Hay tres cosas sagradas para los ingleses: la hora del té, las moquetas llenas de ácaros y la familia real británica. No es de extrañar que hayan generado toda una filmografía alrededor de este estamento. El discurso del rey o The Queen son algunos ejemplos. Y ahora llega The Crown, una serie de Netflix que nos narra el ascenso al trono y reinado de Isabel II tras el fallecimiento de su padre. Un proceso cuyas riendas coge cuando éste cae enfermo por un cáncer de pulmón que le corroe.
La cabecera ya nos deja claro qué vamos a ver. En ella se nos muestra cómo se forja la corona, una corona realmente pesada, capaz de luxar el cuello de aquel que no esté preparado desde la cuna para llevarla sobre sus hombros. Por cierto, esta cabecera recuerda vagamente a la de Juego de tronos, tal vez porque en ambas series se habla de los tejemanejes que rodean al poder obtenido mediante linaje real, y en ambas asistimos a un compendio de los defectos reales que humanizan a esos seres que gobiernan millones de vidas.
Es precisamente a través de este prisma que The Crown nos introduce con brillantez en la vida íntima de la familia real británica. El primer capítulo nos muestra a un rey Jorge sometido a una operación, cuya salud se vuelve frágil; un rey débil, que maquilla su enfermedad para mostrarse fuerte ante su pueblo. También encontramos la figura de Winston Churchill, ese enlace entre el pueblo y la soberanía, un ente capaz de entender y empatizar con ambos. Y por supuesto a la joven e ingenua Isabel II, que no sabe lo que se le viene encima.
El cáncer no sabe de linaje
La serie nos deja muy claro que el cáncer no entiende de linaje real o de alta cuna. Al igual que los sentimientos. En The Crown vemos llorar al rey Jorge durante unas navidades, indefenso ante su propia carnalidad, ante el conocimiento certero de que su título no es más que un adorno del que será despojado cuando la muerte le alcance. Este hecho deja sin palabras a todos los presentes. Y no es para menos. Un rey no llora, un rey no sufre, un rey no muere. Esto es algo que plantea dudas interesantes. ¿Cómo es un rey en la intimidad? ¿Siente soledad? ¿Sufre ansiedad ante la claustrofobia de una vida prefijada? Y lo más importante… ¿va en chándal por casa?
¿Cómo es un rey en la intimidad? ¿Siente soledad? ¿Sufre ansiedad ante la claustrofobia de una vida prefijada? Y lo más importante… ¿va en chándal por casa?
Estas preguntas (menos la del chándal) son respondidas en The Crown, todo un reto del que sale airosa. Y es que el mayor esfuerzo en cualquier película o serie que trate sobre la realeza recae en la labor de humanizar a sus personajes. Seguramente si diseccionásemos estadísticamente la serie, descubriríamos que tres cuartas partes del metraje está destinado a bajar del trono a esos reyes para convertirlos en seres de carne y hueso, usando para ello situaciones melodramáticas.
Es una tarea realmente complicada, ya que durante años se han esforzado en demostrar lo contrario, en presentarse como figuras de cera. Conseguir que un rey llore en una serie biográfica, y que no parezca una parodia, demuestra el buen hacer y el músculo de quien la escribe. Claro está que la arcilla que utiliza en este caso para moldear la ficción parte de una familia real respetada y asumida como un estamento fundamental en el buen funcionamiento del país.
Esto nos lleva a una pregunta interesante: ¿sería posible en España crear una serie como The Crown? ¿Tenemos la arcilla necesaria para moldearla? Uno de nuestros pocos flirteos fue la tv movie “Felipe y Letizia”, una involuntaria comedia que acababa ridiculizando a la familia real en un fallido intento de mostrarla cercana.
Pero no debemos achacar la culpa al guionista. Partía de un material muy difícil de embellecer, de unos personajes que jamás han querido ser reflejados en la pantalla. Recordemos que hace unos años no se podía hablar de la familia real española en ningún programa de televisión, y mucho menos hacer humor al respecto. Este artículo, por ejemplo, habría sido imposible hace una década. Sin embargo, y sin saber cómo, un buen día ese muro cayó, desbordando consigo años de represión y servilismo. De repente escuchamos voces críticas contra el rey, ya fuese por sus cacerías o por su amiga especial con derecho a vivienda en la Zarzuela. Incluso se habló abiertamente de la extrema delgadez de Letizia y de la implicación de la infanta en el caso Urdangarín.
Escándalos reales británicos
Y es que la familia real española no goza de la popularidad de la británica. Es normal, teniendo en cuenta que los ingleses asocian a la suya al movimiento de resistencia que se enfrentó a la amenaza nazi durante la segunda guerra mundial. El padre de Isabel II, el rey Jorge, fue esa cara visible de los estamentos, el portavoz radiofónico que aseguraba los pilares del estilo de vida británico y de sus más altos valores. Aquí, sin embargo, no gozamos de esa figura, asociada en muchos casos a una transición con demasiados claro-oscuros y puntos negros sin aclarar.
Por supuesto, la familia británica no está exenta de escándalos y asuntos turbios. Como bien retrataba la película The queen, la animadversión de Isabel II hacia la princesa del pueblo, Lady Di, se extendió incluso después de su muerte, lo que hizo temblar esos firmes cimientos que ni tan siquiera los constantes bombardeos alemanes consiguieron socavar.
Sin embargo, y pese a todo, los ingleses entienden y asumen la finalidad de su familia real. No son embajadores, ni jefes de estado. Son un símbolo, y eso es impagable. Aquí en España, sin embargo, ese símbolo se asocia a cacerías y amiguismos. El supuesto aire renovador del rey Felipe VI no ha cuajado como algunos esperaban; la actitud continuista y las voces críticas con un estamento obsoleto nos hacen recelar de esa figura.
La familia británica no está exenta de escándalos y asuntos turbios. Como bien retrataba la película The queen, la animadversión de Isabel II hacia Lady Di se extendió incluso después de su muerte
Es bastante probable que en España nunca podamos llevar a cabo una serie como The Crown. No tenemos el material con la que moldearla, y si intentásemos el mismo acercamiento caeríamos en la farsa. Por ejemplo, en la serie el rey Jorge habla del amor, de un amor puro y sincero, el amor que todo padre siente por su hija. Esto se materializa en una charla que mantiene con su yerno, donde le deja clara su labor: su trabajo consiste en hacer feliz y proteger a su hija. Tal vez, como sucede en The Crown, nuestro antiguo rey tuviese una charla con su yerno Urdangarín, y hablasen de lo mismo.
No volverá a ocurrir
Sin embargo, si plasmásemos una secuencia así nos parecería retorcida y oscura. No es culpa nuestra: desde la propia casa real se ha trabajado duro para generar este tipo de percepción, para mostrarnos una realeza que no se arrepiente de sus actos y que goza de una impunidad ante las fechorías. El único momento de ternura y conexión que vivimos fue aquel mítico “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Ahí pudimos ver a un rey cansado, entristecido, y de repente la realidad nos golpeó de lleno, mostrándonos a un anciano desamparado ante una sociedad que buscaba sangre. De ese momento surgieron memes y sketches, pero también una desconocida simpatía por el monarca. En ese momento creímos estar ante un rayo de esperanza. Pero todo fue un espejismo. El velo sobre la casa real volvió a caer, arrojando sombras sobre su palacio.
Es por todo esto que resulta difícil que en España se dé una filmografía seria sobre la casa real, y mucho menos una serie como The Crown. Nunca veremos llorar a un rey, y si lo hacemos será en un sketch de José Mota. Sin embargo, no todo está perdido. Aún podemos seguir la estela de los británicos, y hacer series sobre lo segundo más importante para ellos: las moquetas llenas de ácaros.
Seguramente empatizaríamos más.