A nuestros políticos se les llena la boca recomendando series. Que si Juego de Tronos y sus dinámicas de poder, que si The Wire y su temporada dedicada a la prensa… Una de las que más veces han repetido es Borgen, la serie danesa que cuenta la historia de un partido moderado que llega al gobierno -a pesar de ser la tercera fuerza más votada en Dinamarca- por un escándalo que salpica a los dos partidos principales. En miles de discursos ha salido la ficción para hablar del poder del consenso, de la fuerza del diálogo y de la importancia del pacto.
Sólo la premisa le va como anillo al dedo a Pedro Sánchez y su gobierno, que llegó a La Moncloa sin que nadie contara con ello, y no elegido directamente en las urnas, sino por una moción de censura que castigó la corrupción del partido en el poder. Podría haber sido la trama de una de las temporadas de Borgen, pero ocurrió en España. Si alguien de su equipo de asesores hubiera estado avispado le hubiera recomendado a Sánchez que la viera para ver lo que significa gobernar cuando no tienes la fuerza parlamentaria necesaria, y cómo hacerlo de forma brillante, encontrando el equilibro entre las políticas en las que cree, sin vender humo.
Además, si se la hubieran recomendado y Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez, hubieran dedicado unas horas a ver, al menos, la primera temporada de la tan cacareada serie, no hubieran metido la pata de una manera tan estrepitosa al aceptar el puesto que le ha ofrecido el Instituo Empresa para dirigir su centro de África, desde el que se impulsará la innovación, el liderazgo ejecutivo, el emprendimiento y el desarrollo de proyectos de acción social en el continente africano. No se sabe su sueldo, pero sí que la mujer del presidente cambiará en plena legislatura de trabajo para promocionar y recaer en una institución que recibe dinero público.
Nadie duda de la capacidad (más que probada en su currículo) para ostentar el puesto, pero si hubieran visto Borgen tendrían claro que en política no sólo hay que ser ejemplares, sino también parecerlo. Aunque el fichaje se deba sólo a motivos laborales siempre quedará la duda de si el Instituto Empresa no tendrá un trato de favor en el Gobierno o en cualquier relación comercial por tener en sus filas a la mujer del presidente. Birgitte Mybord (esa presidenta interpretada con tino por Sidse Babett Knudsen) les hubiera dicho a Pedro y Begoña que, sintiéndolo mucho, no se puede aceptar.
No es una especulación, sino que la serie abordó la misma temática en la primera temporada, en la que la conciliación de la vida privada y profesional de la nueva presidenta fue el centro de los episodios. Phillip Christensen, el marido de Birgitte Mybord al que da vida Mikael Birkkjaer, ha sacrificado su carrera profesional para que su mujer pudiera ser una política destacada que se dedicara al 100% a su trabajo. Él, mientras, se ha encargado de la casa y los hijos, con la esperanza de retomar su trabajo cuando ella llegara al poder. Esta oportunidad se materializa y Phillip recibe una oferta muy lucrativa que está dispuesto a aceptar, hasta que su mujer le deja claro que eso es imposible, ya que existe un conflicto de intereses. En el noveno capítulo de la primera temporada, cuando estalla este conflicto, Birgitte Mybord le dice a su marido las siguientes frases:
"Lo siento muchísimo pero no vas a poder aceptar ese empleo. Lo van a usar para atacarme. Estoy diciendo que no podemos arriesgarnos a cometer el más mínimo desliz, podría hacer que cayera mi gobierno", dice la presidenta al conocer que es una empresa beneficiada por una decisión tomada por su gobierno. “Mi gobierno está en juego, no podemos permitir que nos pongan ni un dedo encima”, zanja.
Lo siento muchísimo pero no vas a poder aceptar ese empleo. Lo van a usar para atacarme. No podemos arriesgarnos a cometer el más mínimo desliz, podría caer mi gobierno
La Primera Ministra sabe que su decisión es injusta, que su marido merece un desarrollo profesional y que ella tiene los valores y los ideales para impedir que ese conflicto de intereses se materializara, pero el riesgo está, y sabe que la opinión pública y la oposición no desaprovecharán la oportunidad para atacar. Su marido acepta la decisión, lo que supondrá un punto de inflexión en una relación en la que él no acepta su condición de ‘hombre de’ y que terminará la temporada con el divorcio de ambos.
En Moncloa no se ha tenido esta conversación ficticia que se escuchó en el Palacio de Christiansborg (conocido coloquialmente como Borgen), de la serie danesa. Tampoco se han visto este capítulo de una serie que les puede ahorrar muchos quebraderos de cabeza a Pedro Sánchez si pretende que este gobierno sin fuerza parlamentaria aguante hasta el final de la legislatura. Begoña Gómez ha roto una barrera, y ha demostrado que ser la mujer del presidente no te convierte en florero ni te obliga a dar un paso atrás y dejar de trabajar, pero el ejemplo de Borgen -y de las otras dos mujeres de presidentes del G-7 que trabajan- le dice que, por desgracia, no debería haber aceptado su nuevo puesto.
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