Es la familia más influyente de la ficción: no podía hacer como si nada frente a las próximas elecciones presidenciales. Los Simpsons han sacado musculito en un breve vídeo que salió a la luz el domingo por la noche. En él, Homer y Marge Simpson están en la cama, por la noche. Homer quiere amor, pero Marge se niega: tienen que tomar ya la decisión de a quién votar. Encienden la televisión y contemplan imágenes de la campaña política. El anuncio está inspirado en la célebre publicidad hillariana del año 2008, cuando se presentó a las primarias presidenciales por el partido demócrata.
En esta versión de "3 a.m.", vuelve a sonar el teléfono y vuelve a escucharse la voz en off. Los niños duermen y el ring no cesa. Entonces levanta el aparato Bill Clinton, pero ¡ah!, la llamada no es para él. Debe asumir de una vez por todas -no sin tristeza- que la requerida aquí es su esposa. "A partir de ahora, siempre es para mí", replica ella, arrebatándole el teléfono. En la siguiente imagen -mucho más mordaz- aparece Donald Trump, en su maléfica morada: unas largas cortinas rojas custodian su cama, dándole solemnidad al asunto.
Lleva un pijama rosa con gorro a juego. Su lectura de cama es Los mejores discursos de Hitler. Él también recibe el telefonazo, pero lo rechaza y envía un mensaje: "Ahora no puedo. ¡Estoy en Twitter!", escribe, antes de burlarse de la senadora por Mssachusetts Elizabeth Warren. A continuación, da instrucciones a sus lacayos para que pongan su nombre en el monumento a Lincoln, para que disuelvan la OTAN y para "hacer que Chris Christie se coma un gusano sólo por reírnos un poco".
Después de todo su despliegue de poder, Trump hace caso a la llamada y asegura, cabreado, que irá, pero antes necesita pasar por chapa y pintura. Toca una campanita mágica que tiene junto a la cama y aparecen sus lacayos. Cinco personas que le rodean y le preparan: le empolvan la cara, le inyectan bótox, le ponen gafitas anti-rayos uva y le cuece con un chorro de autobronceador. Unas horas más tarde, cuando el spray ha hecho su efecto, le colocan unas enormes manos -ficticias, porque las suyas son blancas y diminutas- y le encaraman un perro color paja a la cabeza. Un par de vueltas y voilá, ya hace el efecto peluca. Ahora que está hecho un pincel, desgraciadamente, ya es demasiado tarde para detener el avance de los buques militares chinos.
"¡Hay que construir otro muro!", grita Trump a sus comandos. "¡Sí, en el océano!... perdedor", escupe. Homer, que, tras ver las imágenes, parece convencido de votar a Trump, observa la reacción de Marge -que coloca al perro entre ambos-, y retrocede. La besa en la mejilla y exclama: "Así es como me hago demócrata".
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