El carcelero que narra desde dentro las torturas en las prisiones de Kim Jong-Un
- Myeong-chul Ahn trabajó casi una década como responsable de la vigilancia en prisiones del régimen norcoreano antes de escapar. Ahora lucha desde Seúl para acabar con los 'gulags' de Corea del Norte, donde se estima que hay 120.000 personas presas en condiciones extremas.
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Corea del Norte es uno de los peores regímenes totalitarios que ha conocido el mundo moderno. De la hermética dictadura que controla la familia Kim, apellido que ha monopolizado el poder allí desde que apareciera en el mapa en 1948 la República Popular Democrática de Corea, se saben pocas cosas. Lo poco que se conoce, más allá de los recurrentes y sonados anuncios del régimen que lidera Kim Jong-Un sobre el alcance de sus misiles y acerca de su misterioso programa nuclear, llega por testimonios que ofrecen personas como Myeong-chul Ahn.
Este hombre nacido hace 48 años en Hongwon-gun, una ciudad costera situada a unos 350 kilómetros al noreste de Pionyang, se ocupó de labores de vigilancia y seguridad en varias prisiones norcoreanas. En su currículum también figura una dilatada experiencia como agente de la policía secreta, pero, sobre todo, trabajó durante ocho años en cuatro prisiones de condiciones infrahumanas para los presos. Estuvo destinado a lo que el otrora carcelero del régimen llama Áreas de Control Total, espacios carcelarios donde además de privación de libertad hay trabajos forzados, abusos, torturas de todo tipo, falta de higiene, carestía de comida, enfermedades y ejecuciones.
Ahn se escapó de su país tras darse cuenta de que toda su familia iría a la cárcel después de que su padre criticara al Gobierno. “Era 1994, yo estaba trabajando cuando mi padre, que trabajaba en la Oficina de Administración de Alimentos, bebió algo de alcohol y dijo algo contra el sistema de distribución de alimentos en Corea del Norte. Fue acusado por el Departamento de Seguridad Estatal”, cuenta Ahn. Aquello trajo consigo una auténtica catástrofe para los suyos. En la familia de Ahn son cinco: su padre,su madre, un hermano, una hermana y él.
Prisiones familiares
El régimen de terror y obediencia que mantiene el país asiático se apoya en parte sobre la “culpabilidad por asociación”. En base a ella, familias enteras en la que sólo un miembro haya expresado cualquier signo de disidencia acaban en las Áreas de Control Total. Según la descripción de Ahn, estas prisiones guardan mucho parecido con los funestos campos de concentración que poblaron Europa el siglo pasado durante el III Reich alemán o con los gulags de la Unión Soviética.
“Son prisiones situadas en zonas montañosas de difícil acceso cuyo tamaño es similar al del Washington D.C [unos 177 kilómetros cuadrados]. Son capaces de albergar hasta 50.000 personas, todo tipo de personas, porque es una prisión para familias. Hay mayores de edad, hombres, mujeres, niños, niñas, bebés e incluso hay presos que han nacido allí dentro”, dice Ahn. “Las instalaciones están rodeadas de vallas eléctricas, soldados y agentes del Departamento de Seguridad Estatal se ocupan de vigilar y atrapar si alguien se escapa y también se ocupan apagar protestas cuando las hay”, añade.
"Todo el mundo hace trabajos forzados hasta que muere"
En cualquier país con un sistema judicial mínimamente avanzado existe la idea de una rehabilitación tras purgar una pena de cárcel. Por eso surgen preguntas a las que Ahn responde con crudeza:
-¿Qué hizo cuando supo que iba a ser considerando culpable por asociación?
-Escapé enseguida.
-¿No iba a haber un juicio?
-En Corea del Norte los juicios son una formalidad. El fiscal se convierte en el juez y se limita a leerte la sentencia.
-¿Todos los prisioneros tienen que hacer trabajos forzados hasta el final de su sentencia?
-Nadie puede salir de allí y todo el mundo tiene que hacer trabajos forzados hasta que muere.
-¿No hay forma de salir?
-No. Sólo hay alguien que puede liberar a algún prisionero y es Kim Jung-Un.
De cómo escapó para evitar la cárcel, Ahn prefiere no dar detalles. Cruzó ilegalmente la frontera china, al norte, junto con otros dos presos políticos. Éstos se echaron atrás en mitad de la evasión. Ahn siguió sólo. “A ellos les entró miedo por las patrullas que había en el norte. Fueron arrestados y posteriormente ejecutados. Yo logré escapar solo”, cuenta. La entrada en China no fue el final de su fuga. También tuvo que dejar el territorio chino. Las autoridades norcoreanas y chinas cooperan para detener a personas como Ahn. También hay equipos de las fuerzas de seguridad norcoreanas especializados en fugas.
A este periódico, Ahn muestra un documento escrito en chino. Es un cartel con una foto suya, con un texto debajo en el que se indica que Ahn está en busca y captura. Él es uno más de los miles de norcoreanos que se han fugado del país para acabar en Corea del Sur. “No puedo decir la ruta exacta por la que llegué a Corea del Sur”, mantiene, reconociendo con un sí escueto que acudió a la Embajada surcoreana en China para pedir ayuda.
Luchar por sobrevivir en la cárcel
Ahn dejó tras de sí a su familia y un país en el que asegura “no vivía mal” tras haber sido “duramente educado para trabajar en las prisiones”. Sobre sus familiares, Ahn habla en presente. “Están en la cárcel”, dice Ahn. Sin embargo, las condiciones de vida en prisión que él describe son aterradoras. Han pasado 23 años desde que entraran en uno de esas Áreas de Control Total. En esas cárceles hay que luchar por la supervivencia. Él lo sabe por su experiencia como carcelero.
“Si no conociera las prisiones, haría algo para encontrar a mi familia. Pero nadie encuentra a su familia una vez que entra en una prisión norcoreana. Allí las cárceles no son lugares de las que uno sale vivo”, afirma Ahn. En campos de concentración de prisioneros como al que fueron destinados sus padres y hermanos es obligatorio realizar trabajos forzados. Esto incluye a los niños desde que tienen diez años.
Se trabaja con las manos desnudas más de diez horas al día, por ejemplo, liberando de piedras y rocas terrenos para hacerlos así aptos para el cultivo o limpiando barracones. El trabajo se hace sin descanso. Tomarse un respiro cuesta brutales palizas, según cuenta un fugado que atiende al nombre de Park, cuyo apaleamiento reproduce el artista también fugado Han Sol en el libro Reckoning: North Korea, a huge prison, drawn by painters defected from the North, o Rindiendo cuentas: Corea del Norte, una enorme prisión dibujada por pintores fugados del norte.
El volumen, editado este año por el Unification Media Group (UMG), una iniciativa surcoreana dedicada a ofrecer información sobre Corea del Norte que cuenta con el apoyo del Ministerio para la Unificación de Seúl, se centra en las experiencias de norcoreanos fugados que pasaron por los llamados campos de reeducación. Los campos de reeducación son otras cárceles del sistema de prisiones norcoreano. Ahn los llama Áreas de Re-revolucionalización.
“Sirven para re-adoctrinar a los presos, que pasan allí tres o cuatro años”, explica Ahn. En esas cárceles las condiciones de higiene y alimentación también son precarias. Lo son igualmente en las Áreas de Control Total, donde Ahn trabajó antes de que su familia pasara a formar parte de un colectivo de presos políticos en Corea del Norte. Él estima que este grupo de presos lo componen unas 120.000 personas. “En las Áreas de Control Total, la comida que se da no es suficiente, la mayoría de los prisioneros cae enferma de pelagra, y ésta mata a mucha gente”, añade.
Comida insuficiente, pelagra y enfermedades mentales
La pelagra es una enfermedad resultado de dietas deficientes. Aparece como consecuencia de falta de vitamina B3, presente en alimentos como la carne o pescado, cereales o verduras frescas. “Las comidas en las prisiones de Corea del Norte no son las que estamos habituados a ver. Se sirven sobre todo gachas y sopa de repollo o, mejor dicho, agua, repollo y sal. Eso es lo que se da en prisión”, explica Ahn. “Para un ciudadano norcoreano, la ración diaria de comida es de 700 gramos, pero para un prisionero la cantidad es de 300 gramos. Eso es lo que toma un bebé fuera de prisión al día”, añade.
Esos 300 gramos están repartidos en tres comidas. Pero eso es sólo en teoría. Los presos a los que vigilaba Ahn no siempre podían tener acceso a esos alimentos. “Cada día se les atribuye a los presos una serie de labores. Tienen que terminarlas antes de poder comer, puede que en un día solo les dé tiempo a probar las gachas”, añade. Para dormir, las condiciones de los barracones para detenidos suelen ser de hacinamiento. Kim, uno de los fugados cuyo testimonio ha sido recogido por el UMG, habla de entre 35 y 60 personas en una sala de 30 metros cuadrados dotada de un rústico inodoro, común y abierto. En prisión, “la higiene es demasiado mala. Nadie puede darse una ducha, por ejemplo”, confirma Ahn.
"Los prisioneros no son personas"
La máxima sobre los presos que Ahn y sus compañeros oían de sus superiores era rotunda: “Los prisioneros no son personas”. Consecuencia de semejantes condiciones es la aparición en los presos de enfermedades mentales. La pelagra cuenta entre sus síntomas con la demencia, junto a la diarrea y la dermatitis. Ahn, sin embargo, habla de la esquizofrenia que desarrollan los presos de las Áreas de Control Total. La mayoría “son personas atrapadas sin ser culpables de nada, y están presas haciendo trabajos forzados”, según Ahn. Muy a menudo “comienzan a decir cosas sin sentido, pero también pueden ponerse a insultar a Kim Il-Sung”, comenta el otrora carcelero. Alude al abuelo de Kim Jung-Un, uno de los fundadores del régimen. Se le conoce como “el Eterno Presidente de Corea del Norte”.
Cuando este tipo de insultos se producen, los presos van a la llamada zona especial de la cárcel. “Es una prisión dentro de la prisión”, según la describe Ahn. Allí también van quienes rompen las reglas básicas de convivencia para los condenados, entre las que figura la imposibilidad de realizar reuniones de más de tres personas. Esa zona es la que está dedicada a las torturas de los prisioneros, labor de la que se ocupan agentes del Departamento de Seguridad Estatal. “Pocos prisioneros salen de allí vivos”, asegura Ahn. “Incluso los que salen con vida lo hacen discapacitados de por vida”, añade.
Fusilamientos y torturas
Cada cierto tiempo, según explica Ahn, hay ejecuciones públicas para mantener “el clima de miedo” en las Áreas de Control Total. “Ocurre dos o tres veces al mes cuando el Departamento de Seguridad Estatal lo desea, dependiendo de la situación del campo”, cuenta Ahn. Él dice haber presenciado más de veinte ejecuciones públicas de este tipo, en las que los presos son fusilados.
En el libro del UMG, Han Sol reproduce todo tipo de torturas sufridas por fugados a Corea del Sur que fueron detenidos temporalmente en lugares no tan severos como aquellos en los que trabajó Ahn. Aun así, los testimonios ilustrados dan cuenta de palizas y torturas que incluyen los ahogos simulados, las quemaduras con metales al rojo vivo, la arrancadura de uñas y dientes o el confinamiento a temperaturas bajo cero en una caja metálica de 50 centímetros de ancho por 40 centímetros de alto. Otra tortura que se aplica a los reclusos es la de la paloma. Consiste en atar las manos detrás de la espalda de los detenidos, cuyos pies también quedan inmovilizados. De las cuerdas o cadenas empleadas para atarlos se les sube a una determinada altura, quedando colgados del techo durante horas.
Otto Warmbier, un caso de "destrucción mental"
Muchas de las personas que ofrecen su testimonio en ese libro no fueron condenadas a más de diez años de cárcel. Peor suerte corrió el turista estadounidense Otto Warmbier, condenado a 15 años de trabajos forzados por haber robado un cartel propagandístico del International Hotel in Pionyang, donde se alojaba. Se le juzgó en una hora de reloj.
Warmbier, en estado de coma, fue devuelto por Corea del Norte el pasado 13 de junio a su país por “razones humanitarias”. El chico, un estudiante de 22 años, falleció seis días después en el hospital donde fue ingresado en su ciudad, Cincinnati. Sufría daños cerebrales irreversibles. Warmbier estuvo 17 meses encerrado en una cárcel norcoreana. Según las autoridades del país asiático, allí contrajo botulismo, intoxicación producida por una bacteria. Su estado se habría agravado por el consumo de pastillas para dormir, de acuerdo con la versión norcoreana.
En el hospital de Cincinnati no encontraron rastros de botulismo en el joven. Su familia cree que fue víctima del brutal trato recibido entre rejas. Según los médicos que se ocuparon de él en Cincinnati, el daño sufrido en el tejido cerebral probablemente se debiera una “parada cardiorespiratoria” que habría dejado sin riego de oxígeno el cerebro del joven.
Ahn ve en Warmbier un caso típico de Menbung. Así suena en norcoreano la expresión “destrucción mental”. “Warmbier había vivido en libertad toda su vida. Fue sentenciado a 15 años de prisión por la única razón de haber robado un póster de propaganda. Uno puede imaginarse fácilmente lo estresado que debía de estar”, subraya Ahn. “El shock psicológico debió de influenciar mucho su caso”, agrega.
Ahn imagina a Warmbier esos 17 meses preso en “la cárcel para extranjeros” de Pionyang. Ese centro penitenciario “es mejor que las prisiones norcoreanas pero horrible a los ojos de cualquier persona que venga de fuera del país”, explica Ahn. “Warmbier debía de estar en aislamiento, es decir, en una celda de tres metros cuadrados. Allí lo debe de hacer todo, desde dormir hasta lavarse. Todo es de hormigón, menos las rejas de metal, La habitación es muy fría incluso en verano, con abundantes insectos”, abunda.
Sin embargo, Ahn tampoco descarta que el chico sufriera una intoxicación alimentaria que las autoridades norcoreanas no lograron tratar a tiempo. “Esto podría explicar el coma”, sugiere.
Militancia por los derechos humanos
Ahn es ahora una de las voces norcoreanas célebres que, desde Seúl, luchan por la mejora de la situación de los presos del régimen de Kim Jung-Un. Trabaja en NK Watch, una ONG creada en 2003 que busca liberar su país de origen de lo que allí llaman gulags. El pasado mes de abril estuvo en Berlín concienciando sobre la situación de los derechos humanos en Corea del Norte. Para él, encontrar esta nueva misión en la vida no fue fácil.
Verse completamente sólo en octubre de 1994, recién llegado a Seúl, fue un shock para él. Con su familia presa, se dio a la bebida. “Bebí durante mucho tiempo. He vivido con dependencia al alcohol”, reconoce. Aún hoy, completamente rehabilitado de esa adicción y con años ejerciendo de referente en la lucha contra el régimen de Pionyang desde Seúl, Ahn no oculta su pena cuando se le pregunta sobre la población de su país.
-Después de tantos cambios en su vida, ¿Qué siente usted al pensar sobre la gente de su país?
-En una palabra: tristeza. Estoy tan triste por ellos...
*Este artículo ha sido realizado con la colaboración de Jinsoo Kim.