero hay algunos días que me hundo, no me encuentro con fuerzas y siento que me falta quien me ayude.
—¿Nadie? ¿Cómo es posible tanta soledad con todo lo vivido?
—Así es. Pasa lo que pasa y nadie te ayuda. Salvo la primera semana cuando pasó todo y en la que venían muchas visitas después no he recibido ni una sola llamada, aunque solo sea para darme el pésame. Solo silencio. En todos estos años de duelo solo mi familia, mis padres y en especial mi querida hermana, junto a dos muy buenas amigas y también la asociación de mujeres Vela luz han estado y están conmigo. Al principio, cuando pasó todo, me sentía acompañada pero después me he encontrado sola. He pasado días y semanas en el sofá, sintiéndome olvidada. Entiendo que el dolor hace daño a la gente, que se cansen de escuchar mi tristeza, que no sepan cómo reaccionar a ella o se quieran proteger de la misma, pero salvo ellos, ni una sola persona se acuerda de mí. Mi soledad es una soledad en muchos sentidos, aunque ahora puedo decir, pasados ya casi siete años de todo lo sucedido que los momentos de dolor van alternándose con más momentos de paz.
JUSTICIA, MEMORIA Y VERDAD
Pero a este dolor tan punzante, Margarita suma otro que jamás esperó y que proviene de la Guardia Civil, a quien denunció en 2013 por omisión de socorro. “Los denuncié tres años después porque antes no me sentí con fuerzas. Estaba psicológicamente deshecha. Por el momento nos llamaron para testificar, pero no ha habido juicio ni nada. Me suena a burla, o eso me parece. No entiendo cómo en todo este tiempo no se ha hecho nada”, narra indignada Margarita.
Y es que cuando su exmarido la llamó para decirle que nunca más volvería a saber de su pequeño bajó inmediatamente al cuartel y le dijeron que dado que a él le tocaba estar con el niño hasta las 19:00, por el régimen de visitas, que volviera a esa hora si él no había vuelto. “Les dije que era una amenaza, una amenaza de muerte, que me lo tenían que traer, pero no me hicieron caso. Mientras no zanje este asunto, no podré cerrar una etapa y empezar otra. Esta es una razón para seguir adelante. No puedo callar, solo pido justicia, memoria y verdad”, añade Margarita.
—¿Quien sí le ha dado fuerzas y esperanza es Ruth Ortiz, la madre de los pequeños Ruth y José?
—Sí, así es. Ella para mí es una fuente de inspiración. La admiraba y la admiro porque estuviera activa tras el asesinato de sus pequeños. Yo no fui capaz de hacer nada los dos primeros años. Verla me dio fuerzas, ella hacía sacar una vocecita de mí que me decía: ¡venga, tira tú también para delante! ¡Haz como ella! Ejemplos como el suyo son muy valiosos porque saben de verdad el infierno que se pasa. Te sientes comprendida de verdad. Por eso no dude en ir a conocerla y mantengo contacto con ella.
—A las víctimas se os pide demasiado. Que denunciéis, que llaméis al 016, que seáis valientes y luego la sociedad no os acompaña…
—La gente se echa las manos a la cabeza con cada caso que surge, pero la realidad es que todo se queda ahí. Basta ver estadísticas como las que dicen que para el 90% de la población la violencia de género no es un problema. ¡Y fíjate que no es así! Este es un problema que viene de demasiado lejos. No sé si ahora hay más casos que antes. Lo que sí sé es que antes se callaba todo. Salimos en los telediarios y oyes a la gente como dice: ¡Menuda mierda! ¡Esto es una lacra!, pero luego solo unos pocos se movilizan de verdad.
Yo agradezco que se invite a llamar al 016 pero para luchar contra la violencia de género no basta con esto. Tampoco con que los políticos guarden un minuto de silencio frente a un ayuntamiento. Todo esto es papel mojado. Te pongo un ejemplo que me sucedió hace poco. Fui a pedir una ayuda al INEM como víctima de violencia de género y para que me la diesen el requisito era presentar una denuncia o una orden de alejamiento que tuviera fecha en los dos últimos años. ¿Y qué pasa cuando no tienes una denuncia porque no la has hecho o es anterior? Este es un problema que afecta de forma transversal a la educación, la sanidad, la política… Se necesitan profesionales preparados que nos sepan atender de forma humana y efectiva, que no nos culpabilicen cuando vamos a denunciar. Somos una sociedad machista, una sociedad que ha mamado la desigualdad y combatir esto no se soluciona de un día para otro.
—¿Tras lo vivido recomienda usted dar el paso de denunciar?
—Animaría a que sí lo hagan. Sin embargo, con todo lo sucedido, mi confianza en las instituciones ha mermado de tal manera, que ya no sé si merece la pena. Desde luego hay que denunciar pero también hay que buscar más ayuda, porque es posible que con la que encuentren no tengan la suficiente. Por ejemplo, una orden de alejamiento es solo un cinturón de seguridad virtual. Es un papel mojado porque quien tiene que respetarla no lo va a hacer por mucho que lo dicte un juez.
En cuanto al apoyo económico, simplemente no lo hay. Y cada día hay que comer, vestirse, pagar psicólogos que te ayuden a salir adelante… Si a eso le sumas querer ir a una casa de acogida (como lo quise en mi caso) el requisito es tener una denuncia y yo no la tenía. Meterme a denunciarle era meterme aún más en la boca del lobo. Su enfurecimiento iba a ir de mal en peor si así lo hacía. ¿Es que no basta con la palabra de una mujer que sufre maltrato para poder ir a una de ellas y sentirte acogida?
—¡Suena todo tan injusto, Margarita!
—Injusto no es lo que me ha pasado a mí que no tengo vida, injusto es lo de mi hijo, un ser inocente al que se le quitó la vida para siempre. Es una aberración, un crimen. ¡A él le asesinó quien le debía haber protegido! Yo tenía mis miedos, me temía que pudiera pasar algo, pero en mis adentros pensaba que no se podría ser tan retorcido. Creo que la pena que le ha caído en la cárcel no es tan dolorosa como la que yo llevo en mi corazón.
—¿Y la familia de él le ha llamado? ¿Ha comprendido su dolor?
—Ni una solo persona de su familia ha venido a darme el pésame, ni me ha llamado en todos estos años. No sé si es dolor o vergüenza, pero el resultado es que solo ha habido silencio.
—En su día a día ¿cómo recuerda a Pablo?
—Buf… ¡Era lo mejor del mundo! Era precioso en todos los sentidos, pero me cuesta tanto aún hablar de él. Ni siquiera he podido volver a ver una foto suya. El dolor de haberlo perdido hace que me cueste comunicarme en ese sentido…
(Se hace un silencio, mientras Marga llora).
—Discúlpeme por haberle hecho esa pregunta…
—No te preocupes. La entiendo. A mi hijo lo tengo en la playa. Allí pasé muchos momentos felices, iba con él y mi perrita Boni. Lo llevaba a horas tardías para proteger su piel, para estar solos, le dejaba desnudito y jugábamos. En esa misma playa he querido que descansara junto a mi querida mascota. Allí voy frecuentemente, porque allí encuentro la paz más absoluta. Allí están los dos juntos como un día lo estuvieron en vida, y como algún día yo estaré con ellos.
Tenerlo en un cementerio para mí sería doloroso. En la playa, sin embargo, a pesar de que he llorado muchas veces, he visto atardeceres con colores pastel en el cielo. Siento que es como la habitación infantil de Pablo. Una habitación que puede tener paredes más bonitas que las del propio cielo. Me resulta duro vivir sin él y pensar en todo lo que pasó, pero ir a verle allí es sanador y me serena. Amar es lo único que nos hace libres.
Yo me imagino que estoy en esta vida como en una sala de espera, con el tique en la mano para ir a su encuentro. Mientras llegue mi hora, solo espero poder llegar a distraerme, a no estar sumida en el dolor, a poder vivir con plenitud, porque mi hijo era pura alegría. Quiero honrar a Pablo con la misma alegría que él tenía. Ojalá algún día pueda cerrar esta herida que tanto me duele. Porque cuando ves una vida nueva que llega como la de mi hijo, solo existe la alegría de vivir en estado puro, sabes que todo merece la pena. Y eso no tiene precio. Por eso esta entrevista es importante para mí. Es un paso más para mi recuperación, es salir públicamente y decir que se puede seguir adelante. Es demostrar a la sociedad que no somos víctimas, que somos supervivientes Que siempre hay que encontrar una razón para salir adelante. En mi caso, a pesar de lo padecido, me quedo con lo positivo: mi gran castigo ha sido perderlo y mi gran regalo haberlo tenido.
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