Hace dos años una pequeña serie se convertía en un fenómeno viral. Se llamaba Paquita Salas y no se emitía en ninguna televisión. Tampoco en Netflix o HBO. La plataforma de Antena 3 Flooxer daba luz verde a la primera creación televisiva de dos jóvenes que habían arrasado en el teatro con una obra musical, La Llamada, y que tenían la cabeza llena de ideas. Javi Calvo y Javi Ambrossi, desde entonces Los Javis, conquistaron a la prensa con esa representante cutre de buen corazón que interpretaba Brays Efe.
El fenómeno continuó el verano pasado cuando estrenaron la adaptación cinematográfica de La Llamada, y anunciaron que se convertirían en profesores de intrerpretación de Operación Triunfo. Todo lo que tocan lo convierten en oro, también el revival del reality de TVE. A todo, además, le imprimen ese sello único en el que conviven la irreverencia y el mayor buenrollismo. A Paquita poco tardó en ficharla el productor Enrique López Lavigne, y después Netflix. Lo que era un pequeño fenómeno casi de nicho ha acabado convertido en un evento que desde la empresa han tratado como si se tratara de la última superproducción de Hollywood.
Por suerte Paquita no ha perdido su gracia. Los Javis tampoco. La segunda temporada de Paquita Salas es más gris, más dramática y ahonda en la dureza de una industria de la que sólo vemos los focos. Pero también es fresca, ingeniosa, divertida y original. Su primer capítulo es uno de los episodios más valientes de la comedia televisiva española. Porque con su gracia y toque naif Los Javis se hacen la misma pregunta que muchos: ¿por qué no se puede decir ‘me cago en España? Afrontan la pregunta con una parodia de lo que ocurrió con el estreno de El guardián insivible, película a la que se quiso hacer un boicot por las opiniones de una de sus actrices, Miren Gaztañaga. La cadena y los protagonistas hasta firmaron una carta dejándola a los pies de los caballos.
Aquí Miren es Verónica Echegui (imponente), y encontrará en Paquita la fuerza para no dar marcha atrás y para decir que se caga en España. Una defensa de la libertad de expresión a ritmo de No controles de Mecano que sitúa la temporada a un nivel altísimo. Los directores siempre han definido su personaje como una justiciera que dice lo que no nos atrevemos, y aquí se mojan y lanzan un alegato para defender que alguien pueda regalar el libro España de mierda sin que le linchen o decir lo que le apetezca. Un primer capítulo en el que deslumbra Betsy Túrnez como una coach zen que pondrá a Paquita al límite. Pero si alguien roba cada escena para comérsela a bocados es Yolanda Ramos. Suyos son los momentos más hilarantes de esta segunda temporada.
Se nota el tiempo y el dinero que les ha dado Netflix, y aunque mantenga la forma de falso documental el nivel de producción aumenta y se lucen en un cierre de temporada que es un homenaje a la televisión de los 90, a todas las actrices que se dejan la piel en los cástings y a Rocío Jurado. Todo en el mejor episodio que han dirigido y que se queda grabado en la retina.
Los Javis han encontrado en los capítulos de 20 minutos la mejor expresión para sus grandes ideas. Todos son artefactos perfectamente cerrados, con ideas brillantes y menos cómicos que los de la primera temporada, aunque el segundo sea la cumbre del mamarracheo con una Ana Obregón desbocada riéndose de sí misma. Le falta alguna trama de más peso que una todos sus capítulos, y deberá tener cuidado con el despliegue de cameos -atentos al que cierra la temporada- para no pasar el efecto Torrente.
De momento Paquita Salas sigue siendo la comedia que necesita la televisión española, y la confirmación junto a Vergüenza y Mira lo que has hecho de que el género necesita episodios cortos, ideas buenas y gente con talento para desarrollar series diferentes. Esta con lo que empieza a parecerse eso que buscan muchos cineastas: un universo propio. Algo que los Javis tienen y despliegan con facilidad, en ese mundo paralelo de buen corazón en el que hasta los dardos a medio cine español sientan bien.