Dicen de él que es una leyenda. Aparece en las conversaciones y siempre hay alguien, o un amigo de ese alguien, que asegura haberlo visto. Comentan que se pasea por las calles haciendo rugir su motor de casi 300 caballos, pero con la luz verde sobre el techo. “¿Es un taxi?”, se preguntan. “¿Un Maserati?”, insisten. Sí. Es Jesús Lobo, el taxista más rápido de España. Y con su coche, de más de 130.000 euros, desafía a Uber o a cualquiera que se atreva a hacerle la competencia.
Levanto la mano en una avenida de Sevilla cercana al Estadio de la Cartuja. Por momentos creo escucharlo cuando ni siquiera se ve. En apenas segundos lo tenemos delante. Así, como por arte de magia. Lo toco como quien toca a un unicornio, a un pies grandes, al mismísimo Pegasus. Es blanco y me invita a subir. ¡Y cómo resistirse!
—Veo que no es una leyenda.
—¡Eso me dicen! Pero no, es real. Un Maserati hecho taxi, el Taxirati. Y nos quedan muchos años juntos para trabajarnos la calle.
Al volante está Jesús Lobo, un joven de 33 años de Sevilla. Hijo de una limpiadora y un auxiliar de enfermería, nacido en una casa humilde del barrio de La Macarena. “Ella me enseñó que el trabajo es duro y que hay que ser constante; él me contagió su afición por el motor y me ha enseñado lo difícil que es ganar dinero”, explica.
Lo comenta sentado en el asiento del piloto de un Maserati Ghibli de 275 caballos de potencia, con interiores de fibra de carbono y piel de alcántara fina en el techo, asientos de cuero burdeos —“color vino”, puntualiza— diseñados por Ermenegildo Zegna, una imponente pantalla de navegador, cámaras traseras, luces bidireccionales, llantas de veinte pulgadas, cambio semiautomático por levas… y todos los símbolos que lo distinguen como un taxi de la capital andaluza: la franja amarilla y el escudo de la ciudad, donde se lee el famoso lema. “Muy noble, muy leal, muy heroica, invicta y mariana ciudad de Sevilla”. Ahora, también, muy rápida.
EL TAXI MÁS RÁPIDO DE ESPAÑA
El de Jesús es el primer Maserati convertido en taxi de España y uno de los cuatro que hay en Europa. Pero, como sus compañeros, la bajada de bandera sale por 1,33 euros y la carrera mínima se va a los 3,63 euros. “Esto es un taxi, y disfruto llevando a mis clientes, dándoles el mejor servicio posible”, recalca Lobo, un tipo normal. Pero dueño de un coche de 130.000 euros.
Su discurso es sólido. Después de una larguísima carrera —que por fortuna no tenemos que pagar— con el equipo de EL ESPAÑOL por las calles de Sevilla va cuajando la idea de que tampoco es mal negocio comprarse un Maserati para hacerlo taxi. Y entre semáforo y semáforo todo va teniendo más lógica.
“Vamos a ver, ¿tú no lo harías? Imagina que un día te ofrecen el trabajo de tu vida, con libertad horaria, con las condiciones que tú decidas, pero con la única condición de que cobras un poco menos. ¿Lo aceptarías?”, me pregunta. Y dudo. Y me pongo a pensar si lo que pretende es venderme un Maserati para ir flechado de reportaje en reportaje. “Es posible que ahora gane menos, pero soy más feliz”, esgrime Jesús. “Y si ponemos en una balanza el dinero y la felicidad —sigue—, pues creo que en mi caso ha ganado lo segundo”.
El corolario al que llega Jesús es el fruto de muchísimas horas de incómoda espera en el asiento de su antiguo Citroën Picasso, de diez años como taxista, con sus noches y el callejeo por las intrincadas callejuelas del centro de Sevilla. Calles, por cierto, a las que entra con dificultad. “¿Conoces el giro por la calle Fabiola —una de las de la antigua judería, en el intramuros de la antigua ciudad—, no? Pues por ahí no puedo pasar, mi coche mide diez centímetros más”, detalla.
Pero, ¿qué más da una calle de las tantas que tiene Sevilla para quien está cumpliendo un sueño? A Jesús se le ve la felicidad en cada atasco, se muestra henchido de orgullo cada vez que alguien se hace una foto con su coche. Porque lo paran, le preguntan y él aprovecha la oportunidad para deslizarle una tarjeta con su número de teléfono [635 908 334] a una joven turista que se acerca a su ventanilla. Es feliz.
—Más allá de los flashes, ¿hay mucho marketing en su decisión?
—Claro, lo he hecho para mejorar en mi trabajo. Quiero ser el mejor, con todo el respeto a mis compañeros. Ahora hago menos calle, menos noches y más viajes, más recogidas en el aeropuerto porque he llegado a acuerdos con empresas. Me quito el estar callejeando, con el peligro que eso conlleva por las noches. Y eso es ganar en calidad de vida.
SIN MIEDO A UBER
—¿Cree que Uber es competencia para usted?
—No creo ni que sea competencia para mis compañeros. El taxista de Sevilla es, por lo general, una persona mayor, de Sevilla de toda la vida, que se conoce bien la ciudad, los restaurantes, los lugares que demandan los turistas, con experiencia. Y ahí Uber no tiene nada que hacer. Las carreras son cortas y no veo margen para que ellos apliquen tarifas más baratas. Y, ¿competencia para mí? ¿Con este coche? No creo que nadie de Uber vaya a poner su Maserati de 130.000 a dar carreras por tres euros.
Jesús duda si irá a la manifestación que sus compañeros han convocado en Madrid para el próximo martes 30 de mayo en contra de Uber y Cabify. Le gustaría y se muestra firme defensor del gremio. Pero no quiere exponer su coche por si la cosa se va de madre.
—¿Qué tipo de clientes tiene ahora?
—Pues estoy a punto de firmar un contrato con Iberdrola y con Heineken. Además estoy en negociaciones con Airbus y varios hoteles de Sevilla. Pero yo cobro el mismo precio que cualquier otro taxi de Sevilla. Y lo mismo te cuesta ir a Granada en una Citroën Picasso, como la que yo tenía antes, que en el Maserati. Y, claro, el cliente elige un mejor servicio por el mismo dinero.
—¿Le ha generado envidias entre los compañeros?
—Pues no. Mis compañeros son maravillosos y me han apoyado desde el principio. Me dicen que ole por mí, que si yo he podido también podrán otros. Se alegran por mí. Ha habido quien me ha dicho que estoy loco, que esta iba a ser mi ruina, que no iba a tener para pagar el gasoil. Pero a todos les digo lo mismo, aunque no gane dinero, que no es el caso, yo soy feliz. Y salgo todos los días feliz a mi trabajo. Me despierto con la ilusión de montarme en el coche y se me olvida que estoy trabajando.
UN MASERATI Y UN MUSTANG DEL 67
El coche de Jesús —el Maserati, porque también tiene un Mustang Shelby GT 500 del 67— se detiene frente a la Giralda. Junto a él pasan varios compañeros, que no pueden evitar ponerle caras. La mayoría sonríe al ver la expectación que genera el bólido entre los turistas.
“Me preguntan que si es una acción de publicidad, un anuncio de Maserati…”. Y Jesús ríe.
Quien también rió fue la comercial del concesionario en el que compró el coche cuando Jesús le explicó que lo convertiría en un taxi. “No se lo creían”, recuerda. “No les entraba en la cabeza”, añade. Allí, en mitad del lujoso espacio expositivo y entre otros tantos coches de alta gama, le invitaron a subirse para probar la experiencia, para sentir lo que es ir a bordo de un Maserati. Y Jesús se fue directo a los asientos de atrás. “Quería saber si era cómodo para mis clientes, porque ellos son lo primero, y si no fuese idóneo para ellos, no lo hubiese comprado”, argumenta medio sonriente. Al final se lo llevó.
—¿Cuánto tiempo te queda para pagarlo?
—Pues muchísimo, pero bueno… Ahorras un poco de dinero, pides un préstamo como todo hijo de vecino y lo vas pagando poco a poco. Y cuando pagas el coche, el seguro y demás, lo que te queda pues… bueno es. Si es mil, pues mil; si son cien, pues cien; o si son cincuenta y me da para dos Cruzcampos. Me adapto.
—Y la familia, ¿qué le dice?
—Cuando les dije que me iba a comprar un Maserati empezaron a tener dudas, no querían que me embarcara en algo que pudiese generarme un problema. Pero al poco tiempo ya estaban convencidos. Saben que soy una persona luchadora y si tengo que echar veinte horas de trabajo, las echo sin problema. Ellos ya me conocen. Y me apoyan. Incluso mis padres me dejaron algo de dinero para comprarlo. Saben que soy feliz.
Porque Jesús fue pescadero en el Carrefour, también carnicero, ha trabajado de camarero y de dependiente en El Corte Inglés. “Todo suma”, garantiza. Ahora presume de ser taxista, una profesión que ha aprendido a amar. Eso sí, no es un taxista cualquiera. Conduce un Maserati. Y es feliz.