Empiezo a quedarme sin argumentos que justifiquen por qué veo The Walking Dead. Ha dejado de gustarme. De hecho, llevo varios días dándole vueltas a por qué me ha gustado durante tanto tiempo. Detesto las historias de zombies, las encuentro simples y repetitivas. No es por casualidad que se pongan de moda cada vez que hay una crisis económica, cuando todo el mundo anda con los pelos de punta y cualquier analogía chusca de la situación cuela como razonamiento con facilidad, añadiendo un puntito al nivel de agobio general.
La infección es la expiación, por enredar con el Quimicefa a lo loco, la raza humana ha sido aniquilada; la antropofagia, el aislamiento, que sí, que si de normal somos ansiosos, no digamos cuando volvemos de la muerte con el cuerpo cortado, como después de una mala siesta. Una peli de zombies es igual que ir a misa: cambia algún personaje, pero el rollo es el mismo.
The Walking Dead era la excepción, no sólo tenía eso. Me gustó desde el principio. Bueno, no, sucedió un poco más adelante. Me enganché durante la segunda temporada, la de La casa de la pradera zombie. Aquel año de la granja hubo pocos caminantes y mucha reflexión. Me encantaba la lucha de los personajes por conservar las formas, verles repartir las tareas y asumir que debían funcionar como una sociedad primitiva. Shane, Lori, Dale, había personajes desesperantes y la dinámica de contrarios daba mucha vidilla. Además, la amenaza era constante: cualquiera podía caer.
Tras otros cuatro años de camino por el infierno, no hay nada que no les haya ocurrido y lo peor es que esa acumulación de desgracias les ha convertido en personajes abúlicos y han dejado de interesar. Lo pillamos, sí, no es tan difícil: son muertos en vida. Han visto el horror y están aniquilados. Pero esto es una ficción de largo recorrido y no vale con jugarlo todo al golpe de efecto miserable.
Otra de las razones de mi falta de interés es el hecho de que el reparto original, los protagonistas, se hayan convertido en funcionarios que cumplen, pero a los que sabemos no van a echar
No sé si es porque han cambiado tres veces de showrunner ya. He defendido siempre ese relevo de liderazgo como algo positivo que evitaba que todo sonara igual, que aportaba frescura y una suerte de ritmo sincopado. Era así, pero ha dejado de serlo. La narración ha entrado en una desconexión absoluta entre el pasado y el presente; los que escriben no tienen la sensación de que esto ya lo han hecho porque, en realidad, no han vivido ese proceso de creación. Si esa no es la razón, es todavía peor: no les importa servir el mismo rancho un día tras otro.
Otra de las razones de mi falta de interés es el hecho de que el reparto original, los protagonistas, se hayan convertido en funcionarios que cumplen, pero a los que sabemos no van a echar. Lo sabemos porque los guionistas nos engañan por sistema con el truco de rodearles de gente majísima a la que hay que cogerle cariño para que nos dé mucha pena cuando le hinquen el diente a traición. The Walking Dead necesita savia nueva, incorporar historias distintas y dejar que se desarrollen libremente. Si para eso hay que resolver las cosas a lo Aaron Spelling, que así sea: que maten sin contemplaciones al que se ponga chulo con la renovación.
Ahora los listillos en redes sociales afirman que Glenn huele a muerto, que ya se ha librado demasiadas veces. Hay incluso quien lo ratifica cómic en mano, “ya le toca: lo sé porque lo he leído”. Menuda sorpresa. Glenn es un rollo de tío, un lastre, lo fue desde el principio. Matarle no aporta nada. ¿A que no son capaces de prescindir de Michonne, de Daryl o de Carol?
Carol. Ay, Carol. Esta serie ha tenido momentos fantásticos, casi todos, ya que estamos con el balance, protagonizados por el mismo personaje. La portentosa Melissa McBride, olvidada por sistema en los premios, tiene toda la emoción de la serie concentrada en ella. Cuando siento la tentación de no volver el capítulo siguiente, la imagino mirándome desconsolada desde una cuneta.
Así termino picando y vuelvo. El próximo lunes termina la sexta temporada y no dudo de que nos lanzarán un anzuelo magnífico. Llevan quince episodios anunciando la llegada de un nuevo malo malísimo (que interpretará Jeffrey Dean Morgan una vez termine de darle gustito al cuerpo de Alicia Florrick en The Good Wife). Nos va a poner los pelos de punta, dicen. No lo dudo. Acto seguido, me quedaré dormida.