"La vida es muy perra, y en el poder hay gente que nos la hace más perra todavía. Entonces llegas por la noche a casa, pones Velvet y es una vía de escape: por un rato te evades a un mundo ideal", dice Ramón Campos, creador y productor ejecutivo de la serie. Ha atrapado a tres millones y medio de espectadores, ha curtido cuatro temporadas y ya le quedan un telediario. Decía Cortázar que todo dura siempre un poco más de lo que debería.
A Velvet han intentado no manosearla -como a los amantes vulgares- ni alargarla -como a los amores que se apellidan costumbre-, sino dejarla terminar arriba, con una dignidad inusitada en esta era loca que vive la televisión. Hasta le han hecho una fiesta de cierre, durante todo el día de hoy, en el Círculo de Bellas Artes. ¿Se imaginan cerrar así un matrimonio, como una boda desaprendida?
La cola de los adeptos a la serie de Antena 3 doblaba la esquina del Círculo bordeando la hora de comer -concurso de disfraces, firma de libro, conferencia con los protagonistas...-. Los jóvenes querían la historia de amor. Las parejas maduras, una posguerra sin traumas. Sin costillas marcadas. Sin miedo. Sin dar el estirón grises y hastiados, como niños abortados que se hicieron mayores muy rápido, a trompicón limpio. Arrastran la nostalgia de la España que no pudieron tener pero olfatean sus decorados, sus radios, sus máquinas de coser, los vestidos burgueses que ni rozaron con los dedos. Tantas cosas hermosas que se han muerto. La vida que fue y la que podía haber sido si.
El cuento de hadas
El público quería un cuento de hadas que obviase a Franco y lo han tenido con Velvet. Lo explica Campos: "Muy conscientemente, la primera imagen de la serie es de Pepe [Sacristán] con la Ana niña [Paula Echevarría], y es en 1939, en Gran Vía. Una Gran Vía que parece Nueva York. No hay guerra civil en Velvet, no hay mundo político y eso es una declaración de intenciones: pedimos al espectador que sueñe con nosotros. Si hay más dolor, más sufrimiento y más crisis en la ficción, sólo conseguiremos más angustia".
No hay guerra civil en Velvet, no hay mundo político y eso es una declaración de intenciones: pedimos al espectador que sueñe con nosotros
Sacristán -Don Emilio en la serie- repone: "Yo diría que en ningún momento ha habido engaño. Nunca nos hemos propuesto contar la historia de la España de aquel tiempo, porque era jodida, negra, dura, y difícil de tragar", explica. "Cualquier tiempo pasado no fue mejor de ninguna de las maneras. Aquí, desde la primera de cambio, se ha dado un codazo a la cámara y se ha retratado una España inventada".
El actor prosigue con franqueza y hondura: "Esa es la habilidad y la honradez de Velvet: que no se ha intentado dar gato por liebre, como se ha hecho muchas veces con la historia de este país, eso de pretender hacer la crónica de un tiempo y contar sólo una parte", arremete. "El gran acierto es que se ha invitado al espectador a mirar una historia sin equívocos: un cuento de hadas". Aitana Sánchez-Gijón -Doña Blanca- guiña: "Está claro que no se cantaban villancicos en inglés en las calles ni había árboles de navidad".
Devoción sentimental
La actriz evoca cuando en la serie tiene un escarceo con un jovencito: "Y se espera que la mujer madura sea la que se pilla, ¿no? Pues no. Aquí ella dijo que era sólo sexo. Él se pilló y hubo que darle papeleta", sonríe. Las señoras asienten desde el público, encantadas con ese giro en el que todas salen un poco triunfantes. Una de las asistentes está feliz porque a su padre, que antes de jubilarse trabajaba en un anticuario, le encanta la serie. Y ella regresa a esa escuela vieja cada vez que la ve. Reconoce los muebles y les sopla el polvo.
Velvet ha apelado a la devoción sentimental. Cuenta Sacristán una anécdota: "El otro día se me acercó un matrimonio para felicitarme por la serie y para contarme que acababan de tener una nieta, que sus consuegros son italianos y que habían fechado el bautismo de la cría. Bueno, pues los consuegros les dicen que si era ese día no venían a España, porque Velvet se emitía en Roma. O cambiáis la fecha, o no vamos", sonríe.
Dice Campos que "Pepe" [Sacristán] le cambia frases de los diálogos "y hace de mí un mejor guionista". "Siempre las mejora y las multiplica por diez"
Sacristán es insondable. Dice Campos que "Pepe" le cambia frases de los diálogos "y hace de mí un mejor guionista". "Siempre las mejora y las multiplica por diez". Nos lo creemos. Todo funciona porque, según dice el veterano actor, "está hecho con la voluntad del amor". Campos cuenta que Velvet es una "serie femenina que los maridos también ven porque las ponen sus mujeres": "Un hombre nunca te dirá 'me encanta Velvet'. Ningún hombre dice que la ve, pero todos la ven, porque el poder del mando en este país lo tiene la mujer".
Recuerda a su serie hija como un híbrido entre el melodrama, la comedia romántica y el cuento de época y extrae una reflexión, ya en panorámica. En la segunda temporada, empezaron a meter más trama humorística y emocional, y la audiencia empezó a bajar. Esto fue así, porque, según cree, "el público, aunque no lo reclame, necesita del drama, así que empezamos a dárselo. Fuimos a su corazón. A hacerle daño al personaje que mejor les caía".
Ahora que quedan sólo dos capítulos para clausurar la historia, ¿qué va a pasar? "Se cierran todas las tramas, evidentemente, de todos los personajes. Algunas historias acaban muy felizmente y otras no tanto, incluso para algunos que no se lo merecen". ¿Habrá idilio de última hora entre Doña Blanca y Don Emilio? Sacristán y Sánchez-Gijón se sonríen. "Miren que yo intenté coaccionar a los guionistas, hasta les dije que podría facilitarles unas fincas... y un guionista me dio un espejo y me dijo 'mírate', y dije 'vale'", bromea. Rifirrafe. Ella dice que fue idea suya. "¡Hombre! Si Doña Blanca dice que Don Emilio es el hombre con el que más horas ha pasado en su vida...". Por lo visto, queda la cosa en un intercambio de perejiles. Pronto lo verán.